mayo 2013

19:10

Conocí a monseñor Asenjo siendo auxiliar toledano y secretario general de la Conferencia Episcopal Española. Su paso por Córdoba cerró heridas de su predecesor y abrió sus puertas a llegar a la mitra hispalense como arzobispo coadjutor y luego titular de la misma.


Su caracter ponderado, su sentido equilibrado del trabajo pastoral, su campechanía castellana le acercó a los andaluces.


Igual que hizo en Córdoba, está haciendo en Sevilla: centrar la iglesia diocesana en la sintonía de la Iglesia Universal, evitando todos los extremos y dejando que Cristo siga llamando a jóvenes a ser curas, algo que mima monseñor Asenjo con muchos frutos demostrables.


Ahora, un puñado de “iluminaos", le saca delante de su casa episcopal, una concentración para el 8 de junio a las 12 de la mañana. Han escrito con mano de una victima de la logse el siguiente comunicado:




“8 JUNIO ¡ NO A LA “INVOLUCIÓN” DE LA IGLESIA !


Por nuestro desacuerdo con:


1. El desfase y la incapacidad de dar respuestas sólidas y reales que la Iglesia Católica presenta frente a problemáticas sociales tales como, los desahucios, el desempleo y los recortes de los derechos de los ciudadanos en el ámbito de la educación y sanidad. En este contexto de conflictividad social, Cáritas representa el grupo pastoral encargado de la labor caritativa y social de la Iglesia, organización a su vez, utilizada por la jerarquía eclesiástica para justificar su falta de pronunciamientos directos ante estas necesidades sociales actuales.


2. La resistencia al diálogo interreligioso por parte de la institución eclesiástica.


3. La tendencia actual de la Iglesia de Sevilla y su actitud de condena y actuación premeditadamente disuasoria ante la pluralidad. Así como a no dejar trabajar y expresarse libremente a teólogos, sacerdotes y catequistas.


4. La estructura jerarquizada que rigidiza todas las funciones eclesiales que provocan la deshumanización de la misma, requiriendo la necesidad de renovación en lo que refiere a esta estructura que actualmente gira en torno al poder, la política y no al servicio hacia los más desfavorecidos.


5. La supresión del papel del laicado impulsado por el Concilio Vaticano II.


6. La diferenciación de género no solo en responsabilidades eclesiales sino en la aceptación como persona de igual valor y derechos.


7. El celibato obligatorio frente a la posibilidad de libre opción.


8. El no reconocimiento de “categoría familiar” a dos personas con un proyecto de vida en común.


9. La represión sexual como doctrina en contra de una labor educativa desde la responsabilidad, el respeto y amor al prójimo extendido en este ámbito.


10. El empobrecimiento de las eucaristías mediante el protagonismo implacable del sacerdote tomando como instrumento el rito litúrgico y sus notables privilegios de comunicación y mediación entre Dios y el pueblo.


11. La dedicación plena del Sacerdote a ser Gobernador y cuidador del templo así como el exceso continuado en la administración de sacramentos, que provoca su incapacidad evangelizadora y por ende perpetúa la inmadurez en la fe del pueblo de Dios. Siendo objeto de descuido, la formación de los agentes de pastoral y la expresión normalizada de su fe, junto con el desarrollo de una vida compartida con naturalidad dentro de la comunidad.


Concentración: Día 8 de Junio a las 12:00H en Plaza Virgen de los Reyes frente al

PALACIO ARZOBISPAL.”


Conclusión


Mezclando churras con merinas, metiendo en el mismo saco cuestiones generales con frustraciones personales, escribiendo con estilo del victimario de la logse, soltando topicos típicos, espero que este panfletario documento convoque a cuatro gatos y medio en esa mañana del 8 de junio.


Fuente:


El documento está haciendo clic aquí.


Tomás de la Torre Lendínez



17:44
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La foto muestra la fotografía panorámica, que han puesto en la ermita de Sorzano, donde se explica el paisaje que se divisa, con el nombre de los pueblos y montañas que se ven desde esa altura, que son muchos.


Hasta allí he subido en la mañana, después de haber madrugado para rezar un devoto y concurrido rosario de la aurora en Villamediana, dese la parroquia a la ermita de Santa Eufemia, con regreso a la parroquia donde hemos tenido la misa.


Finaliza así este mes de mayo, frío en cuanto al clima, pero lleno de caluroso afecto hacia la Virgen y que da paso, ya de inmediato a la grande y hermosa fiesta del Corpus.


El cristianismo es religión de libertad y gozo, dijo el Papa Francisco en la homilía de la misa matutina, hablando de Isabel y María y de Jesús en el templo -- inserto Papa -- es precisamente el Espíritu que nos guía: Él es el autor y el Creador del gozo. Este gozo en el Espíritu nos da la verdadera libertad cristiana. Sin gozo, los cristianos no podemos ser libres, nos volvemos esclavos de nuestras tristezas. El gran Pablo VI decía que no se puede llevar el Evangelio con cristianos tristes, desanimados y desalentados. No se puede. Esta conducta algo funeraria ¿eh? Tantas veces los cristianos tienen más bien cara de funeral que de alabanza a Dios ¿no? Y de este gozo viene la alabanza, la alabanza de Mar ...

16:06


–¿No pretenderá usted criticar a Cáritas, una de las instituciones mejores de la Iglesia?


–Tranquilo. Usted primero dispara, y después pregunta: «¿quién va?»… Lea bien el título, que tiene doble sentido. La evangelización de Cáritas, 1) la que hace con su acción benéfica, y 2) la que necesita en su forma demasiado secular. Y lo mismo en otras Obras.



«Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13). Dios está siempre o donando o per-donando: eso es lo propio del Misericordioso. Y también nosotros, sus hijos, debemos ser misericordiosos como Él, y hemos de donar y per-donar con una caridad gozosa. «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7). Tengámoslo bien en cuenta el próximo Corpus Christi, cuando Cáritas solicite nuestros donativos.


La primera comunidad cristiana de Jerusalén vivía la comunidad de bienes. La Iglesia primera nacida de los Apóstoles, como ya lo recordamos, (86) La koinonía de bienes, vivía la comunidad de bienes. Es, pues, justo y necesario que los cristianos, al recibir el don del Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra, inicien entre ellos una vida nueva, según Cristo, el nuevo Adán. «El vino nuevo exige odres nuevos» (Mt 9,17). Y ésta vida en Cristo no es nueva solamente en lo interior, sino también en lo exterior. Es decir, no sólamente da lugar a hombres nuevos, sino también a comunidades nuevas, que realizan modos muy perfectos de convivencia, desconocidos por el mundo secular.


La comunidad apostólica de Jerusalén es descrita por San Lucas en varios cuadros sintéticos de los Hechos de los apóstoles (2,42-47; 4,32-35; 5,12-16). Los creyentes bautizados «perseveraban en oír la enseñanza de los apóstoles y en la unión (koinonía), en la fracción del pan y en las oraciones» (2,42). La Iglesia es, pues, una comunidad apostólica, fraterna, eucarística y orante. La unión de caridad eclesial entre los fieles, habiendo recibido todos un mismo Espíritu, una misma alma, llevaba derechamente a la comunión de bienes materiales: «la muchedumbre de los que habían creído tenía un corazón y un alma sola; y nadie consideraba sus bienes como propios, sino que lo tenían todo en común (panta koina)» (4,32)



«Todos los creyentes vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común» (2,44). «Vendían sus propiedades y sus bienes, y las distribuían entre todos según las necesidades de cada uno» (2,45). De este modo, «no había entre ellos ningún pobre, porque cuantos eran dueños de haciendas o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y a cada uno se le repartía según su necesidad» (4,34-35). No daban simplemente en justicia (pues dar lo justo al otro es darle «lo que es suyo»), sino en caridad (que da de «sus bienes» por amor compasivo al necesitado).



San Lucas habla de «sus bienes»: es decir, los cristianos mantienen la propiedad de lo que es suyo. Pero por la caridad fraterna, los bienes personales vienen a hacerse comunes, no por la enajenación de los mismos, sino por la liberalidad comunicativa con que los usan sus propietarios. Así es cómo los primeros cristianos practicaban sencillamente el ideal evangélico de renunciar a todo, propuesto directamente por Cristo a todos sus discípulos (Lc 5,11.28; 14,33; 18,22): a todos, y no solamente a los que más tarde serán monjes y religiosos, y harán voto de pobreza, teniéndolo todo en común.


La koinonía se establece entre los que son «hermanos» en Cristo, es decir, dentro de la comunidad de «los que han creído» (Hch 2,42; 4,32). Recordemos que San Pablo, por ejemplo, exhorta: «hagamos bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe» (Gál 6,10). La Iglesia, pues, es en el mundo una comunidad distinta y mejor, que consigue, para la gloria de Dios y por su gracia, una forma de vida excelente, netamente diferente del orden social vigente. La comunidad cristiana, aunque nunca se presenta como un programa político, es un modelo perfecto para el mundo secular, y por eso obra como un fermento en la masa de la sociedad civil (Hch 5,13-14).


La koinonía, por la acción del Espíritu Santo, se realiza también entre unas y otras comunidades cristianas, y no se reduce al interior de la propia comunidad. Todas las Iglesias están unidas entre sí, viven de un mismo Espíritu, e intercambian sus bienes como se distribuye un líquido entre vasos comunicantes. Quienes han bebido de un mismo Espíritu y se alimentan de un mismo Pan, forman un solo Cuerpo de Cristo. Por eso participan también en la koinonía de los bienes materiales (cf. 1Cor 12,13.26).



Por ejemplo, las Iglesias de Macedonia y Acaya «tuvieron a bien establecer alguna koinonía en favor de los pobres de los santos en Jerusalén» (Rm 15,26; cf. 26-28). Y se exhortaba con insistencia a «la koinonía de la diaconía en favor de los santos» (2Cor 8,4). «¡No os olvidéis de la beneficencia y la koinonía!» (Heb 13,16).



–La colecta en favor de los cristianos de Jerusalén. Conocemos bien la colecta en favor de los cristianos de Jerusalén tal como la promovió San Pablo (1Cor 16,1-4; 2Cor 8-9; Rm 15,25-32). La ocasión de la colecta es la escasez que sufren los hermanos de Jerusalén. Pero la causa profunda de esa ayuda económica es la caridad de Cristo. Esta caridad debe expresar, pues, socialmente en la Iglesia aquella entrega amorosa que el Hijo divino hizo de sí mismo en la encarnación y en la pasión, pues Él, «siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos en su pobreza» (2Cor 8,9: es decir, siendo Dios, se hizo hombre, para deificarnos en su encarnación).



En el lenguaje del Apóstol queda, por tanto, muy claro que la colecta que él intenta no es una mera filantropía natural, sino una caridad eclesial profundamente cultual, religiosa y sagrada. Nótese bien cómo el lenguaje cristiano de la beneficencia apostólica se expresa con palabras litúrgicas, que describen el sentido profundo de una acción sagrada. «Esta obra de caridad» (2Cor 8,19), dice San Pablo, vendrá a ser una «eucaristía». Y por medio de «este ministerio sagrado» (diaconía tes leiturgías), no sólo se remediará la escasez de los Santos [fin próximo], sino que se hará rebosar en ellos la acción de gracias a Dios [fin último], pues al ver su manifestación en esta colecta, glorifican a Dios (pollon eujaristion to Theo) por vuestra obediencia al Evangelio de Cristo y por la generosidad de vuestra solidaridad con ellos y con todos» (9,10-15). Y así, la abundancia de unos será remedio para la escasez de otros, de tal modo que se logre una «igualdad (isotes)» (8,13).



La caridad cristiano-eucarística crea de hecho un micro-orden social nuevo, lo crea ya «entre los hermanos» de la familia de Dios, sin esperar a que la sociedad cambie a mejor, haciéndose más justa y solidaria. Pero, por supuesto, no se presenta –algo imposible entonces– como un programa político de renovación para el conjunto de la sociedad. Y la koinonía de bienes en favor de los hermanos pobres cobra en la primera comunidad apostólica tal importancia que pronto viene a requerir un ministerio propio, el de la diaconía (Hch 6,1-6). En este sentido, la historicidad de la diaconía corrobora la historicidad de la koinonía. También los diezmos, a lo largo de los siglos, expresarán en la Iglesia de modo semejante ese mismo espíritu.


La koinonía cristiana de bienes existió realmente en Jerusalén, y fue modelo realizado por otras Iglesias. No fue, pues, una mera idealización del autor de los Hechos, sin base real. Ni fue tampoco un caso aislado, puramente carismático, propio –como la abundancia de milagros– del tiempo naciente de la Iglesia, y en este sentido sin valor ejemplar para nuestro tiempo.



Muchos documentos antiguos atestiguan que la comunión de bienes materiales entre quienes vivían la comunión de bienes espirituales, lo que se vino a llamar «vita apostolica», fue un ideal frecuentemente exhortado y consignado. Autores como Orígenes, Epifanio, Antonio, Basilio, Jerónimo, Agustín, Casiano, todos, ven en la primera Jerusalén cristiana un modelo ideal permanente. Y lo mismo otros importantes documentos de la época: Dídaque (IV,8), San Ignacio de Antioquía (A Policarpo 4,3), Carta de Bernabé (XIX,8), Pastor de Hermas (compar. II; V,3,7), Clemente de Alejandría (Stromata II,84,4; 85,3; 86,4; Quis dives salvetur 13,1-6), la Didascalia (s. II-III: 5,1,4), las Constituciones apostólicas (II,25). Los apologistas refieren la comunidad de bienes como un signo de la bondad cristiana comunitaria: Arístides (Apología (XIV,8), San Justino (I Apología, XIV,2-3; 15,10; 67,1-6). No podrían aducir ese signo, socialmente comprobable, si no existiera de un modo u otro realizado.



–La beneficencia cristiana halla desde antiguo en la Eucaristía su fuente sagrada. Desde el principio la Iglesia sitúa en el marco de la Misa la donación de bienes materiales en favor de los pobres. Y lo hace por razones muy fuertes de la fe operante por la caridad. Es justamente allí, en el Sacrificio de la Nueva Alianza, donde Cristo entrega su cuerpo y derrama su sangre para la salvación de muchos. Y es ahí donde los cristianos, prolongando esa misma entrega que Cristo hace de sí mismo, no sólo incitados por su modelo, sino, más aún, movidos por la gracia de su misma caridad, hacen la ofrenda de sus bienes para ayuda de los necesitados.



San Justino, filósofo samaritano converso, hace una descripción de la Misa que viene a tener la misma estructura que la que hoy vivimos. En su I Apología (155) refiere, y cito el texto abreviándolo: «El día que se llama del Sol [el domingo: todavía en inglés, sun-day] se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos. Se leen los recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los Profetas [liturgia de la palabra]. El que preside hace una exhortación [homilía]. Todos en pie, elevamos nuestras preces [preces de los fieles]. Se ofrece el pan y el vino [ofertorio]. El presidente eleva a Dios la acción de gracias, y el pueblo exclama: “Amén” [plegaria eucarística]. Se distribuye a cada uno los alimentos consagrados [comunión]. Y los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente, y él socorre a huérfanos y viudas, a enfermos y necesitados, a los encarcelados y a los forasteros, y así él se constituye en provisor de cuantos se hallan en necesidad [comunicación de bienes y limosnas]. Y celebramos esta reunión general el día del Sol, por ser el día primero, en el que Dios hizo el mundo, y el día también en el que Jesucristo, nuestro Señor, resucitó de entre los muertos, al día siguiente al día de Saturno [sábado]» (67).


Y da San Justino la razón de la comunión de bienes: «Los que antes amábamos por encima de todo el dinero y el acrecentamiento de nuestros bienes, ahora ponemos en común lo que tenemos, y de ello damos parte a todo el que está necesitado. Los que nos odiábamos y matábamos unos a otros, y no compartíamos el hogar con quienes no fueran de nuestra propia raza por la diferencia de costumbres, ahora, después de la aparición de Cristo, vivimos todos juntos, y los que tenemos socorremos a todos los necesitados, y nos asistimos siempre unos a otros» (XIV,2-3; cf. 15,10; 67,1-6). Y el momento más apropiado para realizar esta maravilla de la caridad cristiana es precisamente la Eucaristía.


Antes ha advertido San Justino que no cualquiera puede participar en la Eucaristía. «Este alimento se llama entre nosotros Eucaristía, de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree verdaderas nuestras enseñanzas [creyente fiel], y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración [bautizado], y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó [en gracia de Dios]. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino como la carne y la sangre del mismo Jesús encarnado» (n. 66). Fe - bautismo - estado de gracia: son las mismas exigencias tradicionales de la Iglesia para la comunión eucarística (Código 915-916; Catecismo 1484, 1487).



–La beneficencia material cristiana tiene tantos siglos como la historia de la Iglesia. Imposible aquí y ahora trazar siquiera sea un esbozo de las modalidades que la beneficencia cristiana ha tenido a lo largo de los siglos. Órdenes antiguas fundadas para atender a peregrinos, enfermos, pobres. Los monasterios, los conventos, las parroquias, manantiales continuos de beneficencia multiforme. Congregaciones religiosas para la educación o para la atención hospitalaria de los necesitados y forasteros. Hijas de la Caridad y Conferencias de San Vicente Paúl; las Hermanitas de los Pobres, de Santa Juana Jugan; las Adoratrices, al servicio de las mujeres-eso, de Santa Micaela del Santísimo Sacramento; las Siervas de María, de Santa Soledad Torres Acosta; las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundadas por el Siervo de Dios, D. Saturnino López Novoa y Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars; las Misioneras de la Caridad, de la Beata Teresa de Calculta, etc. Imposible hacer una lista suficiente. Son innumerables las obras de beneficencia nacidas en la Iglesia bajo el impulso de la caridad de Cristo –«la caridad de Cristo nos urge» (2Cor 5,14)–, por obra del Espíritu Santo, y que son servidas por sacerdotes, religiosos y laicos.


En todas estas Obras la beneficencia es vivida y expresada como una obra de caridad profundamente religiosa y cristiana, es decir, como una buena Obra realizada en el mundo por el mismo Señor Jesucristo a través de sus discípulos. El mismo nombre del local donde se atiende a los pobres, por ejemplo, «Nuestra Señora de los Desamparados», el crucifijo en la sala, las oraciones y las breves catequesis ocasionales que se unen con gracia a la donación de la ayuda, etc. todo ha de vivirse en un ambiente religioso, en el nombre de Dios, y buscando Su gloria, al mismo tiempo que se procura el remedio de sus hijos. Sin incurrir imprudentemente en un exceso de predicaciones y catequesis, la expresión de la caridad divina debe ser tan patente que por ella se cumpla la norma de Cristo: «así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16).


–El esplendor de la caridad asistencial cristiana. Recordaré en forma muy breve cómo actúa en la beneficencia cristiana la caridad divina de la Trinidad santísima.



El cristiano «vive de la fe» (Rm 1,17), que por la gracia del Espíritu Santo infundida en la razón natural, le da un pensamiento nuevo, una participación cualitativamente nueva en el pensamiento de Dios. La fe radica en la razón, la supone, pero la purifica de sus errores y la eleva ontológicamente a un nivel sobre-natural, sobre-humano, de conocimientos. De modo semejante, el cristiano ha de vivir de la caridad, que infundida por el Espíritu Santo con la gracia en la voluntad humana, la purifica en sus modos egoístas de amar y la eleva a una participación sobre-natural, sobre-humana, en la calidad espiritual del amor de la Trinidad divina. Nace así un hombre nuevo (Ef 2,15), verdaderamente nuevo, con nuevas facultades de conocimiento y de amor: una nueva criatura (2Cor 5,17). Estamos, pues, ante una nueva raza re-creada por el Nuevo Adán, Jesucristo: una raza de «hombres celestiales» (1Cor 15,45-46), «nacidos de Dios», «nacidos de los alto», «nacidos del Espíritu» (Jn 1,13; 3,3-8). Del amor natural a la caridad hay tanta diferencia de nivel cualitativo como la hay entre la razón y la fe. Naturaleza y gracia.



Operari sequitur esse: el obrar deriva del ser. Él cristiano ha sido creado de nuevo para que viva siempre de «la fe operante por la caridad» (Gál 5,6): ésa es la acción verdadera que corresponde a su nueva naturaleza, ésas son las obras plenamente gratas a Dios y meritorias de la vida eterna. «Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son los hijos de Dios» (Rm 8,14). El hombre nuevo obra, pues, en forma deficiente, y culpable a veces, cuando actúa guiado solamente por la razón y movido solamente por el sentimiento y la voluntad. Una buena obra humna es cristiana en la medida en que se ha realizado «en fe y caridad», es decir, bajo el influjo de la gracia divina. Por eso, exaltando San Pablo la caridad en un himno sublime, nos dice en él: «si yo repartiera todos mis bienes entre los necesitados…, pero no tengo caridad, de nada me serviría» (1Cor 13,3).



–Es ésta la gloriosa dimensión doxológica de la caridad asistencial. «Todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él» (Col 3,17). Todo: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, buscar trabajo y casa a quien no los tiene, visitar a un solitario depresivo, ayudar a un inmigrante en todo lo que se pueda… «Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1Cor 10,31). Este impulso doxológico, este amor a Dios, es el que hace tan sobrehumana y perfecta la entrega de caridad de los santos a los pobres, a los miserables, a los pecadores, a los desesperados.



Ésta es la gloriosa caridad de un San Pedro Claver, S. J., «esclavo de los esclavos» en Cartagena. Ésta es la caridad de San Camilo, arrodillado con reverencia ante un pobre, dándole de comer. Éste es el impulso de ilimitada caridad de la Beata Teresa de Calcuta, recogiendo de la calle a los más miserables de los pobres; ella mismo lo dice: «lo hacemos por Jesús». Ésta es la caridad benéfica cristiana en toda su eficacia y esplendor. Ésta es la caridad asistencial que se ejercita en forma heroica, y no sólo en unas vacaciones de verano, o en un año sabático, sino en cuarenta o setenta años seguidos, día a día. Es la caridad cristiana que está movida por la caridad de Cristo, el que bajó del cielo para salvarnos, el que entregó su cuerpo y derramó su sangre para la salvación temporal y eterna de los hombres.



* * *


–La secularización reciente de la beneficencia católica es un gran error. Las obras de beneficencia, como todas las demás realidades cristianas, han ido perdiendo en las Iglesias descristianizadas la religiosidad explícita de sus formas propias, las que tuvieron una continuidad tradicional. Allí donde se ignora o no se conoce suficientemente que (208) La Iglesia es para la gloria de Dios, (210) que La Iglesia es sagrada, es decir, allí donde han sido (211) Las Iglesias arruinadas por la secularización , se impone en todo, también en las Obras benéficas cristianas, un planteamiento horizontal y naturalista, que lesiona gravemente la naturaleza verdadera de la Iglesia.


En efecto, la secularización desfigura todas las diversas realidades de la Iglesia: la ascesis, el matrimonio, la familia, el trabajo, el sacerdocio ministerial, la educación y la enseñanza, la actividad política, el arte, hasta la misma liturgia. Y por supuesto, la secularización quita también toda significación abierta de religiosidad en la obras cristianas de beneficencia. De este modo, se ha producido una clara ruptura con las formas propias tradicionales de la beneficencia cristiana. Y en ocasiones, con toda conciencia, se ha llegado a preferir la forma filantrópica del amor fraterno a su plena modalidad caritativa y cristiana. Y se hace norma, establecida al menos tácitamente, no mencionar el nombre de Dios y de su Cristo. Ya recordé hace poco un cartel publicitario de Cáritas de hace ya muchos años: «El amor es del cristiano, la caridad, de la señora marquesa».


–Los que colaboran con Caritas , con Manos Unidas , etc., suelen ser en su gran mayoría cristianos practicantes, que permanecen en la Eucaristía, donde Cristo «se entrega», donde entrega su Cuerpo y su Sangre para la salvación temporal y eterna de los hombres. Y ellos, con más o menos conciencia, pero de hecho siempre, están prolongando en favor de los pobres la entrega de Cristo, movidos por el amor del Crucificado, que dió su vida por nosotros. Suelen ser muchas veces la flor de la parroquia: gente que no está en este mundo para «pasarlo bien», sino que quieren estar en él como Cristo, que «pasó haciendo el bien» (Hch 14,38). Todos ellos –laicos y sacerdotes, religiosos, misioneros–, prestan su abnegado servicio a los necesitados movidos por la caridad sobrenatural evangélica, no por una mera filantropía naturalista.


Suelen organizar su servicio con total honradez –cosa que no puede decirse de «todas» las ONGs– y con un alto nivel de eficacia. No se implican a veces tanto como algunos quisiéramos en causas como la lucha contra el aborto, para salvar en el seno de su madre al niño concebido, ayudando así al más pobre e indefenso de los seres humanos. Pero, en general, estas grandes obras cristianas de beneficencia material hacen un bien inmenso, tanto a sus beneficiarios, como a los que en ellas colaboran. Son sin duda una gloria de la Iglesia Católica, y tanto en la extensión como en la calidad y la diversidad de sus servicios –pobres, parados, inmigrantes, discapacitados, exiliados, enfermos del sida, etc.– son las Obras mayores y mejores que existen actualmente en el mundo.


–Hay, pues, Asociaciones benéficas cristianas que deberían tener una expresión de Cristo mucho más clara e inteligible. Cáritas y otros organismos semejantes se realizan frecuentemente con una base local en la parroquia o en un centro religioso. Y en cada sitio sus reuniones de trabajo tendrán muy distintas formas, a veces más religiosas o a veces más profanas: dependerá de quienes componen el grupo o del laico o párroco que lo dirige. Pero quizá fuera bueno que adoptasen algún estímulo orante que fuera común. Lo tienen ya algunas Obras.



+Un buen Crucifijo presidiéndolo todo y una estampita con breves oraciones ayudan a dar sentido, unión en la espiritualidad y mérito de vida eterna a las buenas obras que una persona o un grupo hacen en los locales de Cáritas, Manos Unidas, etc. Rezar el Angelus o algunas otras oraciones al comienzo o al final. Por ejemplo:



–En el nombre del Padre… –Padrenuestro –AveMaría – Gloria


–Oremos. Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestros trabajos en N.N., para que nuestras obras comiencen en ti como en su fuente y tiendan siempre a ti, como a su fin. Por nuestro Señor Jesucristo.


V/.–Lo hacemos por Jesús. R/.–Lo hacemos con Jesús y movidos por su gracia.



Ya vale con eso. O con algo semejante. Lo que importa es que los trabajos sean ofrenda a Dios y a los pobres, que sean hechos en el nombre de Jesús, para gloria de Dios y para ayuda temporal y eterna de los necesitados, y que quienes los hacen tengan claro que obran con Jesús y movidos por su amor.


No se entiende por qué en algunas Obras casi nunca se menciona a Dios, a Cristo, al Evangelio, en sus carteles publicitarios y en sus revistas, destinadas a suscriptores, donantes habituales, parroquias y otros centros católicos. Como si obedecieran a un acuerdo común, nunca mencionan la gracia de Cristo que está en el origen, en la acción y en la perduración de la Obra. Es decir, se mantienen ocultros a quienes son protagonistas absolutos de esa acción benéfica: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Entre las grandes Obras benéficas de la Iglesia una de las pocas que son más explícitamente cristianas es Ayuda a la Iglesia Necesitada. Y hay otras, por supuesto.


Puede darse que en las 80 páginas de la revista de una de estas Obras de beneficencia secularizadas en su apariencia, apenas una, tres, cinco veces se mencione a Dios y a su enviado Jesucristo –en 80 páginas, y quizá sólo de paso–. Da que pensar que podría ser igualmente la revista de un Centro benéfico agnóstico. Las ideas lanzadas en sus carteles casi siempre, aparte de que suelen valer muy poco, son de tono pelagiano, y evitan casi sistemáticamente citar frases bíblicas o de santos.



+Si queremos hacer algo por el hambre de los demás, no hay excusas, y sí hay muchas razones


+CON Respeto - Solidaridad - Tiempo - Amabilidad - Verdad - Generosidad - Fraternidad - VIVE


Vive sencillamente, CONVIVE con los demás, serás feliz


+CARITAS, trabajamos por la justicia [Trabajamos por la caridad, que da de sí mucho más que la justicia, y que hace a ésta posible. Caritas, su mismo nombre expresa su verdadera naturaleza. No está bien que ella niegue su propio ser].




La expresión pública de una Obra netamente cristiana debe ser netamente cristiana. Publicar una revista de la Obra sin apenas mencionar a Dios y a su enviado Jesucristo parece un fraude. No se le ve a ello ninguna ventaja, y sí muchos inconvenientes. En trípticos y carteles no hay ninguna razón para rehuir las expresiones de la Escritura, de los santos, de la tradición cristiana, con frases que serían mucho más verdaderas y motivadoras:



«Da a quien te pida, y no vuelvas la espalda a quien te pide algo prestado» (Mt 5,42); «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer…» (Mt 24,34ss); Cristo «dió su vida por nosotros, y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos» (1Jn 3,16); «Quien ama a Dios ame también a su hermano» (4,21)… La Biblia es una fuente inagotable que mana palabras llenas de gracia y de verdad. Y lo mismo los escritos de los santos, especialmente de aquellos más directamente dedicados al servicio de los pobres. ¿Por qué se silencian estas palabras netamente cristianas, que en Cristo son luz y vida, y se nos dan a cambio palabras tan escasas de espíritu sobrenatural?



En una inmensa mayoría los miembros de las Obras benéficas católicas son cristianos, cristianos practicantes y convencidos, que hacen su trabajo con Cristo, por Él y en Él. Como es lógico, a ellos, lo mismo que a los donantes, les agrada y les ayuda oír la voz de Cristo y de sus santos, iluminando y motivando sus trabajos. Las revistas y los lemas secularizados de sus propias Obras no les dicen absolutamente nada, a algunos les indignan, y por supuesto no expresan en absoluto «el espíritu» que les mueve a colaborar en ellas con sus trabajos y con sus donativos. Es cierto que en estas Obras hay también a veces colaboradores no cristianos; pero si se integran en una obra cristiana, no es de esperar que se molesten o se alejen por alguna breve manifestación confesional cristiana. Es bueno, justo, equitativo y saludable que «se vea» que Cristo es el protagonista de esas obras benéficas, para que viéndolas los no creyentes, también ellos «glorifiquen al Padre que está en los cielos».


En una inmensa mayor parte las colectas y donativos que reciben y distribuyen estas Obras proceden de cristianos, es decir, proceden de Cristo. Cristianos practicantes, que viven la fe y la caridad, son aquellos hombres en los que vive Cristo, quien personalmente les mueve a esas buenas acciones de caridad benéfica. Es Cristo el que concede a los donantes la gracia de dar en las colectas de las Misas parroquiales. Es Cristo quien mueve a quienes hacen sus donativos en una suscripción, en el testamento, enviando un giro, un cheque, una transferencia. Es Cristo la Cabeza que mueve y dirige todo el movimiento de la Obra benéfica, dando ánimo a quienes ordenan y clasifican alimentos y objetos, a quienes atienden, serviciales y amables, a los necesitados. ¡Es Cristo el Donante total! Y está muy feo ocultar y silenciar al Donante principal en revistas y carteles, donde sólo se expresan filantropías naturales con lemas tontorrones. Hay que tener cuidado, porque lo que no se expresa, se oculta. Es bueno, pues, que tanto los pobres beneficiados como los propios benefactores sean muy conscientes de que en los servicios de esa Obra, la que sea, es Cristo quien se manifiesta para los hombres como fuente de todos los bienes materiales y espirituales, temporales y eternos. Así lo afirma el Canon Romano de la Misa, al terminar la plegaria eucarística, antes de la solemne doxología final trinitaria:



«Por Él [Cristo] sigues creando [Padre] todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros».



José María Iraburu, sacerdote





Índice de Reforma o apostasía




15:50

La solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo nos empuja a expresar nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía; a “expresar”, es decir, a manifestarla con palabras, miradas o gestos. La fe tiene su raíz en la acción de la gracia en nuestro corazón, pero abarca la totalidad de lo que somos y, por consiguiente, como la alegría o el amor, necesita ser expresada.


La Iglesia no ahorra las palabras, no silencia la emoción que suscita la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento y acude a la Escritura Santa para hacer resonar, en el canto del Aleluya de la Misa, la afirmación del mismo Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; quien coma de este pan vivirá para siempre” (cf Jn 6,51-52). En uno de los prefacios proclama: “Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica”. Y en el himno eucarístico compuesto por Santo Tomás se dice que la lengua cante el misterio del glorioso Cuerpo de Cristo: “Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium”.


La mirada del creyente de asombra y se admira ante esta singular manera en la que Cristo ha querido hacerse presente en su Iglesia. Y los ojos, que sólo alcanzan a ver el signo del pan y del vino, piden ayuda a la fe para creer, basados en la autoridad de Dios, que no miente, que Jesucristo, nuestro, Señor es el “Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias”. La mirada se vuelve entonces adoración: “A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte”.



Pero también el lenguaje corporal, la gestualidad del hombre, se siente comprometida a expresar la fe en la presencia real. Por esa razón nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento o hacemos la genuflexión cuando pasamos delante del sagrario. Todos los elementos sensibles que rodean la conservación de la Eucaristía o su presentación a la adoración de los fieles han subrayar y manifestar, por la nobleza de sus materiales y de sus formas, la grandeza de esta Presencia: el sagrario, el copón, la custodia o el palio con el que honramos, en la procesión eucarística, el paso del Señor. En esta lógica de una fe que se expresa se inserta, como un elemento destacado, la procesión del Corpus Christi, la proclamación pública de reconocimiento de la presencia real, permanente y sustancial de Jesucristo en el Santísimo Sacramento.


La ofrenda de pan y de vino de Melquisedec prefigura la ofrenda que la Iglesia, unida a Cristo, hace del Cuerpo y la Sangre del Señor (cf Gn 14,18-20). Celebrando el memorial de su sacrificio, de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada (cf 1 Co 11,23-26), la Iglesia alaba al Padre en acción de gracias “por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad” (Catecismo 1359). La Eucaristía es el banquete sobreabundante, que Cristo ha prefigurado en la multiplicación de los panes y de los peces (cf Lc 9,11-17), para que todos podamos comer y saciarnos.


En lugar de su forma visible, que ya no permanece entre nosotros desde la Ascensión, el Señor quiso darnos su presencia sacramental; ya que se ofreció por nosotros en la Cruz, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado “hasta el fin”. Como resume el Catecismo: “en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican ese amor” (n.1380).


Que a la vez que manifestamos nuestra fe en su presencia seamos también testigos que comunican su amor. ¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar! Amén.


Guillermo Juan Morado.


___________________________________________


EL CAMINO DE LA FE. REFLEXIONES AL HILO DEL AÑO LITÚRGICO

Autor : Juan Morado, Guillermo

ISBN : 978-84-9805-608-2

PVP : 7,21 € (s/iva) 7,50(c/iva)


El itinerario del año litúrgico es una magnífica escuela de vida cristiana. Por eso, el seguimiento y la reflexión, domingo tras domingo, de la Palabra de Dios proclamada en la Eucaristía será la mejor guía para caminar por el camino de la fe. Partiendo de la Pascua, este libro nos introduce en el sentido profundo de la presencia del Señor en nuestras vidas, y a partir de ahí nos invita a descubrir su enseñanza y lo que el mensaje evangélico implica para nosotros, si queremos ser fieles a la fe que profesamos. Guillermo Juan Morado (Mondariz, Pontevedra, 1966), sacerdote diocesano de Tui-Vigo y doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, es director del Instituto Teológico de Vigo, párroco de la parroquia de San Pablo y canónigo del Cabildo de Tui-Vigo. Autor de distintos trabajos de teología y de espiritualidad, Guillermo Juan Morado completa con este libro la reflexión que inició, en esta misma colección, con el volumen titulado La cercanía de Dios.



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13:21


Orar es hablar con Dios, pero lo más importante es la escuchar...y volver a escuchar. // Autor: P. Miguel Segura | Fuente: Catholic.net






Un aprendiz de oración caminaba por el desierto completamente confundido. Había frecuentado el contacto con diversos maestros y ya había pertenecido a un buen número de escuelas. Cada una defendía cosas distintas y el aprendiz ya no sabía qué era lo más importante en la oración. Decidió que lo único que le quedaba por hacer en su confusión era dirigirse a Dios.



- ¡Señor, ilumíname! -dijo suplicante- Unos me dijeron "No pienses en nada y repite letanías sin interrupción... verás que sentirás la liberación interior"...



-¿Y lo hiciste? -le dijo Dios.



- Sí, Señor, lo hice durante meses hasta que se me secó la boca y tuve que abandonar esa escuela.



- ¿No encontraste ninguna otra? -preguntó Dios, interesándose.



- ¡Oh, sí, Señor, muchas más! Fui a otra donde me dijeron: "Tranquilízate, haz vacío en tu interior y encontrarás a Dios", pero en el vacío sólo estaba yo mismo y como te buscaba a ti y no a mí, comencé a dudar también de esa escuela...



- Bueno, quizás haya otras...



- Sí, sí Señor, no creas que ésta fue la última. Visité muchas más; aprendí una gama enorme de posiciones para orar, y me hice experto en posiciones pero no en oración... y así recorrí otras tantas pero aún no sé qué hacer para orar. He llegado a convencerme de que no puedo orar y vengo a decirte que ya no me lo pidas más en mi interior.



- ¿No te di yo boca y oídos? -susurró Dios suavemente



- Sí, Señor... -dijo el principiante, que no esperaba este interrogante- pero dime de una vez, Señor mío; qué es más importante ¿escuchar o hablar?



- ¿Cuántas bocas te dí?



- Una.



- Y ¿oídos?



- Dos.



- Entonces, ya lo sabes...



¡Interesante dato! Orar es hablar con Dios, pero lo más importante en esa conversación es la escucha...

Si quieres unirte con Dios; escucha su Palabra, dialoga... y vuelve a escuchar.



(www.sanpablo.com)



LAS GRANDES LÍNEAS DEL MAGISTERIO DEL CARD. JORGE MARIO BERGOGLIO



LLIBRE PILARES DE UN PONTIFICADO








Autors: BERGOGLIO, JORGE MARIO (PAPA FRANCESC)

PVP: 11.78€ ( 12.25€ amb IVA )

ISBN: 9788428542067

Data de publicació: 03/2013

Editorial: San Pablo

Col·lecció: Caminos

Número d'edicions: 1

Dades del llibre : 160 pags; Rustica con solapas; 13.5 × 21 cm

Idioma: Espanyol

Sinopsi:

Pilares de un Pontificado es un acercamiento a la figura del papa Francisco a través de su Magisterio como obispo y cardenal. Para saber quién es y qué piensa sobre los desafíos del mundo actual, la Iglesia, la vida de fe, la sociedad, la nueva evangelización, la crisis de valores, la desigualdad, la pobreza, la educación, etc., se han recopilado en esta obra algunas de sus homilías, cartas pastorales, ponencias y conferencias. A lo largo de las páginas de este libro se podrá descubrir a un Pastor que habla desde la experiencia de una pastoral directa, desde la humildad, la cercanía, el celo y el amor por la Iglesia, por la sociedad, por quien sufre, por los pobres, por los que no cuentan. Completa la edición del libro una cronología esencial de la vida del papa Francisco.

Autors/es :
Jorge Mario Bergoglio va néixer a Buenos Aires el 17 de desembre de 1936. En 1969 va rebre l'ordenació sacerdotal i en 1992 l'ordenació episcopal. Des de 1998 és l'Arquebisbe de Buenos Aires i des de 2001 Cardenal del títol de Sant Robert Bellarmino. El 13 de març de 2013 va convertir en el primer Papa llatinoamericà adoptant el nom de Francisco.


(Cfr. www.almudi.org)










San Marcelino y San Pedro, Mártires



Marcelino y Pedro se encuentran entre los Santos romanos que se conmemoran diariamente en el canon de la Misa. Marcelino era sacerdote en Roma durante el reinado de Diocleciano, mientras que Pedro según se afirma, ejercía el exorcismo. Uno de los relatos que habla de la "pasión" de estos mártires, cuenta que fueron aprehendidos y arrojados a la prisión, donde mostraron un celo extraordinario en alentar a los fieles cautivos y catequizar a los paganos. Marcelino y Pedro, fueron condenados a muerte por el magistrado Sereno o Severo, quien ordenó que se les condujera en secreto a un bosque llamado Selva Negra para que nadie supiera el lugar de su sepultura.

Allí se les cortó la cabeza. Sin embargo, el secreto se divulgó, tal vez por el mismo verdugo que posteriormente se convirtió al Cristianismo. Dos piadosas mujeres exhumaron los cadáveres y les dieron correcta sepultura en la catacumba de San Tiburcio, sobre la Vía Lavicana. El emperador Constantino mandó edificar una Iglesia sobre la tumba de los mártires y, en el año 827, el Papa Gregorio IV donó los restos de estos Santos a Eginhard, hombre de confianza de Carlomagno, para que las reliquias fueran veneradas. Finalmente, los cuerpos de los mártires descansaron en el monasterio de Selingestadt, a unos 22 km. de Francfort. Durante esta traslación, cuentan algunos relatos, ocurrieron numerosos milagros.




El condenado al infierno se siente como un naufrago. No importa cuan espacioso sea el lugar de condenación, en realidad no es un lugar, sino un estado. Pero por espacioso que sea, se siente como arrojado a un lugar cerrado, como fuera de su lugar natural. Su alma siente ansiará la luz y belleza del Amor Infinito.

Pero el naufrago puede dedicarse a otros amores menores. Lo mismo que un ser humano sin Dios aquí en la tierra puede dedicarse al arte, al estudio de la Historia, a pasear, a charlar, también el condenado puede emplear su tiempo en algo.


Él está encadenado al infierno, pero sus potencias intelectuales no están encadenadas. Tiene intacta su capacidad para la vida social, para el diálogo. En muchos momentos, la tristeza le debe vencer. Pero en otros se sobrepone y trata de llenar su tiempo.





El condenado al infierno se siente como un naufrago. No importa cuan espacioso sea el lugar de condenación, en realidad no es un lugar, sino un estado. Pero por espacioso que sea, se siente como arrojado a un lugar cerrado, como fuera de su lugar natural. Su alma siente ansiará la luz y belleza del Amor Infinito.

Pero el naufrago puede dedicarse a otros amores menores. Lo mismo que un ser humano sin Dios aquí en la tierra puede dedicarse al arte, al estudio de la Historia, a pasear, a charlar, también el condenado puede emplear su tiempo en algo.


Él está encadenado al infierno, pero sus potencias intelectuales no están encadenadas. Tiene intacta su capacidad para la vida social, para el diálogo. En muchos momentos, la tristeza le debe vencer. Pero en otros se sobrepone y trata de llenar su tiempo.



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Para el paseante primerizo por la Gran Vía de Madrid lo primero que sugiero es que se siente sin prisas en un banco y observe. Ante sus ojos se desplegará un infinito desfile de tipos y modelos capaces de mostrar en minutos la variopinta riqueza de la ciudad de Madrid: los personajes más elegantes, la decadente dignidad, tribus urbanas, colectivos turísticos. Esto es Madrid.


Ayer lo hice. Sentarme y más tarde pasear. Estas son algunas de las cosas que uno puede encontrar en este poblachón manchego.


- Extraños compañeros de cama. Encontré gente pidiendo firmas para solicitar un referéndum sobre pensiones. Un enorme cartel señalaba los grupos y movimientos implicados en el asunto: Asociación Afectados Fórum Filatélico, Alternativa Sindical de Trabajadores, Asociación Española de Profesionales de Emergencias, Asociación de Vecinos SURAL, Asociación Ecologista Atalaya, Ateneo Cultural Madrid XXI, Juventud Obrera Cristiana, Los Verdes – Grupo Verde, Partido de los Pensionistas en Acción, Partido Mayores y Autónomos, Partido Pirata, Piratas de Madrid, Planeta Verde, Plataforma Yo No Pago, Partido Castellano, Por Un Mundo Más Justo, Unificación Comunista de España, Unión Sindical Obrera, Yayoflautas Granada, Yayoflautas Madrid, Yayoflautas Sevilla Colaboran: Ciudadanos – Partido de la Ciudadanía, Ciudadanos de Centro Democrático, Hermandad Obrera de Acción Católica.


No espabilamos. ¿Qué pintamos los católicos al lado de “Yo no pago”, el partido Pirata o la Unificación Comunista de España? Hay gente y grupos con los que no se puede ir a ni a recoger una herencia. Entre los firmantes, Benjamín Forcano, que ya no sabe qué hacer para salir en los papeles.


IMG_0886 - Oferta para la degradación. Ya dije que hay de todo. Una hora bebiendo cuba libres por diez euros. Está visto que aquí el que no se emborracha es porque no quiere. Entiendo que el bar en cuestión ponga en macha iniciativas comerciales para sanear sus cuentas. Pero sigo creyendo que el fin no justifica los medios.


- Una iglesia abierta, la de San Martín, donde rezar ante el Santísimo expuesto. Un oasis para retirarse uno un momento del torbellino de coches y gentes.


- La posibilidad de encontrarte con amigos infocatólicos, como Juanjo Romero y Bruno Ramos, y conocer a un bloguero de allende los mares: Daniel Iglesias.


- Acompañar a Daniel a su hotel y, por el camino, que te ofrezcan propaganda para un show de sexo, y mira que iba servidor con su tirilla de cura bien visible.


Gran Vía de Madrid. La magia existe.





Grito y súplica de la Iglesia: "¡Envía, Señor, tu Espíritu y renueva la faz de la tierra!"


El don del Señor resucitado es su Espíritu Santo, que va a continuar y prolongar la misma salvación y obra de Cristo en los corazones de los fieles.



Envía el Espíritu Santo para que sea el otro Paráclito, es decir, el Abogado, el Intercesor, el Consolador: las mismas funciones de Cristo ya que tomará de lo de Cristo para comunicarlo constantemente a la Iglesia.


¿Por qué es llamado así?


"El Espíritu Santo se llama Paráclito porque es Consolador, pues en latín paraclesis se traduce por consolatio [consolación]. Y en verdad que, cuando distribuye la gracia de los sacramentos, procura consuelo al alma. Tengo por cierto que experimenta gran alegría quien aprende alguna verdad cuando se la revela el Espíritu de Dios" (S. Isidoro, Sentencias, I, 15,4).

El Espíritu, por venir siempre en ayuda de nuestra debilidad, es invocado en toda situación por el bautizado y así, en las tentaciones y luchas, el Espíritu robustece y asiste para tener consuelo y salir victorioso.



"Cuando uno ora, invoca la asistencia del Espíritu Santo. Mas tan pronto como él llega, al punto se desvanecen las tentaciones de los demonios que asaltan el alma humana al no poder soportar la presencia de Aquel" (S. Isidoro, Sentencias, III, 7, 3).



Habremos de considerar muchas veces la gracia del Espíritu Santo como un don real que sostiene la vida creyente, teologal.



"Tal es la gracia del Espíritu: si halla abatimiento, lo disipa; si encuentra malos deseos, los consume; si halla temor, lo desecha y no permite que hombre alguno participe en lo sucesivo de éste, sino que, como transportado al cielo, hace que contemple todas las cosas de allí" (S. Juan Crisóstomo, In Io., hom. 75,5).




00:18

La Visitación de María


“María se puso en camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá: entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. (Lc 1, 39-56)



Hay personas maravillosas.

Hay personas que, más allá de su sencillez, son encantadoras.

Hay personas que, pasan desapercibidas y, sin embargo, son maravillosas.

Me gustaría formar parte de ese grupo de personas.

Me gustaría pasar sin que nadie se entere, y ser estupendas.


Es que a mí me encantan esas personas:

No que sacan pecho para demostrar lo que son.

No que sacan ruido para que todos se enteren.

No que alborotan mucho para todos se fijen en ellas.


En cambio me encantan María e Isabel.

Me encanta María que, a pesar de maternidad divina pone prisa a sus pies para servir a la vieja Isabel.

Me encanta María que, a pesar de su maternidad divina no se encierra sobre sí misma.

Me encanta María que, llena hasta los bordes de lo divino y humano:

Siente la necesidad de ponerse al servicio de los demás.

Siente la necesidad de convertirse en “empleada de servicio doméstico”.

Siente la necesidad de ponerse el “delantal de muchacha de servicio”.


El servicio siempre tiene prisas.

Porque el que tiene hambre no puede esperar a mañana.

Porque el que está abandonado no puede esperar a mañana.

Porque el que está desnudo no puede esperar a mañana.

Porque el que anciano no puede esperar a mañana.


No me gustan las pisas en la vida.

Pero me encantan las prisas para servir a los demás.

No me gustan las prisas que nos ponen nerviosos.

Pero me encantan las prisas que acuden a echarle una mano a los necesitados.


Me encanta Isabel que, a pesar de sentirse bendecida por Dios en su vejez:

Sabe reconocer la verdad de los demás.

Sabe reconocer la grandeza de los demás.

Sabe reconocer las virtudes de los demás.

Sabe reconocer las cualidades de los demás.

“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”

“¿Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá lo que te ha dicho el Señor”.


La grandeza del corazón humano se manifiesta:

Considerando más que uno mismo a los demás.

Considerando más importante que uno mismo a los demás.

Considerando más grande que uno mismo a los demás.

Admirando la grandeza de los otros.

Admirando la bondad de los otros.


Considerar más a los demás, no nos empequeñece, sino que nos engrandece.

Considerar más a los demás, no nos hace ser menos sino ser más.

Considerar más a los demás, no nos achata sino que hace crecer.

Considerar más a los demás, revela lo grande somos.

Considerar más a los demás, revela la grandeza que llevamos dentro.

Considerar más a los demás, nos hace más grandes a todos.


Nadie es menos por tener por más a los otros.

Nadie es menos por considerar más a los demás.

Crecemos cuando hacemos grandes a los demás en nuestro corazón.

Crecemos cuando somos capaces de reconocer la verdad de los otros.


María creció en el corazón de Isabel que la vio, no como la pariente amable, sino como la “madre de su Señor”.

Isabel creció en el corazón de María llenándose del Espíritu Santo.

Dos mujeres que se olvidan de sí mismas para hacer grande la una a la otra.

Es el orgullo personal el que nos empequeñece.

Es la vanidad personal la que nos achica.

Es el servicio el que nos hace grandes.

Es el reconocer como más importe al otro, lo que nos hace medrar delante de Dios.

“Dichosa tú que has creído”.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo C, Maria, Tiempo ordinario Tagged: isabel, magnificat, maria, visitacion

19:40

Termina el mes de mayo, rey de la primavera temporal y de la inventada para los incautos de turno.


Durante este mes el Papa Francisco ha cesado en todos sus cargos a un cura francés por no borrarse de la militancia en la masonería.


Los inventores de primaveras nostálgicas han hablado poco de este caso, por considerarlo un frenazo del Papa a sus pretensiones primaverales.


Quien ha hablado y claro, ha sido la propia masonería, para quienes ser católico y masón, es como ser socio de un club deportivo.


¿Qué datos aporta la propia masonería?




Durante cinco años en este Blog he dejado escrito y documentado a personas y acciones que han considerado la masonería como una entidad absolutamente compatible con ser católico.


Ahora la propia masonería aporta estos datos:


“El 14,5% de sus miembros se autodefine como Católico Romano. Se trata del tercer grupo más importante dentro de la Gran Logia de España. Un 23,5% adicional se siente cristiano, sin señalar a ninguna de sus confesiones, sólo por detrás del 41,5% se consideran personas espirituales sin adscripción a ninguna religión".


Incluso uno de los jefes de la masonería francesa ha dicho lo siguiente:


El secretario de la Gran Logia Nacional de Francia, Claude Legrand, dijo que la decisión de la Santa Sede parece “excepcional” porque hay “un buen puñado” de sacerdotes entre sus 26.000 miembros.


Un directivo de la masonería española, Óscar de Alfonso afirma que “el masón que es católico sigue creyendo en los postulados de la fe católica, al igual que, como por ejemplo, el masón que es judío lo hace en su propia religión. La religión pertenece al ámbito de la intimidad personal del individuo en la que la masonería no entra para nada. No le exigimos a nadie que crea en un Dios concreto, porque, precisamente, por la tolerancia que practicamos estamos abiertos a hombres de diferentes religiones que pueden convivir y trabajar masónicamente en fraternidad y armonía".


Conclusión


La masonería está presente, pero no se ve, se nota, pero no se toca. Solamente se huele a masonería cuando se observa la vida de algunos eclesiásticos y católicos, quienes viven partidos en poner una vela a Dios y otra a la secta ofrendando una vela, un clavel, o….su propia esclavitud.


Para saber más hagan clic aquí.


Tomás de la Torre Lendínez



19:20

No cabe duda de que el Camino de Santiago es una señal de identidad para la diócesis de Tui-Vigo. Y para todas las diócesis de Galicia.


El Camino de Santiago ha sido, y sigue siendo, una marca definitiva para Europa y para la presencia de la fe cristiana en Europa.


Tal como dijo el papa Benedicto XVI, el 6.11.2010:


“Como el Siervo de Dios Juan Pablo II, que desde Compostela exhortó al viejo Continente a dar nueva pujanza a sus raíces cristianas, también yo quisiera invitar a España y a Europa a edificar su presente y a proyectar su futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos. Una España y una Europa no sólo preocupadas de las necesidades materiales de los hombres, sino también de las morales y sociales, de las espirituales y religiosas, porque todas ellas son exigencias genuinas del único hombre y sólo así se trabaja eficaz, íntegra y fecundamente por su bien”.



El 24 de Mayo el Sr. Obispo de Tui-Vigo ha nombrado como Delegado Diocesano para el Camino de Santiago a D. José Eugenio Domínguez Carballo. Es el párroco de Arcade, una parroquia que está ubicada en el camino portugués. Es, sobre todo, un buen cura.


Me alegro mucho de este nombramiento. El “Camino de Santiago” nos viene dado. Hemos de acompañarlo. También ese acompañamiento es una contribución a la nueva evangelización.


Guillermo Juan Morado.



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