No soy negacionista. No. Hay un virus muy agresivo y hay que tomar todas las precauciones posibles. Vale.
Pero dicho esto… Noticias de los últimos días y horas.
Gran Canaria y Lanzarote han suspendido las misas. Del todo. El gobierno canario ha decidido que “no se autorizarán los eventos ni actos multitudinarios, entendiéndose como tal aquellos de más de diez personas". La diócesis parece que ha hecho consultas y sí, afecta a las misas.
En Cataluña el presidente Torra limita la asistencia a celebraciones religiosas al 33 % en zonas de especial peligro, y prohibe durante los próximos 15 días las reuniones «sociales» de más de diez personas en toda la comunidad.
Leo también que en Castilla y Leon se limita el aforo de los templos a la mitad, con un máximo de 50 personas en entierros y 150 en bodas si es al aire libre y 100 si es en un espacio cerrado.
Me valen estos ejemplos, aunque estoy seguro de que en los próximos días más diócesis se sentirán en la obligación no solo de colaborar, sino de hacer de alfombra para que, una vez más, no digan que la culpa es nuestra.
Esto lo estamos leyendo en la semana en la que empiezan a abrir los colegios. Con todas las normas que quieran, con todas las precauciones, con lo que sea menester. Lo de Cataluña es de juzgado de guardia. No puede haber reuniones de más de diez personas, pero esa norma no cuenta para manifestaciones de carácter político. Las conclusiones las saca cualquiera: y es que tenemos un COVID-19 extrañísimo, tanto que si se juntan miles de personas en una manifestación no contagia, o si acuden miles y miles de niños a colegios el virus se abstiene. Ahora bien, baste que en un templo se junte un grupo de fieles y entonces entra en un especial frenesí capaz de contagiar a media España.
Lo de Canarias, del todo risible. Más de diez personas en un templo son un peligro. Quince o veinte niños en un aula con un maestro algo del todo inocuo.
Desde finales de mayo estamos celebrando nuevamente con asistencia de fieles. Lo que hago, lo que observo, es que la gente se está comportando con un exquisito cuidado. Todo el mundo con masacarilla, guardando distancias de seguridad, limpieza absoluta, prudencia, nada de corrillos. Me atrevo a decir que la gente que acude a nuestras misas mantiene una conducta que me atrervo a decir del todo ejemplar. Por eso no se entiende que en Cataluña, por ejemplo, en zonas de especial incidencia del virus, se limite aforo en bares y restaurantes al 50% (tanto en el interior de los locales como en sus terrazas) y al 33% en las celebraciones religiosas y litúrgicas, porque nadie me va a convencer de que el comportamiento de los fieles en una ceremonia religiosa es más imprudente que el de la gente en bares y restaurantes.
Creo que con el asunto del virus se está aprovechando para ir recortando algunos derechos, como por ejemplo, el de la libertad religiosa. Es mi impresión. Y lo triste es que no nos parece mal.
Hoy he acabado de ver Sunset Boulevard. La verdadera historia de Erich von Stroheim con Gloria Swanson es otra historia dentro de la historia. Una historia real dentro de un guion ficticio. No sabía que una Swanson jovencísima había estado a las órdenes de Von Stroheim como director muchísimos años atrás.
La figura del mayordomo refleja todo un mundo pasado que no se deja traslucir, un pasado con el que se ha aprendido a convivir. En este papel de mayordomo, Von Stromheim no puede evitar la mezcla de la realidad (pasado glorioso como director y presente triste como actor secundario) y la ficción (su papel en la película recordando tiempos gloriosos del cine mudo). Esa mezcla de ficción del guion y realidad personal constituye uno de los tapices cinematográficos más magistrales que haya yo visto nunca.
Un guion que es un traje a medida para un actor secundario que fue un antiguo importante director. Un traje fascinante, una parodia aceptada por los dos protagonistas. Formidable, formidable, formidable. Lo que he disfrutado viéndola. Ah, estoy reconciliado con la humanidad de nuevo.
El amor de Jesús por nosotros le lleva a entregar su vida en la cruz. Y allí subió con todos nuestros dolores para transformarlos. También con los de la pandemia que nos aflige. Acompaño mis reflexiones.
Seguir a Jesucristo no se reduce a escuchar una enseñanza y tratar de ajustar nuestros pasos a ella solamente. Es, recuerda el Papa Juan Pablo II, “algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino” (Veritatis Splendor, 19). Y esto, como ocurre en el amor humano auténtico o con la entrega a una causa grande y noble, es inseparable del sacrificio, del olvido de sí mismo. En-amorarse, es salir del estrecho círculo del yo y comprometerse, meterse en-el-otro/a, en-amorarse.
Seguir a Jesucristo, no haciendo ascos al sacrificio que puede comprometer la salud, el descanso, tal vez el futuro..., es un don, una luz de Dios que transforma radicalmente al alma que comprende que de nada “sirve ganar el mundo entero si malogra su vida” (Ev.). Es ese don que llevó a afirmar al Bautista: “conviene que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30), y que S. Pablo nos propone en la 2ª Lectura de hoy: abandonar los dictados de la concepción mundana y convertirse “por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno”.
“En el amor de amistad, enseña Sto Tomás, el amante está en el amado en cuanto juzga como suyos los bienes o males del amigo, y la voluntad de éste con la suya; de modo que parece sufrir en su amigo los mismos males y poseer los mismos bienes” (S. Th I-II,q. 48). El seguimiento de Jesucristo implica una identificación total con su persona, de modo que llegue un momento en que, con la ayuda de lo alto, podamos afirmar que Cristo vive, piensa, habla, quiere y actúa en nosotros.
Amar a Jesús y, por Él, a quienes nos rodean esforzándonos por extender su reinado en el mundo, no es renuncia sino ganancia. Es poner el corazón en Dios, en la Iglesia, en la suerte temporal y eterna de la Humanidad y no en proyectos egoístas. Este modo de vivir conduce -como a los enamorados- a la alegría, la satisfacción profunda de estar gastando la vida en un proyecto divino que engloba el deseo de un mundo más humano y mejor. Incluso la experiencia de la propia debilidad que, en ocasiones, protesta interior o exteriormente por el peso de esta tarea, no empaña esa alegría de fondo del que se sabe una sola cosa con Jesucristo. “Con gusto, decía S. Pablo, me gloriaré en mis flaquezas, para que haga morada en mí el poder de Dios. Por cuya causa yo siento alegría en mis enfermedades, en los ultrajes, en las necesidades, en las angustias por amor de Cristo; pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte” (2 Cor 12,9-10).
Por contra, “Lo que verdaderamente hace desgraciada a una persona -y aun a una sociedad entera- es esa búsqueda ansiosa de bienestar, el intento incondicionado de eliminar todo lo que contraría. La vida presenta mil facetas, situaciones diversísimas, ásperas unas, fáciles quizá en apariencia otras. Cada una de ellas comporta su propia gracia, es una llamada original de Dios: una ocasión inédita de dar el testimonio divino de la caridad” (S. Josemaría Escrivá).
Preguntémonos al hilo de estas consideraciones: ¿Hago míos los intereses de Jesucristo y de la Iglesia o tienen prioridad los exclusivamente míos? ¿Qué estoy haciendo en concreto y todos los días para que el Señor sea conocido y amado? ¿Me preocupa la ignorancia y la indiferencia religiosa que palpo a mi alrededor y procuro con mi ejemplo y mi conversación conjurarla? “Hermanos: os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable”. Atendamos este llamamiento que nos hace hoy San Pablo en la 2ªLectura.
Jr 20,7-9: «La Palabra del Señor se volvió oprobio para mí»
Sal 62,2.3-4.5-6.8-9: «Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío»
Rm 12,1-2: «Ofreceos vosotros mismos como sacrificio vivo»
Mt 16,21-27: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo tome su cruz y me siga"