Los santos son los que mejor han comprendido los misterios de Nuestro Señor Jesucristo, imitando en sus vidas sus distintas perfecciones. Así es como la Iglesia tiene una riqueza tan maravillosa de carismas y ejemplos de santidad en sus apóstoles, doctores, maestros espirituales, hombres y mujeres santos, en todas las épocas.
Este próximo 4 de mayo será beatificada, en la Ciudad de México, una mujer mexicana, esposa, madre, viuda, abuela, inspiradora de congregaciones religiosas, y prolífica escritora mística, a quien queremos dar a conocer a muchos que aún no tienen referencias de ella.
Es Concepción Cabrera de Armida, Conchita, como la llamaban sus familiares y amigos. Una mujer laica, que vivió con sencillez y alegría su noviazgo y su matrimonio, fue madre de nueve hijos, viuda y cultivó sus amistades en un marco de total normalidad en su época. Pero que en las profundidades de su alma llevaba una vida apostólica increíble, imitando heroicamente e identificándose con Cristo Crucificado, Sacerdote y Víctima.
Por un indulto especial de San Pío X, murió canónicamente religiosa, en su hogar, en brazos de sus hijos. Conchita fue la inspiradora de las Obras de la Cruz, entre las cuales están la Congregación de las Hermanas de la Cruz y los Misioneros del Espíritu Santo, además de otras obras apostólicas para sacerdotes y para laicos.
El Señor la privilegió con iluminaciones divinas y revelaciones que Él mismo le «dictó», que no son solamente las relaciones de su alma con Dios, sino que abarcan todos los grandes temas del catolicismo. Su Diario, llevado durante más de cuarenta años, en medio de sus trabajos hogareños comprende sesenta y seis gruesos manuscritos que alcanzan la amplitud de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. Estos escritos son tan profundos y sublimes que se la considera émula de Santa Catalina de Siena y de Santa Teresa de Jesús.
Su doctrina espiritual es la Doctrina de la Cruz, el Evangelio de la Cruz, que contempla en particular los sentimientos y sufrimientos internos de Nuestro Señor durante toda su vida, y más durante su Pasión y Muerte.
Tuvo una vida de grandes sufrimientos , contradicciones y luchas, quedando viuda a los cuarenta años y con el gran dolor de la muerte de cuatro de sus hijos. También con grandes penas por su patria y por su fe durante las varias persecuciones de los gobiernos de su tiempo a la Iglesia Católica, que dieron innumerables mártires y santos a México.
Pero vivía el gozo del dolor inmolándose en la Cruz de su Señor, siendo ella misma la Cruz del Crucificado, en el Amor de Dios. Conchita se inmola en el altar de su alma, y en el Santo Sacrificio de la Misa, a fin de salvar a las almas. Ese es su deseo más profundo, el motor de su vida, la inspiración que tempranamente en su juventud le dio Nuestro Señor y que la acompañó hasta el fin, cuando le dijo «Tu misión es salvar almas». Pedía siempre con un gran amor y celo apostólico: «¡Jesús, Salvador de los hombres, sálvalos, sálvalos!».
Muchos de sus escritos se refieren a la Santa Iglesia y están dirigidos a sus ministros, los sacerdotes, el objeto privilegiado de las oraciones de Conchita y del martirio interno de su corazón, ya que son elegidos para ser otros Cristos, por el mismo Señor, quien en sus revelaciones a Conchita derrama el amor de su Corazón en sus dichos y consejos para ellos.
La obra póstuma del Padre Marie-Michel Philipon O.P., el renombrado teólogo francés, está dedicada a Concepción Cabrera de Armida, con el título de Diario espiritual de una madre de familia. Aquí podrán leer este precioso texto e interiorizarse de la vida y doctrina de esta santa mujer.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
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