enero 2014


En un Sermón, a propósito de la Fiesta de la Presentación del Señor, San Sofronio, después de glosar los motivos principales de esta festividad, añade: “Esto es lo que vamos celebrando, año tras año, porque no queremos olvidarlo”.


La celebración litúrgica es un antídoto contra el olvido. Celebrando, no sólo recordamos las maravillas que Dios ha obrado en favor nuestro, sino que, por la fuerza del Espíritu Santo, estos acontecimientos salvadores se hacen presentes y actuales.


La Presentación del Señor es una fiesta muy bella. En las parroquias suelen acudir más fieles que de costumbre. Quizá sea una impresión mía, pero tengo la sensación de que cuanto más se “materializa”, en el buen sentido, la Liturgia, más impacto causa en la sensibilidad religiosa de las personas: la bendición del fuego o del agua, en la Vigilia Pascual, la bendición de las candelas en la festividad de la Presentación o, más sencillamente, la devota bendición del pan el día de San Blas.


Las candelas simbolizan la luz que es Cristo, que ha venido para iluminar a las naciones, porque únicamente la Luz de Dios tiene la potencia necesaria para iluminar completamente el Universo. Donde esta Luz no llega, no porque no quiera llegar, sino porque pide, por decirlo así, permiso para hacerlo, sigue reinando la noche y el pecado.


Cristo, Luz de las naciones, es, a la vez, la “gloria de Israel”, pues Dios, desde su Pueblo, hace desbordar su amor al mundo entero. Jesús, nacido de una mujer, nace también sometido a la Ley. Él que, en cuanto Dios, es Autor de la Ley, consiente en que sus padres paguen el rescate de los pobres, un par de tórtolas o dos pichones. Y permite que su Madre Purísima acuda, como todas las madres, al templo para ser purificada. Es el realismo de la Encarnación y la paradójica humildad de nuestro Dios.



Jesús se encuentra con su Pueblo y se encuentra con cada uno de nosotros. En cierto sentido, somos como Simeón, pues Dios nos ha concedido la gracia de ver, en la fe, al Salvador, en un anticipo pasajero de la auténtica visión del Cielo.


La Fiesta de la Presentación nos compromete a ofrecernos a nosotros mismos a Dios; a salir, con lámparas encendidas, a su encuentro; a hablar de Jesús a todas las personas, como Ana y Simeón. En definitiva, a pedir que podamos presentarnos ante Él con el alma limpia.


Guillermo Juan Morado.


EL ENCUENTRO CON JESÚS


Autor : Juan Morado, Guillermo

ISBN : 978-84-9805-681-5

PVP : 9,13 € (s/iva) 9,50(c/iva)

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Individualizar cuál es mi burbuja sirve para redimensionar hechos e ideas// Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net



De mil maneras nos dejamos rodear por burbujas del alma.



Algunas burbujas vienen desde fuera, impuestas por personas o por acontecimientos. Un accidente, una calumnia, una crisis económica, un problema en la familia, crean una atmósfera más o menos enrarecida que afecta nuestro modo de pensar, de sentir, de amar.



Otras burbujas nacen desde uno mismo. Todo lo que hacemos o dejamos de hacer, lo que pensamos, lo que sentimos, alimenta el aire interior con alegrías o con tristezas, con esperanzas o con miedos, con amores o con odios.



Por eso vale la pena preguntarnos: ¿cuál es mi burbuja? ¿Qué ambiente envuelve mi alma? ¿Qué condicionamientos me asfixian o me exaltan? ¿Qué ideas y que hechos han sitiado mi corazón?



Individuar cuál es mi burbuja sirve para redimensionar hechos e ideas a las que a veces damos una importancia excesiva que no merecen. También nos permite descubrir que otros hechos o ideas han quedado marginados, cuando desde ellos podríamos entrar en burbujas sanas, buenas, positivas.




Es casi imposible vivir sin burbujas. Algunos no son capaces de escoger su burbuja, porque su psicología está enferma y viven encadenados a mecanismos mentales que los arrastran, sin casi poderlo evitar, de un sitio a otro.



Otros han escogido burbujas malas, negativas, llenas de oscuridad, que provocan daños en uno mismo y en quienes viven a su lado. Son burbujas que les llevan a ver sólo oscuridades, a pensar desde el odio y hacia el odio, a encerrarse en la avaricia, a sumergirse en la envidia y en el afán por destruir la fama de otros desde un corazón lleno de rencores malsanos. A pesar de la situación en la que se encuentran, en esas personas perviven todavía capacidades y energías interiores suficientes para reconocer sus errores, para acoger la ayuda de Dios, para cambiar de perspectiva, para abrirse a horizontes y burbujas buenas.



Afortunadamente, hay muchos hombres y mujeres que, desde la ayuda de amigos buenos, desde pensamientos sanas, desde la acción de Dios en las almas, son capaces de sumergirse en burbujas positivas. Desde ellas no cerrarán los ojos ante males reales o ante injusticias que deben ser superadas. Al contrario, sabrán afrontar la propia vida con un deseo sincero y bueno para pensar en positivo, para acoger las gracias del cielo, para convertirse en trabajadores incansables en un mundo que necesita hombres y mujeres de esperanzas.

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Y en la parroquia nos preparamos para celebrarlas: el domingo, 2 de febrero, la Presentación del Señor, en la que iniciamos la Misa con procesión de candelas; el 3, San Blas, con bendición de alimentos en la misa de la mañana y en la tarde; y el 5, Santa Águeda, patrona de los jóvenes, que la honrarán participando en la solemne misa de 12 h. Ojalá que estas festividades tan arraigadas en el pueblo ayuden a la fe y al compromiso.




Hablando de mi viaje, me gustaría ofrecer algunos pensamientos por si son útiles a los profesores que me leen, pues algunos hay.


Una clase y una conferencia son dos géneros distintos. En una clase (de licenciatura o de doctorado) tienes el deber de profundizar en el tema tratado. En una conferencia, normalmente, se busca exponer ante los oyentes el panorama del tema del que has decidido hablar.


La clase permite trabajar el detalle al máximo. En una conferencia, evidentemente sería un fracaso quedarse a la mitad de la materia que el tema del título proponía.


En una clase, las preguntas no son un estorbo para el desarrollo de la materia, sino que forman parte del intercambio que se produce entre profesor y alumno.


En la conferencia los oyentes son muchos más. De manera que el intercambio es menor. Allí se va a escuchar al conferenciante. En una clase, no pasa nada si se emplean diez minutos de preguntas, respuestas, réplicas y contrarréplicas acerca del sentido de la palabra griega aion (αἰών). En una conferencia, forma parte del arte del ponente el evitar que la exposición embarranque en un arrecife cualquiera.


La conferencia tiene que poseer una cierta belleza en sus proporciones: la manera (a veces deslumbrante) con la que se hace entrar en el tema a los presentes (por muy especialistas que sean), el modo en el que se mantiene el interés, el final de la conferencia como un final musical, es decir, con una conclusión que suponga el coronamiento de una exposición.


En una clase, las cosas se retoman donde se dejaron. Todas las clases forman un continuum en el que se busca, ante todo, que los alumnos aprendan.


No estoy diciendo que la clase es para un público más selecto y la conferencia para un público más general. No. En ocasiones, en una conferencia, todos los oyentes son especialistas. La conferencia tiene más de obra de arte. La clase tiene más de diálogo. La conferencia expone un tema de un modo equilibrado, incluso estéticamente proporcionado, en el tiempo predefinido. La clase forma un tiempo continuo dividido en días. La clase puede descender al detalle, la conferencia presenta un panorama. Como se ve, son dos géneros.


Existe el riesgo de que un profesor convierta sus clases en conferencias. Buscando no ser interrumpido para ser alabado por sus alumnos al final. Este riesgo es bajo. Sí que es mayor el riesgo de que un conferenciante convierta su ponencia en una clase.


Lo que sí que es digno de evitar, es que el conferenciante lea su intervención de principio a fin. Se leen las citas, pero se supone que un gran ponente debe ser como el músico que improvisa a tenor de un tema principal. De manera que cada conferencia constituya una obra intelectual única. ¿Qué diferencia hay entre escuchar a alguien que lee o leer el libro en casa cómodamente sentado en el sillón con una taza de té al lado? El gran conferenciante enardece, aviva las pasiones, la pasión del conocimiento.


El profesor tampoco se sienta para leer unos papeles, sino para reflexionar conjuntamente. De esta manera, las clases se convierten no en una carga, sino en un placer. En un momento agradable, distendido, mucho más apasionante que la lectura de varios libros.



(Cfr. www.libroslibres.com)








ISBN: 978-84-15570-26-4

Autor: Jesús García

Precio: 20.00€








“De Medjugorje no hay nada que no te llame la atención”. Tamara Falcó resume así en este libro su asombroso contenido. Mientras el Vaticano discierne lo que allí sucede, el Fenómeno Medjugorje continua sorprendiendo a creyentes y no creyentes de todo el mundo. En Estamos de vuelta son diez españoles los que relatan lo que vieron y vivieron en la pequeña aldea de Bosnia y Herzegovina. Testigos vivos que cuentan en español cómo la mano de Dios puede tocar el corazón del hombre, en una experiencia de Amor que cambiará sus vidas para siempre.

¿Por qué renuncia al sueño de participar en los Juegos Olímpicos el mejor jugador de jockey de España y qué sucede tras su negativa? ¿Cómo se puede morir con alegría en el corazón tras enfrentarse a un cáncer desde el ateísmo? ¿A qué armas espirituales se agarra la citada Tamara Falcó tras vivir una conversión? ¿Es posible que la vida de una persona cambie a mejor poniendo su confianza en Dios? ¿Qué es lo que sucede en Medjugorje? A todas estas preguntas y muchas más no responden en esta obra teólogos ni científicos. Tampoco el autor ni ningún periodista, sino los protagonistas de una asombrosa peregrinación.



La congregación de los Franciscanos de la Inmaculada vive una difícil situación interna. Desde hace ya varios meses un comisario del Vaticano, el fraile italiano Fidenzo Volpi, tomó las riendas del gobierno de ese instituto religioso desatando no pocas turbulencias. Algunos están a favor de él, otros en contra. En blogs, páginas de internet y periódicos se ha ventilado ampliamente la problemática. Por cuestiones estrictamente circunstanciales en este espacio no habíamos tocado el tema. Ahora lo hacemos para brindar una transcripción de la primera postura oficial y pública de un dicasterio del Vaticano al respecto.


5 La declaración fue leída por José Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, la mañana de este viernes en la sala de prensa del Vaticano. Durante una conferencia ante periodistas en la cual participó también el cardenal Joao Braz de Aviz, el prefecto de esa Congregación. Para ayudar al debate reportamos aquí su postura, sin agregar ni quitar nada. Cada quien saque sus conclusiones.


EL 74 POR CIENTO PIDIÓ UN COMISARIO

Sobre los Franciscanos de la Inmaculada


El “comisariamento” de los Franciscanos de la Inmaculada partió tras una visita apostólica durante la cual el 74 por ciento de los miembros pidió, en forma escrita, una intervención de forma urgente de la Santa Sede para resolver los problemas internos del instituto proponiendo o un capítulo general extraordinario, presidido por un representante del dicasterio, o la designación de un comisario para instituto de parte de la Santa Sede.


El dicasterio, tras haber considerado atentamente la relación del visitador apostólico, llegando a la conclusión que no existían en ese momento las condiciones para la celebración de un capítulo general, optó por el “comisariamiento” designando comisario al padre Fidenzo Volpi de los Franciscanos Capuchinos. A su vez la visita apostólica, que tuvo lugar antes del nombramiento del comisario, había sido pedida insistentemente por 21 miembros del instituto que se dirigieron al dicasterio en tal sentido.



Como es lógico, en estos casos no todos están de acuerdo con estas medidas pero nuestro dicasterio tomó la decisión tras un minucioso estudio de la relación del visitador apostólico, en orden –y esto queremos subrayarlo mucho- a ayudar al instituto a superar ciertas dificultades que son propias de un instituto que está creciendo. El “comisariamiento” nunca es un castigo de parte de la Santa Sede a un instituto, sino una benévola atención que expresa la fraternidad de la Iglesia. Debemos decir también que el discurso del rito (antiguo, en latín ndr) no es, en lo absoluto, el motivo principal de tal intervención.



La Presentación del Señor


Simeón es el anciano que supo esperar.

Recibió la promesa de no morir sin ver al Mesías.

Y hoy vemos al Niño es sus brazos.



Vivimos en un momento en que los ancianos cono que ya no cuentan en la vida.

Sin embargo, hoy celebramos al Niño Jesús en bazos de un anciano que ve realizado su vida y piensa que ya el Señor puede llevarlo. porque que ya se ha realizado la promesa. Ha visto al Señor.


Esto me hace recordar el valor de los ancianos. Y quiero presentar unas reflexiones que nos ayuden a comprenderles.

El Papa Francisco nos dice: “Nosotros vivimos en un tiempo en el cual los ancianos no cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan porque molestan». Sin embargo «los ancianos son quienes nos traen la historia, la doctrina, la fe y nos lo dejan como herencia.

Son como el buen vino añejo, es decir, tienen dentro la fuerza para darnos esa herencia noble».

Con este fin, el Papa se refirió al testimonio del gran anciano, Policarpo. Condenado a la hoguera, «cuando el fuego comenzó a quemarle» se percibió a su alrededor el perfume del pan recién horneado. Esto son los ancianos: «Herencia, buen vino y buen pan». En cambio, «sobre todo en este mundo se piensa que molestan».

Aquí el Pontífice volvió con la memoria a su infancia:


«Recuerdo —dijo— que cuando éramos niños nos contaban esta historia. Había una familia, un papá, una mamá y muchos niños. Y estaba también un abuelo que vivía con ellos. Pero había envejecido y en la mesa, cuando tomaba la sopa, se ensuciaba todo: la boca, la servilleta… no daba una buena imagen. Un día el papá dijo que, visto lo que sucedía al abuelo, desde el día siguiente tendría que comer solo. Y compró una mesita, la puso en la cocina; así el abuelo comía solo en la cocina y la familia en el comedor. Después de algunos días el papá volvió a casa y encontró a uno de sus hijos jugando con la madera. Le preguntó: “¿Qué haces?”. “Estoy jugando a ser carpintero”, respondió el niño. “¿Y qué construyes?”. “Una mesita para ti papá, para cuando seas anciano como el abuelo”. Esta historia me hizo mucho bien para toda la vida. Los abuelos son un tesoro».


Bienaventurados los ancianos que sienten la alegría y el gozo de serlo.

Bienaventurados los ancianos que no disimulan ni silencian sus años.

Bienaventurados los ancianos que no se sienten extraños en medio de los demás.

Bienaventurados los ancianos que sienten que todavía son útiles al mundo y a la Iglesia.

Bienaventurados los ancianos que no viven su ancianidad como un título para tener privilegios.

Bienaventurados los ancianos que son capaces todavía de sonreírle a la vida.

Bienaventurados los ancianos que no viven lamentándose y quejándose de todo.

Bienaventurados los ancianos que saben soportar con alegría los gritos de los hijos y de los nietos.

Bienaventurados los ancianos que cuando escuchan mal lo que se les dice no tienen dificultad en pedir que se lo repitan.

Bienaventurados los ancianos que no gritan y ni se fastidian cuando los nietos ponen alta la música.

Bienaventurados los ancianos que saben aceptar los cambios de la vida y no se lamentan de que “en su tiempo las cosas eran de otra manera”.

Bienaventurados los ancianos que no sospechan de todos de que les están robando sus ahorrillos.

Bienaventurados los ancianos que tienen un “seguro social” digno para que vivir dignamente.

Bienaventurados los ancianos que tienen un “seguro de salud” adecuado y son atendidos como personas.

Bienaventurados los ancianos que son tratados como personas.

Bienaventurados los ancianos que son capaces de decirle cada día a Dios:

“Hola, Señor, ¿cuándo nos podemos dar la mano y vernos y celebrarlo juntos?”


Señor: gracias por el don de la vida.

En mi tumba quiero que escriban:

“aquí yace alguien que amó profundamente la vida de cada día”.

Señor: gracias por todo lo que he sembrado a lo largo de mi vida.

En mi tumba quiero que escriban:

“Aquí vive alguien que vivió sembrando ilusiones y esperanzas”.

Señor: gracias por todo lo que he hecho hasta hoy.

En mi tumba quiero que escriban: Aquí yace un corazón que siempre quiso hacer lo mejor, aún en sus equivocaciones.

Señor: gracias por el montón de años que me has regalado.

En mi tumba quiero que escriban: Aquí viven muchos años juntos, todos ellos pura bendición y regalo de Dios.

Señor: Si en mi vida te he agradecido infinidad de amaneceres, hoy quiero darte gracias por este lindo atardecer.

Es cierto que mis achaques pueden molestar a algunos.

Por eso prefiero regalar a todos, en compensación el gozo y la alegría de una tarde que termina, no para entrar en la noche, sino para amanecer al nuevo gran día que no tendrá ya noche.

Doy gracias a cuantos me han hecho feliz en mi vida.

Doy gracias a cuantos me han puesto alguna espina en el camino.

Doy gracias a cuantos me han dado la oportunidad de serles de alguna utilidad.

Doy gracias a cuantos me han permitido amarles de corazón.

Doy gracias a cuantos me han amado y me han hecho más suave el camino.


Un joven sin una sonrisa nos preocupa.

Un adulto sin una sonrisa, decimos que tiene problemas.

Un anciano sin una sonrisa, decimos: le falta cariño, le falta calor humano.

Una sonrisa en labios de un niño es alegría de vivir.

Una sonrisa en los labios de un anciano es el agradecimiento a los años vividos.

Que cuando nos llegue la muerte nos encuentre vivos. Porque lo más duro es morir en vida antes de morir.


Clemente Sobrado C. P.




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Un problema de diccionario



—Hay católicos que se preguntan qué autoridad tiene la Iglesia para definir qué exige exactamente la moral católica. Dicen que ellos tienen una forma propia de entender lo que significa ser católico, y que no tiene por qué coincidir con lo que digan en Roma.

Si alguien dice que la Iglesia católica no puede definir en qué consiste la fe o la moral católicas, lo siento, pero no podríamos llamar católico a quien mantenga eso. Quizá una especie de nostalgia personal esté llevando a esa persona a querer mantener tal título de católico, pero –como decía Christopher Derrick– se lo hemos de quitar con la mayor gentileza y caridad, y no porque lo diga el Papa, sino porque lo dice el diccionario.






La religión católica es algo bastante concreto. Se distingue básicamente de los luteranos, ortodoxos o anglicanos, entre otras cosas, en que sigue las enseñanzas de la sede apostólica romana. Por eso, si se considera importante la precisión terminológica, conviene aclarar que esas personas quieren llamarse católicos sin serlo realmente.



—Me temo que, ante ese planteamiento, muchos responderán que entonces no son católicos, porque ellos interpretan la Sagrada Escritura de otra manera y consideran que la Iglesia es un invento de hombres.

Es quizá la única salida que les queda, pero conduce a algunas contradicciones. Por ejemplo, ya que hablan de remitirse a la Sagrada Escritura, habría que decirles que allí se lee bastante claro, y en pasajes diversos, que Jesucristo “instituyó la Iglesia”, que puso a Pedro como cabeza, y que le dio “las llaves del Reino de los Cielos”. Y consta también que confió a los apóstoles una misión de enseñanza y tutela de la doctrina: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes (...) enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”. Al tiempo que les aseguraba que no les dejaría solos –”He aquí que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”–, sino que garantizaría el acierto de sus enseñanzas: “Todo lo que atares en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desatares quedará desatado en los cielos”. Y les dio también poder para perdonar los pecados: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Etcétera.



Como ves, los textos son abundantes y, por otra parte, su autenticidad está notablemente contrastada. Si esas personas dicen aceptar el Evangelio como de Dios, les resultará francamente difícil negar que Jesucristo instituyó la Iglesia, le dio poder para enseñar con autoridad su doctrina, aseguró que estaría siempre a su lado, y que todo lo que atara en la tierra quedaría atado en el cielo. Lo menos que puede deducirse de tales frases es que Jesucristo preservaría a su Iglesia del error en las cuestiones en que, comprometiendo su autoridad, se pronunciara de forma solemne.



Peligrosas simplificaciones



—Pues me temo que entonces dirán que no hay que tomarse los Evangelios en un sentido tan literal. Que se trata simplemente de entender su mensaje de amor y de paz...

Así es como muchos llegan a reducir los Evangelios a unos simples libros moralizantes de gran interés, a una especie de “Iniciación a la vida dichosa”. Lo cual me parece muy respetable, lógicamente, porque cada cual es libre de pensar lo que quiera, pero sería reducir la figura de Jesucristo a un simple pensador antiguo con una filosofía más o menos atractiva y que lanzó unos mensajes muy interesantes. Pero eso no sería ya propiamente una religión, sino mostrar una cierta predilección por un pensador de la antigüedad.



La Sagrada Escritura –explica Joseph Ratzinger– es portadora del pensamiento de Dios, pero viene mediada por una historia humana, encierra el pensar y el vivir de una comunidad histórica. La Escritura no está aislada, ni es solamente un libro. Sin la Iglesia, le faltaría la contemporaneidad con nosotros, quedaría reducida a simple literatura que es interpretada, como se puede interpretar cualquier obra literaria. El Magisterio de la Iglesia no añade una segunda autoridad a la de la Escritura, sino que pertenece desde dentro a ella misma. No reduce la autoridad de la Escritura, sino que vela para garantizar que la Escritura no sea manipulada.



—Pero esa autoridad eclesiástica podría también llegar a ser arbitraria.

Así podría suceder, si el Espíritu Santo no iluminase y guardase a la Iglesia. Pero ese velar del Espíritu Santo sobre la Iglesia es una realidad que el propio Jesucristo anuncia en la Escritura.



¿Intransigencia?



—Otras personas dicen que el dogma excluye el debate y el pluralismo de opiniones, indispensable para el sano crecimiento de cualquier pensamiento religioso. Piensan que la Iglesia debería ser menos intransigente y más liberal, para adaptarse a las diferentes culturas y a la evidente diversidad que hay en el mundo.

Además de los dogmas, hay dentro de la teología católica una multitud de puntos sometidos a debate, con una pluralidad de opiniones enormemente rica y diversa. Cualquiera que lo observe con un poco de perspectiva, podrá darse cuenta de que siempre ha habido, y continuará habiendo, una gran variedad en las cuestiones que requieren una adaptación a lo cambiante de los tiempos o lugares. Son cuestiones sometidas habitualmente a un amplio debate, tanto interno como externo, que la Iglesia no rehúye.



Por otra parte, los dogmas –como señala Frossard– no imponen a la inteligencia unos límites que le estaría prohibido franquear, sino que, más bien, esos dogmas empujan a la inteligencia más allá de las fronteras de lo visible. No son muros, sino más bien ventanas para nuestra limitación intelectual. Son ayudas divinas para poder llegar a verdades a las que la inteligencia, por su limitación (qué le vamos a hacer), no siempre tendría fácil acceso. La Iglesia presenta tan solo un pequeño conjunto de verdades de fe, pero difícilmente puede imaginarse una iglesia sin verdades de fe.



El católico –explica Christopher Derrick– tiene en su fe en los dogmas una piedra de toque de la verdad. Gracias a ella, puede comparar cualquier afirmación teológica con todo lo que ha venido diciendo sobre eso el Magisterio de la Iglesia durante dos mil años; y si hay un choque violento, su fe le dice que esa teoría será con el tiempo uno de los numerosos caminos cegados o calles sin salida que siembran la historia del pensamiento.



La postura de la Iglesia católica respecto a los dogmas es sencilla y coherente:

§ Las verdades de fe nos adentran en un orden de realidades al que nunca habríamos llegado con nuestras solas fuerzas intelectuales.

§ Esas verdades de fe no quedan cerradas al pensamiento ni a la racionalidad, ni pretenden agotar las posibilidades de conocimiento que tiene el hombre.

§ La Iglesia se limita a custodiar esas verdades, porque asegura que las ha revelado el mismo Dios.

§ El hombre es libre de prestar o no su asentimiento a esos dogmas, pero debe hacerlo si quiere llamarse católico legítimamente.



A eso se reduce la intransigencia que algunos achacan a la Iglesia católica, y que no es otra cosa que una serena y prudente defensa del depósito de la fe, bien alejada de cualquier intemperancia o fanatismo. Lo único que reclama la Iglesia es libertad para expresar pública y libremente a los hombres la luz que su mensaje arroja sobre la realidad y sobre la vida.



Alfonso Aguiló, Es razonable ser creyente, Palabra



(Cfr. www.almudi.org)










Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

«Cristo llama bienaventurados a los que el mundo desprecia»



I. LA PALABRA DE DIOS

So 2,3;3,12-13: «Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde»

Sal 145,7-8.9-10: «Dichosos los pobres de espíritu...»

1Co 1,1-12: «Dios ha escogido lo débil del mundo»

Mt 5,1-12: «Dichosos los pobres de espíritu»



II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO

Como Moisés en el Sinaí, Cristo en la montaña proclama el Código de la Nueva Alianza.

El Maestro que proclama las Bienaventuranzas, las ha realizado perfectamente en su vida. Son el resumen del Evangelio y de la vida misma de Jesús. Todas se reducen a la pobreza por la que uno sale de sí mismo para entregarse plenamente a Dios y a los demás.

Esa pobreza es la característica de la Antigua Alianza en la que Dios realiza su designio a través «de un pueblo pobre y humilde» (1ª Lect.). Es también la característica de la Iglesia en la que no hay muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas porque Dios ha escogido lo necio y lo débil del mundo (2ª Lect.).



III. SITUACIÓN HUMANA

La tendencia del hombre es a absolutizar valores que son por sí mismos relativos. Y no es que primero los destaque y luego los use, sino que, al hacer imprescindible su uso, los absolutiza.

El pobre del Evangelio no es el inútil que, por no usar nada, desprecia todo. Es el que no pone nada por encima de Dios. Es el que espera a ver qué dice Dios acerca de algún valor para aceptarlo. Sabe que los valores que Cristo ha proclamado, son antes conducta del propio Cristo.



IV. LA FE DE LA IGLESIA

La fe

– Las Bienaventuranzas: «Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos...» (1716).

– Los que esperan de Dios la justicia: "El Pueblo de los «pobres», los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor «un pueblo bien dispuesto»" (716).

La respuesta

– «La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas, las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor» (1723).



El testimonio cristiano

– " «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios». Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, «nadie verá a Dios y seguirá viviendo», porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios... porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios (San Ireneo, haer.4,20,5)" (1722).

Las Bienaventuranzas nos conducen a reconocer nuestra insuficiencia, a identificarnos con Jesucristo, a construir un mundo nuevo con los valores del Reino y a conseguir la bienaventuranza de Dios.



Al menos en la prisión Madrid V situada en Soto del Real. Ayer mismo nos lo contaba en una reunión de coordinadores de Cáritas el sacerdote encargado de moderar las Cáritas de la zona.


Así como suena. El arciprestazgo de Colmenar Viejo, donde se encuentra ubicada la cárcel, lleva años colaborando con voluntariado en el centro penitenciario: clases de alfabetización, manualidades, talleres, pastoral penitenciaria. Lo sorprendente es tener que escuchar que el mismo director de la cárcel ha pedido a Cáritas que si pueden conseguir para los internos balones de fútbol y baloncesto, material deportivo como chándales, zapatillas e incluso ropa corriente porque no tienen nada de nada.

A mí me parece que ha llegado un momento en el que tenemos que preguntarnos si no estaremos haciendo el canelo.


A ver, nada que objetar a las obras de misericordia que ya sabemos que, entre otras cosas, hablan de visitar a los presos y vestir al desnudo. A un servidor lo que le joroba es que en aras de mayor ahorro, instituciones penitenciarias se cargue la partida de presupuesto que debería ir destinada a estos menesteres de vestido, calzado y elementos deportivos para los internos y se lo eche a las costillas de Cáritas con la cosa de ayudar a los débiles y aprovechándose de que somos buena gente por naturaleza.


Definitivamente estamos haciendo el canelo. No seré yo quien se muestre en contra de ayudar al desfavorecido. A las pruebas me remito. Pero eso de que los balones de baloncesto para un centro penitenciario tengan que salir de la caridad cristiana no entiendo a cuento de qué. Y cada vez la cosa tiene peor pinta. Porque así, a la chita callando, sin darte cuenta, a lo tonto, a lo bobo, los alimentos, Cáritas. Los libros escolares y todo el material, Cáritas. El apoyo cuando no hay subsidios, los balones de los encarcelados, las medicinas del menesteroso, los pañales del lactante, la beca y el subsidio… todo Cáritas.


¿Se puede saber, qué leches hace entonces el Estado? ¿Alguien me puede decir para qué pagamos los impuestos? ¿Para los partidos? ¿Para los sindicatos? ¿Para los infinitos diputados, senadores, parlamentarios, concejales, síndicos, asesores?


Aquí como ven, “to quisqui” a vivir del presupuesto. Eso sí, unos informes acongojantes sobre el mundo de las prisiones, la dignidad del recluso, la integración, la rehabilitación, el cuidado físico y mental de aquel que cayó en el error. Informes y más informes (¿a qué precio, Señor, a qué precio?) sobre todo lo que hay que hacer para gozar de unas instituciones penitenciarias modélicas, integradoras y todo lo que sea menester. Congresos, reuniones, acciones experimentales, proyectos, más informes, más personal, más medios. Y si falta para algo, se lo pedimos a estos de Cáritas que son buena gente.


Definitivamente los de Cáritas, más que ser buena gente, somos los que hacemos el canelo. Que no es lo mismo. Ya saben, lo de hermanos y primos. Cualquier día de estos el director de la prisión, sabiendo que los de Cáritas somos unos buenazos, pedirá comida para los internos. Y encima se la daremos. Insisto. No es que seamos buenos. Somos gilis.





La fe es un don y tenemos el deber de transmitirla, dijo el Papa en la homilía del jueves por la mañana.



"El

cristiano no es un bautizado que recibe el bautismo y luego va adelante

por su camino. El primer fruto del bautismo es hacerte pertenecer a la

Iglesia, al pueblo de Dios. No se entiende a un cristiano sin Iglesia. Y

por esto el gran Pablo VI decía que es una dicotomía absurda amar a

Cristo sin la Iglesia; escuchar a Cristo pero no a la Iglesia: estar con

Cristo al margen de la Iglesia. No se puede. Es una dicotomía absurda.

Nosotros recibimos el mensaje evangélico en la Iglesia y hacemos nuestra

santidad en la Iglesia, nuestro camino en la Iglesia. Lo demás es una

fantasía o, como él decía ...

“Dijo Jesús a la gente: “El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en su tierra. El duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, si que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma: primero tallos, luego espiga, después el grano”. (Mc 4,26-34)



Yo disfruto en el jardín.

Disfruto contemplando las flores, sobre todo las rosas que me encantan.

Pero disfruto:

Viendo cómo no puedo ver cómo brotan las flores.

Viendo cómo no puedo ver cómo brotan los tallos.

Más bien diría que cada día voy a ver si alguna rosa se ha abierto.

Si algún tallo ha crecido.


Hay otro fenómeno que siempre me ha llamado la atención:

Si estoy todos los días con el niño no lo veo crecer.

Pero si lo veo al tiempo, me doy cuenta cuánto ha crecido.

Es el misterio de la vida que crece.

Pero nadie la ve crecer.

La vida crece tan despacito que no se percibe.

La vida crece tan despacio que solo nos damos cuenta cuando ya ha crecido.

No percibimos como crecemos.

Nos damos cuenta de que hemos crecido.

Hay un misterio en la vida que la hace crecer sin que nadie sea testigo.

Todos somos testigos de que hemos crecido, pero no de cómo vamos creciendo.


Bella imagen que Jesús nos propone para nuestra vida espiritual:

Dios siembra en nosotros la gracia.

Pero no la vemos crecer hasta que nos damos cuenta de que hemos crecido.

Dios siembra en nosotros la fe.

Pero no la vemos crecer hasta que sentimos que se ha fortalecido.

Dios siembra en nosotros la caridad.

Pero no la vemos crecer, hasta que un día sentimos que amamos más.

Dios siembra en nosotros la esperanza.

Pero no la vemos crecer, hasta el día en que sentimos que nuestra esperanza ha madurado.

Dios siembra en nosotros el Evangelio, pero no nos damos cuenta de cómo se va arraigando, hasta el día en que nos damos cuenta de que se va haciendo vida en nuestras vidas.


Lo cual nos está diciendo:

Que Dios actúa en nosotros aun si nosotros no nos damos cuenta.

Podemos estar dormidos, y Dios sigue actuando en nosotros.

Podemos estar despistados, y Dios sigue actuando en nosotros.

Podemos estar metidos en nuestras cosas, y Dios sigue actuando en nosotros.

Es maravillosa la presencia de Dios en nuestro corazón.

Actúa en nosotros en silencio.

Actúa en nosotros sin hacer ruido.

Actúa en nosotros sin que nos demos cuenta.


Por eso nuestras vidas:

Son un misterio de Dios presente en nosotros.

Son un misterio de Dios que se hace presente incluso si no lo percibimos.

Son un misterio de Dios que crece en nosotros sin que nos enteremos.

Solo cuando hemos crecido interiormente, tomamos conciencia de que algo ha sucedido en nosotros.


Alguien me decía un día. Yo vivía a mi aire. Dios no me interesaba, aunque sentía que creía en él. Y creía vivir tranquilo sin él. Hasta que un día sentí, no sé que impulso interior que me hizo entrar en la Iglesia y sentí necesidad de confesarme.

Dios es así, porque Dios es vida.

Dios es así, porque Dios se hace semilla en nosotros.

Por eso, nunca podemos decir, “yo nunca cambiaré”.

Dios sigue creciendo en ti y tú te convertirás en tallo y en grano de Evangelio.

Nosotros somos al tierra y Dios es el sembrado y es semilla creciendo en nosotros.

No somos nosotros los que crecemos en nosotros sino Dios que crece en nosotros.


Clemente Sobrado C. P.




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Viernes, 7 de febrero

Iglesia de San Francisco, Santiago de Compostela

A las 21:00h.

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El Sr. Arzobispo nos invitaba a todos los diocesanos a suplicar “al Buen Pastor por intercesión del Apóstol Santiago y de la Santísima Virgen que el ministerio episcopal del nuevo Obispo Auxiliar sea bendición y gracia para todos”. Por eso nos convoca a participar en la Vigilia de oración, pidiendo por el nuevo Obispo Auxiliar, D. Jesús.



Unámonos en la oración por el nuevo Obispo, que como él mismo se dirigió al Sr. Arzobispo al conocerse su nombramiento, pedía poner su futuro ministerio en las manos de María y del Apóstol Santiago. Al mismo tiempo, que lo encomendásemos en nuestras oraciones para poder ser un pastor fiel según el corazón y los deseos de Dios.




DESCÁRGATE EL CARTEL PARA IMPRIMIR AQUÍ


Una de las ideas que caracterizan el Magisterio de Benedicto XVI es que

no existe oposición entre razón y fe, sino que ambas se complementan.

Ahora la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma ha lanzado un

seminario de tres años sobre la investigación en la Ciencia y en la

Teología. El objetivo es encontrar cómo se ayudan y se entrelazan.

“Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 5, 14-16).Efectivamente ese ejemplo lo pone el Señor pues en aquella época para tener luz se utilizaban unas lámparas como la que aparece en la foto. Se mantenían con aceite, como también se cuenta en la parábola de las virgenes necias. Se ponían en lo alto de la casa para que alumbaran. Esta es una lámpara de la época. La pude fotografiar en Taybe que es el antiguo Efraín donde estuvo el Señor antes de la Pasión. Allí han hecho un museo que llaman de las parábolas. Hay todo tipo de objetos de la época del Señor. Entre ellos estaba esta lámpara de aceite de la época.

“Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 5, 14-16).Efectivamente ese ejemplo lo pone el Señor pues en aquella época para tener luz se utilizaban unas lámparas como la que aparece en la foto. Se mantenían con aceite, como también se cuenta en la parábola de las virgenes necias. Se ponían en lo alto de la casa para que alumbaran. Esta es una lámpara de la época. Se encuentra en Taybe que es el antiguo Efraín donde estuvo el Señor antes de la Pasión. Allí han hecho un museo que llaman de las parábolas, es muy ilustrativo visitarlo. Hay todo tipo de objetos de la época del Señor. Entre ellos estaba esta lámpara de aceite de la época.



En cambio no esta hecha para ponerla bajo un celemín, que es una vasija que se utiliza para medir cantidades de grano o de semillas. Es semejante a un cubilete, como se puede observar en la imagen. No tendría sentido poner la lámpara debajo de un celemín, pues quitaría toda la luz, cuando la función de la lámpara es precisamente iluminar.

La lampara se ponía sobre un candelero, con pie, para que alumbre la casa. En cambio no esta hecha para ponerla bajo un celemín, que es una vasija que se utiliza para medir cantidades de grano o de semillas. Es semejante a un cubilete, como se puede observar en la imagen. No tendría sentido poner la lámpara debajo de un celemín, pues quitaría toda la luz, cuando la función de la lámpara es precisamente iluminar.



1. (año II) 2 Samuel 7,18-19.24-29


a) Si ayer leíamos las palabras del profeta anunciando la fidelidad de Dios para con David y su descendencia, hoy escuchamos una hermosa oración de David, llena de humildad y confianza.


David muestra aquí su profundo sentido religioso, dando gracias a Dios, reconociendo su iniciativa y pidiéndole que le siga bendiciendo a él y a su familia. Lo que quiere el rey es que todos hablen bien de Dios, que reconozcan la grandeza y la fidelidad de Dios: «que tu nombre sea siempre famoso y que la casa de David permanezca en tu presencia».


b) Ojalá tuviéramos nosotros siempre estos sentimientos, reconociendo la actuación salvadora de Dios: «¿quién soy yo, mi Señor, para que me hayas hecho llegar hasta aquí?», «tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar», «dígnate bendecir a la casa de tu siervo, para que esté siempre en tu presencia».


¿Son nuestros los éxitos que podamos tener? ¿son mérito nuestro los talentos que hemos recibido? Como David, deberíamos dar gracias a Dios porque todo nos lo da gratis.


Y sentir la preocupación de que su nombre sea conocido en todo el mundo. Que la gloria sea de Dios y no nuestra.


Marcos 4,21-25


a) Otras dos parábolas o comparaciones de Jesús nos ayudan a entender cómo es el Reino que él quiere instaurar.


La del candil, que está pensado para que ilumine, no para que quede escondido. Es él, Cristo Jesús, y su Reino, lo primero que no quedará oculto, sino aparecerá como manifestación de Dios. El que dijo «yo soy la Luz».


La de la medida: la misma medida que utilicemos será usada para nosotros y con creces.


Los que acojan en si mismos la semilla de la Palabra se verán llenos, generosamente llenos, de los dones de Dios. Sobre todo al final de los tiempos experimentarán cómo Dios recompensa con el ciento por uno lo que hayan hecho.


b) Esto tiene también aplicación a lo que se espera de nosotros, los seguidores de Cristo. Si él es la Luz y su Reino debe aparecer en el candelero para que todos puedan verlo, también a nosotros nos dijo: «vosotros sois la luz del mundo» y quiso que ilumináramos a los demás, comunicándoles su luz.


Creer en Cristo es aceptar en nosotros su luz y a la vez comunicar con nuestras palabras y nuestras obras esa misma luz a una humanidad que anda siempre a oscuras. Pero ¿somos en verdad luz? ¿iluminamos, comunicamos fe y esperanza a los que nos están cerca? ¿somos signos y sacramentos del Reino en nuestra familia o comunidad o sociedad? ¿o somos opacos, «malos conductores» de la luz y de la alegría de Cristo?


En la celebración del Bautismo, y luego en su anual renovación en la Vigilia Pascual, la vela de cada uno, encendida del Cirio Pascual, es un hermoso símbolo de la luz que es Cristo, que se nos comunica a nosotros y que se espera que luego se difunda a través nuestro a los demás. No podemos esconderla. Tenemos que dar la cara y testimoniar nuestra fe en Cristo.


«Tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar» (1ª lectura, II)


«La medida que uséis la usarán con vosotros» (evangelio).




“Dijo Jesús a la multitud: “¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de una caja o debajo de la cama, o para ponerla sobre el candelero? Si se esconde algo es para que se descubra; si algo se hace oculto, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír que oiga”. Les dijo también: “Atención a lo que están oyendo: la medida con que midan se usará con ustedes, y les dará más todavía. Porque al que tiene se le dará, pero al que no tiene, se le quitará lo que tiene”. (Mc 4,21-25)



Flickr: ZeHawk



Dos pequeñas parábolas o afirmaciones, para dos actitudes grandes.

La luz no es para esconderla.

La medida con que midáis seréis medidos.


El cristiano es luz del mundo.

Reconozco que soy un maniático de la luz.

Y esto me crea problemas en mi comunidad.

Siempre me parece que en la Iglesia hay poca luz.

Y me quejo

Pero otros parece que se dan por satisfechos.

¿Serás que yo veo mal o que los demás tienen mejor visión?


Sin embargo, hay algo de lo que me preocupo menos y que lo veo más importante:

Sé que por el Bautismo “soy luz del mundo”.

¿Pero alumbro de verdad?

Sé que como Sacerdote “soy luz del mundo”:

¿Pero mi sacerdocio alumbra de verdad?

Me preocupa que en torno a mí haya poca luz.

Y la culpa la tengo yo.

Me preocupa que los demás vean poco por falta de luz.

Y ¿no seré yo el culpable?


Es cierto que nos han enseñado una humildad que la veo poco evangélica.

No han enseñado de hacer el bien, pero que nosotros vivamos ocultos.

No han enseñado de hacer el bien, pero no nos han enseñado a que alumbremos.

Y el Evangelio de hoy como en otras partes nos dice bien claro:

Que la luz no es para meterla “debajo de una caja”.

Que la luz no es para meterla “debajo de la cama”.

Que la luz es para ponerla en “en candelero y que alumbre”.

Yo pienso que en la Iglesia, como dice el Papa Francisco “hay mucha santidad”.

Pero todos mostramos más nuestros defectos.

Los periodistas hablan más de nuestros defectos que de nuestras virtudes.

La gente habla más de nuestros pecados que son otras tantas oscuridades, pero se fijan menos en nuestros nuestras bondades.


Las calles necesitan luz y tienen esos focos que iluminan.

Pero los cristianos aparecemos demasiado apagados.

No sé si nos escondemos debajo de la cama o tenemos miedo al candelero.

Hay que alumbrar.

El mundo tiene demasiada oscuridad.

No porque falte la luz sino porque nos escondemos demasiado.


La medida con que medimos

Somos demasiado exigentes con los demás.

Somos demasiado comprensivos con nosotros.

Somos demasiado críticos con los otros.

Somos demasiado condescendientes con nosotros mismos.


En el mundo y la misma Iglesia:

Hay demasiadas críticas.

Hay demasiados juicios condenatorios.

Hay demasiada poca comprensión con las debilidades de los otros.


Y donde no hay comprensión:

No es que demos razón a lo malo.

Pero lo malo que hacemos necesita sepamos comprender.

Alguien escribió: “Dios no ama la enfermedad, pero sí al enfermo”.

Yo estoy seguro que “Dios no ama al pecado, pero sí ama al pecador”.

¡Cuántos pecadores necesitan de comprensión!

¡Cuántos pecadores necesitan ser amados!

¡Cuántos pecadores necesitan ser perdonados!


Tenemos miedo al juicio de Dios.

Cuando en realidad somos nosotros los que señalamos cómo nos ha de juzgar Dios.

Dios me juzgará como yo juzgue al hermano.

Dios me juzgará como yo juzgue a los demás.

“La medida con que midan se usará para con ustedes”.

No tenemos disculpas, seremos juzgados como juzguemos.

Yo prefiero me juzguen por mi comprensión que por mi justicia.

Y ese es el pacto que hice con él.


Clemente Sobrado C. P.




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CON OCASIÓN DEL 1200º ANIVERSARIO DE CARLOMAGNO (I)


RODOLFO VARGAS RUBIO


El 28 de enero se han cumplido 1.200 años de la muerte de Carlomagno, emperador de Occidente y rey de los Francos y los Lombardos. Después de Constantino el Grande es, sin duda, el hombre que más ha influido en la evolución de nuestra civilización y, desde luego, puede considerársele a justo título como el padre de Europa, a la que él contribuyó decisivamente a formar. Su obra fue continuación de la de su abuelo y la de su padre, pero su fama fue tan legendaria que de su nombre tomo el suyo no solamente la segunda dinastía franca, sino toda una época, que constituyó un auténtico renacimiento, antecedente de aquel más nombrado y conocido de los siglos XV y XVI. El término “carolingio” ha dejado una profunda huella en la Historia de nuestra civilización.


El que podemos llamar inicialmente Carlos de Austrasia nació en 742, sólo diez años después de la batalla de Poitiers, librada victoriosamente por su abuelo Carlos Martel contra los sarracenos y que libró a la Cristiandad de la conquista islámica (que ya había engullido a la España visigótica, después de sojuzgar al antiguo imperio sasánida de los persas, a todo el norte de África y a parte del Medio Oriente bizantino), haciéndolos retroceder al sur de los Pirineos. En una Europa en pañales, dicha gesta debe considerarse fundamental; ella había de marcar, además, el destino del niño que se convertiría con el tiempo en el forjador de esa misma Europa y protector de la Iglesia.


Carlos descendía de dos importantes familias de la nobleza franca: la de los pipínidas y la de los arnúlfidas. La primera traía su origen de Pipino de Landen y la segunda de san Arnulfo, obispo de Metz, ambos importantes personajes de la corte de Austrasia, cuyos hijos respectivos Begga y Ansegiso se casaron y tuvieron un hijo: Pipino de Heristal, padre de Carlos Martel, pertenecientes ambos a la línea de mayordomos de palacio de Austrasia. En este punto conviene hacer algunas precisiones sobre la monarquía franca, que no hay que confundir con Francia, la cual aún no existía como tal.


La monarquía franca


La Galia, conquistada por César, fue invadida por el norte (Bélgica) en el curso de los siglos IV y V, por tres tribus germánicas: los francos salios (originarios de Frisia), los francos renanos o ripuarios (procedentes del curso medio del Rin) y los alamanes (provenientes de los valles del Elba y del Meno). Otra tribu, la de los Burgundios (oriunda de Escandivia), ocupó pacíficamente el valle del Ródano como pueblo federado al Imperio Romano. A fines del siglo V, bajo Clodoveo I, los francos salios derrotaron a los alamanes en Tolbiac (496) y, a continuación, se expandieron rápidamente hacia el oeste, conquistando todas las tierras gálicas hasta Armórica (nombre romano de la Bretaña) y hacia el suroeste, arrebatando la Aquitania a los visigodos. La Galia quedó de este modo repartida entre el reino franco y el reino borgoñón. Los francos, gracias al bautizo de Clodoveo, se habían constituido en el primer reino de fe católica en una Europa mitad arriana y mitad pagana (éste es el origen del apelativo de Francia como “hija primogénita de la Iglesia”).


La costumbre germánica de dividir las heredades entre todos los hijos sin preferencia del primogénito determinó las sucesivas fracciones del reino franco bajo los merovingios (nombre de la primera dinastía franca, tomado de Meroveo, abuelo de Clodoveo). Los dos reinos más importantes surgidos de tales particiones fueron Neustria y Austrasia. El primero acabó ocupando el noroeste de la actual Francia, Aquitania y Borgoña; el segundo, el noreste, las cuencas del Mosa y del Mosela y la cuenca media e inferior del Rin. En ciertos períodos Neustria y Austrasia se unieron bajo la denominación de “regnum Francorum”, pero no fue hasta los carolingios cuando se unieron definitivamente.



Los reyes merovingios sucesores del gran Dagoberto I (632-639) –las más de las veces muy jóvenes y con una esperanza de vida muy corta– hicieron dejación del poder (por lo cual fueron llamados por Eginardo “reyes holgazanes”), poder que pasó a sus mayordomos de palacio. Éstos, en un principio, eran los intendentes reales, encargados –como su nombre lo indica– de la administración de palacio, pero fueron poco a poco adquiriendo una gran preponderancia, nombrando a obispos y oficiales del reino y decidiendo en los asuntos más diversos, hasta acabar ejerciendo de hecho las funciones regias. Finalmente, Pipino el Breve, mayordomo de palacio de Neustria, hijo del héroe franco Carlos Martel, se convirtió en rey en 751 con la anuencia del papa Zacarías. Este pontífice, a una pregunta del astuto Pipino, había declarado que merecía llevar la corona quien ya tenía el poder efectivo más que quien sólo tenía de rey el título. Con este parecer a su favor, Pipino depuso a Childerico III, el último merovingio, que reinaba en Neustria y Austrasia, y lo encerró en un convento, haciéndose a continuación elegir por una asamblea de nobles reunida en Soissons. Poco después, apartó del poder a su sobrino Drogón (hijo de su hermano mayor san Carlomán), mayordomo de palacio de Austrasia, concentrando en su persona todo el dominio sobre el “regnum Francorum”.


Relaciones de los francos y la Sede Apostólica


Ya Carlos Martel había sido mirado por Roma como el señor incontestable de la Galia franca, el mejor aliado para llevar a cabo el ambicioso proyecto de evangelización de la pagana Germania del papa Gregorio II (715-731), pues el mayordomo de palacio soñaba con la conquista de Sajonia y año tras año emprendía expediciones militares a este fin. El pontífice quería aprovechar esta acción armada como apoyo necesario a la predicación del cristianismo confiada al monje Winfrido de Wessex y lanzar así una especie de cruzada de los francos para la conversión de la Germania. En 723, Carlos, que había experimentado una transformación mística tras curarse de una enfermedad mortal, se hizo amigo del monje, a quien Gregorio II envió consagrado obispo y con el nuevo nombre de Bonifacio, el cual, bajo su protección logró lo imposible: allegar a Cristo las poblaciones de Hesse y Turingia. El héroe de Poitiers le ayudó asimismo en la reforma de la iglesia franca, que emprendió por mandato del papa Gregorio III (731-741). El propio Bonifacio, en carta a su amigo Daniel de Winchester, definió el papel desempeñado por Carlos Martel: “sin su apoyo no hubiera podido administrar su iglesia, defender su clero ni extirpar la idolatría”.


Los hijos y sucesores de Carlos –Carlomán, mayordomo de palacio de Austrasia, y Pipino, mayorodmo de palacio de Neustria– colaboraron también estrechamente con la Iglesia. Carlomán, el primogénito, continuó protegiendo a Bonifacio, organizó para él el importante Concilio Germánico de 742 (del que emanaron las directrices que gobernarían las iglesias del este del reino franco) e intervino decisivamente en la fundación en 744 de la abadía de Fulda, el mayor foco de irradiación del cristianismo y la civilización en la Alemania central. Más interesado en la devoción religiosa que en el poder político, Carlomán acabó renunciando a su cargo de mayordomo de palacio y entró en la vida monástica, siendo tonsurado en 747 por el papa Zacarías (741-752). Ya se vio cómo Pipino, mayordomo de palacio de Neustria, apartó del poder a Drogón, el hijo y sucesor de su hermano Carlomán, quedando como único señor de todo el reino franco.


Pipino el Breve (751-768) se mostró agradecido al Pontificado Romano por su reconocimiento como rey de los Francos, aunque más debido a conveniencia política que a la devoción que movía a su hermano Carlomán. A pesar de haber apoyado a Bonifacio (convertido en primer arzobispo de Maguncia) y a su reforma eclesiástica adoptando para Neustria las decisiones del Concilio Germánico, tuvo con él algunos desencuentros. Bonifacio, en efecto, quería mantenerse independiente de la tutela regia, designando obispos entre sus propios seguidores y no entre los hombres de Pipino. Antes de que se produjera una ruptura, el arzobispo de Maguncia fue martirizado en el curso de su misión entre los frisones en 754. Su inmensa evangelizadora, su celo por la reforma de la Iglesia y la observancia del clero y su prestigio como apóstol de Germania le hicieron acreedor a la gloria de los altares (su fiesta se celebra el 5 de junio).


Entretanto, el papa Esteban II (752-757), amenazado por los Longobardos –cuyo rey Astolfo había invadido el Exarcado de Rávena y pretendía hacerse reconocer como señor de toda la Italia romana– y nombrado negociador en su nombre por el emperador de Oriente Constantino V (demasiado lejano y ocupado en la querella de las imágenes), recurrió al rey de los francos como al único príncipe capaz de hacerles frente. El pontífice, invitado por Pipino, cruzó los Alpes y se entrevistó con él en el palacio de Ponthion, en el sur de Champaña. El rey franco mostró la máxima deferencia al papa, que, en una hábil maniobra política para ganarse su alianza, le propuso ungirlo nuevamente y ratificar así el cambio dinástico. El acuerdo definitivo se subscribió en Quierzy, cerca de Noyon, el 14 de abril –domingo de Pascua– de 754. Por él, Esteban II otorgaba su reconocimiento y a poyo espiritual a Pipino y éste se comprometía a ofrecer a la Santa Sede un dominio temporal lo suficientemente grande como para ponerla al abrigo de cualquier agresión, consistente en el Exarcado de Rávena, Córcega, Cerdeña y Sicilia.


El 28 de julio sucesivo, en la abadía real de Saint-Denis, el Papa consagraba a Pipino concediéndole los títulos de rey de los francos y patricio de los romanos (Patricius Romanorum) y ungía, además, a sus dos hijos y herederos: Carlomán y Carlos. Mediante este acto, Esteban II tomó sus distancias del emperador de Oriente y en adelante confió la seguridad de la Santa Sede a Pipino y a sus sucesores. El rey hubo de hacer honor a su parte del acuerdo y, tras fracasar una embajada enviada a Pavía ante Astolfo, emprendió, entre 756 y 758, tres campañas victoriosas contra los longobardos, a los que obligó a abandonar el Exarcado, entregando a continuación al Papa los territorios conquistados consistentes en Rávena, Emilia y la Pentápolis: nacían así, con la llamada “Donación de Pipino” los Estados Pontificios, sustento del poder temporal del Romano Pontífice.



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