septiembre 2014

22:14

“Mientras iba de camino Jesús y sus discípulos, le dijo uno: “Te seguiré a donde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. A otro le dijo: “Sígueme” “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. Deja que los muertos entierren a sus muertos; tu vete a anunciar el Reino de Dios”. “Te seguiré. Pero déjame primero despedirme de mi familia”. “El que echa la mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”.

(Lc 9,57-62)


Aquí las cosas claras.

Nada de cremas suavizantes.

En una ocasión me vino una religiosa pidiéndome que si tenía alguna chica con signos de vocación, se la enviase a su Congregación. Y comenzó a hacerme una serie de rebajas que guardé silencio por rato. Se le permitía esto y lo otro. Sin mediar palabra, me levante, tal vez fue demasiado duro, y le dije: “Madre, hemos terminado. Aunque tuviese alguna no se la enviaría, porque ustedes rebajan tanto el Evangelio que no vale la pena”.


El seguimiento de Jesús:

no puede ser una falsa ilusión.

no puede ser un falso sueño.

no puede ser un viaje de turismo.


Jesús no quiere seguidores engañados que cuando descubren la realidad se echan atrás.

Seguir a Jesús es saber la verdad del camino.

Seguir a Jesús es ser consciente de que el camino es bello, pero no es fácil.

Seguir a Jesús es conocer esa belleza pero también esas dificultades.


Seguir a Jesús es:

Mirar siempre hacia delante.

Nunca hacia atrás.

Es mirar al futuro.

Nada de quedarnos un pie en el pasado y otro en el futuro.

Es entusiasmarse con la novedad del Evangelio.

Y no quedarnos añorando el pasado.


Por eso Jesús:

No propone la invitación a seguirle por los caminos de lo nuevo.

Pero también nos hace ver las dificultades de lo nuevo.

“Las zorras tienen madrigueras, el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.

Que nadie se imagine una vida cómoda y fácil.

El pasado es algo muerto. “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”.

Seguirle es hacer opción por la vida y los vivos.


El seguimiento de Jesús implica radicalidad.

Radicalidad no es obsesión ni ilusión.

El seguimiento de Jesús requiere pensarlo bien.

Pero Jesús no quiere luego indecisos.

No quiere seguidores que luego se desilusionen.

El seguimiento de Jesús es un “sí sin condiciones”.


Siento pena cuando veo jóvenes llenos de ilusiones y que al poco tiempo, ya no sienten su vocación.

No entiendo que uno pueda ordenarse sacerdote y a los seis meses pida un tiempo de discernimiento.

No entiende que alguien se case a bombo y platillo, a los pocos años “ya no siento nada por ti”. Y se había comprometido “para todos los días de mi vida”.


Está bien que ofrezcamos la belleza del seguimiento.

Pero es necesario ofrecer también las piedras del camino.

El camino del seguimiento debiera ser un camino sin condiciones.

El camino del seguimiento debiera ser un camino sin rebajas.

El camino del seguimiento debiera ser un camino sin retorno.

El camino del seguimiento debiera ser un camino donde tropezamos con frecuencia, pero aún así seguimos cantando.

Los inciertos mejor se quedan.

Los que dudan, mejor siguen donde están.

Solo los que se han enamorado de Jesús y son capaces de dejarlo todo, debieran responder a la llamada.


Clemente Sobrado C. P.




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Este escudo es de una diócesis de Estados Unidos y lo pongo aquí como ejemplo de un óptimo diseño heráldico. Se dice mucho con pocos elementos, y estos organizados de un modo tan equilibrado y bello que para mí es uno de los más bellos escudos eclesiásticos que he visto nunca.


Quiero pedir a los sacerdotes que me lean que aconsejen a los nuevos obispos que los escudos se los diseñen profesionales. Hay gente que sabe mucho, muy erudita en este tema, que sin duda harán esa tarea de forma gratuita.


Diseñar un escudo supone charlar con el interesado (el obispo electo), conocer su personalidad, preguntarle qué quiere expresar, qué quiere comunicar a la gente con su escudo. Lo lógico es darle al interesado varias opciones, conversar con él, ir cambiando el proyecto como fruto del diálogo y la discusión. Cuando se hace así, el resultado es algo como el escudo que he puesto arriba.


Esta tarea la hice una vez en mi vida para un obispo africano. Después de todo mi trabajo e interés, el obispo electo encargó a otra persona algo que le gustaba más. No voy a decir de qué se trataba, pero era el elemento más antiheráldico que uno se hubiera podido imaginar, hasta una cabeza de mono hubiera quedado mejor. Hasta un mono agarrando una cabeza de gallina cortada hubiera quedado mejor. Pero él se sentía más cercano a la gente con esa cosa llenando todo el escudo en un único campo. Pues nada, ya lo decía mi abuela: Más vale un gusto que cien panderos.


Sea dicho de paso, he puesto más sermones:



Post data: El obispo seguro que es muy bueno. Pero su escudo es muy malo. Y un escudo malo no se puede arrepentir. Seguirá siendo malo para siempre y por siempre.



23:05



Mañana se celebra la fiesta de santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, santa Teresa de Lisieux. Con tal motivo les cuento su vida y doctrina en esta entrada de mil palabras.



El mes de octubre comienza con la celebración de la fiesta de santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz (1873-1897), doctora de la Iglesia y patrona de las misiones. La Historia de un alma (su autobiografía) es el libro más traducido y editado en toda la historia de la humanidad, después de la Biblia.



Nació en Alençon (Francia), de Luis Martin y Celia Guérin, un matrimonio ejemplar que hoy está beatificado. Con el cuidado de su familia se orientó al bien desde muy temprana edad. Por eso pudo afirmar: "Desde los tres años no he negado nada a Dios".



Cuando tenía cuatro años, murió su madre. Fue un duro trauma. Su sensibilidad quedó duramente afectada: durante los diez años siguientes se volvió tímida, llorosa, incapaz de relacionarse con los extraños, siempre enfermiza y depresiva.



Su hermana Paulina entró en el Carmelo cuando tenía nueve años. Por entonces se le manifestó una extraña enfermedad: dolores continuos de cabeza, obsesiones, alucinaciones, ataques violentos, dolores y síntomas que no se saben calificar, hasta que una misteriosa sonrisa de la Virgen la curó milagrosamente.



Su hermana María también entró en el Carmelo y se produce una nueva regresión en la niña que, con 13 años, no es capaz de hacerse la cama, ni peinarse, ni ayuda en las tareas de la casa... “Era verdaderamente insoportable”, dirá de sí misma, cargando un poco las tintas.



Todo cambia la noche del 24 de diciembre de 1886. Teresa recibe la gracia de su “conversión” definitiva: “En esta noche santa en la que Dios se hizo débil y pequeño por mi amor, a mí me hizo fuerte y poderosa. Y comencé una carrera de gigante. Desde entonces jamás fui vencida en ningún combate. Entró en mí la caridad, la capacidad de olvidarme de mí misma para agradar a los demás...”



Desde los dos años empezó a sentir la llamada del Señor. A los catorce pidió permiso a su padre, que se lo concedió emocionado. Pero se oponen su tío, el superior del Carmelo, el vicario episcopal... Viaja a Bayeux a suplicar al obispo y a Roma a pedírselo al papa en persona. Finalmente fue recibida en el Carmelo de Lisieux con quince años.



La vida de Teresita en el convento se resume en pocas líneas: Perseverancia en la oración, observancia de la regla, generosidad en los más mínimos detalles, pobreza minuciosa, continua sonrisa en los labios, igualdad de trato con todas. Pero estos datos, ¿no podrían contarse de otras muchas religiosas? ¿Por qué Teresita de Lisieux es la santa más célebre de los tiempos modernos? El secreto está en unos cuadernos de escolar que dejó escritos, en los que cuenta su vida y la historia de su vocación.



Ella siente una multitud de vocaciones que le queman el alma: sacerdote, apóstol, misionera, mártir... Era imposible vivirlo todo a la vez, hasta que encontró el descanso: "Analizando el Cuerpo místico de la santa Iglesia, no me veía incluida en ninguno de los miembros citados por san Pablo, o más bien pretendía reconocerme en todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Entendía yo que, si la Iglesia posee un cuerpo compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario: pensaba que ella tenía un corazón y que este corazón ardía en llamas de amor. Veía claro que solo el amor pone en movimiento sus miembros, porque, si el amor se apagaba, los apóstoles no anunciarían el Evangelio, los mártires rehusarían verter su sangre... Comprendí que el amor abarca todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que el amor trasciende todos los tiempos y lugares porque es eterno. Entonces, delirante de gozo, exclamé: Mi vocación es el amor. Sí; he encontrado mi lugar en el seno de la Iglesia, y este lugar, ¡oh Dios mío!, es el que Tú me has señalado: en el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor... Así serán realizados mis sueños".



Teresa nos ha enseñado el camino de la infancia espiritual: Reconocernos pequeños ante Dios, nuestro Padre. Y ser sencillos y confiar sin límites en su misericordia infinita. En el Evangelio y en san Juan de la Cruz -su padre y su maestro preferido- ella bebió la doctrina del amor y de la humildad perfecta, que es la quintaesencia del Evangelio, sin cosas accidentales ni extraordinarias.



Durante sus últimos dieciocho meses sufrió una prueba mística atroz. Ella, que tanto amaba a los pecadores y quería ser solidaria con ellos, empezó a experimentar la consecuencia del pecado: la lejanía de Dios. Desapareció de ella todo sentimiento de fe y surgió avasallador el contrario... Fueron dieciocho meses de un verdadero martirio. La santa de la confianza sin medida se sentía como si Dios y el cielo no existieran. Las páginas en que ella describe su tormento son realmente impresionantes: "Señor, tu hija ha comprendido tu divina luz, ella te pide perdón por sus hermanos, ella acepta comer todo el largo tiempo que Tú quieras el pan del dolor y no quiere levantarse de esta mesa llena de amargura donde comen los pobres pecadores antes del día que Tú hayas señalado... ¡Oh Jesús!, si es necesario que la mesa manchada por ellos sea purificada por un alma que te ame, yo quiero comer sola el pan de la prueba hasta que te plazca introducirme en tu reino luminoso. La sola gracia que te pido es la de no ofenderte jamás".



Así, deshecha, crucificada en cuerpo y alma, pero rebosando amor y paz, la encontró la muerte. Ella era consciente de que entonces comenzaba su verdadera misión: "Yo no he dado a Dios más que amor. Él me devolverá amor. Después de mi muerte haré caer una lluvia de rosas... Amar, ser amada, y volver a la tierra para hacer amar al Amor... Presiento que mi misión va a comenzar: la misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de enseñar mi caminito a las almas... Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra..."

17:42

El 13 de septiembre del año 335 se dedicaron en Jerusalén dos basílicas constantinianas: la del Gólgota y la de la Resurrección. Al día siguiente fue expuesta a la veneración de los fieles la reliquia de la cruz que, según la tradición, había sido encontrada un 14 de septiembre. En estos acontecimientos encontramos las raíces de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, que la Iglesia celebra el 14 de septiembre y, en algunos lugares, el 3 de mayo.


Una de las primeras lecciones de un viejo catecismo – que a muchos nos sirvió de preparación para la primera comunión – comenzaba con la siguiente pregunta: “¿Cuál es la señal del cristiano?”. La respuesta decía: “La señal del cristiano es la Santa Cruz”. Y añadía el catecismo: “¿Por qué la Santa Cruz es la señal del cristiano? – La Santa Cruz es la señal del cristiano porque en ella murió Jesucristo para redimir a los hombres”.


Estas dos preguntas, con sus subsiguientes respuestas, dicen mucho en pocas palabras. Hablan, en primer lugar, no solo de un símbolo, de un adorno o mucho menos de un ídolo. Hablan de una “señal”. La cruz, la Santa Cruz, es la señal del cristiano. Es la marca o nota que da a conocer a los cristianos y que los distingue específicamente. Y hablan, también, del vínculo que une la Santa Cruz con Jesucristo. Sin Jesucristo, sin su muerte redentora, la cruz no sería lo que es. Sin el Crucificado la cruz sería solo lo que había sido: un instrumento de tortura y de muerte.


Es el Crucificado, es Jesucristo, el que da un nuevo sentido a la cruz. ¿Cuál es este sentido nuevo? San Juan nos da la pista adecuada cuando se refiere al “amor hasta el extremo”: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).


La clave para comprender el significado de la cruz es el amor de Cristo. Es el amor del Hijo de Dios hecho hombre. Él es, la vez, el Verbo encarnado, la visibilización del amor de Dios, y el nuevo Adán, la Cabeza de toda la humanidad que sobrepasa y abraza a todas las personas humanas.


La cruz es la síntesis de ambas dimensiones: de la verticalidad que une al Hijo con el Padre - y con su designio salvador – y de la horizontalidad por la cual Cristo se hace solidario con todos los hombres y mujeres, para salvarnos.


El “extremo” del amor, su grado más intenso o elevado, no es puramente humano, ni tampoco es solo divino. Es divino y humano. La potencia extrema del amor de Dios desborda nuestros límites pero, a la vez, de un modo misterioso, los alcanza. Dios nos ama “humanamente”, podríamos decir, elevando hasta su altura, hasta la altura de Dios, la fuerza del amor.


De este modo, la cruz se revela como un elemento esencial para comprender a Jesucristo. Su propio nombre, “Jesucristo”, hace inseparable a Jesús de la cruz. Jesús es el Cristo. Todo su paso por la tierra, toda su existencia en este mundo, se orienta a ese fin: asumir, cargar sobre sí, los pecados de todos los hombres. Asumirlos “hasta el extremo”, consciente plenamente de su carga mortífera, de su poder maléfico, de su capacidad de destrucción. Pero todo este peso inmenso es transformado al ser aceptado, al ser tomado en serio, por un amor mucho más fuerte que el pecado y que sus consecuencias, el amor de Dios.


Cristo ha dejado su señal, su marca, en la cruz. Y ese cruel patíbulo se transmuta en el auténtico árbol de la vida, en el “dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza”, como canta la liturgia de la Iglesia.


San Pablo resume, de una forma sorprendente, el contraste y la paradoja de la cruz. Dice, al mismo tiempo, que es “locura” y “sabiduría”. Es decir, la cruz nos desconcierta, nos saca de nuestras casillas y, a la vez, nos proporciona una referencia nueva para interpretar el mundo: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles” (1 Cor 1,23). Pero el mismo apóstol añade: “pero para los llamados – judíos o griegos -, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor 1,24).


Si Cristo ha dejado su señal en la cruz, la cruz la ha dejado en los cristianos. Es una señal que se convierte en programa de vida, en signo de identidad que define el caminar de sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23).


No es una renuncia que malogre la vida, que la haga fracasar. Es una renuncia que salva, que hace ganar auténticamente. Es una renuncia que mejora el mundo. Que siembra paz en vez de odio, solidaridad en lugar de egoísmo, reconciliación en vez de enfrentamiento.


La cruz nos invita, en la línea de lo que propone el Papa Francisco, a la “revolución de la ternura”: “La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura” (“Evangelii Gaudium”, 88).



La Santa Cruz es la señal del cristiano y es, también, un signo que los cristianos estamos llamados a realizar con toda la verdad que el signo reclama. Santiguarse, decía el viejo catecismo de mi infancia, es “hacer una cruz con la mano derecha desde la frente al pecho, y desde el hombro izquierdo al derecho”.


Un teólogo muy sensible a la sacramentalidad del cristianismo, a la lógica de la Encarnación y de la Cruz, Romano Guardini, comentaba del siguiente modo ese gesto: “Es el signo sencillo, el signo de Cristo. Hazlo debidamente: lentamente, ampliamente, con esmero. Pues este signo envuelve todo tu ser, figura y alma, tus pensamientos y tu voluntad, sentido y ánimo, actividades, y en él todo esta fortalecido, delineado, consagrado en la fuerza de Cristo, en el nombre del Dios trinitario”.


Nada deberíamos temer de aquello que está consagrado en la fuerza de Cristo, en la aptitud nueva de un amor capaz de cambiar el mundo.


Guillermo Juan Morado.



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16:40
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Éramos una multitud y al mismo tiempo una familia. Así lo experimenté en la misa de acción de Gracias por la Beatificación de Mons. Alvaro del Portillo, presidida por Mons. Javier Echevarría ¡Qué celebración tan cuidada, tan bien vivida, tan respetuosa, tan impactante, tan maravillosa! Como para no moverse de allí. Pero el mundo entero nos espera y nos necesita ¡A caminar alegres y sin cansarnos!


16:40
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Con motivo de la Beatificación de Mons. Alvaro del Portillo he podido comprobar la verdad de un repetido dicho: "Los amigos de mis amigos son amigos míos también".


No conocía a este grupo de seminaristas sololatecos, que aparecen en la foto a la puerta de mi casa parroquial de Villamediana, con los Padres Juan Pablo y Rigoberto, pero, desde el primer abrazo de saludo, ya nos hemos sentido conocidos de siempre.


Y me he llevado una alegría sorprendente y muy consoladora escuchándoles decir que conocían mis libros y las mil anécdotas familiares de mi etapa de formador en Sololá. Así he sentido a estos alumnos de mis alumnos, un poco, alumnos míos también. Espero me disculpen por ello y me permitan considerarlos de esta manera apartir de ahorita.


Las pocas horas que hemos convivido me han dejado muy feliz. Espero que ellos las hayan disfrutado también, a pesar de las incomodidades. Ha sido un gusto acojerlos en mi humilde casa parroquial de Villamediana ¡Feliz regreso a Sololá, amigos!


16:08
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Con motivo de la beatificación de Mons. Álvaro del Portillo me reencontré, con emoción, y no pequeña conmoción interna, con muchos amigos, entre ellos, con el P. Eleobardo, que aparece en la foto anterior, y con el Padre Miguel Angel y sus papás, que aparecen en ésta.


Ha sido un verdadero gusto y una alegría incalificable ¡Gracias de corazón por el sacrificio y el esfuerzo de venir, gracias por la amistad mantenida y acrecentada, a pesar de la distancia y el paso del tiempo! ¡Gracias!


15:29


La salvación es don de Dios: "Que algunos se salven, es don del que salva; pero que algunos se pierdan, es merecimiento de los que se pierden". // Autor: P. José Guerra, IVE | Fuente: TeologoResponde.org



Pregunta:



Padre, quisiera que por favor me explicara, en forma sencilla el tema de la predestinación. Siempre pensé que una de las principales diferencias con los protestantes es justamente este tema; para ellos sólo algunos elegidos alcanzarán la gloria eterna.



Nosotros como Católicos, creía yo, pensaban que a través de los méritos de la Pasión de Cristo teníamos todos la oportunidad de salvarnos; si bien en gran medida era un Don de Dios por que El nos daba los medios, había también un componente personal de aceptar y decidir ese fín a través de nuestros propios méritos sin embargo, leyendo a Royo Marín "Dios y su obra" me he confundido ya que a tratar este tema hay partes que coinciden con lo que yo pensaba pero por ej he leo: la predestinación ha sido hecha por Dios antes de la previsión de cualquier mérito futuro del predestinado o... cuando habían nacido ni habían hecho ni el bien ni el mal para que el propósito de Dios conforme a la elección no por las obras si no por Él que llama, permaneciese, de ahi infiero una postura de que nuestro destino ya viene signado sin tener en cuenta nuestros méritos.



Desde ya muchas gracias



Saludos cordiales.



Respuesta:






Estimado José:



En primer lugar, el p. Antonio Royo Marín en su obra, Teología de la salvación, afirma dos cosas importantes respecto al misterio de la predestinación (la presentación en puntos es mía):

1.- "Es preciso confesar que el problema de la divina predestinación no ha logrado aclararlo del todo ninguna escuela teológica hasta hoy, y creemos firmemente que no se aclarará jamás acá en la tierra...".



2.- "Los que vivimos todavía acá en la tierra tenemos que contentarnos con adorar el misterio sin tratar de descifrarlo, lo que sería vano empeño y loca temeridad".

Y ofrece inmediatamente "los siguientes puntos, que pertenecen expresamente a la fe católica o son doctrina cierta y común en teología, y son más que suficientes para que cada uno trabaje con seriedad en la salvación de su alma, sin preocuparse demasiado de cómo haya de resolverse el problema de la predestinación".



Estos puntos son:

1. Dios quiere sinceramente que todos los hombres se salven. Consta expresamente en la Sagrada Escritura (1 Tm 2,3-4).



2. En su consecuencia, Cristo murió por todos los hombre sin excepción. Consta también en la Sagrada Escritura (2 Co 5,15) y ha sido expresamente definido por la Iglesia (Dz 1906).



3. En virtud de su voluntad salvífica y en atención a los méritos de Cristo Redentor, Dios ofrece siempre a todos los hombres las gracias necesarias y suficientes para que de hecho puedan salvarse si quieren.



4. Es un error gravísimo creer que Dios predestina al mal: "Que algunos hayan sido predestinados al mal por el divino poder, no sólo no lo creemos, sino que, si hubiere algunos que quieran creer tanta maldad, con toda repulsión les anatematizamos" (Dz 200).



5. La salvación es don de Dios: "Que algunos se salven, es don del que salva; pero que algunos se pierdan, es merecimiento de los que se pierden" (Dz 318).



6. Los condenados se autoexcluyen de la salvación: "Ni los malos se perdieron porque no pudieron ser buenos, sino porque no quisieron ser buenos y por su culpa permanecieron en la masa de condenación" (Dz 321).



7. La salvación, con el auxilio divino, es posible: "Porque Dios no manda cosas imposibles a nadie, sino que, al mandar alguna cosa, nos avisa que hagamos lo que podamos y pidamos lo que no podamos y nos ayuda para que podamos" (Dz 804).

En síntesis. El ojo de nuestra atención debe estar por sobre todo en la perseverancia de la vida cristiana y pedir la gracia de morir como tal, pues como dice San Jerónimo, en la vida cristiana no se mira tanto los comienzos sino el final (cf. Mt 10,22).



Y al respecto R. Marín, en la misma obra citada y hablando de la perseverancia, afirma: "Sin embargo, podemos conjeturar en cierto modo nuestra futura perseverancia a base de las llamadas señales de predestinación". Estas son:

1.- Vivir habitualmente en gracia de Dios.

2.- Espíritu de oración.

3.- Una verdadera humildad.

4.- Paciencia cristiana en la adversidad.

5.- El ejercicio de la caridad para con el prójimo y de las obras de misericordia.

6.- Un amor sincero y entrañable hacia Cristo, Redentor de la humanidad.

7.- La devoción a María.

8.- Un gran amor a la Iglesia, dispensadora de la gracia y de la verdad.

Y añade: "Estas son las principales señales de predestinación que suelen citar los teólogos (...) Nada deberíamos procurar con tanto empeño como llegar a adquirirlas todas". (Cf. Antonio Royo Marín, Teología de la salvación, B.A.C., Madrid 1965, p. 103-117)



En segundo lugar, respecto a lo que Ud. ha leído (y cita) en el libro Dios y su obra de R. Marín, para una sana comprensión del tema y evitar deducciones poco exactas, hay que tener presente:

1.- El contexto. El autor viene tratando un tema de discusión entre los teólogos.



2.- Hay conformidad y disconformidad de los teólogos católicos en tal discusión. Dice R. Marín: "(...) todos están conformes en decir que la predestinación a la gloria, tomada adecuadamente, es completamente gratuita y nadie la merece ni la puede merecer (...) Pero la disconformidad de pareceres es muy grande cuando se trata de determinar si la predestinación de los buenos a la gloria la hace Dios antes o después de prever los méritos de esos predestinados" (p. 201). Lo resaltado con rojo es el meollo de la discusión.



3.- El autor, después de presentar y examinar las diferentes opiniones o soluciones que los teólogos católicos dan al tema expone "las razones por las cuales preferimos la opinión que nos parece más probable" (p. 201).

Y la opinión más probable es la del sistema agustiniano-tomista (cf. p. 212) y que el autor resume en la conclusión siguiente:



"Dios, antes de la previsión de cualquier mérito, eligió a algunos y los predestinó a la gloria; y, en virtud de esta elección, decretó darles la gracia y los méritos sobrenaturales que con ella contraerán. De suerte que, en el orden de la intención, la predestinación precede con prioridad de orden a los méritos del predestinado y es, por tanto, completamente gratuita" (p. 213).



Dicho de otro modo (y en cuanto lo permite nuestro limitado modo humano de explicar los misterios divinos):

- En el orden de la intención divina: la predestinación es anterior y absolutamente gratuita a cualquier mérito del predestinado.



- En el orden de la ejecución: Dios confiere al predestinado, en primer lugar, la gracia de la justificación; luego le da las gracias eficaces para la realización de la buenas obras con las cuales merecerá el cielo; finalmente, le concede gratuitamente el gran don de la perseverancia final (que nadie absolutamente puede merecer) y, a causa de ella, le da la vida eterna (cf. p.212-213).

No hay otro modo de hablar más claro y más explícitamente que lo expresado por San Pablo:

Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó (Rm 8,28-30).

(Cf. R. Marín, Dios y su obra, B.A.C., Madrid 1963, p. 201-219).



Bien, estimado amigo: espero que nuestra respuesta le sea útil y, por sobre todo, para vivir de la misericordia en la confianza en Dios. "Todo lo puedo en Aquél que me fortalece" (San Pablo).



En Cristo y María.

Con mi bendición,



P. José Guerra, IVE

Una Plaza de San Pedro llena de personas mayores, la memoria de un

pueblo y no una expresión de la cultura de los residuos que - dijo el

Papa – hace mal al mundo. Una fiesta - "La bendición de larga vida" -

que también contó con la participación de Benedicto XVI, "el sabio

abuelo en casa", como lo llamó Francisco, a quien le dio un cálido

abrazo. Una mañana de testimonios y de música, que terminó con la

intervención del Papa, que dijo que el abuso de ancianos, como el de los

niños, es inhumano. El Papa expresa su cercanía a los que huyeron de la

persecución, que dan su testimonio, "los ancianos que tienen fe son

como árboles que continúan a dar sus frutos". También recordó a los

abuelos de Albania "p ...

12:09









Pudo ocurrir en una carretera como ésta, pero en Canadá



Me contaron ayer esta historia.



Cuando él era universitario, siendo evangélico, trabó amistad con un compañero católico practicante. Muchas veces le acompañaba a Misa por pura amistad y no porque se sintiese atraído por la liturgia. Durante unas fiestas de Navidad, junto con un grupo de amigos, los dos fueron a una casa de montaña a pasar unos días. El católico quiso seguir su costumbre de ir a misa y el protestante también la suya de acompañarle. Sin embargo, en esta ocasión la iglesia más cercana estaba a veinte kms de distancia. Se pusieron a caminar por una carretera cubierta de nieve. El protestante le dijo:



- Si piensas ir caminando hasta allí, lo siento pero no cuentes conmigo!



- Seguro que pasará un coche y haremos autostop.



El argumento no le convenció del todo, pero le pareció que había que intentarlo. Cuando ya llevaban más de media hora caminando, el protestante se paró en seco y exclamó:



- Hasta aquí hemos llegado. Tengo mucho frío y es evidente que por aquí no pasan coches con el estado en que se encuentra la carretera. Volvamos a casa.



- Vamos a hacer una cosa. Pedimos a nuestros ángeles custodios que provean para que pase un coche. Ellos están a nuestro servicio y les pedimos esta ayuda para poder ir a misa.



Esto fue la gota que colmó el vaso. Para un protestante poco practicante esa idea le pareció totalmente fuera de lugar: - Mira -le dijo- Por aquí no paso. Yo no creo en los ángeles custodios, así que no pienso rezarles. Volvamos a casa.



Entonces, el amigo católico le hizo una propuesta muy sensata:



- Vamos a rezar de todos modos a los ángeles custodios y les daremos cinco minutos de margen. Si en cinco minutos vienen, entonces tú deberías creer en ellos; en cambio, si no vienen, el que dejará de creer en ellos soy yo!



- ¡Trato hecho!



No había pasado ni siquiera un minuto cuando un coche se paró a su lado para ofrecerles el pasaje. El asombro del protestante aumentó todavía más cuando el conductor -que estaba yendo a esquiar con un hijo de unos diez años de edad- al saber que deseaban ir a una iglesia para oír misa, les confesó que hacía muchos años que él había dejado de ir a la iglesia y que ni siquiera había bautizado a su hijo. Por esa razón, dijo: -¡voy a acompañaros también yo a misa! Quizá es el momento de cambiar el rumbo de mi vida.



Quien me contaba esta historia era el chico protestante. A partir de ese día, él comenzó a creer en los ángeles custodios y al poco tiempo pidió ser admitido en la Iglesia católica. Después pidió la admisión como numerario del Opus Dei y, más tarde, se ordenó sacerdote. Yo le conocí en ese primer año de su ordenación y nos hicimos amigos. Ayer me lo encontré en Valdebebas, lugar donde se celebró la beatificación de don Álvaro del Portillo. Fue una estupenda casualidad. Le pedí que me contase de nuevo esta historia y ahora os la cuento yo.






Un par de horas más tarde, después de haber comido en un restaurante con mi hermano y mi cuñada, les pedí que me acompañaran a la estación para tomar el tren rápido que me devolvería a casa. Teníamos muy poco margen de tiempo, pero estábamos cerca y confiábamos en el GPS. Sin embargo, el aparato no funcionaba bien y estábamos perdidos, en una zona desconocida de la ciudad. Entonces pensé en pedir ayuda a los ángeles custodios y cuál sería mi sorpresa cuando vimos un taxi parado en el arcén de una rotonda y el taxista de pie.



Le dije a mi hermano que parara el auto y le pedí al taxista si me podía llevar a la estación en diez minutos. Me respondió que sí y me monté. Le conté la historia de mi amigo sacerdote y le dije que probablemente él estaba allí en ese momento porque yo había pedido ese favor a los ángeles custodios. El parecía dudar y, riéndose, me dijo: - a usted hoy no le han salvado los ángeles, sino San Pedro...



Entonces comprendí que se refería a él mismo. Nos reímos los dos a gusto.



Tengo que decir que llegué a tiempo al tren, gracias a los ángeles custodios y a un taxista que se llamaba Pedro.




23:11


Hace dos días explicamos el origen de los cuadros que representan a los "siete arcángeles", así como el nombre de cada uno, su significado y los atributos que los acompañan. Lo ilustramos con una obra italiana del s. XVI. Hoy les presento un grabado antiguo y varios cuadros españoles e hispanoamericanos, así como algunos iconos griegos y rusos.




























22:13

“¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve a trabajar en la viña”. Y él le contestó: “No quiero”. Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. El contestó: “Voy, Señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Contestaron: “el primero”. “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios”. (Mt 21,28-32)



Una parábola sencilla.

Pero es posible refleje muchas de nuestras vidas.

Y hay una afirmación de Jesús que puede escandalizarnos, pero que pone al descubierto muchas de nuestras vidas.


Hay muchos que dicen “no”, pero que es un “sí”.

Hay muchos que dicen “sí”, pero que es un “no”.

¡Cuántos hemos dicho “sí” pero luego nuestra vida es un “no”!

¡Y cuantos han dicho “no” y luego sus vidas son un “sí”!

Hemos dicho “sí” al sacerdocio. ¿Pero nuestra vida es sacerdotal?

Hemos dicho “sí” a los consejos evangélicos. ¿Pero nuestra vida es evangélica?

Hemos dicho “sí” al amor conyugal. ¿Pero luego amamos conyugalmente?

Hemos dicho “sí” a la fidelidad de nuestro amor. ¿Pero luego vivimos fielmente?


Hay muchos que no tienen el coraje de decir “no voy”.

Pero luego tienen el coraje de reflexionar y “van”.

Como hay muchos que hemos dicho que “sí” para quedar bien, pero nuestras vidas han sido un no al Evangelio.

Hemos quedado bien con nuestras palabras.

Pero hemos quedado mal con nuestras vidas.

Hablando de los manicomios existe ese refrán:

“Ni están todos los que son, ni son todos los que están”.

Ni están todos en la Iglesia, ni son Iglesia todos los que están.

Ni se casan todos por el sacramento, ni son todos los que celebraron el sacramento.

Ni toda la basura está fuera de la Iglesia, ni todo es santidad en la Iglesia.

Ni todos están bautizados ni todos los bautizados viven su bautismo.


Jesús pone de manifiesto que:

Hay demasiado hipocresías en los que se creen buenos.

Y hay mucha capacidad de bondad en aquellos que consideramos malos.

Hay demasiada mentira en los que estamos dentro.

Y hay mucha sinceridad en los que nosotros consideramos fuera.


Para ello utiliza una frase que se necesita de mucho coraje para decirla.

¿Quién se atrevería a decirla hoy en la Misa parroquial?

“los publicanos y prostitutas son mejores que nosotros”.

Cuando José Luis Martín Descalzo compuso aquel teatro: “Las prostitutas os predecirán en el Reino de los cielos”, algún periodista la dijo: “José Luís, ¿no te parece un título demasiado fuerte?”.

Lo de fuerte, no lo dudo, pero siento que no tengo su autoría.

Es lo único del libro que no es mío, sino de Jesús.

En mi Parroquia quisieron escenificarlo.

No duró ni una semana, porque todas las beatas y los beatos, armaron tal escándalo que tuvieron que retirarlo.


Preferimos un Evangelio en botecitos de crema que el Evangelio al desnudo.

Preferimos un Evangelio que nos resbale, que no un Evangelio que nos saque ronchas.

Preferimos un Evangelio nos tape nuestra mentira, a un Evangelio nos ponga al descubierto.

Preferimos un Evangelio que no duela, a un Evangelio que nos raspe la piel.


No vamos a condenar a nadie que está dentro y cuyo corazón solo El conoce.

Pero tampoco vamos a condenar a los “publicanos y prostitutas” de hoy, cuyo corazón tampoco conocemos.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A



Si alguien me preguntara qué es lo que más me cuesta de aceptar en la Iglesia, le diría que dos cosas. Una de ellas es tener que besar el anillo episcopal de alguien humano, muy humano, investido de un poder apostólico de consecuencias tan trascendentales. Cuántas veces en mis viajes he besado anillos santos y sagrados en manos terrenas. Beso el poder apostólico portado en una mano que es barro. Y lo beso haciendo un gran acto interior de aceptación.


Tanta gente habla de que hay que reformar la Iglesia; y se fijan en tonterías. A los ignorantes, las tonterías que brillan les llaman mucho la atención. Cuánto daría yo porque se reformase la Congregación de Obispos. Porque si el obispo es el que toma las decisiones, allí en esa congregación se decide a quien se elige para tomar esas futuras decisiones. Señor, sitúa prelados santos en esa congregación.



12:58

Daría algo por encontrar aquel cartel. No recuerdo la imagen, pero sí perfectamente la frase que acompañaba: “No quieras que todos sean como tú. Con uno como tú tenemos bastante”.


La he empleado mucho en la vida parroquial consciente de que los conflictos en las parroquias, tanto entre colaboradores como entre sacerdotes, rara vez viene por problemas de doctrina, liturgia o de graves discrepancias en moral. Lo que enciende los ánimos, molesta y encocora son los “modos”, las “formas”, los “detalles”.


No creo que en jamás de los jamases dos catequistas discutan agriamente sobre la forma de explicar a los niños la transustanciación o animar a los padres a acudir a misa dominical. Eso sí, como Juani sea un poco abandonada para el aula de catequesis y Manolo, que es la perfección con patas, encuentre un papel en el suelo, arden Troya y toda la Gracia clásica.


Tampoco llegará la sangre al río si se trata se preparar la liturgia dominical. Pero he visto auténticas peloteras a cuento de quién decide qué mantel se coloca y si se ha colocado el purificador adecuado. Aún recuerdo no voces, sino peleas a grito pelado sobre la cantidad y calidad de las flores en una misa solemne.


Los líos gordos en la parroquia raramente sucederán por grandes asuntos de especial gravedad. Pero como se junten en una tarea don orden perfecto y doña qué más da, hay que acudir a los municipales. Si coinciden doña simpatías y don severidad, más de lo mismo, como si a la postre se vienen a juntar en Cáritas don blandengue y doña ni un euro más…


La verdad es que el hecho de que se reúnan en torno a la parroquia gentes tan diversas, es de una riqueza excepcional. Uno aporta la exactitud, el otro una cierta flexibilidad, este generosidad quizá excesiva, aquél mayor control de los dineros, el de acá la pulcritud de una patena de las de antes y el de acullá alguna mota de polvo que se le cuela.


He hablado de voluntarios hasta ahora. Pero no se olviden de los fieles de cada día. Porque a don Manuel le gustan las misas rezadas, lo que pasa es que a su lado está doña Eduvigis que se emociona con el canto y quiere más y más. Don Juan es de homilías cortitas o mejor sin homilía, y don Alberto gusta de grandes pláticas a lo de antes. Doña Justa es de flores, puntillas, adornos y perifollos, mientras que doña Soledad, como su propio nombre indica, es austera de esas que se indignan ante una vainica doble.


Y todos acuden al párroco a quejarse de lo que a su juicio tan imperfectamente hacen los demás. Pues para esos momentos es para los que echo en falta el cartelito de marras: “No quieras que todos sean como tú…”


Un don Manuel está bien, trecientos sería un horror. Una señora maniática de la limpieza es tolerable, cien sería como para marcharse a misiones. Y al revés. Una persona poco limpia se aguanta, doscientos cochinos hacen una pocilga de las gordas. Ahora, qué bien que coincidan los dos para que la una sea menos maniática y el otro espabile.


Pues eso. Un don Manuel, una doña Justa, una doña Soledad, un don Alberto, o a lo sumo dos, y ni uno más.


Estas pequeñas cosas de las parroquias, pequeñas pero que son el origen de los conflictos desagradables, digo siempre que deben resolverse con perdón, tolerancia mutua, serenidad y una pizquita de sentido del humor. Ahí es cuando digo: doña Soledad… no quiera que todos sean como usted… con una como usted la parroquia tiene bastante…


Y doña Soledad se sonríe mientras dice por lo bajinis… este cura… ay este cura… Y no sé si lo dice como halago o porque me deja por imposible.





04:08


–Esta vez nos cuenta cosas que yo no conocía.


–Le hará mucho bien conocerlas.



Centralidad de la Eucaristía


Desde el principio del cristianismo, a la luz de la fe, se entiende la Eucaristía como la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la Iglesia: como el memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo Salvador, como el sacrificio de la Nueva Alianza, como la cena que anticipa y prepara el banquete celestial, como el signo y la causa de la unidad de la Iglesia, como la actualización perenne del Misterio pascual, como el Pan de vida eterna y el Cáliz de salvación. Normalmente, la Misa al principio se celebra sólo el domingo, pero ya en los siglos III y IV se generaliza la Misa diaria.




La devoción antigua a la Eucaristía lleva en ciertos tiempos y lugares a celebrarla en un solo día varias veces. San León III (+816) celebra con frecuencia siete y aún nueve en un mismo día. Varios Concilios moderan y prohiben estas prácticas excesivas. Alejandro II (+1073) prescribe una Misa diaria: «muy feliz ha de considerarse el que pueda celebrar dignamente una sola Misa» cada día.



Reserva de la Eucaristía


En los siglos primeros la conservación de las especies eucarísticas se hace normalmente en forma privada, y tiene por fin la comunión de los enfermos, presos y ausentes. Las persecuciones y la falta de templos hacían impensable un culto más formal de adoración eucarística. Al cesar las persecuciones, la reserva de la Eucaristía va tomando formas externas cada vez más solemnes.



Las Constituciones apostólicas –hacia el 380– disponen ya que, después de distribuir la comunión, las especies sean llevadas a un sacrarium. El sínodo de Verdún, del siglo VI, manda guardar la Eucaristía «en un lugar eminente y honesto, y si los recursos lo permiten, debe tener una lámpara permanentemente encendida». Las píxides de la antigüedad eran cajitas preciosas para guardar el pan eucarístico. León IV (+855) dispone que «solamente se pongan en el altar las reliquias, los cuatro evangelios y la píxide con el Cuerpo del Señor para el viático de los enfermos».



Estos signos expresan la veneración cristiana antigua al cuerpo eucarístico del Salvador y su fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía. Sin embargo, la reserva eucarística tiene entonces como fin exclusivo la comunión de enfermos y ausentes; pero no todavía el culto a la Presencia real.


La adoración eucarística dentro de la Misa


Ha de advertirse en todo caso que ya por esos siglos el cuerpo de Cristo recibe de los fieles, dentro de la misma Misa, signos claros de adoración, que aparecen prescritos en las antiguas liturgias. Especialmente antes de la comunión –Sancta santis, lo santo para los santos–, los fieles realizan inclinaciones y postraciones:



«San Agustín decía: “nadie coma de este cuerpo, si primero no lo adora”, añadiendo que no sólo no pecamos adorándolo, sino que pecamos no adorándolo» (Pío XII, 1947, Mediator Dei 162).



Por otra parte, la elevación de la hostia, y más tarde del cáliz, después de la consagración, suscita también la adoración interior y exterior de los fieles. Hacia el 1210 la prescribe el obispo de París, antes de esa fecha es practicada entre los cistercienses, y a fines del siglo XIII es común en todo el Occidente. En 1906, San Pío X, «el papa de la Eucaristía», concede indulgencias a quien mire piadosamente la hostia elevada, diciendo «Señor mío y Dios mío». Aún perdura esta devoción preciosa en algunas Iglesias de América hispana: en la consagración se oye un rumor suave que sale de la asamblea cristiana: «Señor mío y Dios mío».


Primeras manifestaciones del culto a la Eucaristía fuera de la Misa


La adoración de Cristo en la misma celebración de la Misa es vivida desde el principio. Pero la adoración de la Presencia real fuera de la Misa se va configurando como devoción propia a partir del siglo IX, con ocasión de las controversias eucarísticas. Por esos años, al simbolismo de un Ratramno, se opone con fuerza el realismo de un Pascasio Radberto, que acentúa la presencia real de Cristo en la Eucaristía, aunque no siempre en términos exactos.


Conflictos teológicos análogos se producen en el siglo XI. La Iglesia reacciona con prontitud y fuerza contra el simbolismo eucarístico de Berengario de Tours (+1088). Su doctrina es impugnada por teólogos como Anselmo de Laón (+1117) o Guillermo de Champeaux (+1121), y es inmediatamente condenada por un buen número de Sínodos (Roma, Vercelli, París, Tours), y sobre todo por los Concilios Romanos de 1059 y de 1079 (retractaciones de Berengario: Denz 690 y 700). Merece la pena conocer cómo era la admirable retractatio hecha en 1079 por un hereje, vuelto a la fe católica [quiera Dios que retractaciones semejantes se exijan hoy a tantos autores católicos caídos en herejía]:



«Yo, Berengario, creo de corazón y confieso de boca que el pan y el vino que se ponen en el altar, por el misterio de la sagrada oración y por las palabras de nuestro Redentor, se convierten substancialmente en la verdadera, propia y vivificante carne y sangre de Jesucristo, nuestro Señor; y que después de la consagración son el verdadero cuerpo de Cristo que nació de la Virgen y que ofrecido por la salvación del mundo, estuvo pendiente de la cruz y está sentado a la derecha del Padre; y la verdadera sangre de Cristo, que se derramó de su costado, no sólo por el signo y virtud del sacramento, sino en la propiedad de la naturaleza y verdad de la sustancia, como en este breve se contiene y yo he leído y vosotros entendéis. Así lo creo y en adelante no enseñaré contra esta fe. Así Dios me ayude y estos santos Evangelios de Dios» (ib. 700). Ésa es la fe católica: en el Sacramento está presente totus Christus, en alma y cuerpo, como hombre y como Dios.



Estas enérgicas afirmaciones de la fe van acrecentando más y más en el pueblo la devoción a la Presencia real de nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Veamos algunos ejemplos.



A fines del siglo IX, la Regula solitarium establece que los ascetas reclusos, que viven en lugar anexo a un templo, estén siempre por su devoción a la Eucaristía en la presencia de Cristo. En el siglo XI, Lanfranco, arzobispo de Canterbury, establece una procesión con el Santísimo en el domingo de Ramos. En ese mismo siglo, durante las controversias con Berengario, en los monasterios benedictinos de Bec y de Cluny existe la costumbre de hacer genuflexión ante el Santísimo Sacramento y de incensarlo. En el siglo XII, la Regla de los reclusos prescribe: «orientando vuestro pensamiento hacia la sagrada Eucaristía, que se conserva en el altar mayor, y vueltos hacia ella, adoradla diciendo de rodillas: “¡salve, origen de nuestra creación!, ¡salve, precio de nuestra redención!, ¡salve, viático de nuestra peregrinación!, ¡salve, premio esperado y deseado!”».



En todo caso, conviene recordar que «la devoción individual de ir a orar ante el sagrario tiene un precedente histórico en el monumento del Jueves Santo a partir del siglo XI, aunque ya el Sacramentario Gelasiano habla de la reserva eucarística en este día… El monumento del Jueves Santo está en la prehistoria de la práctica de ir a orar individualmente ante el sagrario, devoción que empieza a generalizarse a principos del siglo XIII» (A. Olivar, El desarrollo del culto eucarístico fuera de la Misa, «Phase» 1983, 192).


Desprecio de la Eucaristía en el siglo XIII


Por esos tiempos, sin embargo, no todos participan de la devoción eucarística, y también se dan casos horribles de desafección a la Presencia real. Veamos, a modo de ejemplo, la infinita distancia que en esto se produce entre cátaros y franciscanos. Cayetano Esser, franciscano, describe así el mundo de los primeros:



«En aquellos tiempos, el ataque más fuerte contra el Sacramento del Altar venía de parte de los cátaros [muy numerosos en la zona de Asís]. Empecinados en su dualismo doctrinal, rechazaban precisamente la Eucaristía porque en ella está siempre en íntimo contacto el mundo de lo divino, de lo espiritual, con el mundo de lo material, que, al ser tenido por ellos como materia nefanda, debía ser despreciado. Por oportunismo, conservaban un cierto rito de la fracción del pan, meramente conmemorativo. Para ellos, el sacrificio mismo de Cristo no tenía ningún sentido.


«Otros herejes declaraban hasta malvado este sacramento católico. Y se había extendido un movimiento de opinión que rehusaba la Eucaristía, juzgando impuro todo lo que es material y proclamando que los “verdaderos cristianos” deben vivir del “alimento celestial”.


«Teniendo en cuenta este ambiente, se comprenderá por qué, precisamente en este tiempo, la adoración de la sagrada hostia, como reconocimiento de la presencia real, venía a ser la señal distintiva más destacada de los auténticos verdaderos cristianos. El culto de adoración de la Eucaristía, que en adelante irá tomando formas múltiples, tiene aquí una de sus raíces más profundas. Por el mismo motivo, el problema de la presencia real vino a colocarse en el primer plano de las discusiones teológicas, y ejerció también una gran influencia en la elaboración del rito de la Misa.


«Por otra parte, las decisiones del Concilio de Letrán [IV: 1215] nos descubren los abusos de que tuvo que ocuparse entonces la Iglesia. El llamado Anónimo de Perusa es a este respecto de una claridad espantosa: sacerdotes que no renovaban al tiempo debido las hostias consagradas, de forma que se las comían los gusanos; o que dejaban a propósito caer a tierra el cuerpo y la sangre del Señor, o metían el Sacramento en cualquier cuarto, y hasta lo dejaban colgado en un árbol del jardin; al visitar a los enfermos, se dejaban allí la píxide y se iban a la taberna; daban la comunión a los pecadores públicos y se la negaban a gentes de buena fama; celebraban la santa Misa llevando una vida de escándalo público», etc. (Temi spirituali, Biblioteca Francescana, Milán 1967, 281-282; cf. D. Elcid, Clara de Asís, BAC pop. 31, Madrid 1986, 193-195).



Gran devoción a la Eucaristía en el siglo XIII


Frente a tales degradaciones, precisamente, se producen en esta época grandes avances de la devoción eucarística. Entre otros muchos, podemos considerar el testimonio impresionante de san Francisco de Asís (1182-1226). Poco antes de morir, en su Testamento, pide a todos sus hermanos que participen siempre de la inmensa veneración que él profesa hacia la Eucaristía y los sacerdotes:




«Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a los demás. Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos» (10-11; cf. Admoniciones 1: El Cuerpo del Señor).



Esta devoción eucarística, tan fuerte en el mundo franciscano, marca también una huella muy profunda, que dura hasta nuestros días, en la espiritualidad de las clarisas. En la Vida de santa Clara (+1253), escrita muy pronto por el franciscano Tomás de Celano (hacia 1255), se refiere un precioso milagro eucarístico. La iconografía tradicional representa a Santa Clara de Asís con una custodia en la mano, porque asediada la ciudad de Asís por un ejército invasor de sarracenos, fueron estos ahuyentados del convento de San Damián por la Santa con la custodia:



«Ésta, impávido el corazón, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos». De la misma cajita le asegura la voz del Señor: “yo siempre os defenderé”, y los enemigos, llenos de pánico, se dispersan» (Legenda santæ Claræ 21).



Santa Juliana de Mont-Cornillon y la fiesta del Corpus Christi


El profundo sentimiento cristocéntrico, tan característico de esta fase de la Edad Media, no puede menos de orientar el corazón de los fieles hacia el Cristo glorioso, oculto y manifiesto, velado y revelado en la Eucaristía, donde está realmente presente. Así lo hemos comprobado en franciscanos y clarisas. Es ahora, efectivamente, hacia el 1200, cuando, por obra del Espíritu Santo, la devoción al Cristo de la Eucaristía va a desarrollarse en el pueblo cristiano con nuevos impulsos decisivos.


A partir del año 1208, el Señor se aparece a santa Juliana (1193-1258), primera abadesa agustina de Mont-Cornillon, junto a Lieja. Esta religiosa es una enamorada de la Eucaristía, que, incluso físicamente, encuentra en el pan del cielo su único alimento. El Señor inspira a santa Juliana la institución de una fiesta litúrgica en honor del Santísimo Sacramento. Por ella los fieles se fortalecen en el amor a Jesucristo, expían los pecados y desprecios que se cometen con frecuencia contra la Eucaristía, y al mismo tiempo contrarrestan con esa fiesta litúrgica las agresiones sacrílegas cometidas contra el Sacramento por cátaros, valdenses, petrobrusianos, seguidores de Amaury de Bène, y tantos otros.


Bajo el influjo de estas visiones, el obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, instituye en 1246 la fiesta del Corpus. Hugo de Saint-Cher, dominico, cardenal legado para Alemania, extiende la fiesta a todo el territorio de su legación. Y poco después, en 1264, el papa Urbano IV, antiguo arcediano de Lieja, que tiene en gran estima a la santa abadesa Juliana, extiende esta solemnidad litúrgica a toda la Iglesia latina mediante la bula Transiturus (Denz 846-847). Esta carta magna del culto eucarístico es un himno a la presencia de Cristo en el Sacramento y al amor inmenso que le lleva a hacerse nuestro pan espiritual.



Es de notar que en esta Bula romana se indican ya los fines del culto eucarístico que más adelante serán señalados por Trento, por la Mediator Dei de Pío XII o por los documentos pontificios más recientes: 1) la reparación, «para confundir la maldad e insensatez de los herejes»; 2) la alabanza, «para que clero y pueblo, alegrándose juntos, alcen cantos de alabanza»; 3) el servicio, «al servicio de Cristo»; 4) la adoración y contemplación, «adorar, venerar, dar culto, glorificar, amar y abrazar el Sacramento excelentísimo»; 5) la anticipación del cielo, «para que, pasado el curso de esta vida, se les conceda como premio».



La nueva devoción, sin embargo, ya en la misma Lieja, halla al principio no pocas oposiciones. El cabildo catedralicio, por ejemplo, estima que ya basta la Misa diaria para honrar el cuerpo eucarístico de Cristo. De hecho, por un serie de factores adversos, la bula de 1264 permanece durante cincuenta años como letra muerta. Prevalece, sin embargo, la voluntad del Señor, y la fiesta del Corpus va siendo aceptada en muchos lugares: Venecia, 1295; Wurtzburgo, 1298; Amiens, 1306; la orden del Carmen, 1306; etc. Los títulos que recibe en los libros litúrgicos son significativos: dies o festivitas eucharistiæ, festivitas Sacramenti, festum, dies, sollemnitas corporis o de corpore domini nostri Iesu Christi, festum Corporis Christi, Corpus Christi, Corpus… En Francia, Fête-Dieu.


El concilio de Vienne (1314), finalmente, renueva la bula de Urbano IV. Y ya para 1324 el Corpus Christi es celebrado en todo el mundo cristiano hasta el día de hoy. «El Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad completa… Él me glorificará» (Jn 16,13-14).


Celebración del Corpus y exposiciones del Santísimo


La celebración del Corpus implica ya en el siglo XIII una procesión solemne, una exposición ambulante del Santísimo. Y de ella van derivando otras procesiones con Eucaristía, por ejemplo, para bendecir los campos, para realizar determinadas rogativas, etc.



«Esta presencia palpable, visible, de Dios, esta inmediatez de su presencia, objeto singular de adoración, produjo un impacto muy notable en la mentalidad cristiana occidental e introdujo nuevas formas de piedad, exigiendo rituales nuevos y creando la literatura piadosa correspondiente. En el siglo XIV se practicaba ya la exposición solemne y se bendecía con el Santísimo. Es el tiempo en que se crearon los altares y las capillas del santísimo Sacramento» (Olivar 196).



Las exposiciones mayores se van implantando en el siglo XV, y siempre la patria de ellas «es la Europa central. Alemania, Escandinavia y los Países Bajos fueron los centros de difusión de las prácticas eucarísticas, en general» (Id. 197). Al principio, colocado sobre el altar el Sacramento, es adorado en silencio. Poco a poco va desarrollándose un ritual de estas adoraciones, con cantos propios, como el Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine, muy popular, en el que bellamente se une la devoción eucarística con la mariana.


La exposición del Santísimo recibe una acogida popular tan entusiasta que ya hacia 1500 muchas iglesias la practican todos los domingos, normalmente después del rezo de las vísperas –tradición que hoy perdura, por ejemplo, en los monasterios benedictinos de la congregación de Solesmes–. La costumbre, y también la mayoría de los rituales, prescribe arrodillarse en la presencia del Santísimo expuesto.


En los comienzos, el Santísimo se mantiene velado tanto en las procesiones como en las exposiciones eucarísticas. Pero la costumbre y la disciplina de la Iglesia van disponiendo ya en el siglo XIV la exposición del cuerpo de Cristo «in cristallo» o «in pixide cristalina». De ahí irán tomando forma las custodias, tal como hoy las conocemos.


José María Iraburu, sacerdote





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