“El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda”. Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras…” (Mt 22,1-14)
Dios es invitación.
Dios es fiesta.
Dios es boda.
Dios es banquete.
Nosotros no nos perdemos una invitación por nada.
Nosotros no nos perdemos una boda, ni por casualidad.
Y hasta nos ponemos todos de estreno, o al menos, sacamos lo mejor del ropero.
Nosotros no nos perdemos un banquete, aunque tengamos que cambiar de planes.
Pero cuando las invitaciones nos vienen de Dios, todos estamos ocupados.
Pero cuando la boda es de Dios, todos tenemos muchas cosas que hacer.
Pero cuando el banquete es el de Dios, no tenemos tiempo.
Dios no invita a velorios.
Dios no invita a cosas tristes.
Dios invita siempre a la fiesta, donde abunda todo: reses cebadas, terneros, y eso que no habla de los vinos.
¿Por qué será que las fiestas de Dios no nos van?
¿Por qué será que las fiestas de Dios encuentran tanta indiferencia?
¿Por qué será que las fiestas de Dios tienen tan poco atractivo que nuestros negocios suelen ser siempre más urgentes?
¿Quedarán vacías las fiestas y las bodas de Dios?
De ninguna manera:
Mientras los invitados que tienen preferencia se niegan, siempre quedan otros dispuestos a aceptar la invitación.
Los que estamos acostumbrados a tenerlo todo, hemos perdido el gusto por los banquetes de Dios.
Pero ahí andan por los caminos de la vida, aquellos a quienes nadie invita.
Por ahí andan por los caminos de la vida, los que, tal vez, nunca han visto un banquete más que en el escaparate.
Por ahí andan por los caminos de la vida, aquellos con los que nadie cuenta.
Y Dios que no puede ver el fracaso de la boda de su Hijo:
Envía a los cruces de los caminos.
Invita a malos y buenos.
Invita a pobres y desvalidos.
Invita a los que nadie invita.
Y son estos, los que no tienen negocios que les llene su tiempo, los que acuden.
Y se llena la sala y hay banquete, y hay boda y hay la fiesta de Dios con los pobres.
Cada día, todos tenemos una invitación de Dios a vivir la boda de su Hijo.
Cada día, todos estamos llamados a vivir la fiesta de Dios con los hombres.
Cada día, todos estamos llamados a disfrutar de la boda de Dios.
Es posible que a muchos nos encuentre ocupados en nuestras cosas.
Cada uno verá qué cosas le impiden responder a su invitación.
Es posible que muchos tengamos tiempo para todo, menos para sentarnos a comer en la mesa de Dios.
Me da pena cuando alguien me dice: “Padre, llevo mucho meses o años que no vengo a misa, porque no tengo tiempo”.
¿Me podías dar otra razón, porque esa ya está demasiado gastada?
No responder a las llamadas e invitaciones de Dios:
Es perder las oportunidades de Dios en nosotros.
Es perder las oportunidades de que Dios pueda hacer algo importante en nosotros.
Es perder el sentido festivo de nuestra fe.
Es perder el sentido nupcial de nuestra vida cristiana.
Es perder el sentido gozoso de nuestro bautismo.
Entre tantos quehaceres ¿no tendremos un tiempo para disfrutar de Dios?
Entre tantas cosas que tenemos que hacer, ¿no tendremos un tiempo para sentarnos con Dios disfrutando de sus reses y terneros?
El lugar que tú dejas vacío, es posible lo ocupe alguien a quien tú no valoras.
El lugar que tú dejas vacío, es posible que lo ocupe alguien a quien tú no crees digno.
El lugar que tú dejas vacío, es posible que lo ocupe un pobre que nunca llenó su estómago.
Clemente Sobrado C. P
Archivado en: Ciclo C Tagged: alegria, boda, Dios, fiesta, invitacion, reino de dios
Publicar un comentario