Cualquier medio de comunicación humano es una herramienta útil para ponerse en contacto las personas. Desde los tiempos del Nuevo Testamento fueron las epístolas, cuyo gran protagonista fue San Pablo y otros apóstoles más, como San Pedro.
Los primeros Papas y obispos usaron el mismo género literario de la carta. Son famosas las epístolas de San Ignacio de Antioquia camino del martirio en Roma.
Llegó el libro, como forma humana de comunicar un largo excursus doctrinal e intelectual, que recibió su mayoría de edad con la invención de la imprenta.
A partir de entonces los modos de comunicación han sido y son muchos. El teléfono llegó a fines del siglo XIX, y ha alcanzado su máxima popularidad con los móviles o celulares, como le llaman en la América hermana.
El actual Papa Francisco ha puesto, en manos de un sucesor de Pedro, el teléfono como instrumento rápido y personal de conversar con las personas que previamente le han contado por carta sus situaciones alegres o tristes, regulares o críticas.
¿Es bueno que las personas llamadas por el Papa cuenten la conversación mantenida?
Cada uno es muy libre de contar los diálogos que mantiene por teléfono con quienes quieran. Igual que cada cual publique las cartas recibidas de tal comunicante.
Sin embargo, en la sociedad mediática en la que nos movemos y vivimos, encuentro cierto morbo informativo cuando una persona ha recibido una llamada de teléfono del mismo Papa de Roma.
Más aún, si ese mismo ser humano acude a un estudio de televisión y allí se explaya en imagen y conversación con pelos y señales las palabras, los consejos, las ideas pastorales, salidas de la boca del Santo Padre. Si antes o después ha puesto la gorra, ya sí que no lo justifico en absoluto.
Entre los escritores y literatos, cuando se escribían con los lectores por medio de cartas, existía una ley no escrita, según la cual nunca se publicaría tales epistolarios mutuos, hasta llegada la muerte de uno de los dos comunicantes. O de ambos.
Aquella respetuosa manera de guardar el secreto de las opiniones escritas, produjo un género literario muy interesante: la publicación de los epistolarios entre tal escritor y cual persona.
El ansia de notoriedad que hoy se respira en la sociedad esclava de los medios fuertes de comunicación, como es la televisión, ha mandado a los epistolarios a las alacenas de las bibliotecas arrumbadas y llenas del polvo de los años.
¿Hace el Papa bien en usar el teléfono para ayudar a sus demandantes?
Sí. Un servidor, también lo hace.
¿Hace bien el comunicante en contar el contenido del diálogo?
Depende de lo que cuente, si cobra por hacerlo y cómo lo dice.
Un servidor, nunca cuento ninguna conversación mantenida por teléfono con nadie. Salvo que el comunicante me lo permita.
¿Asistiremos a más situaciones similares con otras personas?
Seguramente que sí, pues el ser humano, hoy, quiere la notoriedad al precio que sea.
Tomás de la Torre Lendínez
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