julio 2014

19:48





—No tenemos sueños baratos...




Lo repite una y otra vez por la radio una voz la mar de persuasiva, que nos invita a soñar con aviones privados, yates de lujo y otras bagatelas que podríamos alcanzar sin esfuerzo si jugáramos un poco más a la lotería.




El anuncio es bueno, y el eslogan me convence: no, yo tampoco tengo ilusiones asequibles. El Reino de los Cielos, la Vida Eterna, la Contemplación de la Belleza Increada, amar y saberse amado por el Amor de los amores, que nunca traiciona ni envejece.




Y una enorme biblioteca, y toda la música de Mozart, Bach, Beethoven... Y los pájaros; las aves del Cielo.




Tienes razón, amigo: no tenemos sueños baratos.




15:37


Hoy he llegado al Desierto de las Palmas, que será mi casa mientras permanezca en España. Ya he hablado en varias ocasiones de este hermoso convento carmelitano situado en un entorno natural idílico, sobre una montaña frente al mar Mediterráneo. (Aquí se pueden consultar 15 entradas con fotografías, videos y reflexiones).






Entrada principal del monasterio.






La iglesia durante la celebración de una boda.






Alrededor del monasterio hay muchas ermitas y pequeños edificios devocionales como este, llamados "antros".






Ermita de santa Eufrosina, junto a la puerta del convento.






Los frailes no son los únicos habitantes del lugar. Los jabalíes son muy numerosos en la zona.






También un tipo de tortugas endémicas de la zona.






No faltan las juguetonas ardillas.






La montaña más alta está rematada por una gran cruz.





En el museo conventual se conservan muchos iconos antiguos y otras obras de arte.

Cuando comenzó sus estudios de Ingeniería de Caminos, Álvaro del

Portillo no se imaginaba el giro que daría su vida pocos años después.

Aunque era un joven con un ideal profesional definido, siempre estuvo

abierto a que Dios cambiara sus planes. Por eso, primero pidió la

admisión en el Opus Dei y, después, se ordenó sacerdote. Y Dios, hizo

fructificar los sacrificios del futuro beato.

Este vídeo de dos

minutos, que forma parte de la exposición itinerante Un Santo en Datos,

resume la labor de Mons. Álvaro del Portillo en servicio a la Iglesia.

12:31
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Desde los viñedos riojanos que se divisan desde Briones (como se aprecia en la foto), despido al P. Efraín, con quien he disfrutado estos días y le deseo un feliz regreso a Roma, donde termina ya su licenciatura en en el Instituto San Juan Pablo II.


Aquí se queda un día más el P. Lee, que irá un mes a Galicia a colaborar en una parroquia. Hoy espero al P. Luis Antonio que regresa de su convivencia Valenciana y que se incorporará a esta visita guatemalteca.


12:11

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Hacer el panegírico de San Ignacio de Loyola es un gran honor para mí; y le quedo cordialmente agradecido por el honor al Sr. Cura Párroco, Dr. Agüero. La palabra «panegírico» ha ido tomando un sentido peyorativo; y eso con razón, cuando en vez de ser una simple exposición de la vida del Santo se convierten en piezas retóricas pomposas hinchadas y huecas que ponen al santo por las nubes pero lo quitan de la tierra.


Pero las vidas de los Santos es la lectura más útil al cristiano después de la Sagrada Escritura: esa lectura convirtió a San Ignacio de Loyola.


Una monja mejicana me escribió hace poco que no le gustan la vida de los Santos porque son aburridas o mentirosas; tiene razón con respecto a las biografías escritas por devotos ininteligentes. En su Vida de San Ignacio el escritor inglés Cristopher Hollis dice que los devotos suelen ser poco honrados; quiere decir que escriben vidas de Santos hombres que no tienen la inteligencia y la experiencia requeridas por ese género literario, el más difícil de todos. «Hay que ser un santo para escribir bien la vida de otro santo» dijo Tomás de Aquino, con alguna exageración. Pero hay numerosas vidas de Santos buenas: hace poco la Sra. Clara Luce Booth ha publicado un libro Santos de Ahora, entre quienes cuenta a San Ignacio: vidas breves escritas por los mejores escritores yanquis -de ahora.


San Ignacio no ha tenido suerte en biografía: no he hallado ninguna que me satisfaga, y he leído muchas. Incluso hay no pocas equivocadas y aun calumniosas, como la del austríaco Fulop-Müller y la del suizo Bluck, que ha publicado Peuser entre nosotros. Casi todas conciben a Iñigo de Yañez y Loyola (no Iñigo López de Recalde que dicen algunos) como el «Gran Inquisidor»: un hombre terco, rígido, implacable, inhumano incluso; porque, por ejemplo, a un jesuita que dio por broma una palmada en el trasero a otro que estaba agachado, lo echó al instante de la Compañía; rasgo accidental que no define a San Ignacio, y pudo ser un error, por cierto; pero para mí, en el fondo es un rasgo de sentido común; como el rasgo de Onganía al cerrar Tía Vicenta.


He aquí un soldado cojo y calvo, «soldado desgarrado y vano», de estatura casi enano, hijo de un terruño rudo, que jamás supo bien el castellano ni el vasco ni el latín ni el francés ni el italiano… se pone en el siglo XVI –dice el historiador protestante Lord Macaulay- «en el rango de los más grandes estadistas europeos» y el hombre que más ha influido en el mundo moderno –dentro de la Iglesia: A san Ignacio se podría aplicar lo que me dijo por broma un vasco no hace mucho: «Nosotros los vascos somos todos buenos; pero somos muy brutos. Ahora que cuando un vasco sale inteligente, como yo por ejemplo.. ¡arripoa!». San Ignacio fue un vasco genial. No les han faltado tampoco a los vascos genios especulativos.


Ignacio no fue ni el gran inquisidor de la leyenda de Dostoiewski, ni el jefe taimado y tramposo de Carducci y Víctor Hugo, ni el «Perinde ac cadáver» (frase que no inventó él sino San Francisco de Asís) ni el sargento mayor encalabrinado de disciplina, ni el «profesor de energía» que dice el P. Laburu, ni el gran politicastro, ni el Quijote viviente de Unamuno. Eso es leyenda o caricatura. Más cerca de encender hogueras estuvo él de ser mandado a la hoguera; y salvó de la hoguera a muchos. El nombre que él se daba era el de «Peregrino», el de «Pecador» o el de «Pobre en virtud»; y quienes lo conocían lo llamaban «Padre».


Veremos brevemente la conversión de San Ignacio, la fundación de la Compañía de Jesús y el estado de la Compañía hoy en día.


I


Dice Papini en su libro «Los Operarios de la Viña» que Ignacio de Loyola no es un santo popular: pocas veces los hombres de mando y de lucha y de orden son populares para el vulgo; son muy amados por los que están en contacto inmediato con ellos; y esto sucedió grandemente con San Ignacio. Por otra parte tuvo siempre enemigos y calumniadores –hasta nuestro días. Grandes amigos y grandes enemigos; porque simplemente, era grande.


La conversión de San Ignacio se verificó en 1521 a los 30 años, en su lecho de convaleciente; en la misma fecha en que Lutero se sublevó contra la Iglesia de Roma. En el sitio de Pamplona por el ejército francés, una bala de cañón le trizó la pierna derecha, no el muslo sino la canilla; y apenas cayó él, el puñado de españoles que defendía la fortaleza se rindió. Los médicos le ensamblaron los huesos rotos mal que bien; mejor dicho mal; y después se vio que una punta de hueso se proyectaba como un tarugo debajo de la piel; impidiendo el uso de la bota alta y estrecha que usaban los oficiales. Iñigo de Loyola exigió que le arreglaran eso: dijeron había que reabrir la herida, serruchar el hueso y estirar la pierna con poleas: sin anestesia. Iñigo soportó la horrible operación sin un gemido, solamente suspirando «¡Ay Jesús!» de vez en cuando. Quedó sin embargo rengo: «martirio de vanidad» lo llamará más tarde. No era su primer acto hazañoso; y mucho menos el último: toda su vida hizo actos arrojados, indomables, atrevidos incluso; es decir, caballerescos.

En su segunda larga convalecencia Iñigo leyó vidas de Santos; había pedido le trajeran novelas de caballería y le trajeron a falta dellas la «Vida de Cristo» del Cartujano y el «Flos Santorum», o Vidas de los Santos. Leyéndolas, su ánimo ardiente y ambicioso decía: «¿Esto hizo San Francisco? Pues yo también lo puedo hacer. ¿Esto hizo Santo Domingo? Pues yo también lo tengo de hacer» Y notó que cuando se pasaba horas soñando con «la dama de sus pensamientos» (que era nada menos según parece que la princesa Juana de Aragón, casada más tarde con el Rey de Nápoles; «pues no era condesa ni duquesa sino más arriba que eso» -dice él en su Autobiografía) mas cuando pensaba en las grandes hazañas y hechurías que iba a hacer por ella, el final de los pensamientos le dejaba un extraño amargor; mas cuando pensaba en los Santos, el final era tranquilo y gozoso. Después de una larga lucha de sentimientos («discernimiento de espíritus» lo llamará más tarde) se decidió a dejar la caballería terrena y seguir a Jesucristo, visto por él como un Jefe temporal (mucho mejor que el Duque de Najera, su señor) que hace reclutamiento en todo el orbe de la tierra para su sempiterna campaña contra Satanás. «Si San Bernardo hizo esto (la primera Cruzada) yo también lo haré».

Se arrancó de su casa no sin resistencia de los suyos y fue, cojeando, mendigando y desconocido al monasterio de Montserrat, donde veló una noche entera en oración, conforme a la costumbre de los caballeros antes que un Rey o una Reina (o «su señor natural») les diesen el espaldarazo con la espada y les calzasen las espuelas de oro, consagrándolos para siempre al servicio de la Justicia –y de la patria. Pero él dejó su espada al pie del altar de Nuestra Señora; y se fue, hecho un mendigo rengo y penitente a la vecina ciudad de Manresa. Allí buscó una cueva a la orilla del Río Cardoner y comenzó la más extraordinaria tanda penitencias, privaciones y oraciones. «Si San Antonio Abad hizo esto, yo también lo haré». El demonio lo tentó como a San Antonio, también extraordinariamente, con tristezas, escrúpulos, desesperación, hasta el punto de incitarlo a suicidarse. Pero él venció las tentaciones con decisiones heroicas, y tuvo grandes visiones de Dios. Esta fue la conversión de Iñigo, que tiene destellos épicos, novelescos, dramáticos y estremecedores; los cuales son conocidos. Un año estuvo en Montserrat y Manresa; y de ahí se trasladó a Barcelona, después a Venecia, después a Jerusalén.


Fue a Barcelona como etapa para Jerusalén. Una noble dama catalana que tenía un marido ciego y vivía dedicada a su cuidado y a la piedad, Isabel Rosell, estando en la iglesia sintió como una voz interior que le decía «Ese mendigo que está en la puerta». Enseguida que habló con él quedó prendida o prendada: le oyó el lenguaje de los caballeros; y lo protegió todo el tiempo de Barcelona y todo el tiempo de su vida, como otra dama, Inés Pascual en Manresa; y con esta y otra monja, Teresa Rejadella, Ignacio se escribió toda la vida. Blunck dice que San Ignacio fue un misógeno, es decir, enemigo de las mujeres; y en realidad fue lo contrario, demasiado atraído por las mujeres, digamos enamoradizo. En Roma fundó una casa para mujeres arrepentidas; y se iba él mismo a las casas malas, peleaba con los rufianes o «cafishios» y siendo ya General de la Compañía, consejero del Papa y conocido en todo el mundo, las acompañaba a pie por las estrechas y lodosas calles de Roma. Un enemigo de los Jesuitas, Miguel Mir, ex-jesuita, escribió: «Ignacio de Loyola prohibió a sus secuaces la dirección espiritual de mujeres; y él dirigió hasta su muerte un montón de mujeres. Impuso a sus secuaces una obediencia férrea; y él no obedeció una sola vez en su vida…» Lo primero es verdad, lo segundo falso.


En Barcelona tuvo su primer topetazo con la Inquisición; no el último ni mucho menos. Ignacio no podía quitarse de enseñar, exhortar y predicar, incluso en las calles; ni podía andar sin una cola, es decir, compañeros que se le pegaban infaltablemente, como a un imán. Tenía ese magnetismo, el poder de influenciar, tenía «el genio de la amistad» dijo un contemporáneo. No era ni brillo intelectual ni prepotencia de la voluntad; simplemente su libertad obraba sobre las libertades ajenas, y su dignidad era atrayente, radiante, arrastrante. El que se haga Emperador de sí mismo, ese podrá imperar a los otros. Más de una vez le bastó ir a visitar a un enemigo, conversar una hora y dejarlo convertido en adicto; como cuentan de Irigoyen; pero más que don Hipólito por cierto, como fue también el caso de San Francisco y Santo Domingo. La Inquisición andaba con ojo inquieto y barbas al hombro en ese tiempo; y con razón. Sus cinco primeros compañeros lo dejaron al partir él para Venecia y para Jerusalén. Sus cinco primeros compañeros lo dejaron al partir él para Venecia y para Jerusalén.

El viaje a Jerusalén, hecho sin dinero y descalzo, tuvo las más increíbles peripecias, que no contaré: los desprecios, los peligros y las palizas fueron sin cuento. Cuando la nave de los peregrinos en que viajó gratis llegó a Jerusalén, el Provincial de los franciscanos, que era prácticamente el Arzobispo de Tierra Santa, les dijo visitaran el Santo Sepulcro y se mandaran mudar, porque el Turco andaba bravo -los turcos desplumaban y maltrataban a los peregrinos- Ignacio se quedó. El franciscano lo llamó y le dijo si no se marchaba lo iba a excomulgar. Obedeció, pero antes fue a despedirse del Monte Oliveto, de la piedra donde según decían, estampó sus pies Jesucristo al subir al cielo. Sobornó al centinela turco con un cortaplumas, adoró la piedra, y se volvía cuando le vino una idea repentina: mirar si Cristo al subir al cielo estaba mirando hacia España, o al revés, de espaldas. Sobornó otra vez al centinela con una tijeras y entrando vio con gran ufanía que las puntas de los pies miraban a España. Se le acabó la ufanía enseguida porque un sirviente armenio del convento franciscano lo topó; y a empellones puñadas y patadas lo llevó ante el Provincial, que lo reprendió ásperamente. Este era el mismo Iñigo que a los 18 años: porque un grupo de hombres armados que venían por su acera no le cedían la derecha, desenvainó, hirió a uno y los hizo huir a todos. Pero él contó que mientras el armenio lo arreaba como a un animal, el veía delante de sí a Cristo.


Vuelto a España (en las mismas condiciones hazañosas de siempre, de Venecia a Barcelona a pie y mendigando, pasando por Francia, que estaba en guerra con España) Ignacio se puso a estudiar o quiso ponerse a estudiar: la Inquisición le había mostrado que lo que importa no es el saber, lo que importa es el título; que no basta tener talento, hay que tener permiso de tener talento.


Se fue a Alcalá y después a Salamanca algo más de dos años: en Alcalá a la escuela del maestro Arévalo, donde iban niños de 10 años, sentado en el último banco; y de hecho era el último de la clase. Se ponía a decorar la primera conjugación, Amo amas amare amavi amatum y se acordaba del amor de Dios, se abstraía y no aprendía; ni a palos, pues le pidió al maestro Arévalo que le pegase como a los chicos si no sabía la lección. A los dos años Arévalo cansado lo mandó a Salamanca. Como siempre, se le apegaron tres compañeros; y como siempre, andaba predicando y visitando enfermos y encarcelados; y como siempre, alarmó a la Inquisición y los metieron presos tres veces por lo menos.


La primera vez los interrogaron interminablemente y los largaron mandándoles se comprasen zapatos y no anduvieran descalzos. Ignacio le dijo al Inquisidor Figueroa que le regalase él los zapatos; y añadió: «Con tanta y tanta pregunta, ¿qué ha sacado Ud.? ¿Ha encontrado algo malo en lo que enseño?» «No,» -dijo Figueroa- «porque si hubiese encontrado algo malo, os mandaba a la hoguera.» «Y yo también a vos, en el mismo caso» dijo el peregrino.


Este rasgo de humor de Ignacio es uno entre muchísimos: tenía el sentido del humor, que según Aristóteles es propio del hombre magnánimo; y en él era cosa habitual; en este vasco que suelen pintar como seco, seriote, ceñudo, adusto, frío y aun lúgubre. Por ejemplo, cuando por tercera vez lo metieron preso, en Salamanca, con grillos y cadenas, fue a verlo el Inquisidor Frías con el Obispo Mendoza -el que después se haría famoso en el Concilio de Trento, hecho Cardenal de Burgos, confesor y amigo íntimo de Carlos V-; y Frías le preguntó irónicamente: «¿Me tiene odio por estos grillos y cadenas?» «Dr. Frías» contestó el reo «sepa que no hay en toda Salamanca tantos grillos y tantas cadenas cuantos yo desearía sufrir por Cristo. Lo que me impacienta son unos animalejos que hay por aquí, muy chiquitos, pero muy bravos.» La respuesta le ganó la voluntad del Cardenal de Burgos, que lo había ido a ver por curiosidad como a un chiflado cualquiera.


Podría multiplicar los ejemplos del humor un poco tosco y aun salvaje pero siempre amable del peregrino. (Una vez en Roma dijo que a él le gustaría ser judío para tener en las venas sangre de la raza de Jesucristo y un tal Mateo López le dijo, «¿Judío, señor?» y escupió. «Sí señor, judío… como Vuestra Merced» dijo Ignacio, y escupió también).


Una vez, ya General, encontró a un lego que estaba barriendo un corredor y le dijo: «Hermanos, este trabajo ¿lo haces por Dios o por los hombres?» «Por Dios» dijo el lego. «¡Qué lástima! Porque si lo hicieras por los hombres no me importaba; pero haciéndolo por Dios y barriendo tan mal como barres te tengo de dar una buena penitencia». Las penitencias que solía dar era mandar al culpable a rezar a la Capilla hasta que él avisase. Y cuando le preguntaban «¿Por quién debo rezar?» respondía: «Por mí, para que no me olvide».


Dando Ejercicios al Dr. Ortiz, un célebre profesor de Teología y encontrándolo deprimido se puso a bailar delante con su pata renga para hacerlo reír; y cuando, salido de Ejercicios, Ortiz le pidió entrar en Compañía, le dijo «No, porque sois muy gordo». Prohibió admitir en la Compañía hombres de cara fea; sin embargo Diego Laínez, el segundo General, era feísimo. «Me admitieron de noche» decía él.


Se puede contar también como rasgo de humor las catorce horas que esperó sentado a la puerta del Papa Paulo IV, su enemigo, sin comer, sin beber y sin dormir. Lo que quería el Papa era que se fuese; pero tuvo que recibirlo.


El P. Nadal en su «Memorial» dice que el buen humor era continuo en él: «En la recreación y en su aposento estaba siempre alegre y risueño, pero guay cuando fruncía el ceño; ninguno podía sostener su mirada de enojo» esa misma mirada que dirigió en Pamplona a sus compañeros de armas y al Capitán Herrera cuando querían rendirse a los franceses.

Lo hemos dejado en Salamanca, preso. Lo soltaron, con el mandato de no predicar más sobre la diferencia del pecado venial y el pecado mortal. El no se avino a ese mandato: «Me voy a estudiar a París».


Al Prior de San Esteban que, habiéndolo invitado a almorzar, le preguntó de sobremesa, después de haberlo interrogado sobre su vida y haber respondido él ingenuamente: «Bueno, si Ud. no tiene estudios, y predica cosas teológicas, entonces a Ud. ¿le ha enseñado el Espíritu Santo?» Ignacio respondió: «Si lo que yo predico está bien ¿qué le importa a Ud. quién me lo ha enseñado?» «Pues ahora veréis», dijo el Prior y salió furioso y lo denunció, y esta fue su tercera prisión. Cuando salió, dejó a sus primeros compañeros, se fue a París y fundó la Compañía de Jesús.


II


San Ignacio entró en la Sorbona, donde permaneció 7 años (1528-1535) al mismo tiempo que salía della el heresiarca Juan Calvino: otra coincidencia. ¿Para qué voy a contar las peripecias novelescas y las obras hazañosas que hizo en todo este tiempo, como de costumbre? Para él lo más hazañoso fue sacar los títulos de bachiller, maestro de Artes y licenciado y teología; porque el estudio le costaba la mar. Seguía predicando, exhortando, dando Ejercicios y eso casi le costó una «sala» que era un tremendo e infamante castigo; del cual se libró con uno de sus rasgos geniales: fue a verlo a Govea, el Rector, le habló media hora y terminó diciendo: «Cosa donosa es, Sr. Rector, que en un país cristiano sea novedad hablar de Cristo». El Rector lo abrazó y le perdonó la «sala».


Apenas dio el tremendo examen de la Piedra seleccionó seis de sus muchos seguidores, los llevó a la Capilla de Montmartre (Monte de los Mártires) donde hoy está la suntuosa basílica del Sacré Coeur; y allí hicieron votos de pobreza, celibato, obedecer al Papa e ir a Jerusalén. Esta fue la primera fundación de la Compañía. Los siete nuevos monjes eran Francisco Javier, navarro, que de joven casquivano y divertido se había de convertir en el misionero más grande que ha habido después de San Pablo; Pedro Fabbro, francés, beatificado por Paulo V, Simón Rodríguez, portugués, Alfonso Salmerón, castellano; Nicolás Bobadilla, granadino, y Diego Laínez, judío, hijo de judíos conversos.


Constituidos en «Societas Iesus», nueva sociedad religiosa, partieron hacia Roma, caminando, mendigando y predicando, estilo Loyola, en medio de la tercera guerra entre Francisco I Carlos V. En Roma se pusieron a predicar en todos los barrios y después en varias ciudades de Italia con gran expectación: la gente comenzaba por reírse del cocoliche que hablaban, mezcla de español, francés e italiano, pero luego quedaban prendidos por el fuego y verdad de sus palabras: surgieron los eternos impugnadores, que metieron presos a dos de ellos en Ravenna, y también los amigos que los apelaban «los Santos». Se enteró Paulo III, que les había negado una audiencia, y los invitó a almorzar; y esos harapientos le cayeron en gracia y les dijo: «¿Para qué quieren ir a Jerusalén? Italia es su Jerusalén». Gracias a esta caída en gracia existe hoy la Compañía de Jesús. Dos años más tarde aprobó el esquema de sus Constituciones. «El dedo de Dios está aquí» dijo al leerlas.


Paulo III subió al Papado a los 60 años y vivió hasta los 85. No hubiese subido al Papado de no ser el hermano de Julia Farnesio, la concubina de su antecesor, Alejandro VI. Era propenso a la ira y estaba siempre rabioso contra la Iglesia, contra Francia, contra España, contra Inglaterra, contra el Turco y contra sí mismo; los Romanos decían «la iracundia deste viejo no parece cosa deste mundo». Antes de morir le asesinaron un hijo suyo, Pier Luigi; y entre los asesinos estaba un Cardenal, el Cardenal Gambara. Murió lleno de ira como había vivido, pero su ira no hizo daño a la Iglesia; pues cuando estaba enojado, acertaba. Cristopher Hollis ha escrito: «Es curioso que Paulo III, si no hubiese tenido una hermana manceba de un Papa no hubiese llegado a Papa; y que si no llegaba a Papa, la Iglesia perdía a toda Europa». En efecto, Paulo III estableció a los jesuitas, convocó el Concilio de Trento y fundó el Colegio Romano, mi Universidad, la Universidad Gregoriana hoy día. Fue el primer Papa de la Contrarreforma y el más eficaz de todo. Como Uds. Ven, tenía motivos para andar enojado.


Después de Paulo III vinieron dos Papas contrarios a los jesuitas, uno los molestó poco, Julio III, pero el otro quiso suprimirlos, Paulo IV; y otro favorable, pero que reinó sólo 21 días, Marcelo I. La Compañía de Jesús empezó a crecer con rapidez tal que tan sólo el Imperio de Alejandro y el Imperio de Napoleón pueden comparársele. Entonces fue elegido el Cardenal Juan Pedro Caraffa, Paulo IV. Cuando le anunciaron a Ignacio la elección, le temblaron los huesos; el P. Nadal dice que se puso pálido y se le estremeció la osamenta. Caraffa era enemigo personal de San Ignacio porque, en primer lugar, Ignacio era español y él era napolitano y odiaba a los españoles; en segundo lugar porque lo había invitado a entrar en la Orden de los Teatinos que él había fundado junto con San Cayetano en Thiena; y tercero, después de hecha la Compañía los había instado a fundirse con su Orden que tenía porvenir mientras ellos no tenían ninguno –creía él; e Ignacio se había negado. Era para temblar porque Paulo IV era intemperante y arbitrario; y por cierto gobernó desastrosamente.


Pero San Ignacio, una vez que el médico le había dicho que evitara todo disgusto, y los presentes le preguntaron qué cosa le podría dar a él el mayor disgusto, se recogió un momento y respondió: «Si mi Compañía se deshiciese como la sal en el agua; pero si mi Compañía, que me ha costado tantos esfuerzos, luchas y sufrimientos se deshiciese como la sal en el agua, me bastaría hacer un cuarto de hora de oración para quedar de nuevo tranquilo y en paz». Y, en efecto, después de haberle temblado los huesos, al día siguiente se fue a verlo al Papa; el Papa lo hizo esperar 14 horas y después no pudo menos que recibirle media hora y, al salir el Santo, Paulo IV no estaba amigado pero sí estaba advertido: había visto ante sí un hombre de poderoso carácter cuya mirada le hacía bajar los ojos. Siguió un tira y afloje hasta la muerte de San Ignacio; una serie de desafueros que no puedo detallar, para obligar a los jesuitas a disgregarse y entrar en los Teatinos; los cuales jesuitas vivían en el más extremo apuro; pues tenían voto especial de obediencia al Papa y el Papa no podía verlos ni en pintura. Mas Ignacio aguantó: cuando en la recreación alguno comenzaba a hablar de Paulo IV (todos en Roma hablaban mal del Papa), Ignacio lo cortaba diciendo: «Hablemos del Papa Marcelo», frase que se usa aún como proverbio entre los jesuitas. El gobierno de Paulo IV fue desastroso. Al morir, él le dijo al Padre Diego Laínez que estaba a su cabecera: «Mi Pontificado ha sido el más desastroso que ha habido». No era verdad del todo, pero era verdad en parte.(Es curioso que este Papa de vida intachable y gran letrado, pero sonso para gobernar, hiciese más daño a la Iglesia que otros Papas disolutos -pero mejores estadistas- como Julio II y Alejandro Borgia. Es que, como dijo Macaulay, un Rey sonso hace más daño que un Rey malvado; y Santo Tomás dice que los sonsos pueden ir al cielo, con tal que no sean gobernantes. Así que el que saca a un sonso del gobierno, aunque sea por medio de un golpe, se hace un bien a su alma).


La Compañía creció y se plantificó en todas las partes del mundo: los Teatinos se extinguieron. El Rey Juan III mandó a su Embajador en Roma pidiese a Ignacio seis jesuitas para Portugal; y el reciente General dijo: «Embajador, somos diez actualmente: si mando seis a Portugal ¿qué me queda para todos el mundo?». Pareció una humorada y era una verdad. «Los jesuitas conquistaron a Sud América para la Iglesia de Roma» dijo Lord Macaulay, que es muy adverso a ellos. Es exageración grande pues cooperaron muchísimo franciscanos, dominicos y clero secular; pero la verdad es que los jesuitas llevaron la batuta, por decirlo así, en la evangelización del Nuevo Mundo; no olvidemos las Misiones del Paraguay, o sea de la Argentina (pues la mayoría dellas estuvieron en territorio actualmente argentino donde tuvieron tres mártires, un paraguayo, Roque González de Santa Cruz, pariente de Hernandarias; y dos españoles) y no olvidemos que un hermano carnal de San Ignacio fue uno de los fundadores de Santiago del Estero.


Así quedó establecida en el mundo la Primera gloriosa Compañía de Jesús. Después, Ignacio la gobernó 15 años y murió apaciblemente y silenciosamente, con sólo un compañero a su lado y dos médicos. Sus últimas palabras fueron iguales a las de Juan Manuel de Rosas: «¿Cómo se siente Padre?» «No sé» dijo. «Cómo se encuentra, tatita?» preguntó Manuelita a su padre. «No sé, niña». A lo mejor lo hizo adrede el “astuto tirano” –porque tenía gran admiración por San Ignacio de Loyola.


III


La Segunda Compañía de Jesús ¿es la misma que la primera? Hoy día lo niegan; diciendo por ejemplo que el Papa Clemente XIV suprimió la Compañía de Jesús y por algo lo habrá hecho.

Hay que decir brevemente una verdad enorme; la Compañía de Jesús fue suprimida en 1773 por obra de los masones, los enciclopedistas y un Rey cristiano tonto y disoluto -tres personas distintas y una sola calamidad verdadera. Verdad histórica demostrada diez veces.


¿No dieron motivo los jesuitas para su eliminación? Dieron asa para ello los jesuitas franceses, como he explicado en algún libro mío; sin algunos abusos ocurridos en Francia, jamás Luis XV, el Duque de Choiseul y Madama Pompadour hubieran podido eliminarlos; pero esos abusos fueron el asa, la ocasión, el pretexto, no la causa. La causa fue que ellos defendían la religión y el Papa en Europa y todo el mundo.


Pero la nueva Compañía, restaurada por Pío VII en 1814, ya no es la antigua: se ha sentado, se ha conventualizado, se ha cuartelizado, ha perdido sus filos. Fue fundada para la Contrarreforma, ya no tiene nada que hacer. Ya no tiene el espíritu de San Ignacio, ha cambiado muchas cosas de San Ignacio. Ellos que fueron el martillo de los herejes y siempre de ortodoxia impecable, han dado nacimiento en su seno a herejes o sospechosos de herejía, como el P. Telar Chardon, el P. De Lubac, el P. Rahner…


Etcétera. Estas cosas se oyen y se escriben, aquí también en la Argentina: al primero a quién se las oí fue al filósofo Maritain, cuando vino a dar conferencias a Buenos Aires. Son sofismas, según creo. Yo no puedo dar respuesta a esos brulotes y a otra media docena que podría añadir, porque acabaría a las 12 de la noche. Daré la respuesta breve de Diego Laínez a Melchor Cano en el Concilio de Trento.


Melchor Cano fue un gran teólogo español dominico que les agarró una tirria implacable a los jesuitas, a los que llamaba precursores del Anticristo. Les achacaba que no tenían coro, y por tanto no eran una verdadera Orden Religiosa; que ayunaban y se azotaban demasiado poco; y que eran demasiado indulgentes con los pecados carnales –en el confesionario, por supuesto.


En el Concilio de Trento acusó a los jesuitas y pidió su abolición. Se levantó Diego Laínez –que era un judiíto muy feo de cara, endeble y enfermo, pero el hombre más docto del Concilio y quizá de toda Europa, una inteligencia vivaz y una memoria prodigiosa- y dijo:


- Reverendo Padre, ¿cuántos Papas hay?


- Uno solo, por supuesto.


- Y entonces ¿por qué recusa Ud. una orden religiosa aprobada por Paulo III, haciéndose Ud. otro Papa? ¿Quién es Ud. para eso?


- Ah querido colega, querido colega –dijo Melchor Cano -¿Qué quiere Ud.? Cuando los pastores del aprisco duermen, por lo menos que los perros ladren.


- Que ladren -dijo Laínez- pero que ladren contra los lobos, no contra los perros.


Así también, si los Papas todos han mantenido su confianza en la nueva Compañía y la han colmado de aprobaciones y elogios ¿quiénes somos nosotros para improperiarlos y corregirlos?


¡Adelante los que quedan! ¡Oh mínima Compañía de Iñigo de Loyola –y de Jesús! Yo quisiera que repitieses los hechos hazañosos y gloriosos de tu primer siglo –y eso pido de todo corazón a tu Jefe Jesús y a tu fundador el rengo. Pero si por una desgracia enorme llegases a caer de tu espíritu y a inutilizarte para las grandes batallas actuales, si dejases de ser la caballería ligera de la Iglesia para convertirte en burocracia o rutina, si te contaminases de mundanidad, de vanidad o de progresismo, si cedieses a la pereza o a la mentira, vicios que tanto aborreció San Ignacio, entonces… ¡que Dios tenga misericordia de los cristianos que hayan de vivir en el mundo que se viene!


Finis




11:27


He tenido la oportunidad de celebrar misa en dos ocasiones en Betania. Betania era ese lugar en el que Jesús se retiraba alguna vez para descansar y disfrutar de la compañía de sus amigos Marta, María y Lázaro. Suerte la de Jesús que tenía su lugar de serenidad, ocio, descanso. Suerte la suya.


Los curas necesitamos algo así. Una casa de confianza, unos amigos, un lugar donde poder acudir ese día que no puedes más, ese momento de cansancio o agobio, en esa oportunidad que todo se hace cuesta arriba. Pero también necesitamos ese lugar como espacio donde vivir siendo Jorge, siendo un amigo, donde puedes dejar de ser “el cura”, donde eres uno más, donde puedes estar sin tener que medir palabras o gestos, sabiendo que nadie te va a mal interpretar y que tus desahogos quedarán en el silencio y la discreción de los amigos.


Betania no es en absoluto esa familia que tiene al cura casi prohijado y con la que come, cena, pasea y hasta se va de vacaciones. Creo que no es bueno. Vaya pesadez el cura todo el día en casa. No te casas con una mujer y te casas con una familia. No es bueno.


Tampoco es Betania esa señora o señor o matrimonio que no salen de la parroquia, todo lo hacen, todo lo mangonean, obligan, insisten, organizan, manipulan, crean filias y fobias y son los omnipresentes. Ni mucho menos.


Las Betanias buenas evidentemente son personas, y personas muchas veces colaboradoras, disponibles, de esas que siempre están ahí. Pero su gran cualidad es la de saber acoger al sacerdote, escucharle en sus malos momentos, dar un consejo de amigo y hermano, y dejarle la casa abierta para que sepa que tiene un lugar donde estar y acudir.


Betania no obliga, no manda, no condiciona, respeta el ritmo y la vida llena de manías del sacerdote, pero está. Es esa casa en la que te invitas a comer en la cocina y dejas salir las lágrimas porque algo te rompe el alma. Son esos amigos que saben respetar tus silencios y ausencias y te aceptan como eres simplemente porque te quieren de corazón.


En Betania hay un plato de comida siempre, una cerveza fresca, un saber escuchar, un no te preocupes, un llorar y reír juntos.


Hay pocas, no nos confundamos. Uno en la parroquia tiene feligreses, amigos, colaboradores, voluntarios, amiguetes… pero no siempre Betania.Y si hay es una o dos… no abundan.


Siempre tuve mi Betania. Hoy la tengo. Feliz el sacerdote que encuentra algo así. No es un amigo sin más, no es el director espiritual que es otra cosa, ni el cura de al lado. Es, como pasaba con Cristo, una casa a las afueras de Jerusalén, fresca, con su parra cubriendo la entrada, un cántaro de agua fresca, unos amigos felices de poder compartir la charla y la mesa.


Ojo, amigos y hermanos sacerdotes. Una Betania no se improvisa. Si se elige mal en lugar del lugar de descanso será la fuente del cotilleo, una manera de demostrar a los demás que soy más amigo del cura que nadie, una forma de tocar poder en la parroquia, o una fuente de reproche de esas que acaban diciendo fíjate con la de veces que vino a casa el cura y mira ahora…


Cada cura tiene la suya. Don Fulano paraba bastante en casa de Juan. Pero don Mengano se encontraba estupendamente con Pepe y María, así como don Jesús acudía donde la señora Petra. Nada que reprochar ni a los curas ni a Juan, Pepe, María o la señora Petra. Gracias a esas buenas familias que supieron acoger a aquel sacerdote y comprender que otros se encontraban más cómodos en otro lugar quizá la vida del sacerdote pudo ser fructífera y la vida parroquial más rica.


Gracias Betanias de los sacerdotes por vuestra generosidad. Que Dios os pague ese saber ofrecer la parra, el cántaro y el estar juntos.





00:14

“El les dijo: “Ya ven, un maestro de la ley que entiende el Reino de los cielos, se parece a un dueño de casa que va sacando de sus tesoros lo nuevo y lo antiguo”. (Mt 13,47-53)


En las casas antiguas existen esos baúles llenos de recuerdos del pasado.

Es como la historia de la familia.

Pero esos baúles suelen estar guardados del pasado.

Es un pasado muerto que solo habla del ayer.

Y muchos viven guardando ese pasado como orgullo de familia.

Pero ¿de qué sirve el orgullo del ayer si no sirven para hoy?


Me gusta la reflexión que hace el Papa Francisco a este respeto:

“la Iglesia también puede llegar reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, alguna muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a transmisión del Evangelio.

No tengamos reparo en revisarlas.

Del mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida.”

Y San Agustín “advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación” para no hacer pesada las vida de los fieles y convertir nuestra religión en una esclavitud, cundo la “misericordia de Dios quiso que fuera libre”. (GE n. 43)


Está bien conservar el pasado.

Pero lo importante es sacar del pasado “lo nuevo”.

Quedarnos en el pasado, es quedarnos en lo que ya no es.

Es preciso que el pasado sea como tierra capaz de hacer brotar lo nuevo, la vida.


Jesús cita el pasado.

Pero anuncia lo nuevo.

Jesús no se queda rebuscando el baúl del pasado para repetirlo hoy.

Jesús mira al pasado, pero descubre cómo del pasado brota en lo nuevo.


El Evangelio no es un repetir el pasado.

Sino un darle nueva vida a lo viejo.

La Iglesia no es un museo donde se guarda el ayer.

Sino un museo donde, junto a los cuadros del pasado, exhibe los cuadros de lo nuevos artistas.

El pasado y lo nuevo caminan juntos como hermanos de vida.

El pasado sin lo nuevo está muerto.

Lo nuevo sin lo antiguo queda sin raíces.


Jesús nos habla de “sacar de sus tesoros lo nuevo”,

Pero sin olvidar lo “antiguo”.

No me gustan los que se niegan a que la Iglesia cambie.

Tampoco me gustan los que solo creen que lo único que vale es lo nuevo.

Yo no puedo negar el niño que un día fui.

Pero tampoco quiero quedarme en esa niño de hace tantos años.

Lo que dice el Papa:

Hay cosas que tuvieron su momento.

Pero que, dados los cambios, hoy ya no sirven.


Lo importante es “ir sacado de sus tesoros, lo nuevo y la antiguo”.

Hoy con mis años, no sean curiosos, porque no se los voy a decir, sigo sintiendo el niño que un día fui, pero siento que aquel niño ya no me sirve para vivir hoy.

Es parecido a la semilla:

Comienza por ser semilla.

Pero se hace tallo y luego espiga.

Ni tendremos espiga sin semilla.

Ni tendrá sentido la semilla que no se convierte en espiga.


Clemente Sobrado C. P.




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20:58


“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo…” (Mt 13, 44-46). Jesús compara al Reino de los cielos con un tesoro escondido en un campo; un hombre encuentra este tesoro y, para adquirirlo, va y vende “todo lo que tiene”, compra el campo, y se queda con el tesoro. Para entender el significado sobrenatural de la parábola, tenemos que ver qué representa cada elemento de la misma: el tesoro escondido y encontrado por el hombre, es la gracia santificante; el hombre que encuentra el tesoro, somos todos y cada uno de los bautizados en la Iglesia Católica, que hemos recibido la gracia santificante en el bautismo, pero que muchas veces no somos conscientes de la inmensidad del don recibido; el campo en donde está el tesoro, es nuestro propio corazón y nuestra propia alma, en donde está escondida, desde el momento de nuestro bautismo, la gracia santificante, es decir, el tesoro invalorable de la gracia, un tesoro de valor incalculable, pero que pasa desapercibido en la gran mayoría de los casos; el hecho de encontrar el tesoro, es decir, de saber que en el campo –o el corazón, o el alma- hay un tesoro de valor inapreciable, es la a su vez el recibir la gracia de la fe o el don de la conversión, porque es lo que permite apreciar el valor incalculable de la gracia santificante: solo quien tiene fe, es decir, solo quien ha recibido la gracia de la conversión, aprecia el don de la gracia santificante, recibida en el bautismo y acrecentada por los sacramentos, y es esto lo que significa el hecho de que el hombre de la parábola descubre un tesoro escondido en el campo: es aquel que recibe el don de la fe, el don de la conversión del corazón; los bienes que el hombre vende para adquirir el campo, son, literalmente hablando, los bienes materiales, puesto que el apego a los bienes materiales, son un obstáculo insalvable para acceder a la gracia, aunque estos bienes representan también todo tipo de impedimento a la gracia, como por ejemplo, los defectos, los pecados, sean mortales o veniales, y los vicios; la venta de bienes, que le da al hombre el capital necesario para adquirir el campo, es la lucha espiritual contra nuestros defectos, vicios, pecados y concupiscencias, como así también la confesión sacramental, que nos quitan definitivamente del alma los impedimentos, al mismo tiempo que, como en el caso de la confesión sacramental, nos provee de la gracia santificante, que es el capital con el cual adquirimos todavía mayor gracia, haciéndonos crecer aún más en santidad.


Por último, en la parábola se destaca la alegría del hombre que adquiere el campo con el tesoro, porque con la gracia santificante, el alma posee en sí misma el Reino de los cielos, que es ese tesoro escondido, y si posee el Reino de los cielos, el alma es visitada por el Rey de los cielos, Jesucristo, y por la Reina de los cielos, la Virgen María. Puesto que la Santa Misa es la actualización del Evangelio, para nosotros, estar en gracia, significa poseer en nuestros corazones el Reino de los cielos, para recibir al Rey de los cielos, Jesús Eucaristía, y si viene el Rey de los cielos en la comunión, de alguna manera, también se hace presente la Reina de los cielos, Nuestra Señora de la Eucaristía. Y para el corazón del hombre, no hay alegría más grande que poseer y amar al Rey de los cielos, Jesús Eucaristía, y a su Madre, Nuestra Señora de la Eucaristía.



20:58


“El Reino de los cielos es como un grano de mostaza, pequeño, que cuando, se convierte en un arbusto tan grande, que hasta los pájaros del cielo, van a hacer sus nidos en sus ramas” (Mt 13, 31-35). Jesús compara al Reino de los cielos con un grano de mostaza que, siendo primero pequeño, crece luego hasta ser un arbusto de tan grande tamaño, que “hasta los pájaros del cielo”, van a hacer sus nidos en sus ramas. Lo curioso es que Jesús dice que es un grano de mostaza que “un hombre plantó en su campo”, entonces, interviene en la parábola del Reino, también el hombre. ¿Cómo interpretarla?


La semilla de mostaza, plantada en “el campo del hombre”, es la gracia santificante, sembrada en el corazón del hombre en el bautismo; “el campo del hombre”, es el alma o el corazón del hombre; en un primer momento, es pequeña, porque la santidad, o la gracia santificante, es pequeña en el alma del hombre, pero a medida que la gracia santificante se va abriendo paso en el corazón del hombre y va echando raíces, y va creciendo, se va agigantando cada vez más, de manera tal que, con el paso del tiempo, ese pequeñísimo grano de mostaza, que era al inicio, se convierte luego, en un frondoso árbol, cuando el hombre se convierte, por obra de la gracia, del hombre viejo que era, dominado por las pasiones, en el hombre nuevo, en imagen viva de Jesucristo. Esto es lo que Jesús quiere decir cuando dice que el Reino de los cielos es “como un grano de mostaza, pequeño, que cuando, se convierte en un arbusto tan grande, que hasta los pájaros del cielo, van a hacer sus nidos en sus ramas”: la gracia santificante crece, desde que es injertada, en el momento del bautismo –siempre y cuando cuente con la libertad del hombre-, y así el hombre se convierte, de pecador, en santo.


Pero nos falta un elemento en la parábola, y son “los pájaros del cielo, que hacen nido en las ramas del arbusto”, es decir, en la semilla de mostaza convertida en árbol. ¿Qué significan estos misteriosos “pájaros del cielo”? Si el campo es el corazón del hombre; si la semilla de mostaza es la gracia santificante sembrada en su corazón, que luego se convierte en frondoso árbol, cuando el hombre se convierte, de pecador en santo, entonces, los pájaros del cielo, que son -Un Dios en Tres Personas-, son las Tres Divinas Personas de la Santísima y Augustísima Trinidad, que van a hacer su morada en el corazón del hombre en gracia, según las palabras del Hombre-Dios Jesucristo: “Si alguien me ama y cumple mis mandamientos, mi Padre y Yo lo amaremos y haremos morada en él” (cfr. Jn 14, 23).



20:51


“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo…” (Mt 13, 44-46). Jesús compara al Reino de los cielos con un tesoro escondido en un campo; un hombre encuentra este tesoro y, para adquirirlo, va y vende “todo lo que tiene”, compra el campo, y se queda con el tesoro. Para entender el significado sobrenatural de la parábola, tenemos que ver qué representa cada elemento de la misma: el tesoro escondido y encontrado por el hombre, es la gracia santificante; el hombre que encuentra el tesoro, somos todos y cada uno de los bautizados en la Iglesia Católica, que hemos recibido la gracia santificante en el bautismo, pero que muchas veces no somos conscientes de la inmensidad del don recibido; el campo en donde está el tesoro, es nuestro propio corazón y nuestra propia alma, en donde está escondida, desde el momento de nuestro bautismo, la gracia santificante, es decir, el tesoro invalorable de la gracia, un tesoro de valor incalculable, pero que pasa desapercibido en la gran mayoría de los casos; el hecho de encontrar el tesoro, es decir, de saber que en el campo –o el corazón, o el alma- hay un tesoro de valor inapreciable, es la a su vez el recibir la gracia de la fe o el don de la conversión, porque es lo que permite apreciar el valor incalculable de la gracia santificante: solo quien tiene fe, es decir, solo quien ha recibido la gracia de la conversión, aprecia el don de la gracia santificante, recibida en el bautismo y acrecentada por los sacramentos, y es esto lo que significa el hecho de que el hombre de la parábola descubre un tesoro escondido en el campo: es aquel que recibe el don de la fe, el don de la conversión del corazón; los bienes que el hombre vende para adquirir el campo, son, literalmente hablando, los bienes materiales, puesto que el apego a los bienes materiales, son un obstáculo insalvable para acceder a la gracia, aunque estos bienes representan también todo tipo de impedimento a la gracia, como por ejemplo, los defectos, los pecados, sean mortales o veniales, y los vicios; la venta de bienes, que le da al hombre el capital necesario para adquirir el campo, es la lucha espiritual contra nuestros defectos, vicios, pecados y concupiscencias, como así también la confesión sacramental, que nos quitan definitivamente del alma los impedimentos, al mismo tiempo que, como en el caso de la confesión sacramental, nos provee de la gracia santificante, que es el capital con el cual adquirimos todavía mayor gracia, haciéndonos crecer aún más en santidad.


Por último, en la parábola se destaca la alegría del hombre que adquiere el campo con el tesoro, porque con la gracia santificante, el alma posee en sí misma el Reino de los cielos, que es ese tesoro escondido, y si posee el Reino de los cielos, el alma es visitada por el Rey de los cielos, Jesucristo, y por la Reina de los cielos, la Virgen María. Puesto que la Santa Misa es la actualización del Evangelio, para nosotros, estar en gracia, significa poseer en nuestros corazones el Reino de los cielos, para recibir al Rey de los cielos, Jesús Eucaristía, y si viene el Rey de los cielos en la comunión, de alguna manera, también se hace presente la Reina de los cielos, Nuestra Señora de la Eucaristía. Y para el corazón del hombre, no hay alegría más grande que poseer y amar al Rey de los cielos, Jesús Eucaristía, y a su Madre, Nuestra Señora de la Eucaristía.



20:51


“El Reino de los cielos es como un grano de mostaza, pequeño, que cuando, se convierte en un arbusto tan grande, que hasta los pájaros del cielo, van a hacer sus nidos en sus ramas” (Mt 13, 31-35). Jesús compara al Reino de los cielos con un grano de mostaza que, siendo primero pequeño, crece luego hasta ser un arbusto de tan grande tamaño, que “hasta los pájaros del cielo”, van a hacer sus nidos en sus ramas. Lo curioso es que Jesús dice que es un grano de mostaza que “un hombre plantó en su campo”, entonces, interviene en la parábola del Reino, también el hombre. ¿Cómo interpretarla?


La semilla de mostaza, plantada en “el campo del hombre”, es la gracia santificante, sembrada en el corazón del hombre en el bautismo; “el campo del hombre”, es el alma o el corazón del hombre; en un primer momento, es pequeña, porque la santidad, o la gracia santificante, es pequeña en el alma del hombre, pero a medida que la gracia santificante se va abriendo paso en el corazón del hombre y va echando raíces, y va creciendo, se va agigantando cada vez más, de manera tal que, con el paso del tiempo, ese pequeñísimo grano de mostaza, que era al inicio, se convierte luego, en un frondoso árbol, cuando el hombre se convierte, por obra de la gracia, del hombre viejo que era, dominado por las pasiones, en el hombre nuevo, en imagen viva de Jesucristo. Esto es lo que Jesús quiere decir cuando dice que el Reino de los cielos es “como un grano de mostaza, pequeño, que cuando, se convierte en un arbusto tan grande, que hasta los pájaros del cielo, van a hacer sus nidos en sus ramas”: la gracia santificante crece, desde que es injertada, en el momento del bautismo –siempre y cuando cuente con la libertad del hombre-, y así el hombre se convierte, de pecador, en santo.


Pero nos falta un elemento en la parábola, y son “los pájaros del cielo, que hacen nido en las ramas del arbusto”, es decir, en la semilla de mostaza convertida en árbol. ¿Qué significan estos misteriosos “pájaros del cielo”? Si el campo es el corazón del hombre; si la semilla de mostaza es la gracia santificante sembrada en su corazón, que luego se convierte en frondoso árbol, cuando el hombre se convierte, de pecador en santo, entonces, los pájaros del cielo, que son -Un Dios en Tres Personas-, son las Tres Divinas Personas de la Santísima y Augustísima Trinidad, que van a hacer su morada en el corazón del hombre en gracia, según las palabras del Hombre-Dios Jesucristo: “Si alguien me ama y cumple mis mandamientos, mi Padre y Yo lo amaremos y haremos morada en él” (cfr. Jn 14, 23).



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Hoy estuve, con el P. Lee y el P.Efraín, en Logroño, admirando sus monumentos y paisaje urbano; les enseñé las maravillas paisajísticas de Villamediana y su pequeña ermita de Santa Eufemia; y terminamos en Sorzano, en la ermita de la Virgen del Roble, donde nos tomamos esta artística autofotografia ¡Admiren qué caras de felicidad!


13:44


Necesitamos formar hombres y mujeres piadosos, contemplativos en la acción; hombres y mujeres que recen y trabajen por el Reinado de Dios // Autor: Pedro Luis Llera Vázquez | Fuente: Catholic.net



Toda institución educativa tiene una finalidad y responde a una necesidad. La educación nunca es neutra. Detrás de los planteamientos pedagógicos de toda escuela, subyace una antropología - un ideal de persona -, un modelo de sociedad y una cosmovisión. Los colegios - todos los colegios - tienen la misión de formar personas (darles forma) y educarlas; o sea, de conducir a los alumnos hacia una meta: desarrollar sus cualidades intelectuales, morales y físicas para encaminarlos hacia la felicidad.



¿Pero qué es eso de "la felicidad"?



La escuela sin Dios






La respuesta no puede ser la misma en una escuela agnóstica o atea que en una escuela confesionalmente católica (o no debería serlo). Un colegio laicista tiene una visión inmanentista y materialista del hombre, de la sociedad y de la historia. Para un colegio sin Dios, el hombre no es más que el resultado del azar, de la concepción casual de un óvulo por un espermatozoide. Para un materialista, la realidad del hombre es consecuencia de la suerte (o mala suerte, según se mire): vivimos de casualidad.



Para un materialista ateo, es decir, para alguien que sólo cree lo que ve o lo que la ciencia puede demostrar empíricamente, la vida del hombre no tiene más sentido que la de una cucaracha: nacemos, crecemos, nos reproducimos para transmitir nuestra herencia genética a la generación posterior y contribuir así a la subsistencia de la especie humana y, finalmente, morimos y desaparecemos. Y como el sufrimiento nos acaban alcanzando y nos impiden ser felices y disfrutar de la vida, tenemos que tratar a toda costa de evitar el dolor y la angustia existencial. La vida no tiene más sentido que "disfrutar". El ideal del hedonistaconsiste en apurar al máximo los placeres de la existencia, dar rienda suelta a un vitalismo insaciable de placeres. Y cuando ya no haya nada que disfrutar porque la vejez o la enfermedad mermen nuestras facultades, lo mejor es morir para acabar con el sufrimiento. Una vida es digna solo si se puede gozar de sus placeres. El aborto y la eutanasia estarían plenamente justificados desde esta perspectiva materialista. De ahí viene ese deseo irracional por mantenerse indefinidamente jóvenes y saludables, el culto al cuerpo, la idealización idolátrica de la juventud como la mejoretapa de la vida del ser humano (o tal vez la única que merezca la pena ser vivida) y el terror a envejecer.



Esas ansias irrefrenables de disfrutar acaba conduciendo al nihilismo: nada vale la pena. Al final, la muerte y el sufrimiento acaban con nosotros; por lo tanto, abandonemos cualquier pretensión de felicidad. Sólo podemos aspirar a placeres momentáneos y pasajeros, porque nada dura, nada tiene consistencia. Las drogas, el alcohol o el sexo contribuyen a anestesiar el dolor de la propia existencia y a olvidarnos de la angustia.



¿Qué escuela puede surgir sobre este humus nihilista? La escuela laicista atea debe ser blandita. Hay que evitar que el niño sufra: que sean felices (que disfruten, que se sientan bien). El esfuerzo del estudio puede generar frustración y dolor. Y eso hay que evitarlo a toda costa.



Debe ser una escuela utilitaristaque forme buenos profesionales para que respondan a las demandas del mercado de trabajo (aunque finalmente sea una fábrica de parados); una escuela que eduque "en valores" y forme ciudadanos tolerantes, solidarios; ciudadanos que procuren su propio bienestar, muy liberales y relativistas (que cada uno viva como quiera y haga lo que le dé la gana, siempre que respete las leyes).



La escuela de la sociedad hedonista es una escuela cientificista: sólo existe la realidad física (lo que vemos y tocamos) y se niega cualquier posibilidad de metafísica; es decir, cualquier realidad que tenga que ver con el alma, con el espíritu, con algo que vaya más allá de la naturaleza sensible o que tenga que ver con Dios: es una escuela sin transcendencia. Y en caso deque se admita algo más allá de lo tangible, se aceptan y difunden las teorías las de la "Nueva Era" y se elucubra sobre energías, sobre el karma, sobre algo difuso e incomprensible que pasa por una meditación sin contenido que meditar y que al final se reduce a buscar la paz interior mediante prácticas como el yoga o el Tai Chi que en última instancia, sólo buscan que el individuo se "sienta bien" consigo mismoy combata el estrés o la ansiedad que le provoca su propia nada. Porque esta escuela es emotivista y sentimentaloide. Parece como si los sentimientos se hubieran apoderado del hombre, sometiendo a la razón y a la voluntad a sus dictados y a sus vaivenes.



Hablamos de una escuela que fomenta las herramientas instrumentales (idiomas e informática, fundamentalmente) y posterga la cultura humanista: la historia, la filosofía, el arte,los principios básicos de la teología cristiana, las lenguas y la cultura clásica o la literatura. Ofrecemos a los niños los mejores cubiertos y la vajilla de lujo, pero les negamos la comida que alimenta el entendimiento y el alma. Una persona puede ser perfectamente analfabeta con cinco idiomas. ¿Para qué sirve ser bilingüe si no tienes nada que decir, nada que aportar, nada que comunicar? ¿De qué te vale tener acceso a toda la información de la Red y a todos los medios de comunicación globales si no sabes distinguir lo bueno de lo malo, la verdad de la mentira; si no tienes nada que aportar ni criterio propio respecto a nada?



Nuestros jóvenes fracasan en comprensión lectora porque ya no se lee a Garcilaso, ni a Cervantes, ni a Fray Luis de León, ni a San Juan de la Cruz, ni a Cela, ni a Baroja, ni a Unamuno, ni a Delibes ni a nadie. Un alumno de bachillerato sale del instituto después de haber leído tres libros por curso, en el mejor de los casos. ¿Cómo van a entender los jóvenes el valor de la catedral de Burgos o el del Pórtico de la Gloria; o los cuadros del Museo de Prado, si no saben nada de religión, ni de filosofía, ni de Historia del Arte, ni de Historia de España; ni de mitología clásica ni de Historia Sagrada? Y con la excusa de que los clásicos son aburridos, les hemos cambiado a Quevedo por Blue Jeans; a Góngora, por J. K. Rowling; y a Lázaro de Tormes por los vampiros de la saga de Crepúsculo. Y los resultados están a la vista de todos.



Eso sí: la educación afectivo sexual que reciben en las escuelas desde la más tierna infancia les incita a explorar su cuerpo, a buscar frenéticamente el placer, a experimentar y buscar su propia "identidad sexual", a considerar normal y positiva todo tipo de relación sexual, al margen de cualquier compromiso. Se trata de sentir y gozar, sin reprimirse en ningún caso, porque si te reprimes te sientes mal. Y como los sentimientos son pasajeros y fugaces, no cabe pensar en compromisos duraderos. Se fomenta así la promiscuidad y el narcisismo: el derecho al propio placer, como si uno fuera el ombligo del universo y sólo yo fuera lo importante. Al final, muchos jóvenes no encuentran otro horizonte queponerse ciegos los fines de semana, buscar relaciones fugaces sin otro contenido que la búsqueda desesperada del propio placer y luego, la nada. Algunos son bilingües y la mayoría se pasa la vida delante de la pantalla de un ordenador, twitteando chorradas o colgando fotos en Facebook con posturitas insinuantes. En la "cultura del selfy",los jóvenes buscan la alegría y la felicidad en el culto a la apariencia; en la nada condensada en ciento cuarenta caracteres y una foto sexy con morritos. Salir, beber y agobiarse por el aburrimiento, hasta que salga el último cacharro tecnológico y por fin pueda ser feliz, si puedo comprarlo.



De una escuela laicista (sin Dios o tantas veces contra Dios) obtenemos resultadoscontrastables: una formación mediocre (los datos son los datos) y unos chicos orientados mayoritariamente (mal orientados o desorientados) hacia el individualismo relativista; algunos hacia el marxismo leninismo - más o menos teñido de ecologismo verde -; y unos pocos más violentos,hacia el nihilismo ácrata antisistema. De la escuela sin Dios salen personas que no creen en nada porque no hay nada en que creer, porque no hay ninguna verdad que aprender; chicos sin rumbo porque no hay ningún camino que conduzca a ninguna parte.



La escuela católica



Lamentablemente, los resultados de las escuelas de titularidad católica no ofrecen resultados mucho más halagüeños, en términos generales. Tal vez, en algunos casos, un mayor grado de formación; puede que algo más de disciplina en las aulas y poco más.



Se habla mucho en los colegios católicos de "educación integral", que es el eufemismo que se emplea para referirse a que también se atiende a los aspectos espirituales o religiosos de los alumnos y que se note poco. Se hacen referencia en sus proyectos educativos a la "educación en la interioridad o en la transcendencia" para referirse a la educación religiosa, a las actividades pastorales o a las catequesis de primera comunión o de confirmación en aquellos colegios a los que el obispo les permite desarrollar ese tipo de labor.



La "transcendencia" en la que muchos de los colegios católicos españoles quieren educar a sus alumnos consiste en"suscitar vivencias que lleven a la experiencia del Absoluto": pero en muchos casos (en demasiados casos), ni media palabra de Jesucristo. Esa transcendencia puede referirse a Buda, a Krishna, a Shiva, a Yahveh... Como dice un pintoresco personaje de una popular serie de televisión, "algo hay: llámalo dios, llámalo energía, o un principio cósmico; pero algo hay".



No digo yo que estas ocurrencias posmodernas y tan "new age" sean las que se ofrecen en todos los colegios católicos. No. Hay ocurrencias peores. Y también hay colegios católicos fieles al Evangelio, a la Tradición Apostólica y al Magisterio de la Iglesia: lamentablemente, pocos. Cada vez menos.



Hay colegios confesionales en los que los alumnos van a misa al principio de curso y al final (y gracias). La mayoría de los colegios católicos en poco (o en nada) se diferencian de los institutos públicos o de los colegios laicos. De muchos de nuestros colegios nominalmente católicos es más fácil que surjan militantes de izquierda o de la derecha pagana y relativista que católicos practicantes: mucha multiculturalidad, mucha solidaridad con los más pobres, mucha tolerancia, mucha ONG, mucho respeto a la naturaleza y mucha concienciación medioambiental; mucha preocupación por la justicia social, muchas jornadas de la paz y la no violencia, mucho Gandhi... Y poco o nada de Jesucristo.



Se puede iniciar a los niños en la meditación para que lleguen a la experiencia del absoluto, pero no se puede enseñar a los niños a rezar el rosario, ni se les enseña a adorar al Santísimo, realmente presente en cuerpo, alma y divinidad en la Hostia consagrada. Eso, no. Eso es oscurantismo medieval y fomentar las supersticiones sin fundamento científico. Se puede ofrecer una educación afectivo sexual liberal y progresista, pero no se habla del amor auténtico - que no es sólo sentimiento, sino que integra también a la inteligencia que toma decisiones y a la voluntad que compromete a la fidelidad - con vocación de eternidad (o se habla muy poco), ni se puede enseñar el verdadero sentido cristiano del sacramento del matrimonio, en el que Dios une "hasta que las muerte los separe" a los esposos. Y cuando a algún obispo o a algún cura se le ocurre predicar en un colegio la verdad de la Iglesia, se monta un escándalo de padre y muy señor mío.



Dice el Diccionario de la Real Academia que la "piedad" consiste en la "virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas; y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión". Eso es lo que echo de menos en muchas de las escuelas católica españolas: educación en la piedad. Nuestra misión como centros educativos de la Iglesia es conducir ("educar" significa conducir, guiar) a nuestros niños a Cristo. Nuestro deber es cuidar a los niños, amarlos y guiarlos hacia el Único que puede hacerles realmente felices: Cristo Jesús. Y para ello, hay que procurar que adquieran buenos hábitos (virtudes) que expresen amor a Dios y al prójimo. Tenemos la obligación de ponerlos ante el Señor para que hablen con Él, para que se dejen transformar por Él, para que el único y verdadero Maestro les pueda llevar de la mano hacia una vida plena. Todos los padres queremos lo mejor para nuestros hijos. Y lo mejor que les podemos transmitir es una vida de fe, de oración, de vida sacramental que los encamine hacia una vida santa en Cristo.



Si educáramos así a nuestros niños, con la ayuda de Dios, podríamos conseguir una sociedad más justa, solidaria, fraterna. ¿Qué mejor vacuna contra la corrupción, contra el adulterio, contra el aborto, contra la pobreza y el paro que formar hombres y mujeres santos? Pero si seguimos educando en la ideología al margen de Dios, seguiremos fracasando. No nos avergoncemos de profesar nuestra fe en Cristo Resucitado. No adulteremos la educación católica ni demos gato por liebre. Nosotros solos no podemos cambiar el mundo por muchas campañas que pongamos en marcha. ¿Están mal las campañas solidarias? No. Están muy bien. Pero no basta. Lo más importante es que Cristo sea el Señor de nuestras vidas. No seamos soberbios: no nos creamos todopoderosos. No somos Dios. Somos muy poca cosa. El único que puede cambiar el corazón del hombre es Cristo. Y en la medida en que nosotros seamos santos, en que seamos de Cristo y dóciles a su voluntad, el mundo será mejor, más justo, más habitable, más fraterno. No por mérito de nuestras obras, sino por mérito de Dios. Seamos humildes servidores de Dios y así serviremos al prójimo y seremos capaces de amar como Él nos ama. La verdadera revolución que cambió definitivamente la historia fue la resurrección del Señor. Él derrotó al pecado, al mal, a la muerte y nos abrió las puertas de la esperanza que no falla.



Pero para transmitir la esperanza y la fe en Jesucristo, los primeros que tenemos que predicar con nuestra vida y con nuestra palabra somos los maestros y educadores católicos. Nadie da lo que no tiene. Un claustro de un colegio católico debería constituirse como una comunidad de fe al servicio de los niños y de sus familias; una comunidad reunida en torno a Cristo, que reza, adora y celebra en comunión con la Iglesia. Entonces lo de menos será la clase de religión. Todos evangelizaremos, todos anunciaremos al Señor y conduciremos a los alumnos a Cristo. La ciencia, el arte, la historia, la música, la filosofía, las matemáticas... Todo conduce a la Verdad, a la Belleza y al Bien; todo conduce a nuestro Señor Jesucristo, camino, verdad y vida.



Queremos que de nuestras escuelas católicas salgan personas buenas, bien formadas, virtuosas y comprometidas con los más necesitados y con la justicia social. Necesitamos formar hombres y mujeres piadosos, contemplativos en la acción; hombres y mujeres que recen y trabajen por el Reinado de Dios; personas honorables y honradas que sepan adorar a Dios y servir al bien común; con principios sólidos y carácter bien forjado, que desarrollen al máximo sus cualidades para ponerlas al servicio de los demás.Necesitamos educar hombres y mujeres virtuosos que sean testigos de la Verdad en medio de un mundo desnortado lleno de personas que vagan sin rumbo como zombis en busca de algo que dé sentido a su vida. La felicidad no consiste en disfrutar de más placeres y mayor bienestar. No estamos condenados al sufrimiento, al sinsentido y a la nada: estamos llamados a una vida en plenitud. La felicidad auténtica consiste en amar y en saberse amados; en buscar incansablemente la Verdad. Y nuestra Verdad es la verdad del Amor: nuestra Verdad es Cristo. Dejemos que nuestros niños se acerquen a Él. Y el Señor hará el resto.

00:39

“Dijo Jesús a la gente: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante que busca perlas finas que, al encontrar un de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”. (Mt 13,44-46)



Flickr: zen Sutherland



El texto lo hemos leído el pasado domingo.

Y la liturgia vuelve recordárnoslo de nuevo hoy.

Lo que nos demuestra la importancia del mismo.


Nosotros lo vamos a titular:

“El tesoro de la alegría”.

“La perla de la alegría”.

“El vender y renunciar a todo con alegría”.

Dos sencillas parábolas que pudieran marcarnos el camino de la fe.


Benedicto XVI lo expresó muy bien cuando escribió:

“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética, sino por el encentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo rizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DC 1)


No comenzamos a ser cristianos con la moral bajo el brazo.

No comenzamos a ser cristianos con una decisión ética.

Comenzamos a ser cristianos:

Descubriendo la belleza de Jesús.

Descubriendo la belleza de la fe.

Descubriendo la belleza del Evangelio.

De otro modo lo dijo también Jesús: “buscad primero su justicia y el resto vendrá por su cuenta”.


De ordinario:

Comenzamos aprendiendo ideas de memoria.

Comenzamos aprendiendo de memoria cosas del Evangelio.

Comenzamos aprendiendo cosas sobre Jesús.

Es que comenzamos por la cabeza.

De ahí que luego todo nos parece cuesta arriba.


¿No estará ahí el fallo de la pedagogía de nuestros padres?

¿No estará ahí el fallo de la pedagogía de la Catequesis?

¿No estará ahí el fallo de la pedagogía de la Iglesia?

Comenzamos por aprender doctrinas.

Comenzamos por aprender verdades y teorías.


El primer paso es encontrarnos con Jesús.

Presentar la belleza y la riqueza de Jesús.

Primero tendremos que descubrir la grandeza de Jesús.

Primero tendremos que enamorarnos de Jesús y su Evangelio.

Primero tiene que ser un encentro personal.

¿A caso los enamorados comienzan por las ideas que llevan en la cabeza?

¿A caso no comienzan por enamorarse el uno del otro como persona?


Mientras Jesús no sea nuestro tesoro, no venderemos nada por él.

Mientras Jesús no sea nuestra perla preciosa, no venderemos nada.

Solo cuando nos hemos encontrado con Jesús y nos hemos enamorado de él, estaremos dispuestos a vender con alegría todo lo que tenemos.

Sólo cuando Jesús sea el centro de nuestro corazón, la ética y la moral la viviremos con alegría.

Sólo cuando Jesús sea el verdadero tesoro de nuestro corazón, seremos capaces de venderlo todo, renunciar a todo por él.


Las raíces de nuestra fe no están ni en la ética ni en la moral.

Las raíces de nuestra fe están en un “encuentro personal” con El.

Cuando Jesús nos ha ilusionado, todo nos parecerá fácil.

El predicó el Evangelio, pero comenzó por la invitación a “seguirle para estar con él”.

Un cristianismo sin Jesús tesoro y perla del corazón puede ser una teoría, un sistema, una institución.

La alegría será la señal del cristiano, cuando hayamos descubierto a Jesús como el tesoro de nuestra vida.


Primero ilusionarnos con Jesús.

Luego vendrán las doctrinas sobre Jesús.

Pero doctrinas sin Jesús no pasan de teorías, de ideas que no llegan al corazón.


¿No habrá que cambiar el sistema de nuestra catequesis?

¿No habrá que cambiar el modelo de nuestra predicación?

“Yo no sé entre vosotros otra cosa que Jesús y este crucificado”.

La fuerza y la energía evangelizadora de Pablo estuvo en su encuentro con Jesús, por el cual “todo el resto lo considero pérdida”.

Personalmente no sigo ideas ni doctrinas.

Sigo al que ha ganado mi corazón. Y este es Jesús.

El resto, vendrá por su cuenta.

No somos cristianos por las ideas.

Somos cristianos porque nos hemos enamorado de Alguien.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: alegria, enamoramiento, parabola, reino de dios, tesoro

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