"Estad siempre alegres en el Señor..."
Ya lo decía san Pablo.
Y todos los santos lo entendieron así: tuvieron una alegría que nadie les podía arrebatar; una alegría honda, nueva, una sonrisa fácil y pacífica, un estado de su espíritu en que no daban cabida a la tristeza que puede llevar al pecado, la desesperanza y la impaciencia. ¡Era la alegría de los santos!
Conocieron los santos muchas pruebas, cruces, desolaciones, contrariedades. Pero huyeron de la amargura. Sufrieron por Cristo, pero con la paz interior que permite la alegría.
Claro, no entendemos la alegría siempre como un contar chistes, carcajadas o superficialidad; más bien, la hondura de un alma alegre en el Señor.
Esta alegría se daría en los santos según su propio carácter: unos más extrovertidos, otros más introvertidos; unos de un buen humor expansionante, otros de una alegría discretísima. Los hubo que les gustaban las bromas y hasta los apodos, otros el uso de la ironía sin maldad en las cosas sencillas.
Pidamos al Señor la alegría y su expresión, el buen humor, con esta plegaria de santo Tomás Moro:
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa
que sepa aprovechar lo que es bueno y puro,
para que no se asuste ante el pecado,
sino que encuentre el modo
de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma
que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones,
los suspiros y los lamentos,
y no permitas que sufra excesivamente
por ese ser tan dominante
que se llama Yo .
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia
de comprender las bromas,
para que conozca en la vida
un poco de alegría
y pueda comunicársela a los demás.
Amén.
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