23 de agosto. Viernes de la vigésima semana durante el año.

Noemí, Rut y Orfa (pintura de William Blake, 1795)

Noemí, Rut y Orfa (pintura de William Blake, 1795)



1. (Año I) Rut 1,1.3-ó.14-16.22


a) En la época de los Jueces se sitúa también la historia de Rut, una mujer extranjera que entra, por el amor, en el pueblo de Israel y que aparece, nada menos, en la lista de los antepasados de Jesús, el Mesías.


Es una historia llena de ternura y un canto a la providencia de Dios. Los dos hijos de una familia de Belén, que ha tenido que emigrar a la tierra de Moab para buscar sustento, se casan con dos muchachas del país, paganas, que muy pronto quedan viudas, como también su madre Noemí. Ninguna de las dos ha tenido descendencia.


Al cambiar las circunstancias, Noemí decide volver a su tierra, a Belén. Una de las nueras, Orfa, se queda. Mientras que la otra, Rut, sigue a su suegra y adopta su fe. Es un ejemplo de amor y de fidelidad, un relato familiar sencillo y reconfortante (después de tantas páginas tristes que nos ha tocado leer). Dios premiará a esta buena muchacha.


b) Los caminos de Dios son siempre sorprendentes. Entre los antepasados de Jesús está Rut, que, como leeremos mañana, fue la bisabuela de David.


Dios nos da una lección de universalidad. No quiere que nos portemos con autosuficiencia, como si fuéramos los únicos buenos. Las relaciones humanas en una familia -aquí, nada menos que entre suegra y nuera- o en una comunidad eclesial o en la sociedad, quedan interpeladas por el ejemplo de esta muchacha extranjera.


Es un toque de atención contra todo racismo y a favor de un corazón universal, que sabe reconocer valores también en los demás, aunque nos parezcan extraños. A los que nos tenemos por ricos y cultos, se nos propone como modelo una familia pobre, de emigrantes, en la que reinan unas admirables virtudes de lealtad y laboriosidad.


Dios tiene un corazón universal y, según el salmo, tiene predilección por los más débiles y marginados de la sociedad: «el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos… el Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda…».


2. Mateo 22,34-40


a) Fue buena idea la de preguntar a Jesús cuál es el mandamiento principal. Porque los judíos contaban hasta 365 leyes negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor buena voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial.


La respuesta de Jesús es clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios (lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6) y amar al prójimo «como a ti mismo» (estaba ya en el Levítico: Lv 19). Lo que hace Jesús es unir los dos mandamientos y relacionarlos: «estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas».


b) Lo principal para un cristiano sigue siendo amar. Tienen sentido cumplir y trabajar y rezar y ofrecer y ser fieles. Pero el amor es lo que da sentido a todo lo demás. Nos interesa, de cuando en cuando, volver a lo esencial.


También nosotros tenemos, en el Código de Derecho Canónico, muchas normas, necesarias para la vida de la comunidad en sus múltiples aspectos. Pero Jesús nos enseña dónde está lo principal y la raíz de lo demás: el amor. Está muy bien que el Código actual (1983), en su último canon, hablando del sistema a seguir para el traslado de los párrocos, afirma un principio general muy cercano a la consigna de Jesús: «guardando la equidad canónica y teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia» (c. 1752).


¿Puedo decir, cuando me examino al final de cada jornada o en los días de retiro, que mi vida está movida por el amor? ¿que, entre tantas cosas que hago, lo que me caracteriza más es el amor a Dios y al prójimo, o, al contrario, mi egoísmo y la falta de amor?


San Pablo nos recomendó: «con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley… todos los demás preceptos se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Rm 13,8-9). Y Jesús nos advirtió que, al final de nuestra vida, seremos examinados precisamente de esto: si dimos agua al sediento y visitamos al enfermo… Seremos examinados del amor.


«Alaba, alma mía, al Señor: el Señor ama a los justos y guarda a los peregrinos» (salmo I)


«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (evangelio)




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