2013





Comenzamos el año nuevo celebrando la fiesta de santa María, Madre de Dios, de la que hablamos aquí. Hoy les propongo una poesía de Gómez Manrique (s. XV).



Te adoro, rey del cielo,

verdadero Dios y Hombre;

adoro tu santo nombre,

mi salvación y consuelo.

Te adoro, hijo y padre,

a quien sin dolor parí,

porque quisiste de mí

hacer, de sierva, tu madre.



Bien podré decir aquí

aquel salmo glorïoso,

que dije, hijo precioso,

cuando yo te concebí:

Que mi ánima engrandece

a ti solo, mi Señor,

y en ti, mi Salvador,

mi espíritu florece.



Mas este, mi gran placer

en dolor será tornado,

pues tú eres envïado

para muerte padecer

por salvar los pecadores,

en la cual yo pasaré,

no menguándome la fe,

innumerables dolores.



Pero mi precioso prez,

hijo mío muy querido,

dame tu claro sentido

para tratar tu niñez

con debida reverencia,

y para que tu pasión

mi femenil corazón

sufra con mucha paciencia.

Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2013 de este blog.



Aquí hay un extracto:



La sala de conciertos de la Ópera de Sydney contiene 2.700 personas. Este blog ha sido visto cerca de 9.400 veces en 2013. Si fuera un concierto en el Sydney Opera House, se se necesitarían alrededor de 3 presentaciones con entradas agotadas para que todos lo vean.



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EL CONCILIO DE TRENTO: TAN FUNDAMENTAL COMO POCO RECORDADO (I)


RODOLFO VARGAS RUBIO


Se acaban de cumplir 450 años de la clausura del Concilio de Trento, XIX de los Ecuménicos, el más decisivo desde el de Nicea en 325 y, desde luego, el más importante de la Historia de la Iglesia desde el punto de vista dogmático, teológico y disciplinar. La efeméride, sin embargo, ha pasado sin pena ni gloria en medio de la euforia mediática que todavía inspira el sorprendente pontificado del papa Francisco y desdibujada por los fastos del cincuentenario del Vaticano II, el “súper-concilio” mitificado en amplísimos sectores eclesiales. Entiéndasenos bien: no discutimos la trascendencia de esta magna asamblea llevada adelante por el beato Juan XXIII y el venerable Pablo VI, pero sí creemos que es necesario redimensionarla de acuerdo con su naturaleza eminentemente pastoral y en la perspectiva de la continuidad con la tradición marcada por los veinte concilios anteriores (como por otra parte han puesto de manifiesto los papas Benedicto XVI y Francisco). Si se nos permite la comparación, en Trento la Iglesia tuvo que reconstruirse y dotarse de una fuerte estructura que le permitiera seguir en pie con renovada solidez tras el terremoto de la revolución protestante; en el Vaticano II se trataba más bien de un remozamiento impuesto por el paso del tiempo, el cual exigía quizás el sacrificio de algún elemento arquitectónico (incluso valioso), pero no tocaba la estructura. Pero entremos en materia.


Situación de la Iglesia antes de Trento


Cierto es que a la contestación radical de la Iglesia de Roma por parte de los novadores del siglo XVI dio pábulo un estado de cosas nada lisonjero: papas mundanos, clero aseglarado, abuso de lo sagrado, superstición popular y un largo etcétera. Pero tampoco hay que cargar demasiado las tintas: no todo el panorama era tan sombrío. La santidad sabía abrirse paso y la Iglesia nunca dejó de ser el auxilio de los necesitados y el consuelo de los afligidos. Su gran red de beneficencia resistió los más duros embates y a las más sangrantes contradicciones. Los antecedentes de esta grave crisis hay que buscarlos en el “otoño de la Edad Media” (como lo llamó Huizinga), en la desorganización de un mundo tenido por acabado y perfecto, en el que cada cosa tenía su lugar según una jerarquía rigurosa e inmutable. La ruina de la supremacía papal medieval (abatida por la Francia de Felipe el Hermoso, precursora de los Estados-nación) redujo al Romano Pontífice a la condición de uno de tantos príncipes italianos, más preocupado por la política temporal que por el interés general de la Cristiandad; el Cisma de Occidente –que enfrentó hasta a tres papas simultáneos– favoreció el conciliarismo y las tesis que ponían en tela de juicio la autoridad primada del Vicario de Cristo; la decadencia de la Escolástica (convertida en un vano debatir académico) desvalorizó la teología; la Peste Negra diezmó también gravemente al clero tanto secular como regular, cuyos efectivos fueron reemplazados en muchos casos por gente sin vocación; el temor de las muchedumbres al espectáculo de la terrible mortandad fomentó el fanatismo supersticioso, pero también el desenfreno y la licencia en un afán por capturar el momento fugaz de los goces terrenales.


Conatos de reforma


A este estado de cosas se intentó responder de dos modos bien distintos. Hubo por un lado la tendencia subversiva, de aquellos que pretendían el cambio mediante una ruptura con la autoridad de la Iglesia. Los ejemplos más célebres son quizás los de John Wyclif y los lolardos en Inglaterra y el de Juan Hus, Jerónimo de Praga y sus secuaces en Bohemia. Se los puede considerar como los herederos del espíritu contestatario de los joaquinistas (seguidores de las enseñanzas del abad Joaquín de Fiore), dulcinistas o hermanos apostólicos (fundados por fray Docino de Novara) y fraticelli o espirituales (opuestos al papa Juan XXII), así como directos antecesores de la revolución protestante, cuyas doctrinas heréticas se encuentran ya en ellos. La otra tendencia reformista fue la ortodoxa, representada principalmente por los Hermanos de la Vida Común, fundados en Deventer (Holanda) por Gerard de Groot e impulsores de la llamada devotio moderna, una religiosidad basada en las Sagradas Escrituras y los Santos Padres (con lo que anticiparon el Humanismo) y depurada de elementos supersticiosos. También algunos obispos, como san Antonino de Florencia, se mostraron activos en este sentido, pero se trataba de esfuerzos aislados.



Los proyectos de reforma papales


Pero para que la reforma en la Iglesia fuera verdaderamente efectiva no podía tratarse de un movimiento marginal o minoritario: debía ser actuada in capite et in membris. Los papas del siglo XV, tras la crisis del Cisma de Occidente, tomaron algunas iniciativas al respecto, movidos por el temor a que el conciliarismo (que propugnaba la superioridad de la autoridad de los concilios sobre la de los Romanos Pontífices) tomara la delantera y prevaleciera. Ya Martín V (1417-1431), tras el Concilio de Constanza, había creado comisiones cardenalicias al efecto, cuyas propuestas de reforma se ejecutarían por autoridad papal, pero no pasaron de proyectos. Eugenio IV (1431-1447) no pudo ocuparse de la reforma general, concentrado como estuvo en la marcha del concilio de Basilea (trasladado tras su rebelión sucesivamente a Ferrara y Florencia) para la unión con los orientales y en la lucha contra el conciliarismo; sin embargo, favoreció cuanto pudo la reforma de los regulares, especialmente la de los agustinos, franciscanos y dominicos. Hacia 1450, bajo el papa humanista Nicolás V (1447-1555), el cardenal Domenico Capranica elaboró un autorizado y ambicioso memorial de reforma bajo el título de Advisamenta super reformatione Papae et Romanae Curiae, en el cual se anticipaban muchas de las decisiones del concilio tridentino. A éste siguió en 1458 el tratado De reformatione romanae curiae, redactado por encargo de Pío II (1458-1464) por Domenico de’ Domenichi, en el cual se ataca la acumulación de beneficios y la vida fastuosa y ansia de riquezas de los cardenales y prelados de curia. Un año más tarde, el sapientísimo cardenal Nicolás de Cusa trazaba –también por encargo de Pío II– un proyecto de reforma general de toda la Iglesia (Reformatio generalis), basado en el principio de la imitación de Cristo. En base a las propuesto de Domenichi y el Cusano, el papa Piccolomini redactó la bula Pastor aeternus para llevarlas a cabo, pero su partida a la cruzada y su muerte en Ancona, a punto de embarcar contra el turco, hicieron de ella letra muerta. Sixto IV (1471-1484) no llegó a publicar ninguna de las bulas de reforma que concibió.


Alejandro VI y Savonarola


Especialmente interesante es el intento de reforma de Alejandro VI (1492-1503). Profundamente conmovido por el asesinato de su hijo predilecto Juan, duque de Gandía, el 14 de junio de 1497 en el ghetto de Roma y considerando este luctuoso suceso como un castigo divino, se propuso seriamente la enmienda personal y la reforma general de la Iglesia in capite et in membris y convocó un consistorio, creando en él una comisión conformada por los cardenales Oliviero Carafa, Jorge Costa, Antoniotto Pallavicini, Giovanni di San Giorgio, Francesco Piccolomini y Raffaele Riario. Ésta, tras intensos trabajos, elaboró el programa reformista más completo del siglo XV. El proyecto estaba muy bien articulado, pero la amplitud y la complejidad de los temas hicieron patente la necesidad de un concilio que lo llevase a cabo. El incierto panorama político e internacional, así como el peligro de dar pábulo al conciliarismo (Carlos VIII de Francia había apelado al concilio contra el pontífice valenciano), desaconsejaron su convocatoria y el papa Borgia sólo actuó mínimas reformas. Por esa misma época, Girolamo Savonarola predicaba en Florencia la renovación del cristianismo, indicando como modelo ideal el de la Iglesia primitiva y como modelo negativo el de Alejandro VI. Pero el dominico iba más allá y sostenía la necesidad de que tal renovación fuera de toda la sociedad civil y no sólo de la Iglesia, de los modos de vida y de gobierno y particularmente de Florencia, que debía constituirse como ejemplo para toda la Cristiandad. Savonarola había capitaneado la expulsión de los Médicis de la capital del Arno en 1494 instaurando en ella una férrea dictadura puritana, que, en muchos aspectos, se puede considerar como precursora de la dictadura calvinista sobre Ginebra. A pesar de las continuas admoniciones papales, se fue precipitando en el extremismo y acabó enajenándose la voluntad de la Señoría florentina. Su apelación al concilio en marzo de 1498 para juzgar a Alejandro VI le valió la excomunión, circunstancia que fue aprovechada por el poder político para deshacerse del fanático fraile.


El concilio V de Letrán


Al sucesor de Rodrigo Borgia, Pío III (1503), no le dio tiempo de ocuparse de la reforma debido a la extrema brevedad de su pontificado, pero fue bajo Julio II (1503-1513) cuando finalmente se reunió un concilio en el que debía tratarse de ella. Ya antes de ser elegido, Giuliano della Rovere había prometido su convocatoria, pero su lucha por la recuperación de los Estados Pontificios (iniciada por César Borgia) y las complicaciones políticas con Francia la retrasaron. Luis XII favoreció la reunión de un concilio en Pisa en 1511, durante el cual, cobrando vigor el conciliarismo, se suspendió a Julio II. Éste respondió convocando un concilio con carácter ecuménico (el XVIII) en el palacio de Letrán (el quinto que tuvo lugar allí) el 19 de abril de 1512. Mientras el conciliábulo pisano (trasladado en el ínterin a Milán) languidecía, el lateranense progresaba y se prolongó más allá de la muerte de Julio II, siendo continuado por su sucesor León X (1513-1521). El 5 de mayo de 1514, el papa Médicis publicó la bula de reforma, en la que quedó promulgada la reforma eclesiástica propuesta por los padres conciliares. El problema es que los problemas fueron abordados sólo parcialmente y la medida fue prácticamente inoperante.


El holandés Adriano VI (1522-1523), que había sido inquisidor y regente en España y traía de allí la experiencia de la reforma del cardenal Cisneros, se propuso llevar a cabo en profundidad la de la Iglesia universal y no tardó en adoptar medidas que chocaron profundamente en la Curia Romana. No obstante, no le dio tiempo a desarrollarla al fallecer prematuramente (para regocijo, hay que decir, de los renuentes curiales). Clemente VII (1523-1534), otro Médicis en el sacro solio, fue incapaz de acometerla, abrumado como se vio por la rivalidad de Carlos V y Francisco I de Francia y el desafío de Enrique VIII a su autoridad (que desembocó en el cisma de la Iglesia de Inglaterra). Para entonces, ya estaba en pleno curso la revolución de Lutero, comenzada en 1517 y a la que León X había respondido tan tardía cuanto inútilmente mediante la bula de condenaciónde los errores luteranos Exsurge Domine (1520) y la posterior de excomunión (1521).


La reforma de Cisneros en España


Antes se ha mencionado la reforma eclesiástica llevada a cabo por el cardenal Francisco Ximénez de Cisneros en la España de los Reyes Católicos, el primer país-nación moderno que logró su unidad en Europa. Isabel I de Castilla había debido atravesar por múltiples vicisitudes antes de conquistar el trono de su medio hermano Enrique IV y en medio de las cuales se había manifestado el gran poder e influencia de los más altos personajes eclesiásticos, convertidos en magnates cuyo apoyo político se había mostrado indispensable y decisivo en muchas ocasiones. La Reina, sincera católica e imbuida de un gran sentido de la monarquía, no podía por menos de deplorar el que los dignatarios eclesiásticos se comportaran más como príncipes temporales que como pastores espirituales, a lo que contribuían las dos plagas más acusadas del episcopado de entonces: la acumulación exorbitante de beneficios y la falta de residencia en la propia circunscripción eclesiástica. Los más importantes prelados acumulaban riquezas ingentes, que les permitían no sólo llevar una vida de inaudito fasto sino también levantar ejércitos, que podían ser dirigidos contra el poder real. El matrimonio de Isabel con Fernando, heredero de Aragón, había sido contraído en circunstancias dudosas, por lo que la real pareja acudió a roma para subsanar los posibles defectos. Roma envió a España al entonces cardenal Rodrigo Borgia, vice-canciller de la Iglesia y legado de sixto IV, llevando la dispensa necesaria para convalidar la unión mediante la sanación en raíz.


En 1492, Isabel I, consolidada en el trono y habiendo logrado la culminación de la Reconquista, tomó al franciscano Francisco Ximénez de Cisneros como confesor, puesto en el cual adquirió gran ascendiente sobre la reina. Como provincial de su orden, emprendió la reforma de los frailes menores. En 1495, fue nombrado para suceder al todopoderoso cardenal Mendoza a la cabeza del arzobispado de Toledo. Desde esta investidura emprendió a fondo la reforma del clero español tanto secular como regular, para lo cual contó con el apoyo de la corona y la anuencia de la Santa Sede. El Humanismo había calado en España (de ahí que se hable de un erasmismo específicamente español); por ello, el ambiente era propicio para acometer la elevación cultural e intelectual de los clérigos. El renacimiento religioso impulsado por Cisneros, y apoyado por hombres como Hernando de Talavera, arzobispo de Granada, produjo resultados profundos y permanentes. Permitió la vuelta a la observancia de las órdenes religiosas y la renovación del alto clero en España hasta el punto que en los años cruciales de la reforma protestante, la jerarquía religiosa y los teólogos religiosos españoles pudieron desempeñar un papel de primera magnitud en el concilio de Trento.




Flickr: Elvis Herrera



Nueva primavera en el almanaque.

Nueva primavera en las vidas.

Celebramos su nacimiento con uvas y champagne.

Celebramos su nacimiento escuchando el último toque del reloj.

Que hasta el alma se pone nueva.

Que hasta los abrazos nos estrechan.

Que hasta los cohetes lo celebran en el aire.


Y yo brindo su nacimiento con mis mejores deseos:

Que la esperanza renazca en cada corazón.

Que la esperanza no muera en ningún hogar.

Que la esperanza renueve cada pareja.

Que la esperanza ilusione a los jóvenes.

Que la esperanza nos anime a todos.

Que cada niño tenga su hogar.

Que cada niño pueda jugar feliz en la calle.

Que cada niño pueda llamar a su padre por su nombre.

Que en cada mesa abunde el pan.

Que en cada mesa abunde la alegría.

Que en el mundo los hombres se entiendan.

Que en vez de gastar en armas,

lo hagamos en pan, en agua y en vestido.

Que los ancianos estén menos solos.

Que los ancianos también puedan sonreír.

Que todo el año sigas siendo nuevo.

Que te haga viejo el calendario y nuevo nuestras vidas.

Que la sonrisa ilumine cada día nuestros labios.

Que la alegría ponga música a nuestros corazones.

Que la ilusión sea más grande que nuestros fracasos.

Sonreír cada mañana.

Soñar cada despertar.

Mirar lejos cada día.

Pensar que mañana será mejor.

Pensar que mañana saldrá el sol.

Pensar que cada día somos más hermanos.

Pensar que cada día podemos regalarnos una sonrisa.


Clemente Sobrado C. P.




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Y, amigos: llegamos al final del año.

Trescientos y pico de días corriendo como la corriente de un río.

Siempre igual y siempre diferente.

Permítanme un saludo y reflexión.



Flickr: Lawrence OP



El taller estaba en silencio.

Se había callado el martillo.

Se habían callado los clavos.

Guardaba silencio la sierra.

En silencio estaba la madera.

Callaba la garlopa.

Dormían los troncos, en el silencio.


En la casa de José y de María todo era silencio.

Pero el silencio era palabra.

Los dos caminaban en silencio.

Y los dos entendían el silencio.

Los dos silencios abrazados en el silencio.


En silencio estaba la Palabra.

Dormida en seno virginal.

En silencio estaba la Madre,

mientras el corazón escuchaba.

En silencio estaban los dos:

la virginidad de la Palabra

y la virginidad de la Madre.


No eran días ya para hacer preguntas.

No eran días para buscar respuestas.

Eran días de misterio.

Y el misterio no pregunta.

El misterio no responde.

Al misterio se le escucha.

Al misterio se le adora.

Al misterio se le guarda en el silencio del corazón oyente.

Pues solo el corazón sabe de misterios.

Como solo el misterio entiende de corazones.


De misterio, de Palabra y de silencio,

llena estaba la casa.

Todos juntos caminaban de puntillas,

por no romper la calma.

Que bastaba la mirada, aún sin decirse nada,

y todos se hablaban, en el silencio del alma.


José la miraba. Y no entendía nada.

José la miraba y se le llenaba el alma.

José la miraba y María le miraba,

Y las dos miradas se encontraban,

contemplando aquel vientre maduro,

como quien contempla maduros los trigales,

adormecidas las espigas, al despuntar el alba.


No necesitaban ponerse de rodillas,

porque arrodillada tenían el alma,

uniendo aquellas dos orillas,

la divina y la humana.


En el ambiente se percibía,

como un aletear de alas.

Las de Gabriel, el Arcángel,

anunciándole a María,

Lo de la “llena de gracia”.


¡Feliz Fin de Año!


P. Clemente Sobrado C.P.




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“¡Salve, Madre santa!, Virgen Madre del Rey, que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos!”. Con estas palabras, la Iglesia saluda a María, la Madre de Jesucristo, el Verbo encarnado. Jesús es en verdad hombre, “nacido de una mujer” (Gá 4,4), y es en verdad Dios.


Por su maternidad, María establece una relación única con Dios. Sin dejar de ser criatura, Ella “aventaja con mucho a todas las criaturas del cielo y de la tierra” (Lumen gentium 53). Asimismo, María está singularmente unida a Jesucristo mediante un vínculo materno-filial, personal y permanente.


La maternidad de María es una maternidad virginal: “María es Virgen, porque es Madre, y es Madre, porque Virgen” (M. Ponce). El único origen humano de Jesús es su Madre, que lo concibió virginalmente por el poder del Espíritu Santo. Los Padres de la Iglesia “ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra” (Catecismo 496).


En la maternidad divina encuentran su razón de ser la inmaculada concepción de Nuestra Señora y su asunción en cuerpo y alma al cielo, como participación en la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.


Asociada a la obra de la salvación, María “reunía en su corazón las pruebas de la fe”, comenta San Ambrosio de Milán a propósito de las palabras de San Lucas: “Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). No basta la inteligencia humana para comprender la grandeza del misterio de Cristo; se hace preciso “captar con el corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no logran percibir ni pueden contener” (Benedicto XVI).


El corazón purísimo de la Virgen acoge en la fe las maravillas realizadas por Dios. Ella, que llevó en su seno a Jesucristo, lo llevó en su corazón “con una suerte mayor que cuando lo concibió en la carne”, dice San Agustín. En este camino de fe, María nos sale al encuentro, nos ayuda y nos guía.



El Papa Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, enseñaba que la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, “está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre Santa, por la cual merecimos recibir al Autor de la vida”.


Asimismo, añadía el Papa, es “ocasión propicia para renovar la adoración al recién nacido Príncipe de la paz, para escuchar de nuevo el jubiloso anuncio angélico (cf. Lc 2, 14), para implorar de Dios, por mediación de la Reina de la paz, el don supremo de la paz”.


Un camino que hay que transitar para alcanzar la paz es el respeto a la libertad religiosa. Pidamos, por intercesión de la Virgen, que podamos “escuchar la propia voz interior, para encontrar en Dios referencia segura para la conquista de una auténtica libertad, la fuerza inagotable para orientar el mundo con un espíritu nuevo, capaz de no repetir los errores del pasado” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2011).


Guillermo Juan Morado.


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La explicación del dolor, el porqué de la enfermedad, la incógnita del sufrimiento es una: el amor. // Autor: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma | Fuente: Catholic.net



El dolor es un reloj. Es algo lleno de ingenio que sirve para partir el tiempo en una enormidad de trozos pequeños, muy pequeños. Es algo realmente útil, porque con sus dos agujas divide las horas de alegría y las de abatimiento. El dolor puede ser muy perjudicial, si no se vive bien. El dolor es mágico, porque una hora puede transformarse en sesenta minutos de aflicción o en segundos de dicha.



Examinemos algunos relojes que han dado la hora correctamente. Algunos, al inicio, se retrasaron. Pero después han funcionado con la fidelidad del cuarzo. No podría valorar el precio de estos quilates...



Recuerdo el testimonio del doctor Vallejo-Nágera. Le habían diagnosticado una úlcera de duodeno. Le hicieron volver todos los lunes. Después de una revisión más profunda, le dijeron:-Tienes un cáncer de la cabeza del páncreas-.

-¿Es operable?

-Por la metástasis en el hígado no lo juzgamos conveniente.

-¿Y quimioterapia?

-Lo hemos consultado y no hay ninguna adecuada.

¿Entonces?

-Esto puede durar unos meses... Podrás llevar una vida de cierta actividad en este tiempo.



Días después mandaron el expediente a Houston, para mayor tranquilidad. No había nada que hacer. Juan Antonio continúo su vida normal, pero en otra dimensión. Hacía menos cosas, pero mejor, con más gravedad.



Un periodista y amigo suyo recogió el siguiente testimonio: "Religiosamente estaba un poco descuidado. Tenía una buena formación, pero con una práctica moderada. Y, sin embargo, sin ningún mérito por mi parte. Al oír eso del cáncer me vino instantáneamente una gran serenidad y pensé: Dios mío, muchas gracias, me has mantenido hasta los sesenta y tres años con una vida sumamente agradable; he tenido ocasión de situar a mis hijos; ya está casada la menor; no me queda nada importante en la vida por resolver y has hecho el favor de avisarme".



Otro reloj. Es el caso de "Lolo". ¿Quién sabe si en unos años no lo invocaremos como San Lolo Garrido? Su historia es muy luminosa. A los 22 años, recién terminados sus estudios de magisterio, una enfermedad comenzó a paralizar su cuerpo. Sus días transcurrían en una silla de ruedas. Le entró una fiebre literaria: leía libros y devoraba artículos. Escribió. Cuando se le paralizó la mano derecha, aprendió a escribir con la izquierda. Al perder incluso la sensibilidad en ésta, pidió que la amarraran una pluma a su mano insensible con una cuerdita. Quería seguir escribiendo. Lolo no perdía el buen humor: "Señor, ahí tienes mi pila de revistas. Y si no te valen, que los ángeles las vendan como papel de envolver".






Luego la enfermedad le llegó a los ojos. Al quedar ciego, grababa sus libros. En los últimos 10 años de su vida publicó nueve libros. Su testimonio constituye un canto a la dignidad del dolor y del sufrimiento. Estoy seguro que estas palabras le acompañaron en la cabecera de su lecho de dolor e iluminaban más su alma que las miradas de los visitantes. Estas frases bien valen un marco o una estatua: "¡Señor, líbrame de esta tentación de apreciar el tiempo de la enfermedad como un período estéril y sin valor! Una vida de enfermo no es una vida fracasada. Aceptar mi enfermedad, ofreceros alegremente mi sufrimiento, esto no demanda más que un momento".



La silla de ruedas, la cama. El misterio de encontrarse con uno mismo. El dolor, la enfermedad valen no tanto por lo que quitan, sino por lo que dan.



El dolor es un misterio, como la misma vida de las personas. Nunca lograremos explicarnos totalmente a nosotros mismos, nunca nos comprenderemos. La explicación del dolor, el porqué de la enfermedad, la incógnita del sufrimiento no es una respuesta abstracta. Yo sólo encuentro una: el amor.



No cabe duda de que la enfermedad y el sufrimiento siguen siendo un límite y una prueba para la mente humana, algo así como un tapón para el corazón. Sin embargo, quienes lo han vivido han aumentado su estatura humana.



Todos sufrimos y de muy diversas maneras. La enfermedad y las dolencias se compran en cualquier rincón de nuestro mundo. Uno sufrirá un infarto, otro un cáncer. A alguna la nostalgia y el desaliento le enredarán entre sus telarañas. Los que sigamos, nos haremos viejos. Nos dolerá la espalda, perderemos la memoria... Pero la paz y la vida están seguros. Un Hombre ha roto la piedra del sepulcro y ha dado sentido a la vida. Desde ese momento se han sincronizado todos los "relojes".




Hace ya algo más de un mes ha desparecido un chico de Vigo. Cabe suponer la enorme angustia de sus padres y familiares en esta situación. Como esta página es leída en toda España, e incluso en muchos otros países, incorporo el cartel que se ha distribuido para solicitar la colaboración ciudadana a fin de encontrar a Miguel González Cabaleiro, que así se llama el joven. Muchas gracias.


Guillermo Juan Morado.


Pongo aquí un enlace:


https://www.facebook.com/buscandoMiguel


Todos los que lean este mensaje pueden, además, rezar una oración por él y por su familia. Gracias.



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“Había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una muy anciana; de joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro, no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad natal. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”. (Lc 2,36-40)



Flickr: Julio Carrasco Valenzuela



El nacimiento de Jesús, parece despertar a los ancianos.

Primero fue Zacarías.

Luego Isabel.

Más tarde Simeón.

Y ahora Ana.


Simeón, el de la promesa de que no morirá sin ver al Salvador.

Ana, la profetisa que da gracias a Dios y habla del niño a todos los que aguardan la liberación de Jerusalén.


Es importante no caer en la frustración por algún fracaso que hayamos tenido.

Solo siete años de casada.

¿No es humanamente un fracaso quedarse viuda tan joven?

Y sin embargo tiene el coraje de afrontar nada menos que ochenta y cuatro años viudez.

Y mientras tanto una larga vida no vacía.

Sino una vida de ochenta y cuatro años de servicio en el templo.

Que se ve coronada con el encuentro con el Mesías, al que también ella reconoce.

Y con su montón de años a cuestas todavía puede coronar su vida anunciándolo a cuantos lo esperaban.


Son muchos los que, al primer fracaso, se hunden.

Son muchos los que, al primer fracaso, pierden el sentido de la vida.

Son muchos los que, al primer fracaso, pierden la ilusión de vivir.

Son muchos los que, al primer fracaso, lo ven todo como perdido.


Un fracaso no es toda una vida.

Como el tropiezo en una piedra no es todo el camino.

Al contrario, un fracaso puede ser el comienzo de algo más importante.

Un fracaso puede ser el comienzo de algo nuevo.

Ana se queda viuda casi niña.

Y es ahora que comienza una larga etapa en su vida.

Comienza la etapa del templo, la etapa mística:

de “ayunos y oraciones”,

de contemplación,

de relación con Dios.

Una vida que se ve coronada con la experiencia del Mesías.

Tal vez no debidamente entendido.

Simeón habla de la universalidad: “luz de las naciones”.

En tanto que Ana habla de los que “aguardaban la liberación de Jerusalén”.


Es importante superemos esa mentalidad de la inutilidad de la ancianidad.

Los niños son importantes porque son el futuro.

Pero los ancianos pueden ser los pregoneros de esa novedad.

Es lindo ver a los niños en brazos de un anciano.

Y es maravilloso ver a un anciano anunciando la esperanza que trae un niño.


Señor: bendice hoy a nuestros ancianos.

Señor: bendice hoy a nuestras viudas y viudos.

Señor: bendice a quienes son capaces de esperar toda una vida.

Señor: que sepamos escuchar la palabra de nuestros ancianos.


Clemente Sobrado C. P.




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Como estoy en Cuba, les comparto un video con una preciosa canción de Cuna para el Niño Jesús compuesta por estas partes: "Duerme, duerme, negrito..." La verdad es que la versión original es muy dura. Aquí han conservado la primera parte y han omitido la segunda, que cuenta la dureza de la vida de los afroamericanos en otros tiempos (por desgracia, aún es actual en algunos sitios). Al final pongo un enlace con la versión íntegra, que dice dice así:



Duerme, duerme negrito,

que tu mama está en el campo, negrito...



Duerme, duerme negrito,

que tu mama está en el campo, negrito...



Te va a traer codornices para ti,

te va a traer rica fruta para ti,

te va a traer carne de cerdo para ti.

te va a traer muchas cosas para ti.

Y si negro no se duerme,

viene el diablo blanco

y ¡zas! le come la patita,

¡chacapumba, chacapún…!



Duerme, duerme negrito,

que tu mama está en el campo, negrito...



Trabajando,

trabajando duramente, trabajando sí,

trabajando y no le pagan, trabajando sí,

trabajando y va tosiendo, trabajando sí,

trabajando y va de luto, trabajando sí,

pa'l negrito chiquitito, trabajando sí,

pa'l negrito chiquitito, trabajando sí,

no le pagan sí, va tosiendo sí

va de luto sí, duramente sí.



Duerme, duerme negrito,

que tu mama está en el campo, negrito...



Pueden escuchar aquí la canción entera interpretada por Mercedes Sosa.




Ya he dejado Puerto Rico y ahora me encuentro en Cuba dando algunos cursillos y charlas. Como aquí no dispongo de acceso a internet, dejo las entradas programadas, pero no podré controlar si se publican bien hasta que abandone el país. ¡Feliz año nuevo a todos! Esta "habanera de Cádiz" une la capital de Cuba y la ciudad más al sur de España: Cádiz.

Recemos para que se reconozca el carácter sagrado e inviolable de las familias, pidió el Papa Francisco en el rezo del Ángelus en la Fiesta de la Sagrada Familia, saludando a las reunidas en varias partes del mundo, como en Madrid. Recordando la fuga a Egipto de la Sagrada Familia de Nazaret prófuga, invitó a pensar en el drama de los migrantes y refugiados, víctimas del rechazo y explotación. En los exiliados en sus mismas familias como los ancianos. El anuncio del Evangelio -- reiteró -- pasa por las familias, allí se experimenta ternura, ayuda y perdón recíprocos. La familia es lugar de proyecto, a veces de rechazo o abandono, pero sobre todo donde se elige la vida y la dignidad. Sagrada Familia de ...




Las dueñas de esta casa tienen otro belén en el cuarto de estar de la administración. Como todos los años, está lleno de personajes, de escenas evangélicas y de luces. Es un verdadero Nacimiento de familia numerosa. Dan ganas de sentarse y ponerse a jugar con las figuras.




Hoy, fiesta de la Sagrada Familia, me han invitado a verlo, y yo he sacado esta foto.






El Señor quiso nacer y crecer en el seno de una familia. Nacido de la Virgen María, tuvo a San José como padre, no según la carne, pero sí como educador, amparo y custodio. En conformidad con la lógica de la Encarnación, el Hijo de Dios se hizo hombre sometiéndose a los hombres, al fiel cuidado de San José.


En la Sagrada Familia se ven reflejados los valores que han de estar presentes en la vida de cada familia: el amor de los esposos, la colaboración, el trabajo y el sacrificio, la alegría de compartir la existencia diaria. El que teme al Señor honra a sus padres, nos recuerda el libro del Eclesiástico (cf Si 3,2-14). Todas las realidades humanas, vividas de cara a Dios, asumen así una dimensión nueva que, lejos de anularlas, las lleva a su máxima perfección.


“El horizonte de Dios, el primado dulce y exigente de su voluntad y la perspectiva del cielo al que estamos destinados” es el mensaje que la Sagrada Familia, vinculada de modo singular a la misión del Hijo de Dios, envía a toda familia humana – ha recordado el Papa Benedicto XVI - .


El pasaje evangélico de la huida a Egipto (cf Mt 2,13-23) pone de manifiesto, ya desde el principio, el signo de la persecución que acompaña la vida de Cristo (cf Catecismo 530). Jesús conoce la amenaza de un poder que no respeta a Dios ni, en consecuencia, las leyes de Dios. San Beda comenta, en una de sus homilías, que “muchas veces los buenos se ven obligados a huir de sus hogares por la perversidad de los malos, y aun también condenados al destierro”.


Dos reyes son mencionados en este pasaje: Herodes y, tras la muerte de éste, su hijo Arquelao. Ambos personajes históricos ejemplifican, en buena medida, el abuso del poder, la perversión de la autoridad, el atrevimiento de emplear contra Dios y contra los hombres unas prerrogativas que sólo pueden ejercerse, de modo moralmente legítimo, a favor de la justicia “en el respeto al derecho de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados” (Catecismo, 2237).


Las autoridades civiles tienen una enorme responsabilidad. Ante todo, el poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana. La Iglesia, que comparte con Jesucristo el signo de la persecución, no puede cansarse de abogar “para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente” (Benedicto XVI).



Pidamos al Señor que, por intercesión de la Virgen y de San José, guarde a nuestras familias en su gracia y en su paz verdadera. Con esta plegaria imploramos el favor divino para preservar una realidad insustituible, un bien necesario para los pueblos y un fundamento indispensable para la sociedad.


La pobreza, la inestabilidad social y el influjo negativo de muchas legislaciones civiles dañan también hoy a la familia. Para no ceder al desaliento, se hace precisa la ayuda de Dios y la contemplación de la Sagrada Familia, de la familia de Jesús.


Guillermo Juan Morado.


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EL ENCUENTRO CON JESÚS

Autor : Juan Morado, Guillermo

ISBN : 978-84-9805-681-5

PVP : 9,13 € (s/iva) 9,50(c/iva
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“Los lectores de la ya copiosa bibliografía de meditación orante de Guillermo Juan Morado estamos acostumbrados -y esta es la razón de su excelente acogida- a emplear sus libros como lecturas que ayudan a rezar. Pero en esta ocasión, el lector, creyente o no tanto, aventajado en el camino de la oración o mero curioso, tiene entre sus manos un libro que, además, da cumplida cuenta de lo que promete su gozoso título: el encuentro con Jesús". Estas palabras del prólogo del presente libro resumen lo que el lector encontrará en él: partiendo de las lecturas del ciclo litúrgico dominical, el autor, como ha hecho en otros libros publicados en esta misma colección, nos invita a rezar y, más aún, nos acerca a Jesús. Una invitación que merece la pena aprovechar. Guillermo Juan Morado (Mondariz, Pontevedra, 1966), sacerdote diocesano de Tui-Vigo y doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, es director del Instituto Teológico de Vigo, párroco de la parroquia de San Pablo de la misma ciudad y canónigo del Cabildo de Tui-Vigo.



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