agosto 2016

Aquí siempre os he participado mis aficiones, lecturas e intereses. Una cosa apasionante que siempre me admira es la pintura del Imperio Romano, porque esas pinturas son una ventana abierta a escenas cotidianas de ese mundo ya perdido. Las pinturas de otras civilizaciones, a veces, no son tales ventanas, no son reflejo realista de esos mundos. 

Los aztecas, los mayas, los persas o la civilización minoica no nos han dejado pinturas como las romanas. Sino que sus pinturas son más conceptuales o más ornamentales. Sea dicho de paso, de los mejores momentos de mi vida que guardo en mi recuerdo, están mis visitas a las ruinas mayas y aztecas en mis conferencias. Especialmente me impresionó la primera vez que vi la ciudad ceremonial de Teotihuacán.

Dentro de la pintura romana, resulta muy interesante el reflejo que en ella quedó de la arquitectura. ¿Cómo vieron los romanos sus propias ciudades, sus propios puertos?  No tenemos fotos, pero sí sus frescos. Hoy os participo algunas de esas pinturas. Os aseguro que he pasado momentos muy entretenidos analizándolas.











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17:49


Jueves 01 de Septiembre de 2016
De la feria
Verde.

Martirologio Romano: En la región de Nimes, de la Galia Narbonense (hoy Francia), san Egidio o Gil, cuyo nombre adopta la población que después se formó en la región de la Camargue y donde se dice que el santo había erigido un monasterio y acabado el curso de su vida mortal (s. VI/VII). 

Antífona de entrada          cf. Sal 85, 3. 5
Ten piedad de mí, Señor, porque te invoco todo el día. Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan.

Oración colecta     
Dios todopoderoso, de quien procede todo bien perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes en nosotros lo que es bueno y lo conserves constantemente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas        
Te pedimos, Dios nuestro, que esta ofrenda sagrada nos alcance tu bendición salvadora y se cumpla en nosotros lo que celebramos en esta liturgia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión        Sal 30, 20
Qué grande es tu bondad, Señor. Tú la reservas para tus fieles.

O bien:         Mt 5, 9-10
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos.

Oración después de la comunión
Saciados con el pan de la mesa celestial, te suplicamos, Padre, que este alimento de nuestra caridad nos fortalezca y nos impulse a servirte en los hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectura        1Cor 3, 18-23
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: ¡Que nadie se engañe! Si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios. En efecto, dice la Escritura: “Él sorprende a los sabios en su propia astucia”, y además: “El Señor conoce los razonamientos de los sabios y sabe que son vanos”. En consecuencia, que nadie se gloríe en los hombres, porque todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo o Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente o el futuro. Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios.
Palabra de Dios.

Comentario
San Pablo nos inspira a buscar una sabiduría especial, que no depende de lo que nosotros llamamos “inteligencia”, sino de la búsqueda de Dios y el encuentro con él. Es una sabiduría que “el mundo” muchas veces parece no entender y hasta combatir.

Sal 23, 1-4b. 5-6
R. Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella.

Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes, porque él la fundó sobre los mares, él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.

¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos. R.

Él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su Salvador. Así son los que buscan al Señor, los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.

Aleluya        Mt 4, 19
Aleluya. “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”, dice el Señor. Aleluya.

Evangelio     Lc 5, 1-11
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. 

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron. 
Palabra del Señor.

Comentario
El permanente desafío es trabajar en nombre de Jesús. Los proyectos pastorales, la catequesis y todas las tareas que hacemos en la Iglesia, sin Jesús, corren el riesgo de volverse puro activismo. El Espíritu Santo nos dispone para la escucha. Escuchemos lo que Jesús nos manda hacer, y hacia allí encaminemos nuestros esfuerzos. Él trabaja con nosotros, está en nuestra barca.

Oración introductoria
Jesús, gracias porque hoy tengo la oportunidad de suplicarte que entres a la barca de mi vida. Por intercesión de tu Madre santísima, quiero apartarme de mis preocupaciones y de todo lo que me distraiga o impida escucharte en esta oración. 

Petición
Concédeme desprenderme de todo aquello que me ata al puerto de mi egoísmo. 

Meditación 

Hoy día todavía nos resulta sorprendente comprobar cómo aquellos pescadores fueron capaces de dejar su trabajo, sus familias, y seguir a Jesús («Dejándolo todo, le siguieron»: Lc 5,11), precisamente cuando Éste se manifiesta ante ellos como un colaborador excepcional para el negocio que les proporciona el sustento. Si Jesús de Nazaret nos hiciera la propuesta a nosotros, en nuestro siglo XXI..., ¿tendríamos el coraje de aquellos hombres?; ¿seríamos capaces de intuir cuál es la verdadera ganancia?

Los cristianos creemos que Cristo es eterno presente; por lo tanto, ese Cristo que está resucitado nos pide, no ya a Pedro, a Juan o a Santiago, sino a todos y cada uno de quienes le confesamos como el Señor, repito, nos pide desde el texto de Lucas que le acojamos en la barca de nuestra vida, porque quiere descansar junto a nosotros; nos pide que le dejemos servirse de nosotros, que le permitamos mostrar hacia dónde orientar nuestra existencia para ser fecundos en medio de una sociedad cada vez más alejada y necesitada de la Buena Nueva. La propuesta es atrayente, sólo nos hace falta saber y querer despojarnos de nuestros miedos, de nuestros “qué dirán” y poner rumbo a aguas mas profundas, o lo que es lo mismo, a horizontes más lejanos de aquellos que constriñen nuestra mediocre cotidianeidad de zozobras y desánimos. «Quien tropieza en el camino, por poco que avance, algo se acerca al término; quien corre fuera de él, cuanto más corra más se aleja del término» (Santo Tomás de Aquino).

«Duc in altum»; «Boga mar adentro» (Lc 5,4): ¡no nos quedemos en las costas de un mundo que vive mirándose el ombligo! Nuestra navegación por los mares de la vida nos ha de conducir hasta atracar en la tierra prometida, en ese Cielo esperado, que es regalo del Padre, pero indivisiblemente, también trabajo del hombre —tuyo, mío— al servicio de los demás en la barca de la Iglesia. Cristo conoce bien los caladeros, de nosotros depende: o en el puerto de nuestro egoísmo, o hacia sus horizontes.

Es sorprendente la suavidad con que Cristo va guiando a sus amigos hacia la conversión. En este pasaje, se nos cuenta cómo logró conquistar a Pedro.

El apóstol San Pedro, antes de conocer al Señor, era Simón el pescador. Un hombre recio, acostumbrado a la dura tarea de la pesca. Seguramente era uno de los más importantes del negocio y uno de los más respetados, debido a su carácter fuerte. Jesús se acercó a él, se subió a una de las barcas y le pidió que se alejara un poco para poder predicar a la muchedumbre. Pedro estaba pendiente del timón y de los remos, quizás sin escuchar las palabras del Señor. 

Pero luego, Jesús le miró y le dijo que fuera mar adentro, a pescar. Simón se extrañó. ¿Pero cómo? ¿No sabe éste que yo soy un profesional? Si no he pescado nada durante la noche, ¿cómo voy a hacerlo a pleno día? Sin embargo, le dijo: Lo haré porque tú me lo pides.

Jesús esperaba estas palabras, esperaba un poco de humildad por parte de Pedro, el impetuoso. Fue entonces cuando se obró el milagro. "Y pescaron gran cantidad de peces". Al ver lo sucedido, Pedro se olvidó de la pesca y cayó de rodillas ante Jesús.

El Señor sabía muy bien cómo ganárselo, con amabilidad, sin recriminaciones. Y luego le dijo: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres".

Esto es importante: la valentía de confiarme a la misericordia de Jesús, de confiar en su paciencia, de refugiarme siempre en las heridas de su amor. San Bernardo llega a afirmar: "Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia". 
Tal vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. 
Cuántas propuestas mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, es más somos lo más importante que tiene; aun siendo pecadores, somos lo que más le importa. 

Petición
Señor, te pido que me des la la humildad para hacer lo que Tú me pides. Que confíe en que Tú sabes el camino para mi salvación.

No quiero pedirte que te apartes de mí. Soy un pecador, no soy digno de tu presencia, pero mi corazón se moriría sin el calor de tu gracia. Contigo lo tengo todo. Contigo puedo convertir mi nada en un maravilloso todo. Contigo puedo ser el pescador de esos hombres que navegan por su vida sin saber a qué puerto les conviene llegar. Contigo soy feliz y dichoso, nunca permitas que me aparte de Ti.

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Martirologio Romano: En la región de Nimes, de la Galia Narbonense (hoy Francia), san Egidio o Gil, cuyo nombre adopta la población que después se formó en la región de la Camargue y donde se dice que el santo había erigido un monasterio y acabado el curso de su vida mortal (s. VI/VII). 

La leyenda de san Gil (Aegidius), una de las más famosas en la Edad Media, procede de una biografía escrita en el siglo X. De acuerdo con aquel escrito, Gil era ateniense por nacimiento. Durante los primeros años de su juventud, devolvió la salud a un mendigo enfermo, en virtud de haberle cedido su capa, tal como había sucedido con san Martín. Gil despreciaba los bienes temporales y detestaba el aplauso y las alabanzas de los hombres, que llovieron sobre él, tras la muerte de sus padres, debido a la prodigalidad con que daba limosnas y los milagros que se le atribuían. Para escapar, se embarcó hacia el Occidente, llegó a Marsella y, luego de pasar dos años en Arles, junto a san Cesareo, se construyó una ermita en mitad de un bosque, cerca de la desembocadura del Ródano. En aquella soledad se alimentaba con la leche de una cierva que acudía con frecuencia y se dejaba ordeñar mansamente por el ermitaño. Cierto día, Flavio, el rey de los godos, que andaba de cacería, persiguió a la cierva y le azuzó a los perros, hasta que el animal fue a refugiarse junto a Gil, quien la ocultó en una cueva, y la partida de caza pasó de largo frente a ella, incluso los perros, que parecían haber perdido el olfato. Al día siguiente, se reanudó la cacería y la cierva fue nuevamente descubierta y perseguida hasta la cueva donde la ocultó el ermitaño y donde se volvía invulnerable. Al tercer día, el rey Flavio llevó consigo a un obispo para que presenciara el suceso y tratase de explicarle el extraño proceder de sus perros. En aquella tercera ocasión, uno de los arqueros del rey disparó una flecha al azar, a través de la maleza que cubría la entrada de la cueva. Cuando los cazadores se abrieron paso hasta la caverna, encontraron a Gil herido por la flecha y a la cierva echada a sus pies. Flavio y el obispo instaron al ermitaño para que diera cuenta de su presencia en aquellos parajes. Gil les relató su historia y, al escucharla, tanto el monarca como el prelado le pidieron perdón por haber alterado la paz de su soledad y el rey impartió órdenes para que fuesen en busca de un médico que le curase la herida de la flecha, pero san Gil rehusó aceptar la visita del doctor, no quiso tomar ninguno de los regalos que le presentaron los de la partida real y rogó a todos que le dejasen tranquilo en su solitario retiro.

El rey Flavio hizo frecuentes visitas a san Gil, y éste acabó por solicitar al monarca que dedicase todas las limosnas y beneficios que le ofrecía, a la fundación de un monasterio. Flavio se comprometió a hacerlo, a condición de que Gil fuese el primer abad. A su debido tiempo, el monasterio se levantó cerca de la cueva del ermitaño, se agrupó una comunidad en torno a Gil, y muy pronto la reputación de los nuevos monjes y de su abad llegó al oído de Carlos, rey de Francia (a quien los trovadores medievales identificaron con Carlomangno, aunque resulta anacrónico). La corte mandó traer a san Gil a Orléans, donde se entretuvo largamente con el rey en profunda charla sobre asuntos espirituales. Sin embargo, en el curso de aquellas conversaciones, el monarca calló una gravísima culpa que había cometido y le pesaba sobre la conciencia... «el domingo siguiente, cuando el ermitaño oficiaba la misa y, según la costumbre oraba especialmente por el rey durante el canon, apareció un ángel del Señor que depositó sobre el altar un rollo de pergamino donde estaba escrito el pecado que el monarca había cometido. En el pergamino se advertía también que aquella culpa sería perdonada por la intercesión de Gil, siempre y cuando el rey hiciese penitencia y se comprometiese a no volver a cometerla ... Al terminar la misa, Gil entregó el rollo de pergamino al monarca, quien, al leerlo, cayó de rodillas ante el santo y le suplicó que intercediera por él ante Dios. A continuación, el buen ermitaño se puso en oración para encomendar al Señor el alma del monarca y a éste le recomendó, con dulzura, que se abstuviese de cometer la misma culpa en el futuro». Después de aquella temporada en la corte, san Gil regresó a su monasterio y, al poco tiempo, partió a Roma para encomendar sus monjes a la Santa Sede. El Papa concedió innumerables privilegios a la comunidad, y al monasterio le hizo el donativo de dos portones de cedro tallados con primor. A fin de poner a prueba su confianza en Dios, san Gil mandó arrojar aquellas dos puertas a las aguas del Tiber, se embarcó en ellas y, con viento propicio, navegaron por el Mediterráneo hasta las costas de Francia. Recibió una advertencia celestial sobre la proximidad de su muerte y en la fecha vaticinada, un domingo l de septiembre, «dejó este mundo, que se entristeció por la ausencia corporal de Gil, pero en cambio, llenó de alegría los Cielos por su feliz arribo».

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OFICIO DE LECTURA - JUEVES DE LA SEMANA XXII - TIEMPO ORDINARIO

De la Feria. Salterio II. 


SEGUNDA LECTURA

Comienza el Sermón de san León Magno, papa, Sobre las bienaventuranzas
(Sermón 95, 1-2: PL 54, 461-462)

PONDRÉ MI LEY EN SU PECHO

Cuando nuestro Señor Jesucristo, amadísimos hermanos, predicaba el Evangelio del reino y recorría toda la región de Galilea curando enfermedades, la fama de sus milagros se divulgó por toda Siria, y de todas las regiones de Judea muchos acudían a este médico divino. Pero como la fe de los hombres ignorantes es siempre necia y torpe para creer lo que no ve y esperar lo que no palpa, la sabiduría divina creyó oportuno acrecentarla por medio de dones corporales y robustecerla por medio de milagros visibles: así, al experimentar cuán bondadoso era su poder, no dudarían tampoco de lo saludable que eran sus enseñanzas.

Por ello, el Señor, para ir convirtiendo los dones corporales en remedio del espíritu y pasar de la curación de los cuerpos a la salud de las almas, se separó de las turbas que lo rodeaban y, con sus apóstoles, subió a un monte cercano. Sentóse entonces en la sublimidad de la cátedra mística, indicando con el lugar escogido y con la actitud tomada que él era aquel mismo que en otro tiempo había hablado a Moisés, también desde un monte; pero con la diferencia de que entonces lo hizo con gran severidad y con palabras terribles, y ahora, en cambio, lo hacía con bondad y clemencia, para que así se cumpliera lo que había anunciado el profeta Jeremías: Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. Después de aquellos días -oráculo del Señor-: Pondré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones.

El mismo, por tanto, que había hablado a Moisés se dirige ahora a los apóstoles: así la ágil mano del Verbo iba grabando en los corazones de los discípulos los mandamientos de la nueva ley, pero no como entonces, rodeado de densas nubes, ni por medio de truenos y relámpagos que atemorizaban al pueblo, alejándolo del monte, sino con la manifiesta suavidad de un diálogo que se dirige a los que están cerca. De esta forma la suavidad de la gracia anulaba la aspereza de la ley, y el espíritu de adopción suplantaba el temor servil.

Y cuál sea la doctrina de Cristo, se manifiesta en sus mismas palabras; con ellas el Señor quiere declarar los diversos grados por los que debe ir subiendo quien desea llegar a la felicidad eterna. Dichosos los pobres de espíritu -dice-, porque de ellos es el reino de los cielos. A qué pobres se refiera la Verdad, tal vez quedaría confuso si dijera sólo: Dichosos los pobres, sin añadir de qué clase de pobreza se trataba; a muchos, en efecto, se les podría ocurrir que era sólo cuestión de aquella indigencia material que muchos padecen por necesidad y que ella era suficiente para merecer el reino de los cielos. Pero al decir: Dichosos los pobres de espíritu, el Señor manifiesta que el reino de los cielos pertenece a aquellos que son pobres más por la humildad de su espíritu que por la carencia de fortuna.

RESPONSORIO    Sal 77, 1-2

R. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, * inclina el oído a las palabras de mi boca.
V. Voy a abrir mi boca a las sentencias, para que broten los enigmas del pasado.
R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.

ORACIÓN.

OREMOS,
Oh Dios todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, aumentes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.

R. Demos gracias a Dios.

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16:54
El camino de la reconciliación en el matrimonio, el camino del perdón, es el camino que lleva a la alegría. Pero no siempre es fácil recorrer este camino. 
Decía el papa Francisco en la exhortación Amoris Laetitia: “Cuando se puede amar a alguien, o cuando nos sentimos amados por él, logramos entender mejor lo que quiere expresar y hacernos entender. Superar la fragilidad que nos lleva a tenerle miedo al otro, como si fuera un ‘competidor’. Es muy importante fundar la propia seguridad en opciones profundas, convicciones o valores, y no en ganar una discusión o en que nos den la razón”.
El perdón nos libera para amar con alegría. Es un camino largo. Somos sólo dos en la vida matrimonial. No hay un tercero en discordia que ponga paz entre nosotros o solucione los conflictos. Solos entre nosotros deberíamos ser capaces de llegar a una reconciliación perfecta.
Pero no siempre es posible. El orgullo me impide ceder. Me impide perdonar. Me impide olvidar. Y una y otra vez vuelvo a aquella escena guardada en mi corazón en la que fui herido por la actitud del otro. Por su omisión. Por su orgullo. Por sus palabras hirientes cuando decía quererme tanto.
Cuando vuelvo a revivir los sentimientos no puedo perdonar. ¿Cómo voy a perdonarle ahora? Quiero que sepa que tengo razón. Pero eso, en realidad, no es lo importante. Lo que de verdad vale es la misericordia. Lo más valioso es que nuestros hijos vean cuánto nos amamos y cómo nos perdonamos.
El peor testimonio es el de unos padres que no se aman. Se tratan con indiferencia. Tal vez no se pelean delante de ellos, pero no hay complicidad ni cariño. Esa relación distante es el peor recuerdo que les podemos dejar a nuestros hijos. Lo que de verdad guardarán será el amor hondo y verdadero. Se asombrarán ante la madurez y delicadeza de nuestro amor. Tal vez nos vean pelearnos, pero también nos verán perdonarnos.
Es fundamental que vean que somos capaces de amar con el corazón entero. Que somos capaces de perdonarnos sin límites. Una y otra vez. Y volvernos a mirar con inocencia, entregándonos de nuevo la confianza. Hace tiempo un matrimonio en sus bodas de oro escuchaba cómo comentaba su hija: “Lo que he aprendido de mis padres a lo largo de muchos años es su capacidad para perdonarse una y otra vez”.

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10:45
Un bochorno que no tiene nombre. Cuando uno va recibiendo detalles de lo ocurrido por parte de testigos presenciales… se escandaliza cada vez más. En verdad, no termino de entender que es lo que había en la cabeza del fiscal Uriburu que ordenó y condujo el proceso.   Los hechos Un Convento de Carmelitas Descalzas… 18 mujeres consagradas a la oración… una nota periodística que tenía todavía la tinta fresca y que salía a los kioscos recién a las 6 (Para leerlo completo haga click en el título. )

06:49



El hombre había llegado a la luna el día de mi cumpleaños. Más o menos por esas fechas, don Juan Carlos de Borbón fue proclamado "sucesor a título de rey" de un régimen que agonizaba entre luchas intestinas. En España se hablaba Matesa y de la inminente "crisis" de gobierno. El turismo iba bien; pero a mí todo eso me importaba poco. Lo que realmente me preocupaba era el calor de Madrid, que era insoportable, y más desde que me encontré vestido de negro con una tira de plástico blanco a la altura de la nuez y unas largas faldas imposibles de acomodar para subir y bajar del autobús. Terminaba el mes de agosto y yo estaba a punto de ser ordenado sacerdote.
La noche del 30 al 31 apenas dormí. Por la ventana de mi habitación enraba una luz tenue que iluminaba la larga sotana colgada en el perchero como un fantasma. Me levanté de la cama dos o tres veces y repasé mentalmente la ceremonia. Estaba seguro de que metería la pata. Yo sabía que lo importante era hacer los mismos movimientos que Carlos Elizalde, que estaría siempre a mi izquierda; pero Carlos se había acostado con una gripe de tamaño regular, tenía fiebre y no había podido ensayar.
—No importa —me dijo—; yo  hago lo que tú hagas. Me fío de ti. Por tanto si nos equivocamos, al menos lo haremos a la vez.
—Y en la duda, genuflexión —remaché—.
Empezó la ceremonia a las 10 de la mañana. El primer gesto litúrgico fue la "postración": los 28 ordenandos, permanecimos tumbados en el suelo, boca abajo, sobre una alfombra de lana que hacía subir aún más la temperatura.
Ya en pie, fuimos presentados a Don José María García Lahiguera, arzobispo preconizado de Valencia, que se había prestado a ordenarnos. Antes, alguien leyó la lista de candidatos, y a medida que decía nuestros nombres, dábamos un paso al frente. Creo recordar que el ceremonial prevé varias fórmulas para que cada diácono manifieste su voluntad de ser sacerdote. Nosotros elegimos ésta: un paso al frente, en silencio, como si formáramos parte de un ejército.
Terminada la ceremonia, los abrazos. Estaban mis padres, mis hermanos, algunos primos, amigos… Y el "tío Luis" con su sonrisa portentosa bajo su calva 
deslumbrante. Hablo, por supuesto de Luis Sánchez-Izquierdo, con el que me unía, además de un parentesco en tercer grado, una complicidad especial: Luis era supernumerario de la Obra desde tiempo atrás y me tenía reservada una pequeña trampa.
—Quiero que me confieses —me soltó de sopetón—.
—Es que…, todavía no he confesado a nadie.
—Por eso. Yo quiero ser el primero.
Gracias a Dios pude decir de corrido la fórmula de la absolución. Me la sabía en tres idiomas.
 
 


Un equipo internacional de investigadores acaba de hacer público un hallazgo inquietante: una potente señal de radio, con posibilidades de haber sido emitida por una civilización extraterrestre. 

La señal procede de HD164595, una estrella similar al Sol, en la constelación de Hércules, con una edad estimada de 6.300 millones de años y a una distancia de 95 años luz de la Tierra.La detección, llevada a cabo con el radiotelescopio ruso Ratan-600, en la localidad de Zelenchukskaya, en el Cáucaso, se produjo hace ya más de un año, el 15 de mayo de 2015, aunque no se había desvelado hasta ahora. La señal tiene una longitud de onda de 2,7 centímetros y es, según sus descubridores, demasiado fuerte para ser atribuida a causas naturales.

Sin embargo, los investigadores no han dado aún el paso de atribuir la señal a una civilización alienígena, sino que se limitan a señalar que tiene una gran potencia y que procede de un punto concreto del espacio, lo que la convierte en un buen candidato para futuros estudios. Por supuesto, y hasta el momento en que sea confirmada y analizada por más telescopios, no se podrá afirmar si la señal tiene, o no, un origen intencionado.

Por eso, los investigadores del Ratan-600 (N.N. Bursov, L.N. Filippova, V.V. Filippov, L.M. Gindilis, A.D. Panov, E.S. Starikov, J. Wilson y Claudio Maccone) piden que la estrella y su enigmática emisión de radio sea monitorizada de forma permanente.

Según ellos, si la señal procediera de una baliza alienígena, su potencia solo podría ser alcanzada por una civilización capaz de obtener su energía directamente de las estrellas. Aunque si se tratara de un haz estrecho y centrado en nuestro Sistema Solar, su potencia sería accesible para una civilización del Tipo I, aún mucho más avanzada que la nuestra.

El hallazgo se produce apenas unos meses después de que el instituto SETI, dedicado a localizar señales de radio producidas deliberadamente por inteligencias extraterrestres, anunciara que se dispone a ampliar su búsqueda a 20.000 nuevas estrellas, del tipo enanas rojas, menos brillantes que las estrellas amarillas, como nuestro Sol, pero extraordinariamente abundantes en nuestra galaxia. De hecho, 20 de cada 30 de las estrellas más próximas a nosotras son enanas rojas, y de ellas, un 40% tiene una «supertierra» (un planeta rocoso de entre 2 y 10 masas terrestres) en órbita.La señal «WOW».

Se trata de una señal enigmática, que en cierto modo recuerda a la famosa «WOW» del 15 de agosto de 1977, captada por el radiotelescopio Big Ear. En aquella ocasión, sin embargo, ningún otro instrumento pudo volver a detectarla, por lo que tuvo que ser descartada como «señal inteligente». Esperemos que esta vez haya más suerte. Si finalmente se consiguiera encontrar y descifrar una señal de radio emitida de forma consciente por otra civilización, entraríamos, según muchos investigadores, en una nueva etapa de la Historia de la Humanidad. 

Sin embargo, tal y como explicaba recientemente a ABC laastrónoma Jill Tarter, pionera del Instituto SETI, recibir una señal extraterrestre no significa, en absoluto, tener la posibilidad (y la capacidad) de entablar un diálogo con esa hipotética civilización. De hecho, la enormidad de las distancias, el tiempo necesario para que una señal llegue a su destino, incluso a la velocidad de la luz, hace que una comunicación bidireccional sea algo extremadamente difícil. «Si enviamos un “hola” a una estrella que esté, por ejemplo, a 30 años luz –afirmaba Tarter– nuestra señal tardará 30 años en llegar a esa estrella. Si la recibe alguien y nos contesta, la respuesta tardará otros treinta años más en regresar hasta nosotros… Para estrellas más distantes o para otras galaxias, los tiempos se disparan.

Otros científicos, sin embargo, no están en absoluto de acuerdo con enviar mensajes al espacio que puedan delatar nuestra presencia y convertirnos en un posible objetivo para una civilización más avanzada que la nuestra. Mentes de la talla de Stephen Hawking, creen que los alienígenas que eventualmente nos escuchen «no tienen por qué ser simpáticos», sino que podrían aprovechar su superioridad tecnológica para conquistarnos. Para estos investigadores, enviar mensajes al espacio es algo «imprudente, no científico, potencialmente catastrófico y poco ético», según puede leerse en una carta publicada hace algunos meses en Arxiv.org.

abc.es

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Un programa financiado por EE.UU. en el país centroamericano persigue arrebatar a los jóvenes de las garras del crimen y disminuir los niveles de violencia. Ya hay resultados. 
La oleada de niños y adolescentes centroamericanos indocumentados que llegaron al sur de EE.UU. en el verano de 2014, tenía detrás de sí una bestia que la acosaba: la violencia, los altos niveles de criminalidad imperantes en sus países de origen. 
Quien se arriesga a tanto con tan pocos años es porque lo tiene claro: mejor morir intentando alcanzar a un sitio seguro, que hacerlo bajo los golpes de machete con que las pandillas –las tristemente famosas maras– se deshacen de sus rivales, o de gente inocente que no pagó el “impuesto”, o de cualquiera que transite por el lugar equivocado.

La situación, sin embargo, está empezando a cambiar en algunos sitios, como Honduras. Allí, con el apoyo de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID), se han estado implementando iniciativas de prevención del delito e inserción social que ya muestran algunos datos alentadores: si en 2012 la tasa de criminalidad del país era la más alta del mundo, con 90.4 homicidios por cada 100.000 habitantes, a inicios de 2016 ya se ubicaba en los 60. Solo para ilustrar: algunos de los sitios más críticos, como la noroccidental ciudad de Choloma, tenían un índice de 94,5 homicidios por cada 100.000 habitantes, pero a finales de 2013 la tasa había descendido a 68,3, una disminución del 20 por ciento.
Demasiados asesinatos aún, cierto. Pero “Roma no se hizo en un día”.

Mejor con el balón que con la navaja

En estos números esperanzadores está incidiendo la labor de los denominados Centros de Alcance (CDA), una estructura comunitaria que es parte del programa Alianza Joven Honduras-USAID. La agencia estadounidense se encarga de remodelar los edificios que se entregan para estos fines, así como de proveer todos los insumos necesarios, desde ordenadores hasta altavoces, material didáctico, balones de fútbol, vestuario, etc., y de facilitar el reclutamiento del personal especializado.
Los CDA trabajan con los jóvenes en situación de mayor vulnerabilidad, bien por estar en un entorno “complicado” –como ciertos barrios muy pobres en los que los criminales reclutan a sus nuevos sicarios–, bien por haber sufrido ya, en sí o en sus familiares, algún tipo de daño por parte de los pandilleros, o bien por haber sido, ellos mismos, miembros de esos grupos.
A día de hoy existen 46 de estas instituciones en 7 ciudades del país, en las que prestan su servicio solidario unos 1.200 voluntarios de las propias comunidades. En los centros, los chicos reciben clases de inglés, de música y de las materias que cursan en sus colegios; se les enseña cómo solucionar los conflictos por vía pacífica, y se les entrena en habilidades laborales que les permitan labrarse un futuro. De hecho, el apoyo incluye ayudarlos a insertarse laboralmente tras la formación recibida.
Y hay también deportes. Según escribe Sonia Nazario en un extenso reportaje sobre el tema en The New York Times, la USAID ha financiado la limpieza y habilitación de campos de fútbol abandonados, en los que, más que balones, lo que menudeaban eran los restos de personas asesinadas, allí tirados por los pandilleros.
Hoy el panorama es algo diferente. En Rivera Hernández, una de las barriadas más letales de la ciudad de San Pedro Sula, la periodista recoge el testimonio del voluntario Daniel Pacheco, carpintero y pastor evangélico, quien le revela su estrategia: suele concertar partidos de fútbol entre los chicos del CDA Casa de la Esperanza y un grupo de sicarios de la comarca –solo uno de estos cargaba sobre sus espaldas con más de 120 asesinatos–.

“Cuando los pandilleros regresan a casa –dice Pacheco–, se van directamente a la cama, agotados. Esa noche no matarán a nadie. Además, si juegan con los otros, ya no los verán como enemigos. Te dicen: ‘¿Cuándo es el próximo partido?’”.
Aceprensa

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Una de las notas de la personalidad madura es la capacidad de conjugar el despliegue de una actividad intensa con el orden y la paz interior.
Cuando San Agustín, ya anciano, escribía «pax omnium rerum tranquillitas ordinis, la paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden»[1], lo hacía desde la experiencia de quien llevaba años viéndose requerido constantemente por todo tipo de tareas: el gobierno pastoral de la porción del Pueblo de Dios que tenía encomendado; su abundante predicación; los retos que presentaba una época convulsa, de cambios sociales y culturales. 
No es este, pues, un aforismo escrito en el sosiego del retiro, sino en el fragor de la vida diaria, con todos sus imprevistos y vaivenes. La coherencia de este santo era una conquista cotidiana; con el paso de los días, su esfuerzo por “centrar el tiro” afianzaba más y más su carácter.

Una de las notas de la personalidad madura es la capacidad de conjugar el despliegue de una actividad intensa con el orden y la paz interior. Alcanzar este equilibrio implica cierto esfuerzo: también San Josemaría hablaba de su lucha en este campo. «¡Dentro de mi sotana te querría ver! −decía a uno que le hablaba de las dificultades que le generaba el trabajo para cuidar de su formación− Porque también yo tengo pluriempleo. Encima de ese desorden hemos de edificar el orden»[2]. El orden, la coherencia de nuestra vida, es un botín que vamos ganando, moneda a moneda, en la batalla de todos los días: «ese comenzar por el quehacer menos agradable pero más urgente (…), con perseverancia en el cumplimiento del deber cuando tan fácil sería abandonarlo, ese no dejar para mañana lo que hemos de terminar hoy: ¡Todo por darle gusto a Él, a Nuestro Padre Dios!»[3].

El señorío de sí

Esta batalla serena no sólo tiene que ver con las cosas que manejamos y las tareas que llenan nuestro día, sino también con nuestro corazón. Sin ese latido interior, el orden sería sólo gestión del tiempo, “optimización de procesos”, eficacia empresarial, pero no demostraría auténtica madurez cristiana. La coherencia del cristiano se edifica en un flujo constante, de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro; crece con el dominio de sí, el orden de la actividad exterior, el recogimiento interior y la prudencia.
No se nos escapan los obstáculos que existen para alcanzar esta armonía interior. Si bien apreciamos el enorme atractivo de una vida cristiana plena, muchas veces experimentamos tendencias diversas y, a veces, contrarias. San Pablo lo expresó con fuerza: «al querer yo hacer el bien encuentro esta ley: que el mal está en mí; pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu»[4]. Sentimos una cosa y queremos otra, notamos que estamos divididos entre lo que nos apetece y lo que debemos hacer, y a veces acaba por nublársenos la vista; incluso puede llegar a parecernos entonces que, a fin de cuentas, tampoco pasa nada por ser un poco incoherentes, lo que en el fondo denota un amor vacilante.
Y sin embargo, ¡cómo resuena el halago que nuestro Señor hizo a Natanael! «Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay doblez»[5]. Quien procura conducirse de acuerdo con la voz de Dios que resuena en su conciencia, inspira espontáneamente un gran respeto: las personas de una pieza atraen, porque todo en ellas dice autenticidad. En cambio, la doble vida, las compensaciones -aunque sean pequeñas-, la falta de sinceridad, hacen que se nos enturbie el rostro del alma. Como todos estamos expuestos a estas pequeñas desviaciones del rumbo, se trata de que seamos sencillos, y las corrijamos con perseverancia; así se evita el riesgo de acabar a la deriva en el alta mar de la vida.

Para tocar la melodía de Dios

Al poner orden en nuestro interior no se trata sólo de que nuestra inteligencia “domine” la imaginación y encauce la fuerza de los sentimientos y afectos: tiene que descubrir todo lo que estos compañeros de viaje pueden y quieren decirle. Dicho de otro modo, no podemos corregir la disonancia suprimiendo una de las melodías: Dios nos ha hecho polifónicos. El señorío de sí, también conocido desde siempre como templanza, no es frialdad cerebral: Dios nos quiere con un corazón que sea «grande, fuerte y tierno y afectuoso y delicado»[6].
Con el corazón podemos tocar una música para el Señor. Si queremos interpretarla bien, conviene ponerlo a tono, como se afinan los instrumentos para que den la nota adecuada. Se trata de educar los afectos, de fomentar una sensibilidad por lo que es auténticamente bueno, porque responde a nuestro ser personal, con todas sus dimensiones. Los sentimientos dan el colorido a nuestra vida, y permiten percibir con mayor riqueza lo que sucede a nuestro alrededor. Sin embargo, del mismo modo como un cuadro saturado de colores sin balance no es agradable, o un instrumento desafinado resulta molesto, el corazón abandonado al vaivén sentimental resquebraja la armonía de nuestra personalidad, y erosiona, a veces de modo importante, nuestras relaciones con los demás.
San Josemaría aconsejaba poner «siete cerrojos»[7] al corazón. En una ocasión, lo explicaba así: «ciérralo con los siete cerrojos que yo recomiendo: uno para cada pecado capital. Pero no dejes de tener corazón»[8]. La experiencia acumulada de siglos, también en los lugares adonde no ha llegado el cristianismo, muestra que los afectos y los instintos, sin control, pueden arrastrarnos como las aguas de una riada que siembra destrucción por donde pasa. No se trata de anular la corriente, sino de hacer un trabajo parecido al de los ingenieros que entuban el agua que baja de los torrentes de las montañas para que mueva una turbina y produzca electricidad. Una vez encauzada la corriente -que podría haber arrasado árboles y casas-, todos pueden vivir tranquilos y aprovechar esa electricidad para iluminar y calentar sus viviendas. Si nuestro espíritu no logra encauzar de manera estable esas fuerzas instintivas y afectivas de nuestra naturaleza, no puede tener paz ni sosiego: no puede existir vida interior.

Tomar las riendas de nuestro día

Un paso importante para ser señores de nosotros mismos es el de sobreponernos a la pereza, un virus silencioso pero eficaz, que puede paralizarnos poco a poco si no lo mantenemos a raya. La pereza se hace fuerte en quien no tiene un norte, o también en quien, teniéndolo, no se pone a andar en esa dirección. «No confundas la serenidad con la pereza, con el abandono, con el retraso en las decisiones o en el estudio de los asuntos»[9]. Poner la cabeza en lo que requiere nuestra atención, evitar huir de lo que suponga un poco de esfuerzo; no dejar para después lo que podemos hacer ahora… sobre esos hábitos sí se construye una personalidad ágil, recia y serena.
También conviene estar atentos al otro extremo, el activismo desordenado: «Hijo, no te ocupes de muchos asuntos; si te desbordan, no estarás falto de culpa; por más que corras no los alcanzarás, y aunque huyas no te podrás escapar de ellos»[10]. Madurez de la personalidad significa aquí ponderación, orden en nuestra actividad. Para que la vida no se nos lleve por delante con sus infinitos requerimientos, nos servirá tomar la iniciativa para distribuir nuestra actividad en los tiempos adecuados, es decir, planificar −sin cuadricularnos− dando prioridad a lo que debe estar en primer lugar y no a lo que surge en cada momento. Así evitamos que lo urgente se coma lo importante. Lógicamente, no es preciso programarlo todo, pero sí evitar que la improvisación lleve a perder tiempo porque simplemente nos dedicamos a salir al paso de lo que nos ocurre durante el día. En este sentido decía San Josemaría que «es preciso ordenarse porque no tenemos tiempo de hacerlo todo enseguida».
En nuestro día hay algunos momentos clave que podemos fijar de antemano: la hora de acostarnos, la hora de levantarnos, los tiempos que vamos a dedicar exclusivamente a Dios, la hora de trabajar, la hora de las comidas… Después está todo el campo de hacer bien lo que debemos hacer, con rendimiento, atención y perfección, es decir, con amor. «Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces»[11]. Se trata, a fin de cuentas, de un programa de santidad que no encorseta, porque se ordena a un fin grande: hacer feliz a Dios y a los demás. A la vez, ese mismo amor que nos mueve a regirnos por un horario nos indicará cuándo el plan tiene que “saltar”, porque lo exige el bien de otras personas, o por tantos otros motivos que se presentan con claridad a quien vive cara a Dios.

El cultivo del espacio interior

La interioridad es el centro vivo de la persona, lo que hace que sus fuerzas, cualidades, disposiciones de ánimo y acciones formen una unidad. Quien es capaz de vivir dentro de sí, de recoger sus sentidos y potencias hasta sosegar el alma, desarrolla una personalidad más rica, porque es más capaz de relación, de diálogo. «El silencio -decía Benedicto XVI- es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido»[12].
Para no limitarse a nadar en la superficie de la vida, es preciso dedicar tiempo a pensar lo que nos ha pasado, lo que hemos leído, lo que nos han dicho, y sobre todo las luces que hemos recibido de Dios. Reflexionar ensancha y enriquece nuestro espacio interior: nos ayuda a integrar las diversas facetas de nuestra vida -trabajo, relaciones sociales, ocio, etc.- con el proyecto de vida cristiana que realizamos de la mano del Señor. Este hábito implica aprender a entrar dentro de nuestra alma, superando la prisa, la impaciencia, la dispersión. Se abre así un espacio de meditación en la presencia de Dios: «Quién de nosotros, a la noche, antes de terminar el día, cuando se queda solo, no se pregunta: ¿qué sucedió hoy en mi corazón? ¿Qué sucedió? ¿Qué cosas pasaron por mi corazón?»[13].
Ese sosiego del espíritu se consigue cuando cortamos con las tensiones de la vida y detenemos las solicitaciones de los asuntos pendientes, y la imaginación; cuando detenemos el ritmo de la vida exterior y callamos tanto por fuera como por dentro. De esa manera, nuestros conocimientos y experiencias adquieren profundidad, aprendemos a asombrarnos, a contemplar, a saborear los bienes del espíritu, a escuchar a Dios. Con esta riqueza interior, cuando salimos fuera podremos disfrutar más al comunicamos con los demás, pues tendremos algo personal, algo nuestro, que aportar.
En el silencio, podremos escuchar la voz del Señor. Cuando Dios quiere pasar ante Elías en el monte Horeb, la Sagrada Escritura nos dice que no estaba en la violencia del huracán que partía las rocas, ni en el espanto del terremoto, ni en el fuego que le siguió, sino en una brisa que apenas se notaba[14]. Callar es hermoso; no es ningún vacío, sino vida auténtica y plena, si permite establecer un diálogo íntimo con Dios. «Un hilo sonoro de silencio: así se acerca el Señor, con la sonoridad del silencio que es propia del amor»[15].

La sabiduría de corazón

«El sabio de corazón será llamado prudente»[16]. La capacidad de recogimiento nos permite asentar cada vez con más profundidad los motivos que guían nuestra vida. La coherencia madura entonces como la fruta al sol, y se vierte en nosotros el licor de una sabiduría que nos ayuda a acertar en nuestras decisiones.
No siempre es necesario dar respuestas inmediatas a lo que se nos plantea. La prudencia, muchas veces, llevará a informarse bien antes de enjuiciar o tomar una decisión, porque con frecuencia las cosas no son como aparecen a primera vista. Una persona madura se caracteriza por estudiar los asuntos con atención, acudir a la memoria de experiencias pasadas de temas parecidos y pedir consejo a quienes están en condiciones de darlo. Y, antes que nada, algo que para un cristiano resulta muy natural, casi como un reflejo: pedir consejo a Dios: «no tomes una decisión sin detenerte a considerar el asunto delante de Dios»[17]. Así es más fácil aplicar a la situación concreta un juicio ponderado, sin ceder a la ligereza, la comodidad, el peso de la vida pasada, o la presión del ambiente. Y tener la valentía de tomar una decisión −aunque toda decisión entrañe un riesgo− y de ejecutarla sin demoras, con la disposición de rectificar, si más tarde nos damos cuenta de que nos hemos equivocado.
La coherencia cristiana -fruto de una interioridad cultivada- nos pone, en definitiva, en condiciones de entregarnos a un ideal, y de perseverar en él. «Dame gracia para dejar todo lo que se refiere a mi persona. Yo no debo tener más preocupaciones que tu Gloria..., en una palabra, tu Amor. ¡Todo por Amor!»[18].
José Benito Cabaniña – Carlos Ayxelà
Fuente: opusdei.es.


[1] San Agustín, De civitate Dei XIX, 13.1.
[2] San Josemaría, Notas de una reunión, 23-XI-1972.
[3] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 67.
[4] Rm 7, 21-23.
[5] Jn 1, 47.
[6] Amigos de Dios, n. 177.
[7] San Josemaría, Camino, nn. 161, 188.
[8] San Josemaría, Notas de una reunión, Santiago de Chile, 30-VI-1974. Estos pecados “son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Entre ellos soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula, pereza” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1866).
[9] San Josemaría, Forja, n. 467.
[10] Si 11, 10.
[11] Camino, n. 815.
[12] Benedicto XVI, Mensaje para la XLVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24-I-2012.
[13] Francisco, Homilía, 10-X-2014.
[14] Cfr. 1 R 19, 11-13.
[15] Francisco, Homilía, 12-XII-2013.
[16] Pr 16, 21.
[17] Camino, n. 266.
[18] Forja, n. 247.

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