La primera lectura de hoy (domingo 22 del tiempo ordinario, ciclo c) invita a proceder con humildad en la vida. De lo mismo habla Jesús, que denuncia nuestros deseos de ser tenidos en cuenta y respetados, de buscar primeros puestos y otras vanidades. Todo lo contrario que el Hijo del Hombre, que "se despojó de su rango, pasando por uno de tantos" y que "no vino a ser servido, sino a servir".
La humildad no consiste en autodespreciarse diciendo: "no valgo nada, soy una basura" o cosas similares. Santa Teresa de Jesús decía que "la humildad es andar en verdad" (6M 10,7). Ni más, ni menos: reconocer sencillamente las propias capacidades como recibidas de Dios y también aceptar con sencillez las propias limitaciones sin amargarse por ello.
Nadie ha explicado esta intuición de santa Teresa como san Juan de la Cruz que, hablando con Cristo, le dice:
No quieras despreciarme,
que si color moreno en mí hallaste
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.
En la antigüedad ser moreno era sinónimo de ser pobre (trabajar al aire abierto, que quemaba la piel). Así lo encontramos en el Cantar de los Cantares, en el que la esposa se lamenta de que ha tenido que cuidar los rebaños de sus hermanos y no ha podido cuidarse a sí misma, por lo que es morena, aunque conserva rastros de su hermosura marchitada.
San Juan dice que todos somos morenos ante Dios: pobres, sin méritos, necesitados de su misericordia. Pero es su mirada de amor la que nos embellece y nos dignifica.
Esto es la humildad: reconocer que nuestras obras no valen nada ante Dios, pero también que hemos recibido gracia y hermosura de su mirada amorosa... El Señor nos conceda la verdadera humildad. Amén.
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