septiembre 2017

17:29

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En esta página trato de exprear lo que pienso, lo que aspiro a lograr y también mis mejores recuerdos, los paisajes y personas que añoro y mis deseos de crecimiento y amistad. Está abierta a todos los que aspiran al crecimiento personal y a la mejora del mundo

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Qué placer debe ser viajar con alguien como Alberto Manguel. ¿Cómo sería viajar con Marguerite Yourcenar, Robert Graves, Flaubert, Borges? Comer con ellos y comentar lo hecho en el día. Ver con ellos una estatua y escuchar sus comentarios.

Pero los grandes hombres, cuya compañía es el 90% del placer de un viaje, no abundan. Al final, tenemos (al menos eso) la capacidad de salir de nuestro mundo, de nuestro mundo de rutinas, de escritura, de recorridos habituales, y sumergirnos en otra burbuja, en otro microcosmos. Cada ciudad es un microcosmos, cada ciudad es un mundo. 

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09:30

Domingo 01 de Octubre de 2017
26° domingo durante el año
Verde.
Semana II del Salterio. 

(Comienza el mes del Rosario).

Martirologio Romano: Memoria de santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, llegando a ser maestra de santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección cristiana por medio de la infancia espiritual, demostrando una mística solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia, y terminó su vida a los veinticinco años de edad, el día treinta de septiembre († 1897). Fecha de canonización: 17 de mayo de 1925, por el Papa Pío XI

Antífona       Cf. Dn 3, 31. 29. 30. 43. 42
Todo lo que hiciste con nosotros, Señor, es verdaderamente justo, porque pecamos contra ti y no obedecimos tu ley; pero glorifica tu nombre, tratándonos según tu gran misericordia.

Oración colecta    
Dios nuestro, que manifiestas tu poder sobre todo en la misericordia y el perdón, derrama sin cesar tu gracia sobre nosotros, para que, deseando tus promesas, nos hagas participar de los bienes celestiales. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Dios misericordioso, concédenos que nuestra ofrenda te sea aceptable, y que, mediante ella, se nos abra la fuente de toda bendición. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión      Cf. Sal 118, 49-50
Acuérdate, Señor, de la palabra que diste a tu servidor, ella me infunde esperanza y consuelo en mi dolor.

O bien:         1Jn 3, 16
En esto hemos conocido el amor de Dios: que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.

Oración después de la comunión
Por esta eucaristía que hemos celebrado, renueva, Señor, nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para que participemos de la herencia gloriosa de tu Hijo, cuya muerte anunciamos y compartimos. Él que vive y reina por los siglos de los siglos

1ª Lectura    Ez 18, 24-28
Lectura de la profecía de Ezequiel.
Esto dice el Señor: Si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de la infidelidad y del pecado que ha cometido, morirá. Ustedes dirán: “El proceder del Señor no es correcto”. Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá.
Palabra de Dios.

Comentario
“La justicia del justo será sobre él, y el pecado del impío será sobre él. Esta fue una innovación teológica –si se me permite el término– frente a la creencia que Dios hacía pagar los pecados de una generación, hasta su tercera y cuarta descendencia. Claramente el profeta está diciendo que cada uno debe hacerse cargo de sus actos”.

Sal 24, 4-9
R. Acuérdate, Señor, de tu compasión.

Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero en ti todo el día. R.

Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos. No recuerdes los pecados ni las rebeldías mi juventud: por tu bondad, Señor, acuérdate de mí según tu fidelidad. R.

El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados; él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres. R.

2ª Lectura    Flp 2, 1-11 [más breve: Flp 2, 1-5]
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos.
Hermanos: Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por interés ni por vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús. [Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”].
Palabra de Dios.

Comentario
Como si fuera un padre, o una madre, la alegría del apóstol es el amor fraterno de su comunidad. ¿Y cómo hacer presente ese amor? Pues “teniendo los mismos sentimientos de Cristo”. Busquemos en el Evangelio para volver a descubrir cómo amaba el Señor, cómo trataba a la gente, cómo buscaba que cada uno de los que se cruzaban con él fuera pleno.

Aleluya        Jn 10, 27
Aleluya. “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”, dice el Señor. Aleluya.

Evangelio     Mt 21, 28-32
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: ‘Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña’. Él respondió: ‘No quiero’. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: ‘Voy, Señor’, pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?”. “El primero”, le respondieron. Jesús les dijo: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él”.
Palabra del Señor.

Comentario
Siempre hay tiempo y siempre es el momento para responder al llamado del Señor. No hay un “después” o un “ya es tarde”, porque la respuesta a veces toma su tiempo. Lo importante es la decisión y emprender el camino de obediencia al Padre.

Oración introductoria
Señor, gracias por tu misericordia, porque a pesar de mis debilidades, envías a la viña de mi corazón a tu Hijo Jesucristo. Dame tu luz y el fuego de tu amor para que lo sepa recibir en esta oración. Aumenta mi fe, para que pueda escucharle; acrecienta mi confianza, para que sea dócil a su voz; aumenta mi amor para que pueda corresponderle.

Petición
Señor, gracias por mostrarme el camino a la felicidad, que sepa siempre recibir y corresponder a tu amor. 

Meditación 

1.- Hoy es el mismo Jesús quien nos interpreta su parábola de los dos hijos: el del Sí pero No, el del No pero Sí. Jesús ataca una vez más a los fariseos, fieles cumplidores de la letra muerta de la ley. Ese es su Sí, pero que sabiéndose los buenos no necesitan conversión. Por eso oyen a Juan el Bautista con curiosidad y escuchan a Jesús con animosidad. Sin permitir que Dios entre en sus corazones. Ese es su No a Dios.

2.-. Cada uno de nosotros estamos representados en uno de los dos hijos. O, tal vez, tenemos algo de los dos. Del Sí pero No tenemos que recitamos y creemos el Credo, cuya formulación no es muchas veces clara y el que nos consideremos “practicantes” porque venimos a misa, confesamos y comulgamos. Éste es nuestro Sí a Dios.
Pero “obras son amores y no buenas razones”, o como lo ponía San Ignacio: “el amor se muestra más en obras que en palabras”. Y mucho antes y con mucha más fuerza lo había dicho San Juan: “Fe sin obras es Fe muerta”. ¿No nos convendría a cada uno de nosotros preguntarnos si esa Fe y esa práctica de los sacramentos son fuente de energía para nuestra vida ordinaria?
-- ¿De qué nos vale creer que Dios es Padre de todos si vivimos desunidos, o no nos preocupan las necesidades de nuestros hermanos?
-- ¿De qué nos sirve creer en la vida eterna, si estamos aferrados, con dientes y manos, a este mundo, al dinero, al bienestar, a pasarlo bien, a la salud, como si todo esto fuese eterno?
-- ¿De qué nos sirve confesar que Jesús ha dado su vida por mí, si jamás me he preguntado en serio qué debo hacer yo por Cristo crucificado?
Todo esto es nuestro No farisaico

3. - Del otro hijo del No pero Sí tenemos tal vez más. Todos sentimos alguna vez rebeldía; muchas, cansancio y, siempre, debilidad. Nos falla la Fe, nos invade la tristeza y pesimismo. Nos sentimos absurdos en la sociedad que vivimos, payasos frente a los que viven amoral-mente y, al parecer, son libres y felices.
Todo esto es nuestro No, que es la dificultad en arrancar el coche en una mañana fría de invierno, que al fin se pone en marcha entre humo explosiones.
¿Caemos en la cuenta de qué el Señor no dijo en broma lo de que su mandamiento es que nos preocupemos unos por otros? ¿Qué la única manera digna de pasar por este mundo es haciendo el bien como pasó Jesús? ¿Y cuándo esto sucede empezamos a decir Sí a Dios aunque nos haya costado hacerlo?
Dios prefiere este Sí atormentado al Sí decidido y palabrero del otro hijo. Dios es muy humano. Sabe esperar nuestro Sí. Admite dilaciones. No se escandaliza de nuestras debilidades, pecados y rebeldías. Respeta nuestra libertad y prefiere un Sí libre y de hijo, aunque dilatado; que un Sí pronto y diligente, pero servil y farisaico.

Propósito
Ser fiel a mi conciencia para darle a Cristo el primer lugar en mi vida.

Diálogo con Cristo
«El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor "con corazón sincero y llenos de fe", de mantenernos firmes "en la esperanza que profesamos", con una atención constante para realizar junto con los hermanos "la caridad y las buenas obras"». Gracias por mostrarme el camino a la felicidad, que sepa siempre recibir y corresponder a tu amor.

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Martirologio Romano: Memoria de santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, llegando a ser maestra de santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección cristiana por medio de la infancia espiritual, demostrando una mística solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia, y terminó su vida a los veinticinco años de edad, el día treinta de septiembre († 1897). Fecha de canonización: 17 de mayo de 1925, por el Papa Pío XI


María Francisca Teresa Martín Guérin nace en Alenzón, en francés Alençon, Normandía, al noroeste de Francia el 2 de enero de 1873. Era la menor de sus hermanos. Sus padres, Luis Martín y María Celia Guérin han sido declarados beatos por la Iglesia Católica. Y actualmente hay abierto proceso de beatificación para su hermana Leonia (ved más abajo), así como previsible para las otras hermanas.

Sintió la vocación religiosa desde muy pequeña, en la que ya venía pensando en ser llamada "Teresa del Niño Jesús". En una visita al convento, la Madre Priora le dijo, sin que Teresa lo haya nunca mencionado: "cuando vengas a vivir con nosotras, mi querida hija, os llamaréis Teresa del Niño Jesús", lo cual la Santa interpretó como "una delicadeza de mi amado Niño Jesús". Cuando contaba 14 años tomó ya la resolución de convertirse en religiosa.

Tuvo muchos inconvenientes para su entrada al convento. Esto llevó a Don Luis Martín y a Teresa a conversar con el Padre superior, quien también se negó, de ahí con el Sr. Obispo de su diócesis, que tampoco aceptó y finalmente decidió ir en persona, tenía 15 años, a hablar con el Sumo Pontífice a Roma, para aquel entonces León XIII, quien le recomendó obedecer las instrucciones de sus superiores.

Finalmente le llegó el permiso solicitado al Papa y es en el día 9 de abril de 1888 que es recibida por fin en el Ministerio del Carmelo de Lisieux, tres meses después de su petición al Papa, por lo tanto con sólo 15 años de edad. En dicha ciudad vivía desde los 4 años, pues tras la muerte de su madre toda su familia se trasladó allí a vivir.

En su vida dio gran valor a la oración y a los pequeños actos. Sufrió la prueba de la fe desde el 5 de abril de 1896, hasta su muerte, tras unos meses de terribles padecimientos. Sus últimas palabras fueron: "Oh, le amo...", mirando a su crucifijo; y un instante después: "¡Dios mío... os amo!".

El centro de su espiritualidad fue la misericordia y el amor de Dios. Por encima de todo antepone siempre la misericordia divina, ante la cual confía y nada hay que temer. Ante todo, Dios es Padre; y Jesús es su Hijo misericordioso. Escribió: "¡Oh Jesús!... estoy segura de que, si por un imposible, encontraras un alma más débil, más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de favores aún más grandes, si ella se abandona con entera confianza a tu misericordia infinita." (manuscrito "B").

En una carta escrita el 17 de septiembre de 1896 a su hermana escribe la frase que resume el mensaje e ideario de Teresa, sus ideas y pensamientos más arraigados, el motor de su existencia: "La confianza, y nada más que la confianza, es la que debe conducirnos al amor de Dios". Se ha vinculado su espiritualidad con la de la santa contemporánea Faustina Kowalska (devoción a la Divina Misericordia).[cita requerida]

Su doctrina habla de que son los sencillos actos, hechos con amor, el camino hacia la santificación: «La santidad no consiste en esta o la otra práctica, sino en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra flaqueza y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre.»[cita requerida].

No se arredró ante el sufrimiento ni físico ni moral, que consideró era el tesoro más valioso que podía ofrecer a Jesús y nos hace copartícipes de su gloriosa Pasión.


Enferma de tuberculosis pulmonar, su estado de salud empeoró gravemente durante el último año. A lo largo de los dos últimos meses comenzó la etapa de grandes sufrimientos, apenas podía respirar, pues sólo le quedaba medianamente servible medio pulmón, y después de dos días de penosa agonía muere a las 19 horas 20 minutos, del 30 de septiembre de 1897, permaneciendo durante sus últimos instantes en una suerte de éxtasis, pudo erguirse levemente, su rostro recuperó el suave color que le era natural, un pequeño crucifijo en sus manos, la mirada dulcemente fijada cerca de una estatua de la Santísima Virgen que habían instalado enfrente de ella.

En 1923 es beatificada y en 1925 canonizada. En 1927 es proclamada patrona de las misiones pese a no haber abandonado nunca el convento, pero siempre rezaba por los misioneros y siempre fue su deseo ardiente el serlo hasta en los últimos confines de la tierra. En 1997 el Papa Juan Pablo II la proclama Doctora de la Iglesia, siendo la tercera mujer en recibir ese título y es conocida como "Doctora del Amor". Anteriormente habían sido declaradas doctoras Santa Teresa de Jesús, también carmelita, y Santa Catalina de Siena. La Festividad de Santa Teresa de Lisieux es el 1 de octubre.

Considerada por Pio XI como "la estrella de su pontificado", fue rápidamente beatificada y canonizada, declarada santa patrona universal de las Misiones, a igual título que San Francisco Javier y patrona secundaria de Francia, a igual título que Santa Juana de Arco. (La patrona principal de Francia es Nuestra Señora de la Asunción). Otros títulos: Protectora de Rusia, patrona de los enfermos, de sida en particular, patrona de los aviadores, de los jardineros, etc.


Edificada en su honor, la Basílica de Santa Teresa, en Lisieux, es uno de los edificios religiosos más grandes de Francia y el segundo lugar de peregrinación más importante del país, después del Santuario de Lourdes.

La obra escrita de Santa Teresita no es muy extensa, sin embargo, presenta un claro interés espiritual, teológico y hasta antropológico. La obra que contiene la esencia de su espiritualidad, conocida como la "Pequeña Vía" que nos encamina hacia la "Infancia Espiritual", no obstante haber sido iniciada a manera de autobiografía, consta de tres manuscritos escritos por mandato de dos de sus superioras, que fueron publicados en un libro con el título de "Historia de un Alma". Además se cuenta con 274 cartas escritas a familiares y otras personas, poemas religiosos, algunas obras teatrales, textos dispersos y las palabras pronunciadas durante su larga agonía que fueron recogidas por sus hermanas, Paulina (Madre Inés de Jesús), María (Sor María del Sagrado Corazón) y Celina (Sor Genoveva de la Santa Faz y de Santa Teresa), así como textos de correspondencia de su prima María (Sor María de la Eucaristía), hacia sus padres y a la vez tíos de Teresa. Estas tres hermanas y la prima eran monjas en el mismo convento. La otra hermana de Teresa, Leonia (Sor Francisca-Teresa), era religiosa de la orden de la Visitación en Caen.

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08:55


OFICIO DE LECTURA - DOMINGO DE LA SEMANA XXVI - TIEMPO ORDINARIO
De la Feria.

SEGUNDA LECTURA


Comienza la carta de san Policarpo, obispo y mártir, a los Filipenses
(Cap. 1, 1--2, 3: Funk 1, 267-269)

ESTÁIS SALVADOS POR LA GRACIA

Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia de Dios que vive como forastera en Filipos: Que la misericordia y la paz de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud. Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos antiguos, persevera hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro Señor Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. En él creéis ahora, aunque no lo veis, con un gozo inefable y radiante, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por la gracia y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en Cristo Jesús.

Por eso, con ánimo dispuesto y vigilante, servid al Señor con temor y con verdad, abandonando la vana palabrería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos y lo glorificó, colocándolo a su derecha; a él le fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.

Aquél qué lo resucitó de entre los muertos nos resucitará también a nosotros si cumplimos su voluntad y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de los falsos testimonios, no devolviendo mal por mal, ni insulto por insulto, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recordando más bien aquellas palabras del Señor que nos enseña: No juzguéis y no seréis juzgados, perdonad y seréis perdonados, compadeced y seréis compadecidos; con la medida con que midiereis a los demás se os medirá también a vosotros. Y: Dichosos los pobres y los que padecen persecución por razón del bien, porque de ellos es el reino de Dios.

RESPONSORIO    2Tm 1, 9; Sal 113 B, 1

R. Dios nos ha salvado y nos ha llamado con santa llamada, no según nuestras obras, sino según su propio propósito y su gracia, * que nos dio con Cristo Jesús antes de los tiempos eternos.
V. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria; por tu bondad, por tu lealtad.
R. Que nos dio con Cristo Jesús antes de los tiempos eternos.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado. 

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor Dios, que manifiestas tu poder de una manera admirable sobre todo cuando perdonas y ejerces tu misericordia, infunde constantemente tu gracia en nosotros, para que, tendiendo hacia lo que nos prometes, consigamos los bienes celestiales. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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08:55


OFICIO DE LECTURA - DOMINGO DE LA SEMANA XXVI - TIEMPO ORDINARIO
De la Feria.

PRIMERA LECTURA

Año I

Del libro del profeta Miqueas     3, 1-12

JERUSALÉN SERÁ DESTRUIDA POR LOS PECADOS DE SUS CAUDILLOS

    Escuchadme, jefes de Jacob, príncipes de Israel: ¿No os toca a vosotros respetar el derecho, vosotros que odiáis el bien y amáis el mal? Arrancáis la piel del cuerpo, la carne de los huesos; coméis la carne de mi pueblo, lo despellejáis, le rompéis los huesos, lo cortáis como carne de olla, como carne para el puchero. Pues cuando ellos griten al Señor, no los escuchará. Entonces les ocultará el rostro por sus malas acciones.
    Así dice el Señor a los profetas que extravían a mi pueblo: Cuando tienen algo que morder, anuncian prosperidad; pero declaran una guerra santa a quien no les llena la boca. Por eso os vendrá una noche sin visión, oscuridad sin oráculo. El sol se pondrá para los profetas, se les oscurecerá el día. Se avergonzarán los videntes, enrojecerán los adivinos, se tapan todos la barba porque no reciben respuesta de Dios. Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza por el Espíritu del Señor, que es fortaleza y justicia, para anunciar su culpa a Jacob, su pecado a Israel.
    Escuchadlo, jefes de Jacob, príncipes de Israel: Vosotros que abomináis de la justicia, y defraudáis el derecho, edificáis con sangre a Sión, a Jerusalén con crímenes. Sus jueces juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas vaticinan por dinero. Y luego se apoyan en el Señor diciendo: «¿No está el Señor en medio de nosotros? No puede sucedernos nada malo.» Por vuestra culpa Sión será arado como un campo, Jerusalén será un montón de ruinas y el monte del templo un cerro de maleza.

Responsorio     Sal 78, 1; Dn 3, 42. 29

R. Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad, han profanado tu santo templo, han reducido Jerusalén a ruinas. * No nos dejes en la confusión, trátanos según la abundancia de tu misericordia.
V. Hemos pecado y cometido iniquidad apartándonos de ti.
R. No nos dejes en la confusión, trátanos según la abundancia de tu misericordia.


Año II

Del libro de Judit     2, 1-6; 3, 7; 4, 1-2. 8-17

EL PUEBLO EN PELIGRO RUEGA AL SEÑOR

    El año dieciocho, el día veintidós del primer mes, en el palacio de Nabucodonosor, rey de Asiria, se deliberó sobre la venganza contra toda la tierra, como el rey había dicho. El rey convocó a todos sus ministros y grandes del reino, les expuso su plan secreto y decretó la destrucción de aquellos territorios. Se aprobó la destrucción de cuantos no habían hecho caso, a la embajada de Nabucodonosor. Y en cuanto acabó el consejo, Nabucodonosor, rey de Asiria, llamó a Holofernes, generalísimo de su ejército, segundo en el reino, y le ordenó:
    «Así dice el emperador, dueño de toda la tierra: Cuando salgas de mi presencia, toma contigo hombres de probado valor, hasta ciento veinte mil de infantería y un fuerte contingente de caballería, doce mil jinetes, y ataca a todo occidente, porque no hicieron caso a mi embajada.»
    Holofernes bajó con su ejército hacia el litoral, dejó guarniciones en las plazas fuertes y se llevó gente escogida para servicios auxiliares.
    Cuando los israelitas de Judea se enteraron de lo que Holofernes, generalísimo de Nabucodonosor, rey de Asiria, había hecho a las otras naciones, saqueando sus templos y entregándolos al pillaje, se aterrorizaron, temblando por Jerusalén y el templo de su. Dios. Todos los israelitas gritaron fervientemente a Dios, humillándose ante él. Ellos y sus mujeres, hijos y ganados, los forasteros, criados y jornaleros se vistieron de sayal, Y los que vivían en Jerusalén, incluso mujeres y niños, se postraron ante el templo, cubierta la cabeza con ceniza, extendiendo el sayal ante el Señor. Cubrieron el altar con un, sayal y gritaron a una voz, fervientemente, al Dios de Israel, pidiéndole que no entregara sus hijos al pillaje, ni sus mujeres al cautiverio, ni a la destrucción las ciudades que habían heredado, ni el templo a la profanación, y las burlas humillantes de los gentiles.
    El Señor acogió su clamor y se fijó en su tribulación. En toda Judea la gente ayunó muchos días seguidos, y también en Jerusalén, ante el templo del Señor, todopoderoso. El sumo sacerdote, Joaquín, y todos los sacerdotes y ministros al servicio del Señor ofrecían el holocausto diario, las ofrendas y dones voluntarios de la gente, ceñidos con sayal y con ceniza en sus turbantes; y gritaban al Señor con todas sus fuerzas, para que protegiera a la casa de Israel.

Responsorio     Cf. Jdt 4, 1. 2. 3. 8; Sal 105, 6

R. Nos hemos enterado de las desgracias que han sufrido las otras ciudades y estamos abatidos; nuestra mente y la de nuestros hijos ha quedado embotada por el miedo. * Ni las montañas quieren refugiarnos en nuestra huida; Señor, ten piedad.
V. Hemos pecado como nuestros padres, hemos cometido maldades e iniquidades.
R. Ni las montañas quieren refugiarnos en nuestra huida; Señor, ten piedad.



SEGUNDA LECTURA

Comienza la carta de san Policarpo, obispo y mártir, a los Filipenses
(Cap. 1, 1--2, 3: Funk 1, 267-269)


ESTÁIS SALVADOS POR LA GRACIA


Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia de Dios que vive como forastera en Filipos: Que la misericordia y la paz de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud. Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos antiguos, persevera hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro Señor Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. En él creéis ahora, aunque no lo veis, con un gozo inefable y radiante, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por la gracia y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en Cristo Jesús.

Por eso, con ánimo dispuesto y vigilante, servid al Señor con temor y con verdad, abandonando la vana palabrería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos y lo glorificó, colocándolo a su derecha; a él le fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.

Aquél qué lo resucitó de entre los muertos nos resucitará también a nosotros si cumplimos su voluntad y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de los falsos testimonios, no devolviendo mal por mal, ni insulto por insulto, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recordando más bien aquellas palabras del Señor que nos enseña: No juzguéis y no seréis juzgados, perdonad y seréis perdonados, compadeced y seréis compadecidos; con la medida con que midiereis a los demás se os medirá también a vosotros. Y: Dichosos los pobres y los que padecen persecución por razón del bien, porque de ellos es el reino de Dios.</span></span>

RESPONSORIO    2Tm 1, 9; Sal 113 B, 1


R. Dios nos ha salvado y nos ha llamado con santa llamada, no según nuestras obras, sino según su propio propósito y su gracia, * que nos dio con Cristo Jesús antes de los tiempos eternos.
V. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria; por tu bondad, por tu lealtad.
R. Que nos dio con Cristo Jesús antes de los tiempos eternos.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.</span></span></span>

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.


Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado. </span>

ORACIÓN.OREMOS,
Señor Dios, que manifiestas tu poder de una manera admirable sobre todo cuando perdonas y ejerces tu misericordia, infunde constantemente tu gracia en nosotros, para que, tendiendo hacia lo que nos prometes, consigamos los bienes celestiales. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén


CONCLUSIÓNV. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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08:19

SAN JERÓNIMO

 († 420)

La Iglesia ha reconocido a San Jerónimo como Doctor Máximo en exponer las Sagradas Escrituras. Tampoco se le puede negar el título de Doctor de los ayunos. Fue admirado ya por sus contemporáneos como el varón trilingüe, por sus conocimientos del latín, del griego, del hebreo. La Edad Media se entusiasmó con sus cartas ascéticas a clérigos, monjes, vírgenes y viudas, en las que trataba el ideal de la cristiana perfección. Hoy mismo, más que sus trabajos bíblicos, superados por el incesante avance de la ciencia, siguen deleitándonos sus epístolas y sus polémicas, sus vidas de Pablo, Malco e Hilarión, es decir, aquellos escritos en que se revela más espontáneamente —el estilo del hombre— el temperamento y la personalidad de San Jerónimo. Y aquí, precisamente, es donde radica la dificultad para tejer su semblanza crítica, no su panegírico.

Ya en el siglo XVI, el gran escritor español Juan José de Sigüenza, en su Vida de San Jerónimo —la primera escrita en castellano—, tuvo que defenderlo de quienes reparaban en “que tiene mucha libertad en el decir, que es muy desenvuelto para santo”. Por otra parte, se ha llegado a decir en nuestros días que algunos pasajes de sus obras completas quizá no hubieran sido aprobados en un proceso moderno de canonización.

Ciertamente, la vida de Jerónimo, seguida paso a paso a través de los abundantes fragmentos autobiográficos de su obra escrita, nos da la clave para interpretar su santidad de la mejor ley. En sus escandalosas invectivas, así como en sus criticas mordaces y sus polémicas ofensivas, había mucho de “literatura”, esto es, “adornos retóricos” para impresionar a los lectores. Si esto se juzga defecto o sombra, error o debilidad, habrá que achacarlos al “hombre viejo”, al literato ciceroniano que pugnaba por salirse a través de su pluma. En todo caso, su entusiasmo por la Iglesia y por la ciencia, su tenaz lucha por alcanzar la perfección monástica, su entrega total a las tareas bíblicas, renunciando a su innata vocación a la literatura profana, hacen de Jerónimo un santo extraordinario, único en su género, tal vez más admirable que fácilmente imitable.

Había nacido, en la primera mitad del siglo IV, en Stridón (Dalmacia). Su padre, Eusebio, gozaba de buena posición. Pudo, pues, enviar a su hijo a Roma para que estudiara allí con los mejores maestros. Jerónimo, casi un niño, destacó entre los alumnos del célebre gramático Elio Donato. Luego estudió retórica y filosofía. A medida que avanzaba en los saberes, crecía en él la afición a los libros. Comenzó entonces a formar su propia biblioteca; unas veces compraba los códices y otras era él mismo quien se los copiaba. Iba así aumentando su rica colección de autores profanos, su tesoro, como él reconocerá más tarde.

Durante esta época de estudiante romano, Jerónimo no estaba bautizado; era solamente catecúmeno y le gustaba visitar, con sus amigos, las catacumbas. Nada, empero, tiene de extraño que, lejos de las paternas miradas, se dejase arrastrar también, en alguna ocasión, por las malas influencias del ambiente. Las cenas entre amigos jóvenes, bien rociadas con vino, hacían peligrar la castidad de los ebrios. “jamás juzgaré casto al ebrio —escribía Jerónimo desde Belén—; dirá cada cual lo que quiera; yo hablo según mi conciencia: sé que a mí la abstinencia omitida me ha dañado, y recobrada me ha aprovechado.”

Al terminar sus estudios, recibió en Roma el bautismo. Comenzó entonces una etapa viajera. Fue a Francia y entró en contacto con la colonia monástica de Tréveris. Estuvo luego en Aquilea. Súbitamente, se le ocurrió peregrinar a Jerusalén. Cortó de un tajo todos los lazos que le unían a Occidente: casa, padres, hermana, parientes; y —lo que aún le costó más— dejó la costumbre de una alimentación variada, para trocarla por una dieta de ayuno cotidiano. Sólo se llevó consigo sus libros, “la biblioteca que con enorme esfuerzo y trabajo logré reunir en Roma”.

Fue precisamente en Antioquía de Siria, a mitad de la Cuaresma, cuando una gravísima avitaminosis —un beriberi— estuvo a punto de poner fin a su vida. Durante el delirio de su enfermedad, soñó que le azotaban por ser ciceroniano. Al despertar, sintió el dolor de las heridas y sus espaldas acardenaladas. Y él mismo se las había causado, en la agitación del ensueño, al chocar su piel adelgazada y ser comprimida entre el duro suelo y sus costillas. Juró Jerónimo en aquella ocasión no volver a leer más los códices paganos. Comprendió que era necedad ayunar para estudiar a Marco Tulio. Su vocación innata de escritor estaba en crisis. Había que renunciar a los caminos de la gloria humana que le brindaba su dominio de los clásicos latinos. Era preciso, para ser fiel a la nueva llamada, entregarse al estudio de la divina palabra. La decisión de Jerónimo fue inquebrantable: el literato en ciernes se transformaría en filólogo. Profundizó el estudio del griego y, más tarde, en la soledad del desierto, con un esfuerzo sobrehumano, aprendió el hebreo con un maestro judío. La gracia había venido en ayuda de la naturaleza. La literatura profana podía despedirse de contar un clásico entre sus filas; ganaban, en cambio, el cielo, al santo penitente, la Iglesia, al Doctor Máximo de las Escrituras; la literatura cristiana, al hombre más culto y erudito de su siglo.

Apenas repuesto de su beriberi, en la misma Antioquía, comenzó Jerónimo a escribir para el público de Occidente.

Fueron al principio cartas dirigidas a los amigos, pero destinadas a la publicidad. Poco después se trasladó al desierto de Calcis, donde hizo vida de anacoreta. Los primeros días, entregado de lleno a la oración y el ayuno, se vio envuelto en un mar de tentaciones. Su cuerpo, débil por las abstinencias y convaleciente de la avitaminosis, se estremecía con el recuerdo de las danzas romanas. La temperatura subnormal, típica del hambre, enfrió su cuerpo. Sin embargo, seguían hirviendo en su mente los incendios libidinosos. Esto indignaba al eremita y provocaba sus golpes de pecho, una noche tras otra, sin dormir apenas. Aquel fugaz episodio ha servido de inspiración para toda la iconografía jeronimiana. Lienzos y estatuas en iglesias y museos nos presentan al Santo semidesnudo, sarmentoso, golpeando con una piedra su pecho, el león a sus pies, la cueva por habitación, la soledad por paisaje. Sin embargo, aquellas vehementes tentaciones desaparecieron pronto; tan pronto como Jerónimo comenzó en serio el estudio del hebreo. Le costó, se desesperó, lo echó a rodar y, por la porfía de aprender, volvió a comenzarlo de nuevo. Reanudó, pues, sus tareas intelectuales; mandó buscar los libros que necesitaba; se rodeó de copistas, siguió escribiendo. De esta época son la Carta a Heliodoro, donde canta las excelencias de la vida solitaria, así como la Vida de Pablo, el primer ermitaño, en la que la fantasía del autor suplió maravillosamente la falta de información de las fuentes.

Poco más de treinta años contaría Jerónimo cuando se dejó ordenar sacerdote por el obispo Paulino de Antioquía, pero a condición de seguir siendo monje, esto es, solitario, y no dedicarse al servicio del culto. Después trató en Constatinopla con San Gregorio Nacianceno e hizo también amistad con San Gregorio de Nisa.

Hacia el año 382, invitado por el papa San Dámaso, Jerónimo se trasladó a Roma. Llegó a ser secretario del anciano Papa y hasta se habló de que sería su sucesor. Recibió el encargo de revisar el texto de la Sagrada Escritura. Ya no cesó de ocuparse de trabajos bíblicos. Hasta que se extinga su vida, en el retiro de Belén, irá acumulando códices, cotejando textos, para darnos su versión del hebreo.

Tres años duró esta estancia de Jerónimo en Roma y durante ella pasó un verdadero calvario. Al principio, con fama de sabio y de santo, todos se inclinaban respetuosamente a su paso. Pero quiso extender su apostolado a un grupo de damas pertenecientes a la nobleza romana. Ayunar diariamente, abstenerse de carne y de vino, dormir en el suelo, es decir, el más severo ascetismo oriental implantado en el corazón de Roma. Tal era el programa de las penitencias exteriores a las que se sometieron gustosas las viudas Marcela y Paula, así como la hija de ésta, Eustoquio. Por otra parte, llevado de su amor a las Escrituras, Jerónimo dio a sus discípulas lecciones bíblicas; les enseñó el hebreo para que pudieran cantar los Salmos en su lengua original; les aconsejó que tuvieran día y noche el libro sagrado en la mano. Las murmuraciones fueron surgiendo solapadamente. Jerónimo, ajeno a la tempestad que le rodeaba, quiso corregir los escándalos que veía a su alrededor. En la Carta sobre la virginidad, que escribió a su discípula Eustoquio, lanzó críticas mordaces sobre los abusos del clero romano. La tormenta estalló cuando murió la joven Blesila, otra hija de Paula. Era una viuda muy joven, y cuando todos esperaban que se volvería a casar, fue convertida por Jerónimo. Su noviciado, por decirlo así, sólo duró tres meses, porque murió apenas iniciada su vida ascética. En sus funerales, el público gritó contra “el detestable género de los monjes” y le acusó de haber provocado con los ayunos la muerte de la amable y noble joven.

Jerónimo, consternado, tuvo que abandonar Roma y emprender el camino de Jerusalén. Poco después, se reunía en Oriente con Paula y Eustoquio, “quiera o no el mundo, mías en Cristo”. Juntos visitaron los Santos Lugares; llegaron a Alejandría, al desierto de Nistria. Hacia el año 386 se establecieron definitivamente en Belén. Con el rico patrimonio de Paula pudieron construir tres monasterios femeninos y uno de hombres, dirigido por Jerónimo. Se agregó más tarde una hospedería para los peregrinos y una escuela monacal, en la que Jerónimo explicaba los autores clásicos.

Aquellos siete lustros pasados en el retiro de Belén fueron de incansable actividad literaria. Rodeado de una magnífica biblioteca, el sabio penitente seguía leyendo y escribiendo día y noche. Sólo cuando las repetidas enfermedades, avitaminosis ocasionadas por sus abstinencias, le impedían escribir, dictaba a vuela pluma a sus taquígrafos, sin retocar el escrito. Junto a sus trabajos bíblicos sobre el texto de la Sagrada Escritura, que culminaron en la versión del hebreo, hay que señalar sus comentarios a los profetas, a San Pablo, al evangelio de San Mateo, Fue también traductor excelente de Orígenes, de la Crónica de Eusebio, de Dídimo el Ciego, de las reglas de Pacomio. Las polémicas en que se vio envuelto Jerónimo no tienen parangón en la literatura cristiana. Escribió contra Elvidio, que negaba la perpetua virginidad de María; contra Joviniano, que negaba la superioridad del estado virginal sobre el matrimonio y proclamaba la inutilidad de las prácticas ascéticas; contra Vigilancio, que atacaba el culto de los santos y de las reliquias; contra los pelagianos; contra su antiguo amigo Rufino y contra Juan de Jerusalén, en aquella desdichada controversia origenista. En esas paginas polémicas es donde abundan las invectivas que ensombrecen los escritos del monje de Belén.

He aquí una muestra en el libro contra Joviniano: “Sólo nos resta —escribía Jerónimo al fin de la polémica— que nos dirijamos a nuestro Epicuro, metido en su jardín, entre adolescentes y mujerzuelas. Te apoyan los gordinflones, los de reluciente cutis, los que visten de blanco…; a cuantos viere guapetones, a cuantos se rizan el cabello, a los que vea con cara sonrosada, de tu rebaño serán, o mejor, gruñen entre tus puercos… Tienes también en tu ejército muchísimos que añadir a la centuria…: los gordos, los peinados y perfumados, los elegantes, los charlatanes, que te pueden defender con sus puños y sus patadas. A ti te ceden el paso en la calle los nobles; los ricos besan tu cabeza. Porque, si tú no hubieras venido, los borrachos y los que eructan no podrían entrar en el paraíso.” Cierto que en estos insultos personales hay mucho de retórica para desarmar con el ridículo al hereje; es verdad también que el tono oratorio se prestaba a exagerar las frases para que produjeran mayor efecto en los lectores. Muchos enemigos se creó, empero, el erudito por aquellos desahogos de su cáustica pluma. Lo que no podemos dudar un momento es de la buena intención con que Jerónimo luchó siempre en defensa de la ortodoxia, de la virginidad, del ascetismo.

Precisamente en sus cartas de Belén y en las homilías que predicaba a sus monjes se nos aparece un Jerónimo menos impulsivo, menos irónico, más moderado, más humano, más deseoso de vivir en paz que lo que muestran sus polémicas. La bella Epístola a Nepociano sobre los deberes de los clérigos, los panegíricos de sus amigos difuntos, sobre todo el de la viuda Paula; las cartas de dirección a monjes y vírgenes, forman una corona de prudentes consejos, de sabias enseñanzas, de cálidas exhortaciones a la virtud y a la perfección.

“Me pides a mí, carísimo Nepociano, en carta de la otra parte del mar, que redacte para ti, en un pequeño volumen, los preceptos del vivir y con que proceder aquel que, abandonada la milicia del siglo, tratare de ser monje o clérigo, debe ir por el recto camino a Cristo para no ser arrastrado a los apartaderos de los vicios.” Y líneas más abajo: “Imponte solamente el modo de ayunar que puedas tolerar.” “Por experiencia he aprendido —dice en otra de sus cartas— que el asnillo, cuando se fatiga en el camino, busca el pesebre.” Y en la carta a Demetríades: “No te imperamos, en verdad, los ayunos inmoderados ni las enormes abstinencias de los alimentos, con las cuales se quebrantan en seguida los cuerpos delicados y empiezan a enfermar antes de que echen los fundamentos de la santa conversión…; el ayuno no es la perfecta virtud, sino el fundamento de las demás virtudes.”

Con idéntica moderación va señalando Jerónimo, en esos escritos de dirección de las almas, los peligros de la vida solitaria, la necesidad de un director experto, del vencimiento del orgullo, de las buenas obras, sin las cuales las mismas vírgenes, según la parábola del Evangelio, son excluidas, por tener sus lámparas apagadas.

Las invasiones de los bárbaros, la ruina del Imperio, el asalto de su propio monasterio por los herejes, la repentina muerte de su cara Eustoquio, fueron dejando huella en el anciano septuagenario. Murió hacia el 20 de septiembre del año 420. Así fue, en efecto, la vida y la obra de aquel dálmata fogoso, que logró domeñar sus pasiones con las más severas abstinencias y acertó a encauzar su ambición literaria convirtiendo su pecho en la biblioteca de Cristo.

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05:01


ElSábado siempre es la víspera, la espera, la ilusión de algunos, el miedo de otros.
A veces el sábado corre tan rápido que asusta y uno trata de detenerlo para que no llegue nunca el domingo y, con él, la catástrofe presentida. Otras veces el sábado se arrastra perezosamente. Los minutos se nos antojan horas. ¡Quién pudiera abreviar el tiempo de la esperanza!
Mañana es primero de mes, y siguiendo una vieja rutina, cambiaré la máquina de afeitar desechable, pondré al día la cuenta de gastos, planificaré mis tareas de los próximos 31 días, daré betún del caro a los zapatos y, por ser domingo, trataré de regresar al kilómetro cero de mi vida para decir al Señor que, ahora sí, de verdad, empiezo a convertirme.
Hoy, sábado, he rezado por todos los catalanes. Me temo que nos esperan días de frustración y melancolía. He pedido que, cuando pase el camión de la basura en la madrugada del lunes, limpie de odio las calles de todos los pueblos y ciudades de España: que sigamos peleándonos, pero sólo por Messi, Ronaldo o Morata; que gane la liga el Betis, y el Athletic la copa.
Las aves migratorias ya han regresado a sus cuarteles de invierno. Ayer vi una docena de cigüeñas, camino del sur.
—Vais con retraso —les he dicho—. 
—Hemos decidido quedarnos en España —responden—. Vamos a dar un paseo por la Mancha, pero  mañana estaremos en casa de vuelta.


El cristianismo era sumamente atractivo para las mujeres, y mientras la Roma pagana agonizaba, la Roma cristiana florecía.
El objetivo de este libro, magníficamente traducido y editado, es doble: enseñar a los católicos la grandeza incomparable de su fe, para que la vivan a fondo y se animen a mostrarla a un mundo que necesita su testimonio. En ese sentido, los capítulos centrados en la familia me han parecido de enorme interés y actualidad.
El autor, Scott Hahn, es un marido atípico. Y no lo digo porque tenga seis hijos con Kimberly Kirk. Me refiero a su trabajo como profesor de Teología y Sagrada Escritura en una universidad norteamericana. Tampoco es habitual que un católico haya sido durante años pastor protestante. Pero el rasgo que lo convierte definitivamente en rara avis es su calidad como escritor, lograda a base de dominio del lenguaje, amenidad y pedagogía. Para constatarlo bastaría con leer sus primeras páginas, o las dedicadas a comparar el papel de la mujer entre los romanos paganos y entre los romanos cristianos (págs. 92 a 97), basadas en el libro La expansión del cristianismo, del sociólogo Rodney Stark.
Me voy a detener en el cuadro que traza de la vida de la mujer −tanto la rica como la pobre− en el antiguo Imperio Romano. Nada agradable, por cierto. Para empezar, muchas no vivían más de un día, pues el mundo romano las veía como una carga, no como una bendición. De manera perfectamente legal, alegando cualquier motivo, los padres podían abandonar o asesinar a sus hijas recién nacidas. Datos arqueológicos corroboran este inhumano privilegio patriarcal. Los censos de población indican que por cada cien mujeres adultas había ciento cuarenta varones. En la ciudad de Roma se han descubierto sumideros literalmente obstruidos con restos de recién nacidos.
Las niñas romanas, después de recibir poca o ninguna educación, eran casadas al llegar a la pubertad, a menudo con hombres mucho mayores. La ley nunca les permitiría tener posesiones, y su marido podía divorciarse en cualquier momento, sin alegar motivo alguno. Además de compartirla con amantes y prostitutas, su esposo la podía obligar a abortar, con tantas posibilidades de morir como de quedar estéril.
A diferencia de esa infernal existencia femenina, a las mujeres cristianas del Imperio les iba muchísimo mejor. Siguiendo las leyes del pueblo judío, las comunidades cristianas prohibían tajantemente tanto el infanticidio como el aborto. Prohibiciones similares condenaban el divorcio, el adulterio, las relaciones contra natura y lo que hoy llamamos violencia de género. A los maridos se les instaba a amar a sus mujeres “como Cristo amó a su Iglesia”. Por todo ello, el cristianismo era sumamente atractivo para las mujeres, y mientras la Roma pagana agonizaba, la Roma cristiana florecía.
Joserra Ayllón, en joserraayllon.blogspot.com.
almudi.org

04:08

Presentamos aquí un extracto de excelente la conferencia que el Pbro. Dr. Ignacio E. Andereggen[1], pronunció en el marco de la “XLII Semana Tomista” de la Universidad Católica Argentina (11-15 de sept de 2017).

Vale la pena leerla para entender cómo funciona el sensus fidei en la conciencia del pueblo fiel, durante estos tiempos borrascosos donde la barca de la Iglesia parece haberse transformado en un submarino.

Para acceder al texto completo de la conferencia, hacer clic AQUÍ.

 Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi


  

El sensus fidei y la comunión de los divorciados

Dr. Ignacio E. Andereggen

  

En 2014 se publicó un documento de la Comisión Teológica Internacional (=CTI) referido al sentido de la fe y su importancia para la vida de la Iglesia y de los creyentes[2] […] aprobado por el Card. Müller, Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, durante el pontificado de Francisco.

Es esencial la referencia que el documento hace (SF 18) al pasaje en que San Pablo manifiesta la mente o sentido de Cristo (1Co 2, 16: pues nosotros tenemos la mente de Cristo), del cual, finalmente, el sentido de la fe es una participación. […] Es por proceder del conocimiento humano perfecto de Cristo: visión beatífica, ciencia infusa y ciencia adquirida, unificados en su Conciencia sin perder su distinción y objetividad, que el sensus fidei de la totalidad del Pueblo de Dios que tiene la unción del Santo, la Iglesia, no puede fallar en su conocimiento, y participa de la unidad de su Conciencia. Lo mismo sucede en cada fiel, que participa a su modo del conocimiento fontal de Cristo y de su comunidad. Es por eso que toda disonancia y división en el conocimiento del Cuerpo eclesial, y en su expresión, es contraria en sí al sensus fidei.

Solo el magisterio auténtico está exento absolutamente de error cuando define una verdad (y aún esto en ciertas condiciones); los fieles singulares, así como los pastores y el mismo Papa cuando no definen pueden incurrir en el error y realizar afirmaciones o negaciones contrarias a la unidad de la fe de la Iglesia, que deriva del conocimiento uno de la Cabeza[3]. Dice la Constitución dogmática «Dei Verbum», n. 2:

en materia de fe y de las costumbres pertinentes a la edificación de la doctrina cristiana, debe tenerse como verdadero el sentido de la Escritura que la Santa Madre Iglesia ha sostenido y sostiene, ya que es su derecho juzgar acerca del verdadero sentido e interpretación de las Sagradas Escrituras; y por eso, a nadie le es lícito interpretar la Sagrada Escritura en un sentido contrario a éste ni contra el consentimiento unánime de los Padres.

El Magisterio es un servicio carismático especial a este sentido de la Escritura, que supera a aquél, y que tiene por fuente al mismo conocimiento de Cristo. Es interesante notar la referencia al sentido del pasado y al sentido del presente, que no pueden ser opuestos: nunca una definición dogmática o moral correspondiente al sentido de la fe podría ir contra el sentido de la Escritura, de la tradición de los Padres y de las definiciones anteriores de la Iglesia. Si sucediera eventualmente, se trataría solo un acto material, verbal, sin verdadera autoridad derivada de Cristo, y respecto del cual no cabría obediencia debida. La raíz de esta radical continuidad se encuentra en la unidad perfectísima del conocimiento personal del Verbo Encarnado, a la cual corresponde la perfectísima unidad de su Conciencia. […] En efecto, el alejamiento del Conocimiento de Cristo es solidario de los errores filosóficos y culturales, como los que introduce el relativismo contemporáneo en la Teología, en la vida cultural, y en la praxis católica, y produce, al contrario, una hebetudo mentis o torpeza mental semejante a la causada por la lujuria –con la cual el relativismo está frecuentemente conectado, según el testimonio de Pablo–, por la cual resulta imposible discernir los errores.

SF se constituye a partir de la concepción de la Escritura, de los Padres, de los teólogos medievales y los grandes del s. XIX, como Newman, sobre las referencias de los Sumos Pontífices a la fe del Pueblo en el caso de las grandes verdades marianas, y concluye con una elaboración teológica especialmente apoyada sobre el C. Vaticano II y Santo Tomás. […] Dice por ejemplo SF 62:

El sensus fidei fidelisconfiere al creyente la capacidad de discernir si una enseñanza o una praxis son coherentes con la verdadera fe de la cual él ya vive… Permite también a cada creyente percibir una desarmonía, una incoherencia o una contradicción entre una enseñanza o una praxis y la fe cristiana auténtica de la cual vive. El reacciona a la manera de un melómano que percibe las notas equivocadas en la ejecución de una pieza musical. En este caso los creyentes resisten interiormente a las enseñanzas o a las prácticas en cuestión y no los aceptan o no participan de ellas. “El hábito de la fe posee esta capacidad gracias a la cual el creyente se retrae de dar su consentimiento a lo que es contrario a la fe, así como la castidad se retrae en relación a lo que es contrario a la castidad” (De verit., q. 14, a. 10 ad 10).

La cita de De veritate que SF reporta, nos refiere a la conexión de las virtudes, que finalmente se da no solamente entre las morales, sino también entre las morales y las intelectuales, y finalmente y sobre todo entre las sobrenaturales y todas las naturales, según su propia jerarquía, que impide, por ejemplo, poner por encima de la fe una obediencia ciega, material, y espiritualmente repugnante, y a su vez desconectada de virtudes morales […]. Esta conexión remite nuevamente, como dijimos, a la unidad de la Conciencia y de la perfección espiritual de Cristo, de la que el creyente participa por la gracia, así como lo hacen específicamente, de modo más restringido, los pastores por la autoridad magisterial carismática. Continúa el texto de SF 63:

Advertidos por el propio sensus fidei, los creyentes particulares pueden llegar a rehusar el consentimiento a una enseñanza de los propios legítimos pastores si no reconocen en tal enseñanza la voz de Cristo, el buen Pastor. “Las ovejas lo siguen [al buen Pastor] porque conocen su voz. A un extraño, en cambio, no lo seguirán, sino que huirán lejos de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10, 4-5). Para Santo Tomásun creyente, aún privado de competencia teológica, puede y, más aún, debe, resistir en virtud del sensus fidei a su Obispo si este predica cosas heterodoxas. En tal caso el creyente no se eleva a sí mismo como criterio último de la verdad de fe: al contrario, frente a una predicación materialmente “autorizada” pero que lo turba, sin que pueda explicar exactamente la razón de esto, difiere el propio asentimiento, y apela interiormente a la autoridad superior de la Iglesia universal.

La autoridad de la Iglesia Universal no se identifica allí con el S. Pontífice o el colegio de los Obispos; corresponde al sensus fidei infalible de toda la Iglesia. Dice además el Angélico:

Cuando hubiese un peligro inminente para la fe, los prelados deberían ser reprendidos por los súbditos incluso públicamente. Por eso Pablo, que era súbdito de Pedro, a causa del peligro inminente de escándalo acerca de la fe, reprendió públicamente a Pedro[4].

El texto del Aquinate aludido por la CTI corresponde al Escrito sobre las Sentencias:

Al Prelado que predica contra la fe no hay que asentir, porque en esto es discordante respecto de la primera regla [la divina]. Y ni por la ignorancia el súbdito es excusado del todo, porque el hábito de la fe produce una inclinación a lo contrario, dado que enseña acerca de todas las cosas que pertenecen a la salvación, como se dice en I Jn. 1. Por lo cual si el hombre no es demasiado fácil en creer a cualquier espíritu, cuando se predica algo insólito (insolitum), no asentirá, sino que requerirá en otra parte, o se recomendará a Dios, no introduciéndose en sus secretos por encima de su capacidad[5].

Lo “insólito” aquí son las novedades (1 Tm 6, 20) contrarias a la Tradición.

Aparece enseguida la diferencia de sensibilidad respecto de la situación eclesial de los últimos cien años. El problema de conciencia moral en el fiel, con fe no segura, aparece hoy como una preocupación por no asentir al Prelado. En el texto de santo Tomás, el problema de conciencia aparece, al contrario, por asentir al Prelado cuando no corresponde. Es evidente que en la modernidad […] se pasó de una valoración principal del sentido de la fe del creyente en la Iglesia como Cuerpo, a una valoración principal del magisterio de la Iglesia, que corresponde a una función ministerial ejercida por quienes reciben un carisma especial. Esta, a su vez, es entendida crecientemente en el sentido de la autoridad potestativa y ejecutiva. Santo Tomás, en cambio, se está refiriendo teológicamente a la fe como virtud teologal, especialmente formada por la caridad, que es superior a la gracia carismática y al mismo carácter del sacramento del orden, el cual está al servicio de la perfección de la gracia, de la fe y de la caridad.

Pero se pone un problema de gnoseología teológica. ¿Cómo se conoce la totalidad del sentido de la fe de la Iglesia a la que el sentido de la fe del creyente singular debe asentir? La inclinación connatural al sentido de la fe (que permanece incluso sin la gracia) es anterior, según el ser –aunque no siempre según el tiempo– a cualquier determinación[6], o definición, y además está sujeta a crecimiento conforme crece la vida espiritual y la caridad del creyente. La determinación anterior según el tiempo ayudará materialmente al sentido de la fe […], y la posterior lo confirmará, si es coherente con las anteriores. […] Como dice el Angélico, si se da contradicción, disonancia y perturbación ante la predicación, mientras tanto suspenderá el juicio, hasta que crezca y se determine su sentido de la fe y le haga encontrar claridad y superación de las dudas. Lo que nunca podrá hacer el creyente es violentar su conciencia adhiriendo imprudentemente a aquella novedad que aparezca en la praxis de la vida de la Iglesia, en las concepciones comunes, o en el mismo magisterio, como contraria a la fe de la Iglesia considerada en su totalidad, incluyendo el pasado […].

En efecto, se trata finalmente de una realidad espiritual mística, que supera cualquier formulación sensible, aunque tiene una vinculación necesaria con esta, como sucede en general en el conocimiento humano. Como enseña el Doctor Común, la Escritura es un Rayo de Luz10, así como el Evangelio es principalmente la Gracia11; el texto es secundario y complementario, aunque necesario esencialmente. Así, con más razón, sucede con los Documentos de la tradición y las determinaciones del magisterio, que están al servicio del Evangelio. Es por este motivo que el sensus fidei, que en primer lugar es comunitario, como teniendo la Iglesia por sujeto, y después personal, es fundamental respecto de las definiciones del magisterio, que nunca podrán ir contra él […]. Esto, es claro, no significa que el Papa o los obispos no puedan errar, sobre todo, en la predicación-magisterio, y más todavía, en los actos prudenciales de gobierno, por naturaleza particulares.

Volvamos al comentario a las Sentencias. […] Ahora la atención está puesta en el nexo entre el sensus fidei y las diversas interpretaciones del texto [de Amoris laetitia] que, con una continuidad sorprendente, sigue casi inmediatamente a la publicación de SF, produciéndose así una oportunidad de verificación de su doctrina. Afirma el Aquinate:

No es necesario que el hombre tenga conocimiento explícito de todos los artículos de la fe, sino de algunas cosas que son necesarias según el tiempo aquel; y así se evitan todos los errores y dudas (dubitationes). […] Por lo cual, en el tiempo en el cual emerge la necesidad de conocer explícitamente, sea por una doctrina contraria que aparece, sea por un movimiento de duda (motum dubium) que surge, entonces el hombre fiel, por la inclinación de la fe, no consiente a las cosas que están contra la fe, sino que difiere el asentimiento, hasta ser instruido más plenamente[7].

Está claro que el sentido de la fe se ejercita diferentemente según la condición de los miembros del Cuerpo Místico15. […] La explicación doctrinal, finalmente, no puede ser separada de la inclinación. Es por esto que, en el caso que nos ocupa de la comunión de los divorciados con segunda relación, la reacción de los fieles es diferente según se trate de obispos, presbíteros, laicos, doctores, etc. Existe, sin embargo, una comunión profunda en la misma fe, y en su sentido, que deriva finalmente del de Cristo.

El sentido de la fe de los obispos lleva naturalmente a percibir, más directamente, los inconvenientes de la posición que sostiene que –en algunos casos particulares–, quienes viven en estado consciente de adulterio prolongado podrían recibir la sagrada Eucaristía, como un peligro que atenta directamente contra la unidad de la Iglesia y de la fe, respecto de la cual tienen un ministerio especial.

Recientemente algunos obispos advertían sobre la división que se constata[8]. Es claro que la división entre obispos, presbíteros y fieles, no corresponde al verdadero sentido de la fe, que es una (Ef 4, 5). La Constitución «Lumen Gentium», n. 12 […] señala solemnemente:

La universalidad de los fieles que tiene la unción del Santo (cf. 1 Jn 2, 20-17) no puede fallar en el creer, y ejerce esta su peculiar propiedad mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando “desde el Obispo hasta los últimos fieles seglares” manifiestan el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres.

El sentido de la fe de los presbíteros se ejercita más directamente en la función de ser cabeza espiritual de los fieles en el ordenamiento particular de la comunidad, participando a su modo de la plenitud del sacerdocio de Cristo. Es evidente que, en este caso, por su responsabilidad pastoral directa e inmediata, las palabras de Santo Tomás asumidas por SF sobre la necesidad moral de ser consecuentes con el sentido de la fe, adquieren una relevancia especial. […] La conciencia del sentido de la fe de los presbíteros está unida a una responsabilidad específica en la Iglesia[9], no solamente referida al bien de las almas singulares, o de una porción del Pueblo de Dios, sino a la misma Iglesia universal. […]

El sentido de la fe de los seglares que poseen verdadera vida espiritual está naturalmente preparado para percibir la consonancia o la disonancia de una verdadera o falsa concepción del matrimonio cristiano y de la Eucaristía con el sentido de la fe que ellos mismos poseen. SF 8 subraya cómo en algunas épocas de la vida de la Iglesia fueron los simples fieles y no los pastores los que principalmente mantuvieron el sentido de la fe ortodoxa. Es de notar cómo […] existen nuevas formas de expresión y comunicación favorecidas por el uso de Internet. […] Su existencia no puede ser desconocida o minimizada desde el punto de vista teológico, constituyendo muchas veces indicio de la reacción vital de los fieles con auténtico interés por las cosas de la fe y el bien común de la Iglesia, no raras veces con una sensación de abandono por parte de los pastores, que debe ser adecuadamente comprendida. […]

Si la praxis está por encima de la teoría, es claro que la concepción del matrimonio cristiano surgirá principalmente de la realidad de hecho, y no de la luz recibida por la fe en la revelación divina, y aplicada por su sensus, al ordenamiento de la vida humana incluso en el matrimonio. Así se llega a concebir una dialéctica entre los “casos particulares” y la ley divina revelada, absolutamente alejada de la realidad de ésta. Son los casos particulares los que deben ser iluminados, perfeccionados y determinados por ésta divinamente, y no la imperfección de los casos la que debe interpretar el sentido de la ley evangélica […].

Pbro. Dr. Ignacio E. Andereggen



[1] Ignacio E. M. Andereggen es un sacerdote católico, filósofo y teólogo argentino nacido en la Ciudad de Buenos Aires en 1958. Doctor en Filosofía y en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, es profesor Ordinario titular de Metafísica y de Gnoseología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Pontificia Universidad Católica Argentina (Buenos Aires), y profesor Invitado en la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma) y en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma). Andereggen fue investigador del CONICET, es miembro correspondiente de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino y de Religión Católica (Roma), Vocal de la Sociedad Tomista Argentina, y ha publicado numerosos artículos (https://unigre.academia.edu/ignacioandereggen) de sus disciplinas y libros algunos de ellos traducidos al italiano.

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