“El Día del Juicio Final, los que obraron el mal serán condenados (…) y los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre” (Mt 13, 36-43). Jesús revela qué es lo que sucederá en el Último Día de la historia humana, cuando el tiempo y el espacio finalicen para siempre, para dar lugar a la eternidad divina: mientras los que “obraron el mal” serán condenados, “los justos”, por el contrario, “resplandecerán como el sol en el Reino de Dios”. Esto nos hace ver que no es indiferente obrar el bien u obrar el mal; nos hace ver que tanto las obras buenas, como las malas, tienen su pago por parte de Dios; nos hace ver que el bien realizado en esta vida, en nombre de Jesús, se convierte en la otra en luz eterna de gloria divina, y que el mal realizado en esta vida, en nombre de Sataná, se convierte en la otra vida en dolor y llanto eternos.
Jesús nos advierte, con este Evangelio, que nuestras obras no pasan desapercibidas a los ojos de Dios, y que Dios es infinita Misericordia, pero también Justicia infinita, porque de lo contrario, no sería Dios, es decir, un Ser infinitamente perfecto de toda perfección.
Jesús nos advierte que esta vida es pasajera, efímera, que “pasa como un soplo”, como dice el Salmo (cfr. 143), pero que los actos realizados en el tiempo, tienen una dimensión eterna, tanto en el bien como en el mal, y la medida para saber cómo será nuestra eternidad, si de felicidad o de dolor, es el trato que damos a nuestro prójimo: “El que dio misericordia, recibirá misericordia” (Mt 5, 7).
En el Último Día, los que obraron el mal y no se arrepintieron -distinto será el veredicto divino para quien se arrepiente de todo corazón- recibirán el fruto de sus obras malas, que es el castigo eterno. Dentro del enorme espectro del mal -secuestros, violencias, engaños, estafas, mentiras, adulterios, lujuria, egoísmo, materialismo, hedonismo, avaricia, pereza, ira, gula, sensualidad-, están incluidos de modo particular quienes a sabiendas, obran las obras de la oscuridad, las obras del mal, las obras de la secta Nueva Era o Conspiración, porque la brujería, la religión wiccana, el espiritismo, el ocultismo, el esoterismo, el satanismo, el tarot, la videncias y mancias de todo tipo, y la razón de su particularidad es que es un grupo mencionado explícitamente en el Apocalipsis, que jamás entrará en el Reino de los cielos: “Fuera los perros, los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo aquel que ama la mentira” (Ap 22, 15).
Hoy, nos encontramos en un momento de la historia en el que la brujería, la religión wicca, el neo-paganismo, el satanismo, el ocultismo, el espiritismo, no solo son practicados por un número cada vez más grande de personas, sino que se muestran públicamente, sin ningún pudor, sin sentir ninguna vergüenza por ser adoradores -descubiertos o encubiertos- del mal. Una pequeña muestra de este salir de las podredumbres espirituales del infierno a plena luz del día, es por ejemplo el hecho de que el tablero “ouija”, instrumento espiritista de invocación al demonio, es vendido en las secciones de jugueterías, como inocentes juegos infantiles, en los supermercados y shoppings; otra muestra son los desfiles organizados en las “Marchas del Orgullo Pagano”, a lo largo y ancho del mundo, exhibiendo impúdicamente la inmundicia más grande que puede contaminar a un alma humana, y que es precisamente el paganismo o el neo-paganismo, que tiene en la religión wiccana su expresión más acabada.
“El Día del Juicio Final los que obraron el mal serán condenados (…) y los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre”. Nuestros días sobre la tierra están contados; apresurémonos a dejar de lado las obras de la oscuridad y a practicar la misericordia, para que así, por la Misericordia Divina, en la otra vida, podamos “resplandecer como el sol en el Reino de Cristo Jesús”.