La veneración a san Roque comenzó casi inmediatamente después de su muerte, sobre todo al experimentar los fieles su protección frente al temible flagelo de la peste. Los dominicos fueron los principales propagadores de esta devoción. El papa Urbano VIII confirmó su culto inmemorial en 1629, quedando fijado el día de su fiesta para el 16 de agosto. Poco a poco esta devoción se extendió por todos los lugares del orbe, no solo en Roma, sino también en Oriente y entre los pueblos eslavos y nórdicos. Numerosas cofradías se organizaban bajo su protección. Es patrono principal de numerosos pueblos y regiones del mundo.
“Cristo es la luz de los pueblos”, proclama el concilio Vaticano II y los santos son “luces cercanas”: “Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía”, dice Benedicto XVI.
San Roque supo ser una de estas luces, capaz de iluminar con el resplandor de Cristo las tinieblas del sufrimiento, del dolor, del miedo. Cada uno de nosotros está igualmente llamado a reflejar y a transmitir la luz del Señor, la luz de la fe.
Las bóvedas de las iglesias góticas y renacentistas se pintaban, a veces, de azul celeste y, sobre este fondo, se representaban estrellas. En una iglesia de Roma, dedicada al patrono de los orfebres, San Eligio, se puede leer una inscripción: “Oh, Dios, Tú nos das los astros, nosotros te dedicamos templos. Tú nos concedes generosamente las estrellas”.
En esta oración se le piden “estrellas” a Dios. Y estas estrellas son los santos, que con sus luces iluminan la noche de la historia para que no reine la total oscuridad: “Vosotros sois la luz del mundo”, nos dice Jesús, y añade: “tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo de un celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres” (Mt 5,15-16).
Veneramos a San Roque y, en general, veneramos a los santos porque, en ellos, Dios se hace presente para iluminar el mundo y acudimos a su intercesión porque son ya ciudadanos del cielo, más íntimamente unidos a Cristo. La reina de los santos es María, reina de los cielos y señora de los ángeles, la raíz y la puerta “que dio paso a nuestra luz”, como canta una bella antífona.
El cardenal san Juan Enrique Newman escribe en uno de sus discursos que los santos son los “silenciosos astros” que han pasado de alumbrarse con la antorcha de una caverna a contemplar la luz del día: “¡Qué transformación experimentan cuando comienzan a ver, con los ojos del alma y la intuición que trae consigo la gracia, la figura de Jesús, el Sol de Justicia, y el cielo en el que vive, y la brillante Estrella de la mañana que es su Madre bienaventurada, y la plácida Luna que representa a su Iglesia, y los silenciosos astros, que son los hombres santos en camino hacia el eterno reposo!”.
Guillermo Juan Morado.
Lo que san Agustín señalaba como una posibilidad, hoy lo vemos convertido -y bien sufrido- en su más evidente REALIDAD: estamos gobernados por una “banda de ladrones". El “sería” se ha convertido en ES. “No hay más cera que la que arde".
Este hombre Santo lo veía como posibilidad, atendiendo a los instintos que están permanentemente presentes en el hombre, dañado por el pecado; pero, en su época, había bastante más Justicia práctica y practicada por los poderes públicos que hoy en día. A los hechos históricos me remito.
El que los quiera valorar de otro modo, está en su perfecto derecho: caso de que exista un derecho a empecinarse en el error, que me da que NO. Con todo, siempre será “su” problema, nunca el mío.
Lo cierto y verdad es que lo denuncia san Agustín es la realidad más que visible, o la “foto fija” de lo que son, ya desde su mismo inicio, las democracias liberales occidentales; porque no hay mejor descripción -acusación, más bien- que las retrate con mayor realismo. Se salva en gran medida y muy por encima de todas las demás, la de EEUU. La única.
¿Por qué el Estado se convierte en una “banda de ladrones"? Desde el momento -su mismo inicio, insisto-, en que pierde de vista la JUSTICIA. Se “revista” de BIEN COMÚN, de justicia DISTRIBUTIVA, o de cualquier otro de los presupuestos del “gobierno de la Polis", como decían los griegos y copiaron, a su modo, los romanos. Por cierto: todo esos términos -Bien común, Justicia distributiva, Derecho, Propiedad- han desaparecido hasta del lenguaje de estas “democracias” tan salvajemente dictatoriales e inhumanas.
Hasta las Revoluciones francesas, con los gobiernos monárquicos, existía la idea clara -clarísima- de que la Autoridad es única y exclusivamente de Dios: Él tiene la MAJESTAD y el PODER: es Rey de Reyes y Señor de los que dominan. Y “lo delega” en las personas que “detentan la potestad": por lo mismo, potestad VICARIA, pues no son el origen de su Poder, sino que LO ADMINISTRAN. Y, administradores, darán estrecha cuenta. Cae de su peso: Dame cuenta de tu administración.
¿Por qué? Porque, por recibirlo de Dios -el sistema da en el fondo lo mismo- deben ejercerlo en SU NOMBRE. Y Él les pedirá cuenta, y muy estrecha: mucho más que a los demás como es obvio, de tan lógico…
Todo este esquema de gobierno -de mandar y obedecer; de pedir cuentas a los gobernantes desde las instancias ad hoc para ello, que las había (el “Justicia de Aragón” es un ejemplo de libro, de libro histórico); de rendir cuentas a sus Cortes y a sus súbditos de tal ejercicio; etc.-, se viene abajo VIOLENTAMENTE, con miles de muertos solo en París en sus mismos inicios; acrecentado luego con el “régimen del TERROR” -"bautizado” así por fuerza de los hechos-; y continuado, hasta su consolidación, con la guerra civil que se montó en Francia.
El “gobierno del pueblo para el pueblo", ha pasado a definirse como “to’ pa’l pueblo", y se ha transmutado, como por arte de magia -nadie debe tener la culpa, fijo- en la “dictadura de las mayorías": más supuestas que otra cosa, porque son “minorías que se imponen por la fuerza -bruta o “ilustrada"- a las mayorías", con todos los chanchullos que estamos viendo y padeciendo; cada vez en mayor escalada de iniquidad en este pais, antes España: para qué nos vamos a ir más lejos.
La traducción exacta de esto y en lo que acaba es: “to’ pa’ mi". Ahí está Iglesias advirtiendo sobre los ahorrillos del personal, que son, por definición del tal Iglesias -nada que ver con lo eclesial-, del Estado, O sea: “pa’ mí, Gracias". Déjalos en el banco, que te quedarás sin ná’. Al tiempo. Y tendrás que seguir pagando a Hacienda, por su.
Pero “en todas partes cuecen habas": todos los gobiernos del mundo occidental son meras FOTOCOPIAS unos de otros, por mor del NOM: masones de raíz, tronco, ramas, hojas y frutos… Todo puro veneno y corrupción. La única excepción, insisto, es USA, y no siempre: ahí están los “demócratas” para demostrarlo.
Antes de esas Revoluciones, se podía acudir, por ejemplo, al término JUSTICIA, y se podía hablar en nombre de la LIBERTAD, porque se sabía lo que era la PERSONA, la única realidad, después de Dios, que debía ser respetada. Por eso se tenía claro porque sin la primera, la Justicia, la segunda, la Libertad, no podía ni tener voz. Así lo hizo la francesa, y hasta la propia revolución marxista en Rusia gritaba estas palabras: que en boca marxista ya son ganas de gritar…
Y se podía acudir, porque significaban algo. Algo OBJETIVO, fuera de las manipulaciones personales o colectivas. Por tanto, eran términos que TODOS entendían de la misma manera, y eran palabras con una carga semántica común para todos, por encima de todos, y en todas las ocasiones.
La JUSTICIA era hacer LO JUSTO. En el caso de los gobiernos, GOBERNAR JUSTAMENTE. Y eso quería decir, gobernar según Dios, porque “solo Dios es Justo", Porque “solo Dios es Bueno". Era el mundo CRISTIANO que pretendía organizarse, personal y colectivamente, para vivir según Dios: con las luces y las sombras de toda obra humana, que esto no es el Cielo.
Ahora, en el mundo político y sus gobiernos, solo hay SOMBRAS, OSCURIDAD y MUERTE. O sea, INJUSTICIA y MALDAD. En definitiva: PECADO.
Y si antes, en esas condiciones, la obediencia era también LO JUSTO, ahora ya no: la Iglesia no se corta un pelo, en defensa de los más débiles y de los más ofendidos por los abusos del Poder, para señalar como “deber de conciencia” la resistencia y la desobediencia a las leyes INJUSTAS: las que actúan -van- contra los mandatos de Dios y contra la persona. Es decir, contra la Ley Natural y contra toda Moral; en consecuencia, contra el propio hombre.
Por estas dos razones son OFENSIVAS, y hay que DEFENDERSE con toda LEGITIMIDAD MORAL.
“Una banda de ladrones” o de “criminales” siempre son, de entrada un pequeño grupo, nunca una MAYORÏA. Y actúan siempre en beneficio propio. Un “beneficio” que se construye CONTRA el BIEN de los DEMÁS. Si roban, por ejemplo, a alguien se lo quitan: nunca lo ponen de sus bolsillos, porque ya no sería robar. Y si matan, no es porque se suiciden: siempre “suicidan” a los demás.
En las democracias liberales occidentales -con la “casta"-, o en los regímenes marxistas -con el Partido y la “nomenklatura"-, o en los regímenes dictatoriales bananeros -con los “listillos” de turno, civiles y militares- solo se gobierna para ELLOS: la “casta", la “nomenklatura", o los “listillos": o sea, para el “grupito": “la banda de ladrones".
Y solo y siempre se ejercita “en beneficio propio": contra el BIEN COMÚN necesariamente. Es decir: el ejercicio del poder, del que se creen fuente y raíz -lo DEMOCRÁTICO es una mera pantomima para el que, a estas alturas, aún se quiera dejar engañar: gente que existe, no se crean-, es cien por cien INJUSTO, porque “los demás” solo están para ser “utilizados” -usar y tirar-, que es la más brutal injusticia.
Pero lo que no podía sospechar siquiera san Agustín, porque en su tiempo ni existía, era que “la banda de ladrones", en una nueva vuelta de tuerca -más criminal aún-, se iba a convertir en una pura y dura MAFIA. Que esto son, pues en esto han quedado, los gobiernos occidentales; o sea, las democracias liberales.
De ahí que el sistema ha devenido, única y exclusivamente, en MENTIRA, DELITO y CORRUPCIÓN: no hay otra cosa, y acualqueir método vale. De este modo, la mentira, el delito y la corrupción ES el SISTEMA. Un sistema cerrado en sí mismo y que no pretende ser otra cosa. Porque, con los presupuestos en los que se apoya, no puede salir otra cosa.
Lo que están haciendo, gobierno y ¿oposición? en este último mes es de juzgado de guerdia…, si aún hubiera juzgados que no estuviesen vendidos y no participasen del sistema. Que lo dudo: están por la “ensoñación", y no se han despertado
Es el bucle final que culmina el “como si Dios no existiese”: si no existe Dios, solo existe el poder del hombre enfermo de mentira, corrupción, falsedad y muerte. Los nombres de los que nos gobiernan, y que pueblan este horizonte, los pueden completar ustedes.
A mí me coge demasiado asqueado.
PD. La Iglesia, la auténtica, la de siempre, la que salió de las manos de Cristo y quiere seguir en esas manos, NUNCA ha tenido miedo de llamar a las cosas por su nombre, recordar la doctrina, velar por la buena marcha de las cosas y prevenir a todo hombre, en general; y, si falta hacía, en particular también; y siempre PUBLICAMENTE. Todo en orden a formar las conciencias y ordenar las vidas de las gentes conforme a Dios. La Iglesia Católica ni calla, ni se esconde, ni se desvirtúa.
Las palabras de san Agustín que hemos recogido en el titulo son un botón de muestra, de los infinitos que se podrían aportar.
MUCHA GENTE LLAMA O HAY QUE MANTENER EL CONTACTO CON LA GENTE QUE LO NECESITA. ME HE CONVERTIDO EN UN TELETRABAJADOR
UNA DE LAS TAREAS QUE MÁS SE HA COMPLICADO EN LAS ACTUALES CIRCUNSTANCIAS ES LA ATENCIÓN DE CÁRITAS
HAY QUIEN ESTÁ PASANDO HAMBRE Y NO LES PODEMOS ABANDONAR
El 26 de marzo del año del Gran Jubileo de 1950, Domingo de la Pasión (V de cuaresma), se celebró un día mundial de la Penitencia. Pío XII bajó a San Pedro, que acogió para la ocasión el crucifijo milagroso de San Marcello (el que escapó de la peste de 1522) con el cual también el Papa Francisco rezó el viernes pasado y le ofreció el Sagrado Sacrificio de la Misa. En la ocasión, también dio la siguiente homilía:
La devoción espontánea y ardiente, amados hijos e hijas, con que habéis venido aquí prontamente en este día de penitencia, no pudo interpretar mejor nuestras intenciones, ni cumplir con Nuestra mayor satisfacción el deseo de Nuestro corazón, confiado a ustedes desde la víspera de la apertura de la Puerta santa, cuando os exhortamos a dar vida e impulso en este año jubilar a un ferviente movimiento espiritual de expiación.
En este domingo, la Iglesia comienza el tiempo sagrado de la Pasión, y con la tristeza de sus ritos, da vida ante los ojos y las almas de los fieles, el drama del divino Expiador de los pecados humanos: Jesucristo Nuestro Señor.
Este día mundial de la penitencia responde a las necesidades más urgentes de la sociedad en la que vivimos.
Al ojo iluminado por la fe, como a la mirada de todo honesto, a quien apoya la conciencia natural no oscurecida por prejuicios y engaños, mientras enciende en su claridad inquebrantable esa ley que fomenta el bien y se revierte del mal, que precede y domina a todos códigos de la tierra y es una en todos los pueblos y en todas las edades, que es la norma de cada acción humana y la base de cada consorcio civil (cf. Cic. De legibus 1. 2 c. 4); a ese ojo no puede escapar el espectáculo miserable de un mundo en decadencia debido a la ruina, en él forjada, de las estructuras morales fundamentales de la vida.
Extranjeros de cualquier pesimismo injustificado, que contrasta con la misma esperanza cristiana, más bien hijos de nuestro tiempo, no vinculados por una nostalgia irracional a edades que fueron, Nos no podemos sin embargo, no detectar la creciente ola de culpas públicas y privadas, que tratan de sumergir las almas en el barro y subvertir todos los ordenamientos sociales sanos.
Como cada tiempo tiene su propia impronta que sella sus obras, así nuestra época en su propia culpa se distingue por marcas, que los siglos pasados tal vez nunca vieron juntas por igual.
El primer y más grave estigma es la conciencia, que hace inexcusable el ultraje a la ley divina. En el grado de luz y de vida intelectual, difundido, como nunca antes, en las diversas clases sociales, para alterar la civilización moderna; en el sentido más vivo y celoso de la dignidad personal y de la libertad interior del espíritu, en la que se glorifica la conciencia de hoy; la posibilidad o presunción de ignorancia de las normas que regulan las relaciones de las criaturas entre ellas y con el Creador ya no debería encontrar un lugar, ni, por lo tanto, la excusa fundada en ella para aliviar la culpa. Lo cual, extendiéndose en una casi universalidad de decadencia moral, también ha contaminado áreas que alguna vez fueron tradicionalmente inmunes, como el campo y la tierna infancia.
Una serie de publicaciones desvergonzadas y criminales preparan a los vicios y a los delitos los medios más vergonzosos de seducción y engaño. Velando la ignominia y la fealdad del mal bajo la guirnalda de la estética, del arte, de la gracia efímera y engañosa, del falso coraje; es decir, consintiéndose sin restricciones a la avaricia mórbida de las sensaciones violentas y las nuevas experiencias de libertinaje; la exaltación de la mala costumbre llegó a aparecer claramente en público e insertarse en el ritmo de la vida económica y social de las personas, convirtiendo las plagas más dolorosas, las debilidades más miserables de la humanidad, en objeto de una industria lucrativa.
Incluso en las manifestaciones más bajas de este declive moral, a veces uno se atreve a buscar una justificación teórica, apelando a un humanismo de lazos dudosos o a una pena, que consiente la culpa para engañar y desviar a las almas más fácilmente.
Falso humanismo y compasión anticristiana, que terminan subvirtiendo la jerarquía de valores morales y mitigando el sentido del pecado hasta tal punto que lo confunde, presentándolo como una expansión normal de las facultades del hombre y casi como un enriquecimiento de su propia personalidad. Es crimen de lesa sociedad la ciudadanía dada al delito con el pretexto de humanitarismo o de tolerancia civil, de la capacidad humana natural de deserción, cuando todo se permite que funcione o peor, se pone en acción para excitar intencionalmente las pasiones, para aflojar cada freno que emana de un elemental respeto de la moral pública o del público decoro, para retratar en los colores más seductores la violación del vínculo matrimonial, la rebelión contra las autoridades públicas, el suicidio o la supresión de la vida de los demás.
Sin duda Nos reconocemos con un corazón lleno de tierna compasión la fragilidad de la naturaleza humana, particularmente en las condiciones históricas actuales; reconocemos que la miseria, el abandono y la promiscuidad de las personas que viven en barrios marginales son una de las causas graves de la inmoralidad; pero la voluntad libre y dominante de sus actos siempre es propia del hombre, propio del hombre la ayuda sobrenatural de la gracia que Dios nunca niega a quienes la invocan con confianza.
Y ahora medíos, si el ojo y el espíritu os sostienen, con la humildad de aquellos que quizás deben reconocerse en parte como responsables, el número, la gravedad, la frecuencia de los pecados en el mundo. Obra propia del hombre, el pecado empapa la tierra y contamina la obra de Dios como una mancha inmunda. Pensad en las innumerables faltas privadas y públicas, ocultas y evidentes; en los pecados contra Dios y su Iglesia; contra sí mismos, en alma y cuerpo; contra el prójimo, particularmente contra las criaturas más humildes e indefensas; finalmente en los pecados contra la familia y la sociedad humana. Algunos de ellos son tan desconocidos y atroces que se necesitan nuevas palabras para indicarlos. Sopesad su gravedad: de aquellos cometidos por mera ligereza y de aquellos que son premeditados y perpetrados con frialdad, de aquellos que arruinan una sola vida o que, en cambio, se multiplican en cadenas de iniquidad hasta convertirse en maldad de siglos o crímenes contra naciones enteras. Comparad, a la luz penetrante de la fe, esta inmensa acumulación de bajeza y cobardía con la brillante santidad de Dios, con la nobleza del fin para el cual fue creado el hombre, con los ideales cristianos, por los cuales el Redentor sufrió dolores y muerte; y luego decid si la justicia divina todavía puede tolerar esta deformación de su imagen y sus diseños, tanto abuso de sus dones, tanto desprecio por su voluntad y, sobre todo, tanta burla por la sangre inocente de su Hijo.
Vicario de ese Jesús, que derramó hasta la última gota de su sangre para reconciliar a los hombres con el Padre celestial, Cabeza visible de esa Iglesia, que es su Cuerpo místico para la salvación y santificación de las almas, Nos os exhortamos a sentimientos y obras de penitencia, para que vosotros y todos Nuestros hijos e hijas en todo el mundo puedan llevar a cabo el primer paso hacia la rehabilitación moral efectiva de la humanidad. Con todo el ardor de Nuestro corazón paterno, os pedimos el arrepentimiento sincero de los pecados pasados, la detestación total del pecado, la firme intención del arrepentimiento; os suplicamos que os aseguréis el perdón divino a través del sacramento de la confesión y el testimonio del amor del divino Redentor; Finalmente, os rogamos que aliviéis la deuda de las penas temporales debidas a vuestras culpas con las obras multiformes de satisfacción: oraciones, limosnas, ayunos, mortificaciones, de las cuales el presente Año Santo ofrece una oportunidad e invitación fáciles. De esta manera, el alma vuelve a los brazos del Padre celestial, se levanta en la gracia santificante, se restaura en el orden y el amor, se reconcilia con la justicia divina; es el gran retorno de la humanidad rebelde a las leyes de Dios y de la Iglesia, que hemos suspirado en Nuestra expectativa llena de confianza y esperanza y que apresuramos con Nuestros deseos, con los gemidos de Nuestro corazón, con Nuestras oraciones, con Nuestros sacrificios, con el dispensar ampliamente el inagotable tesoro espiritual de la Iglesia, encomendado a Nuestro cuidado. No temáis por la serena alegría de vuestra vida, como si la invitación a la penitencia quisiera extenderos un velo de tristeza sombría. La negación de uno mismo está muy lejos de ello, de hecho, es una condición indispensable de la alegría íntima, destinada por Dios a sus siervos aquí abajo. Y Nos con la misma ansiedad y preocupación, que Nos quema el corazón para vuestra corrección, no dudamos en exhortaros con el Apóstol San Pablo: estad siempre alegres en el Señor: «Gaudete in Domino sempre; iterum dico, gaudete “(Fil. 4, 4) “Gozaos siempre en el Señor, os lo repito Gozaos”.
Con este espíritu, a menudo Nos hemos alzado nuestra voz a favor de los pobres y oprimidos por condiciones económicas injustas, miserablemente privados incluso de las cosas más necesarias para la vida, invocando y promoviendo una justicia más efectiva. Pero en la visión cristiana de una sociedad donde la riqueza sea mejor distribuida, encuentran siempre lugar, la renuncia, la privación, el sufrimiento, una herencia inevitable pero fructífera aquí abajo. Y el disfrute más intenso, que valga la pena probar o desear un corazón en la tierra, será y siempre debe ser superado por la esperanza del futuro y la felicidad perfecta: “spe gaudentes” (Rom. 12, 12). Sustituid, en vez, la concepción materialista del mundo, en la cual el bienestar se sueña perfecto y cumplido en la tierra, como un término y propósito de vida adecuados, y veréis que la aspiración a la justicia a menudo se convierte en un egoísmo ciego y la consecuente facilidad para una carrera hacia el hedonismo.
Ahora, precisamente, el hedonismo, es decir, la búsqueda frenética de todo disfrute terrenal, el exasperado esfuerzo por conquistar aquí abajo y a toda costa toda la felicidad, el escape, como del mayor desastre, del dolor, la liberación de cualquier deber penoso; Todo esto hace que la vida sea triste y casi insoportable, porque profundiza un vacío mortal alrededor del espíritu. Nada más indica la multiplicación actual de gestos insanos de rebelión contra la vida y su Autor, porque con una afirmación anticristiana queremos excluir todo tipo de sufrimiento.
¡Saber soportar la vida! Es la primera penitencia de todo cristiano, la primera condición y el primer medio de santidad y santificación. Con esa dócil resignación propia de quienes creen en un Dios justo y bueno, y en Jesucristo, maestro y guía de corazones, abraza con valentía la cruz diaria, a menudo dura. Al llevarla con Jesús su peso se vuelve ligero.
Pero las condiciones particularmente serias de la hora actual instan a los cristianos, si alguna vez en el pasado, especialmente hoy, a llevar a cabo lo que falta en la pasión de Cristo (cf. Col. 1:24), no solo por el deseo de reparar siempre mejor lo malo y para dar un signo más cierto y prueba más segura de la sinceridad de su regreso, sino también para contribuir a la salvación de todos los redimidos.
Con este fin, todos los cristianos, penitentes e inocentes, hermanados en la intención y el trabajo de una sana expiación, se unan al supremo Pastor de las almas y a su único Salvador Jesucristo, el Cordero del sacrificio, que quita los pecados del mundo. Él está allí, en nuestros altares, renovando el sacrificio del Gólgota cada hora. Junto con él y en virtud de su gracia, se moviliza en esta santa jornada el ejército de las almas trasplantadas en la inmensa Iglesia de Dios, los sufrimientos, aceptados con cristiana y voluntariosa resignación o elegidos libre y generosamente, restaurarán un rostro cristiano a la humanidad caída y serán en la balanza de la justicia divina un contrapeso salvador a los crímenes humanos.
Sí, oh Jesús crucificado, que habéis divinizado la naturaleza humana, asumiéndola vos mismo, que, después de haber predicado la justicia, la caridad, la bondad, después de hacer que los ricos y poderosos sean la fuerza de los pobres y los débiles, habéis con vuestra pasión y muerte dado la salud y la salvación al género humano, dirigid vuestra mirada amorosa sobre este pueblo, que, unido a los fieles de todo el mundo, se postra a vuestros pies en un espíritu de penitencia e invoca de vos el perdón, incluso para tantas personas infelices que deliberadamente quisieran descoronaros y profanaros en el mezquino orgullo de su inteligencia y en la estéril voluptuosidad de su carne. Oh Señor, sálvanos, para que no perezcamos. Pisad las olas en el agitado mar de nuestra alma, sed nuestro compañero en la vida y la muerte, nuestro juez misericordioso. Los rayos de los castigos merecidos den paso a una nueva y amplia efusión de tu misericordia sobre la humanidad redimida. Extinguid los odios; encended el amor disipad con el poderoso aliento de vuestro Espíritu los pensamientos y deseos de dominación, destrucción y guerra. Conceded el pan a los pequeños, a las personas sin techo, el hogar, a los desempleados, el trabajo, la armonía a las naciones, la paz al mundo, a todos el premio de la felicidad eterna. Así sea.