“Enseguida le mandó a un verdugo que le trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron”. (Mc 6,17-29)
Celebramos hoy el martirio de Juan el Bautista.
Es la suerte de todos los profetas.
Es la suerte de los que no piensan como nosotros y nos estorban.
Es la suerte de los que tienen el coraje de decir la verdad, aunque les cueste la vida.
Los profetas siempre serán molestos.
Los que viven en la libertad de los hijos de Dios tienen la valentía de hablar con libertad.
Y los que dicen la verdad son molestos.
Y los grandes aceptan a gusto la adulación.
Pero no aceptan que se les diga la verdad.
A Jesús le condenaron porque no silenciaba la verdad.
A Jesús le condenaron porque prefirió la verdad a la misma vida.
¡Con qué facilidad matan los poderosos?
“Enseguida le mandó a un verdugo traer la cabeza de Juan”.
Algo así como si le mandase traer una jarra más de vino.
Y hasta resulta repugnante lo que dice:
“Trajo la cabeza en una bandeja”.
Posiblemente la misma que antes había traído los manjares del banquete.
Una bandeja que pasa de mano en mano, como va enseñando un trofeo:
De las manos del verdugo a las de la joven bailarina.
De las manos de la joven a las manos de la madre.
Es que para los grandes silenciar a los profetas es un trofeo.
Por fin Herodías, ya podía quedarse conviviendo en adulterio con Herodes.
Con la muerte de Juan creyó silenciar a quien le decía la verdad.
Podemos matar a los que dicen la verdad.
Pero no podemos matar la voz de nuestra conciencia.
Aunque a veces también matamos esa voz que nos molesta dentro.
Podemos matar a quien nos dice la verdad.
Pero no podemos matar la verdad.
Podemos matar a quien nos dice la verdad.
Pero los que dicen la verdad siguen hablando.
Podemos matarlos, pero su muerte sigue siendo la voz de la verdad.
Podremos silenciar a los que nos molestan.
Pero no podremos silenciar la verdad, porque también los mártires siguen hablando.
Los profetas hablan más de muertos que de vivos.
Los profetas hablan más decapitados que cuando podían hablar.
Porque se puede silenciar al que habla.
Pero no se puede silenciar la verdad.
Además antes hablaban sus palabras.
Pero ahora habla el testimonio de sus vidas.
Juan ya no hablará más.
Pero su cabeza en la bandeja sigue hablando a los que no quieren ver la verdad.
Podremos matar a Dios.
Pero Dios seguirá vivo en el corazón.
Podremos silenciar a Dios en la sociedad.
Pero la voz de Dios seguirá hablando en las conciencias.
Podremos amordazar a la Iglesia que anuncia el Evangelio de la verdad.
Pero la sangre de sus mártires seguirá hablando como la de Abel en los comienzos.
Lo que sí llama la atención es ¡de qué cosas somos capaces nosotros cuando nos cerramos a la verdad! Podremos silenciarla, pero no podremos matarla.
Podremos cortar el tronco del árbol. Pero las raíces vuelven a brotar.
Clemente Sobrado C. P.
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