Hoy por la mañana un entierro, después misa parroquial. Tras la misa, un bautizo. Después otra misa y confesiones. Así es la vida cotidiana de tantos párrocos los domingos. Eso sí, el sol caía sobre el cementerio como el Martillo de Thor, como una especie de rayo laser que abrasase toda vida a su paso.
Por la tarde me he ido a hacer la oración a la catedral. Se me caía la cabeza de sueño. Resulta que son las ferías de Alcalá. La música en la calle no ha acabado hasta las 4.00 de la mañana, momento en que me he dormido en medio de un calor agobiante.
Antes de cenar me he ido a pasear por la feria de Alcalá. Nos hemos quedado fascinados ante varios aparatos que elevaban al personal a alturas terribles para lanzarlos hacia abajo dando todo tipo de volteretas en el aire. Había todos los aparatos posibles que pudieran hacer giros en las alturas.
Después me he tomado un churro con crema dentro. Sea dicho de paso, hoy he predicado del infierno. Ése era el tema del evangelio leído hoy. Una vez al año siempre predico del infierno. Predico sobre ese tema con ganas, con sentimiento. Lo hago siempre en un estilo muy decimonónico. Qué digo decimonónico, medieval, totalmente medieval.
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