marzo 2016

22:43

MVIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA

 

Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,1-12.

Mientras los Apóstoles hablaban al pueblo, se presentaron ante ellos los sacerdotes, el jefe de los guardias del Templo y los saduceos, irritados de que predicaran y anunciaran al pueblo la resurrección de los muertos cumplida en la persona de Jesús. Estos detuvieron a los Apóstoles y los encarcelaron hasta el día siguiente, porque ya era tarde. Muchos de los que habían escuchado la Palabra abrazaron la fe, y así el número de creyentes, contando sólo los hombres, se elevó a unos cinco mil. Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas, con Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los miembros de las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: “¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso?”. Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: “Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado, sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos. El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación”.

Salmo 118,1-2.4.22-27.

¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor!
Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor!
La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.
Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor:
el Señor es Dios, y él nos ilumina. “Ordenen una procesión con ramas frondosas hasta los ángulos del altar”.

Evangelio según San Juan 21,1-14.

Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. El les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
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a) Ya han ido a parar a la cárcel. El milagro de la curación del paralítico tiene por una parte buenos efectos, porque se convierten muchos (cinco mil), y por otra, malos, porque Pedro y Juan son detenidos y enviados a la cárcel por haber dirigido al pueblo el discurso que leíamos ayer.

Pero Pedro -portavoz de los demás apóstoles también ahora, como lo había sido en vida de Jesús- no se calla: aprovecha la ocasión para dar testimonio del Mesías delante de las autoridades, como lo había hecho delante del pueblo. Es su tercer discurso, y siempre dice lo mismo: que los judíos mataron a Jesús, pero Dios le resucitó y así le glorificó y reivindicó, y hay que creer en él, porque es el único que salva.

Si antes eran valientes los apóstoles, ahora, delante de las autoridades, y experimentando ya lo que es la persecución y la cárcel, aparecen admirablemente decididos y cambiados. El amor que Pedro había mostrado hacia Cristo en vida, pero con debilidad y malentendidos, ahora se ha convertido en una convicción madura y en un entusiasmo valiente que le llevará a soportar todas las contradicciones y al final la muerte en Roma, para dar testimonio de aquél a quien había negado delante de la criada.

Ya Jesús les había dicho que les llevarían a los tribunales, pero que no se preocuparan, porque su Espíritu les ayudaría (cf. Lc 12, 11-12). Aquí Lucas se encarga de decirnos, como hará en otras ocasiones en el libro de los Hechos, de que Pedro respondió «lleno de Espíritu Santo».

El salmo 117, uno de los salmos más pascuales, que rezamos cada domingo, o en Laudes o en la Hora intermedia, habla de cómo «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». Es el que cita aquí Pedro: de nuevo apela al AT para mostrar a los que lo conocen que todo lo anunciado por los salmos se ha cumplido en Cristo Jesús. No hay otro que pueda ser la piedra angular del edificio.

b) Pedro siempre predica lo mismo: a Cristo Resucitado. Es su convicción y lo está viviendo, y lo comunica a los demás. Nosotros también creemos y celebramos siempre lo mismo. Cada año celebramos Pascua, y cada semana el domingo, y cada día podemos celebrar la Eucaristía. No es rutina. Es convicción, y es como el motor de toda nuestra existencia. Y en nuestro trabajo apostólico también repetimos una y otra vez, con toda la pedagogía de que somos capaces, el anuncio central de Cristo muerto y resucitado.

2. a) Jesús se aparece a siete de sus apóstoles, que, invitados por Pedro -siempre líder- han vuelto a su ocupación anterior, la de pescadores.

Están en Galilea, en el lago de Tiberíades. Y a indicación de un Jesús a quien todavía no reconocen -siempre aparece que su presencia les resulta difícil de experimentar-, tienen una segunda pesca milagrosa, después de una noche en la que no habían cogido nada. El número de 153 peces no sabemos si tiene alguna intención simbólica, aunque no tiene mucha importancia. Unos recuerdan que este número es la suma de los primeros números, del l al l 7. Para otros, como san Jerónimo, este número era el de las especies de peces que se conocían en la antigüedad. En ambos casos podría indicar la plenitud mesiánica en Cristo.

Cuando en vida de Jesús tuvo lugar la primera pesca milagrosa, Pedro fue protagonista, reconociendo a Jesús como el Mesías y arrojándose a sus pies. Allí recibió la llamada a seguirle. Ahora es también él el más decidido en lanzarse al agua y acercarse a Jesús.

Es deliciosa la escena del almuerzo con pescado y pan preparado por Jesús al amanecer de aquel día. Después de que casi todos le abandonaran en su momento crítico de la cruz, y Pedro además le negara tan cobardemente, Jesús tiene con ellos detalles de amistad y perdón que llenaron de alegría a los discípulos.

b) Noche de trabajo infructuoso: pero con Jesús, pesca milagrosa. Nosotros también podemos tener noches malas y fracasos en nuestro trabajo, decepciones en nuestro camino. Podemos aprender la lección: cuando no estaba Jesús, los pescadores no lograron nada. Siguiendo su palabra, llenaron la barca.

Ese es el Cristo en quien creemos y a quien seguimos: el Resucitado que se nos aparece misteriosamente -en la Eucaristía, no nos prepara pan y pescado, sino que nos da su Cuerpo y su Sangre- hace eficaz nuestra jornada de pesca y nos invita a comer con él y a descansar junto a él. Podemos sentirnos contentos: «dichosos los invitados a la Cena del Señor».

Por una parte, esto nos invita a no perder nunca la esperanza ni dejarnos llevar del desaliento. Nuestras fuerzas serán escasas, pero en su nombre, con la fuerza del Señor, podemos mucho.

Pero, por otra parte, nos hace pensar que si fuéramos los unos para con los otros como Jesús: si ante el que trabaja sin gran fruto y tiene la tentación de echarlo todo a rodar, fuéramos tan humanos y amables como él, si supiéramos improvisar un desayuno fraterno en ambiente de serenidad y amistad para el que viene cansado, si le dirigiéramos una palabra de interés y de ayuda, sería mucho más fácil seguir trabajando como cristianos o como apóstoles, a pesar de los fracasos o de las dificultades.


16:51
“¡Que se dupliquen!” Fue el saludo de varios en mi día de cumpleaños, este martes. Y yo me sonreía… pensado que no creo que llegue a los 104 años. Y tampoco estoy seguro de que quiero hacerlo… y mi cuerpo, con ñañas que aparecen a cada rato, parece que tampoco está muy decidido a durar mucho en el tiempo.     Durar no es permanecer   Vivimos en un mundo que tiene como horizonte el simple presente. Cara vez nos (Siga leyendo en el blog haciendo click en el título... )

03:26

  Lutero-Lucas Cranach el Viejo Centenario V de Lutero 

–La verdad en una cuestión es una, pero los errores son innumerables.

–Así es. Pero el relativismo, introducido culturalmente por el liberalismo, ha llevado al escepticismo nihilista: «¿Qué es la verdad? » (Jn 18,38)…

Sed contra. No es posible afirmar plenamente la verdad sin negar, al mismo tiempo, los errores que le son contrarios. Por eso Santo Tomás, por ejemplo, en la Suma Teológica escribe cada uno de sus artículos en tres pasos. .-Videtur quod… Dicunt alii… Parece que…, dicen algunos… Aquí, enumerándolos 1, 2, 3 etc., expone los errores antiguos y modernos sobre el tema que va a considerar. .-Sed contra… Por el contrario, enseña la Iglesia… Aquí expone sobre la cuestión considerada la verdad católica de la fe, fundamentando su enseñanza en Biblia, Padres, Magisterio de la Iglesia y argumentos de razón teológica. .-Ad primum… Concluye el artículo respondiendo uno por uno, ad primum, ad secundum… los errores que la misma exposición de la verdad ya ha rechazado.

Este orden mental es, sin duda, el más perfecto para enseñar la verdad. Nuestro Maestro, Jesucristo, lo emplea en su pedagogía profética: por ejemplo, él rechaza y denuncia, a veces con palabras muy fuertes, los errores de los fariseos –«cuelan un mosquito y se tragan un camello»–, y enseña sobre ese fondo de tinieblas el esplendor del Evangelio, lleno de gracia y de verdad. Es el orden que han seguido muchos filósofos y todos los maestros del cristianismo.

Yo también, con la ayuda de Dios, expondré Sed contra la verdad de la Iglesia. Puede afirmarse que en el tiempo presente, «todo el mundo yace bajo el poder del Maligno» (1Jn 5,19), «padre de la mentira» (Jn 8,44),y que por tanto la verdad siempre ha de ser afirmada «sed contra» los pensamientos más comunes entre los hombres.

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Quo vadis ecumenismo? En un artículo así titulado se exponen los diez errores más nocivos que afectan con frecuencia el ejercicio actual del ecumenismo. El primero de todos, y el más nocivo, es: «Buscar una unidad que no está basada en la Verdad». En esta dirección errada operan los católicos que pretenden la unión con los hermanos separados elogiando cuanto en ellos hay de verdad y de bondad, y silenciando los errores que mantienen, es decir, sin contra-decirlos (sed contra). No olvidemos, sin embargo, que el mal y el error solamente pueden tener su existencia parasitaria en el bien y la verdad. En todos los grupos heréticos o cismáticos hay sin duda aspectos de verdad y de bien: sin ellos no podrían sus errores mantenerse en la existencia. Por eso sus verdades no nos impiden combatir sus errores: al contrario, hacerlo es un deber (2Tim 4,9).

El cardenal Kasper, por ejemplo, cuando presidía el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los cristianos, en su relación con los protestantes, fue un eximio ejemplo de este falso ecumenismo. Podríamos resumir sus resultados en dos frases: «nunca la Iglesia Católica ha tenido una relación tan positiva con los protestantes»; y «nunca la Iglesia Católica ha procurado y logrado menos la Unitatis redintegratio con los protestantes». No olvidemos el proyecto que tuvo el Cardenal de elaborar un Catecismo ecuménico que, silenciando cuanto separa a los cristianos, recogiera sólo lo que los une…    Fruto, por el contrario, del verdadero ecumenismo fue la acción del papa Benedicto XVI, que por la constitución apostólica Anglicanorum coetibus (2009) consiguió, por gracia de Dios, la feliz institución de los Ordinariatos anglicanos, plenamente reintegrados y unidos a la Iglesia Católica.

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El falso ecumenismo tiene hoy en la Iglesia una posibilidad privilegiada al celebrar en 2017 con los luteranos el quinto centenario de la Reforma de Lutero (1483-1546). Dos Cardenales alemanes nos ponen sobre aviso. En primer lugar el cardenal Koch:

InfoCatólica informó acerca de las declaraciones [en 2012] del Presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos en la web de la diócesis de Münster. El Cardenal Koch fue extraordinariamente claro: “no podemos celebrar un pecado”... “Los acontecimientos que dividen a la Iglesia no pueden ser llamados un día de fiesta”. A todo lo que accedió el cardenal es a clasificar la efeméride como un día que hay que recordar, pero no celebrar […] Le gustaría asistir en su lugar a una reunión en la que las confesiones reformadas, siguiendo el ejemplo de Juan Pablo II en 2000, pidieran disculpas y reconociesen sus errores, al mismo tiempo que, como el Papa Beato,condenasen el cisma en la cristiandad».

El cardenal Müller es de la misma opinión. En el libro Informe sobre la esperanza. Diálogo con el cardenal Gerhard Ludwig Müller (BAC, Madrid 2016), el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe asegura que

«los católicos no tenemos ningún motivo para celebrar el 31 de octubre de 1517, es decir, la fecha que se considera como el inicio de la Reforma que condujo a la ruptura de la cristiandad occidental». Y añade: «Si estamos convencidos de que la Revelación se ha conservado íntegra e inalterada a través de la Escritura y la tradición en la doctrina de la Fe, en los Sacramentos, en la constitución jerárquica de la Iglesia por derecho divino, fundada sobre el sacramento del Orden sagrado, no podemos aceptar que existan motivos suficientes para separarse de la Iglesia.

El Prefecto de Doctrina de la Fe explica que «los miembros de las comunidades eclesiales protestantes consideran este evento desde otra óptica, pues piensan que es la ocasión adecuada para celebrar el redescubrimiento de la “palabra pura de Dios”, presuntamente desfigurada a través de la historia por tradiciones meramente humanas. Los Reformadores protestantes concluyeron hace quinientos años que algunos jerarcas de la Iglesia no solo eran moralmente corruptos, sino que habían distorsionado el Evangelio y, en consecuencia, habían bloqueado el camino de Salvación de los creyentes hacia Jesucristo. Para justificar la separación, acusaron al Papa, presuntamente la cabeza de este sistema, de ser el Anticristo».

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Alii dicunt en cambio

Concretamente, el P. Rainiero Cantalamessa, OFM, el pasado Viernes Santo, en la Basílica de San Pedro (25-III-2016), predicando sobre la gratuidad de la justificación realizada por la misericordia de Dios en el hombre, dijo lo siguiente:

«Existe el peligro de que uno oiga hablar acerca de la justicia de Dios y, sin saber el significado, en lugar de animarse, se asuste. San Agustín ya lo había explicado claramente: “La ‘justicia de Dios’, escribía, es aquella por la cual él nos hace justos mediante su gracia; exactamente como ‘la salvación del Señor’ (Sal 3,9) es aquella por la cual él nos salva” (El Espíritu y la letra, 32,56). En otras palabras, la justicia de Dios es el acto por el cual Dios hace justos, agradables a él, a los que creen en su Hijo. No es un hacerse justicia, sino un hacer justos.

«Lutero tuvo el mérito de traer a la luz esta verdad, después de que durante siglos, al menos en la predicación cristiana, se había perdido el sentido, y es esto sobre todo lo que la cristiandad le debe a la Reforma, la cual el próximo año cumple el quinto centenario. “Cuando descubrí esto, escribió más tarde el reformador, sentí que renacía y me parecía que se me abrieran de par en par las puertas del paraíso”[Prefación a las obras en latín, ed. Weimar, 54, p.186.]»

¿Y cuál es la verdad cristiana que, según el P. Cantalamessa, reavivó Lutero en su Reforma estando en su tiempo casi perdida? «La justificación gratuita mediante la fe en Cristo». En las predicaciones de Adviento que dio al Papa y a la Casa Pontificia en 2005, sobre todo en la tercera, La justicia que deriva de la fe en Cristo. La fe en Cristo en San Pablo (16-XII-2005),  expone con más amplitud su doctrina, a la que alude muy brevemente en los dos párrafos que acabo de citar.

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Sed contra

Es falso que durante siglos, al menos en la predicación cristiana, se hubiera perdido el sentido de la gratuidad de la salvación en Cristo

La Liturgia es la Catequesis principal de la Iglesia, y en los siglos aludidos por Cantalamessa la mayoría del pueblo cristiano asistía a la Liturgia y recibía la Catequesis de la Iglesia. Una y otra les comunicaban la verdadera Palabra de Dios:

«de ti, Señor, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo» (Sal 3,9); «Dios nos amó primero» (1Jn 4,19); «Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8); «sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5); «es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Flp 2,13); «la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro» (Sant 2,17); es «la fe, operante por la caridad» (Gal 5,6), operante –que hace buenas obras bajo la moción de la gracia–, la que justifica y salva al hombre; «no todo el que dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace [obra] la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21); los que aman a Dios son aquellos que cumplen sus mandatos (Dt 7,9; Jn 14,15; 1Jn 5,2-3); por tanto, «no os engañéis: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios» (1Cor 6,9-10); en el último día, «los que han obrado el bien saldrán para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal para la resurrección del juicio» (Jn 5,30). Ésta es la fe de la Iglesia.

Las oraciones litúrgicas de origen eclesiástico educaron siempre a los fieles, también en los tiempos de Lutero y anteriores a él, en la verdadera fe católica, la que se fundamenta en Escritura, Tradición y Magisterio (Vat. II, DV 10). Lex orandi, lex credendi.

La Liturgia católica infundió muy especialmente en los fieles la más alta doctrina sobre la gracia y la justificación, a través, por ejemplo, de las oraciones, muchas de ellas procedentes de antiguos eucologios y sacramentarios: «Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien, y pues sin ti no podemos ni existir ni ser buenos, haz que vivamos siempre según tu voluntad» (jueves I de Cuaresma). «Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe todas nuestras obras» (Laudes lunes I semana). Esta doctrina orante, de la que podrían darse otros cientos de ejemplos, respirada continuamente en la liturgia y la predicación, es la que llegaba a los fieles en una catequesis permanente.

El Magisterio de la Iglesia, igualmente, enseñó siempre con fidelidad la doctrina católica sobre la gratuidad y primacía absoluta de la gracia: la que se venía enseñando en la Liturgia desde antiguo. En el año 529, por ejemplo, sobre el necesario auxilio de Dios, declara: «don divino es el que pensemos rectamente y que contengamos nuestros pies de la falsedad y la injusticia, porque cuantas veces obramos bien, Dios, para que obremos, obra en nosotros y con nosotros» (Sínodo II de Orange, 529; Denz 379; merece la pena leer todos los cánones de Orange II: Denz 370-397). Sin embargo, nunca, jamás enseñó que la sola fides puesta en Cristo Salvador, sin obras, es decir, resistiendo al bien que Dios quiere obrar en sus hijos y a través de ellos, era suficiente para la salvación. Y siempre afirmó que la gracia es absolutamente necesaria tanto para llegar a la fe, como para vivirla en las obras buenas que, con el auxilio actual de la gracia, realiza por la caridad.

–Los antecesores o contemporáneos de Martín Lutero(1483-1546), aquellos que por su enseñanza, ejemplo o predicación más prestigio e influjo tuvieron en la cristiandad de su tiempo, enseñaron siempre la verdadera doctrina católica de la gracia y la justificación, y estaban libres de toda peste de pelagianismo o semipelagianismo.

 Recuerdo a algunos: Santa Hildegarda de Bingen (+1179), Santo Domingo de Guzmán (+1221), San Francisco de Asís (+1226), San Antonio de Padua (+1231), Beato Ricerio de Mucia (+1236), David de Augsburgo (+1272), Santo Tomás de Aquino (+1274), San Buenaventura (+1274), Santa Gertrudis de Helfta (+1302), Santa Ángela de Foligno (+1309), maestro Eckahrt (+1328), Taulero (+1361), beato Enrique Suson (+1366), Santa Brígida de Suecia (+1373), Santa Catalina de Siena (+1380), Ruysbroeck (+1381), Beato Raimundo de Capua (+1399), San Vicente Ferrer (+1419), San Bernardino de Siena (+1444), San Juan de Capistrano (+1456), Tomás de Kempis (+1471), Santa Catalina de Génova (+1507),  Bernabé de Palma (+1532), Francisco de Osuna (+1540), San Ignacio de Loyola (+1556), San Pedro de Alcántara (+1562), San Juan de Ávila (+1569), y tantos otros…

¿Desconocieron estos santos, doctores, predicadores y maestros espirituales la gratuidad de justificación del hombre por la gracia que en la fe tiene su inicio? ¿Obscurecieron en su tiempo, «durante siglos», «al menos en la predicación» al pueblo, el entendimiento de la salvación como pura gracia concedida por el Señor gratuitamente?… Gran calumnia es ésta, que difundida hoy en todo el mundo por los medios de comunicación católicos, será creída por no pocos cristianos de escasa formación, para gloria de Lutero y su Reforma, y para deshonor de la Santa Madre Iglesia Católica.

Las dos órdenes religiosas más influyentes en el pueblo desde el siglo XIII fueron los franciscanos y los dominicos. En 1209 es aprobada la Iª Regla de San Francisco de Asís. En 1215 forma Santo Domingo la primera comunidad de predicadores. Ellos y sus discípulos fueron los principales predicadores del Evangelio en la nueva sociedad que se va formando entre los siglos XIII y XV, anteriores o contemporáneos de Lutero.

Pues bien, ¿todo este gremio de predicadores populares y de profesores académicos, discípulos de San Francisco y de San Buenaventura, de Santo Domingo y de Santo Tomás de Aquino, de Santa Catalina de Siena y de otros grandes y santos maestros del Evangelio, ignoraban la infinita misericordia de Dios, la gratuidad total de la gracia, la impotencia del hombre sin la gracia de Cristo, la necesidad de la fe, fecunda en la caridad, para producir buenas obras, y recibir la salvación, la justificación y la vida eterna? ¿Estaban necesitados de la Reforma luterana para recuperar la verdad católica en el misterio de la gracia y de la salvación del hombre? Sólo insinuarlo es un absurdo. Ellos no estaban marcados, como hoy es frecuente en no pocos cristianos, por el espíritu pelagiano o semipelagiano.

Santo Tomás: «Dios no nos justifica sin nosotros, porque por el movimiento de la libertad, mientras somos justificados, consentimos en la justicia de Dios. Sin embargo, aquel movimiento [de consentimiento libre de la voluntad] no es causa de la gracia, sino su efecto. Y por tanto toda la operación pertenece a la gracia» (SThlg I-II, 111, 2 ad 2m). «El hombre necesita para vivir rectamente un doble auxilio [de Dios]. Por un lado, un don habitual [la gracia santificante] por el cual la naturaleza caída sea restaurada y, así restaurada [sanada y elevada], sea capaz de hacer obras meritorias de vida eterna, que exceden las posibilidades de la naturaleza. Y por otro lado, necesita el auxilio de la gracia [actual] para ser movida por Dios a obrar… ya que ningún ser creado puede producir cualquier acto a no ser por la virtud de la moción divina» (STh I,109,9). Por tanto, «la acción del Espíritu Santo, mediante la cual nos mueve y protege, no se limita al efecto del don habitual [que infunde en el hombre gracia santificante, virtudes y dones], sino que además nos mueve y protege juntamente con el Padre y el Hijo» (I,105,5 ad 2m). ¿Es posible concebir una gracia más gratuita?

San Buenaventura: en el Breviloquio, V parte, De la gracia del Espíritu Santo, es donde da su más alta doctrina sobre la gracia: «es un don que se nos da y se nos infunde inmediatamente por el mismo Dios» (I,2). La filiación divina, la incorporación a Cristo, «se realiza por la gratuita y condescendiente infusión del don de la gracia» (III,3). La gracia «previene a la voluntad para que quiera, y la sigue [asistiendo] para que su querer no sea sin provecho» (II,2). Dios «concede de tal modo esta gracia al libre albedrío, que lejos de violentarlo, deja libre su consentimiento; por lo cual para echar fuera la culpa no sólo es necesario que se introduzca la gracia […], sino que es preciso, asimismo, que se conforme a la introducción de la gracia por la aceptación del don divino, que llamamos movimiento del libre albedrío» (III,4). Pero más aún: «para disponer el espíritu racional a recibir el don de la gracia sobrenatural, estando como está encorvado, sobre todo después de caída su naturaleza, tiene necesidad del don de otra gracia gratuitamente dada, que lo haga capaz del bien moral» (II,5). El hombre, pues, no puede sin la ayuda de la gracia recibir la gracia actual que Dios le comunica… ¿Puede expresarse más claramente la gratuidad y necesidad de la gracia divina?

¿Como es posible afirmar, pues, que «Lutero tuvo el mérito de traer a la luz esta verdad [la justificación gratuita] después que durante siglos, al menos en la predicación cristiana, se había perdido el sentido, y es esto sobre todo lo que la cristiandad debe a la Reforma»?…  Esta afirmación es una gran falsedad. Pero viene exigida por el elogio «eclesialmente correcto» de Lutero y de su Reforma en su Vº centenario.

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La teología de Lutero sobre la gracia es una gran miseria, que en forma alguna iluminó las presuntas obscuridades de la Iglesia de su tiempo. Siendo tan misteriosa y delicada la teología de la gracia, la acción de Dios (gracia), obrando en el hombre y con él (libertad), ¿que teoría de la justificación gratuita puede darnos Lutero, si afirma la corrupción total de la naturaleza humana, y si niega en consecuencia tanto la libertad de la voluntad como la capacidad de la razón para conocer la verdad? En el maravilloso templo de la gracia, expresado mentalmente por los genios de la Iglesia más santos y sabios, entra Lutero como un caballo en una alfarería. Lo destroza todo. La cristiandad no le debe nada. Y el hecho de que en algunas cosas no se equivocase ciertamente no es motivo de elogio, porque en ello enseñaba lo que siempre la Iglesia había enseñado. En cambio sus errores son motivo de denuncia, ya que tan graves destrozos causaron en la fe y en la vida de la Iglesia allí donde triunfaron.

La corrupción del hombre fue una de las convicciones más profundas, persistentes y viscerales de Lutero, que partía en ellas de una experiencia personal morbosa. «Yo, aunque mi vida fuese la de un monje irreprochable, me sentía pecador ante Dios, con una conciencia muy turbada, y con mi penitencia no me podría creer en paz; y no amaba, incluso detestaba a Dios como justo y castigador de los pecadores» (Weimarer Ausgabe, Weimar 54,185). ¿Qué teología verdadera de la gracia puede salir de una mente tan falsificada y neurótica?

Como dice L. F. Mateo Seco, según Lutero, «el hombre peca siempre, aun cuando intente obrar el bien. El hombre está tan corrompido que ni siquiera Dios puede rescatarle de su podredumbre: lo único que es posible a Dios es no tener en cuenta sus pecados, no imputárselos legalmente» (Martín Lutero: sobre la libertad esclava, Magist. Esp., Madrid 1978, 18).

   La justificación cristiana, por tanto, tendrá que ser puramente declarativa, extrínseca, pasiva, «imputativa» (Weimar 56,287). En la teología de Lutero, según esto, Dios es incapaz de salvarnos de verdad, de transformar realmente nuestra mente, nuestra voluntad y nuestras obras. Su poder y su amor por nosotros sólo alcanzan a declararnos salvados, justificados, envolviendo la miseria de quien cree en Cristo en el manto de su misericordia. Tapa así nuestros pecados, como en algún lugar dice Lutero, «como la nieve cubre de blanco el montón de estiércol que está en el campo».  Es tal la depravación de nuestra naturaleza, que Dios no puede o no quiere darnos un corazón realmente nuevo, que deje de pecar, al menos gravemente.

La libertad del hombre se perdió por la corrupción de su naturaleza en el pecado original. Y por eso es inútil que siga atormentando su conciencia con la ilusión psicológica de su pretendida libertad. Lutero, en sus primeras obras, aún creía en la libertad del hombre (4,295), comenzó a ponerla en duda a partir de 1516, y vino a negarla furiosamente en 1525, en una de sus obras preferidas, De servo arbitrio, polemizando con Erasmo.

Afirma Lutero que la libertad humana es incompatible con Dios, que todo lo preconoce y predetermina; con Satanás, que domina verdaderamente sobre el hombre; con la realidad del pecado original, que corrompió todo lo que es el hombre, también su libertad; con la redención de Cristo, que sería superflua si el hombre fuera libre (18,786). La misma expresión libre arbitrio debiera desaparecer del lenguaje humano; sería «lo más seguro y lo más religioso» (18,638). Lutero introdujo este enorme error en la cultura europea, un error apenas conocido antes en la historia de la Iglesia. Tuvo precedente en Lúcido, que negó la libertad, y su doctrina fue condenada en Arlés (473: Denz 331).

Oponiendo la gracia a las obras, no entiende Lutero ni la gracia de Dios ni la libertad del hombre. Lutero no resuelve el misterioso problema de la conexión entre gracia divina y libertad humana; simplemente lo suprime, negando que pueda el hombre obrar, movido por Dios, para su salvación: todas sus obras son pecado. No entiende a San Pablo cuando éste dice que «es Dios quien obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Flp 2,13). No entiende la enseñanza del Magisterio apostólico, por ejemplo, del Sínodo de Orange, la que antes recordábamos. No entiende lo que la Iglesia ha enseñado siempre: que Dios por su gracia mueve gratuitamente la libertad del hombre, asistiéndolo en el comienzo, el transcurso y el fin de sus obras buenas: obras causadas principalmente por Dios, pero causadas también instrumentalmente por la libertad del hombre, que ha consentido en la acción de Dios, auxiliado por su  gracia. Queriendo Lutero volver a la Escritura, niega su enseñanza (por ejemplo, Flp 2,13). Queriendo exaltar la fuerza de la gracia, la desvirtúa totalmente, mostrándola como algo extrínseco a la vida real del hombre, incapaz de transformar a éste realmente en su pensamiento, libertad y obras..

La razón del hombre se perdió también por la corrupción de su naturaleza desde el pecado original, y en nada debe apreciarse ya su capacidad para alcanzar la verdad. Deformada la mente de Lutero por el nominalismo del franciscano inglés Ockham (+1347), odia la escolástica, la ratio fide illustrata de la teología católica, y se cierra en un biblismo que le lleva al escepticismo filosófico y al fideísmo teológico. Sola Scriptura. En todo caso, odia la razón, de la que llega a decir:

«la razón es la mayor prostituta del diablo; por su naturaleza y manera de ser es una prostituta nociva, devorada por la sarna y la lepra, que debería ser pisoteada y destruida, ella y su sabiduría… Es y debe ser ahogada en el Bautismo… merecería que se la relegase al lugar más sucio de la casa, a las letrinas» (51,126).

Por tanto el cristiano se salva por la fe, no por las obras, ya que en nada debe fiarse ni de su razón ni de su libertad ilusoria, corrompidas ambas facultades en la naturaleza humana caída. Las buenas obras son convenientes, como expresión de la fe, pero en modo alguno son necesarias para la salvación. Incluso pueden ser peligrosas, cuando debilitan la fe fiducial, y empeñándose la persona en procurarlas, trata de apoyarse en su propia justicia. El cristiano debe aprender a vivir en paz con sus pecados. Debe reconocer que es «simultáneamente pecador y justo (simul peccator et iustus): pecador en realidad y justo en la reputación de Dios» (56,272).

En 1520 escribe Lutero un opúsculo doctrinal Sobre la fe y las obras. Es la fe la que salva, no las obras, sean éstas buenas o malas, mejores o peores. Punto 5º:

«En esta fe todas las obras son iguales, y la una es como la otra; toda diferencia entre ellas debe venirse abajo, ya sean grandes o pequeñas, cortas, largas, muchas o pocas, pues las obras no son agradables a Dios por sí mismas, sino a causa de la fe» (6,206). Consiguientemente, dirá en otra ocasión, «en nada daña ser pecadores, con tal que deseemos con todas nuestras fuerzas ser justificados». Pero el diablo, con mil  artificios, tienta a los hombres «a que trabajen neciamente esforzándose por ser puros y santos, sin ningún pecado, y cuando pecan o se dejan sorprender de alguna cosa mala, de tal manera atormenta su conciencia y la aterroriza con el juicio de Dios, que casi les hace caer en desesperación… Conviene, pues, permanecer en los pecados y gemir por la liberación de ellos en la esperanza de la misericordia de Dios» (56,266-267).

En 1521, el 1 de agosto, escribe Lutero en una carta a Melanchthon:

«Si eres predicador de la gracia, predica una gracia verdadera y no ficticia; si la gracia es verdadera, debes llevar un pecado verdadero y no uno ficticio. Dios no salva a los que son solamente pecadores ficticios. Sé un pecador y peca audazmente, pero cree y alégrate en Cristo aun más audazmente… mientras estemos aquí [en este mundo] hemos de pecar… Ningún pecado nos separará del Cordero, aunque forniquemos y asesinemos mil veces al día».

Sería injusto entender literalmente este texto de Lutero evidentemente hiperbólico. No piensa lo que literalmente dice. Pero lo que en este texto quiere decir es una enorme falsificación del Evangelio.

* * *

Esta es la teología de Lutero sobre la gracia y la justificación, la que al decir del P. Cantalamessa recuperó el verdadero sentido de la salvación cristiana como pura gracia de la fe en Cristo, y «trajo a luz esta verdad, que durante siglos, al menos en la predicación cristiana, se había perdido el sentido. Y es esto sobre todo lo que la cristiandad debe a la Reforma»…

Manicomiale.

José María Iraburu, sacerdote

Post post 1.–En 1545, poco antes de morir, aún tuvo Lutero ánimos para escribir una obra dedicada a los teólogos que le contradecían: Contra los asnos de París y de Lovaina, y otra escrita contra la Santa Sede de Roma: Contra el papado de Roma, fundado por el diablo, en donde su odium papæ llega a expresarse en un paroxismo neurótico de imágenes zoológicas y obscenas: cerdo, burro, rey de los asnos, perro, rey de las ratas, lobo, hombre-lobo, león, dragón y cocodrilo, dragón infernal, bestia, la gran prostituta apocalíptica de Babilonia. Su amigo, Lucas Cranach el Viejo (+1553), expresó estas ideas furibundas en imágenes aborrecibles, que impresas en volantes, se difundieron por el pueblo. Tuvo muchos imitadores… Desde luego, nunca pudo Lutero suponer que llegaría un día en que en la misma Santa Sede romana se haría un elogio de su contribución histórica a la cristiandad.

Post post 2.–Quizá el lector haya apreciado en el título Elogiando a Lutero–1 ese 1 que permite sospechar otros artículos posteriores a éste. Y esa sospecha tiene fundamento. Si Dios quiere, y en los casos en que me lo dé hacer, pienso escribir Sed contra cualquier autor católico que elogie la doctrina luterana con motivo del Vº Centenario de la mal llamada Reforma. Ésta, en efecto, no fue realizada por reformadores, sino por deformadores de la Iglesia.

Índice de Reforma o apostasía

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Francisco concluyó su catequesis sobre la misericordia en el Antiguo Testamento en una concurrida audiencia general.


A pesar del fuerte dispositivo de seguridad, la afluencia de peregrinos fue grande y el clima del encuentro mantuvo su particular tono festivo.

Francisco reflexionó sobre uno de los salmos más famosos, el "Miserere”: un canto dedicado al arrepentimiento. El perdón, señaló el Papa, es la verdadera necesidad del hombre y el único que puede perdonar su pecado, por muy grande que sea, es Dios.

FRANCISCO
"De cualquier cosa que nos podamos reprochar, Él es todavía más grande que todo, porque Dios es más grande que nuestro pecado”.

El Papa señaló que el perdón de Dios es real. Es un perdón que elimina por completo el rastro del pecado porque la reconciliación es plena. Dios no es rencoroso.

FRANCISCO
"No esconde el pecado, lo destruye. Lo borra, pero lo borra desde la raíz. No como hacen en la tintorería cuando llevamos un vestido y quitan la mancha. No. Dios elimina nuestro pecado desde la raíz, totalmente”.

El Papa concluyó señalando que el pecador perdonado tiene ante sí una importante misión: la de ayudar a los demás a no pecar más porque todos, concluyó, necesitan de la misericordia de Dios.

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¿Cuál piensa que es el país donde el Papa Francisco es más querido? ¿Su Argentina natal? ¿México? ¿Filipinas?


La encuesta realizada por la organización de investigación de mercados WIN/Gallup International ofrece una respuesta que quizá le sorprenda: el país donde el Papa está mejor valorado es Portugal, con un 94%, seguido por Filipinas y Argentina.

La encuesta ha recogido las opiniones de más de 63.000 personas en 64 países diferentes. Sostiene que la figura de Francisco es reconocida a nivel mundial también para personas de otras religiones.

De este estudio se sostiene que el 54% de la población mundial tiene una opinión positiva del pontífice. Un 12% tiene una opinión desfavorable y un 34% no da su opinión.

La encuesta también señala que Francisco está por delante de otros líderes mundiales como Obama, Merkel, Cameron u Hollande.

Algeria sería el país donde hay más gente desfavorable al Papa, con un 28%seguido de Palestina y Turquía con un 27 y un 26% respectivamente.

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22:38
Autor: Pieter Coecke Van Aelst - Cristo y sus discípulos camino a Emaús.

Autor: Pieter Coecke Van Aelst – Cristo y sus discípulos camino a Emaús.

JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA

Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,11-26.

Como él no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, lleno de asombro, corrió hacia ellos, que estaban en el pórtico de Salomón. Al ver esto, Pedro dijo al pueblo: “Israelitas, ¿de qué se asombran? ¿Por qué nos miran así, como si fuera por nuestro poder o por nuestra santidad, que hemos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad. Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Por haber creído en su Nombre, ese mismo Nombre ha devuelto la fuerza al que ustedes ven y conocen. Esta fe que proviene de él, es la que lo ha curado completamente, como ustedes pueden comprobar. Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes. Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer. Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados. Así el Señor les concederá el tiempo del consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado para ustedes. El debe permanecer en el cielo hasta el momento de la restauración universal, que Dios anunció antiguamente por medio de sus santos profetas. Moisés, en efecto, dijo: El Señor Dios suscitará para ustedes, de entre sus hermanos, un profeta semejante a mí, y ustedes obedecerán a todo lo que él les diga. El que no escuche a ese profeta será excluido del pueblo. Y todos los profetas que han hablado a partir de Samuel, anunciaron también estos días. Ustedes son los herederos de los profetas y de la Alianza que Dios hizo con sus antepasados, cuando dijo a Abraham: En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra. Ante todo para ustedes Dios resucitó a su Servidor, y lo envió para bendecirlos y para que cada uno se aparte de sus iniquidades”.

Salmo 8,2.5-9.

¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:
¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies:
todos los rebaños y ganados, y hasta los animales salvajes;
las aves del cielo, los peces del mar y cuanto surca los senderos de las aguas.

Evangelio según San Lucas 24,35-48.

Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: “¿Tienen aquí algo para comer?”. Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos. Después les dijo: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.
___________________

1. a) Después de la curación del paralítico, que leíamos ayer, Pedro aprovecha la buena disposición de la gente para dirigirles una nueva catequesis sobre Jesús, en cuyo nombre ha curado al paralítico.

Sus oyentes son judíos, y por tanto Pedro argumenta a partir del AT, de los anuncios de Moisés y los profetas, razonando la «continuidad» entre el «Dios de nuestros padres» y los acontecimientos actuales. Los discursos predicaciones de Pedro ayudan a leer la historia como Historia de Salvación, que culmina en Cristo, y, después de la venida del Espíritu, en la constitución de la comunidad mesiánica reunida en torno al .Señor.

El Mesías anunciado ya ha venido, y es el mismo Jesús de Nazaret a quien Israel ha rechazado. Pedro interpela con lenguaje muy directo a los judÍos: «al que vosotros entregasteis y rechazasteis… matasteis al autor de la vida». ¡Qué contraste: han indultado a un asesino y han asesinado al autor de la vida! Aunque trata de disculparles: «sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo».

Pedro, que ha madurado claramente en su fe, afirma ahora lo que nunca había entendido bien: que el Mesías tenía que pasar por la muerte y la cruz. Cuando Jesús se lo anunciaba, en vida, era Pedro quien más reacio se mostraba a aceptar este mesianismo que predicaba Jesús. Ahora ya sabe que «el Mesías tenía que padecer». En el evangelio leemos hoy mismo cómo en una de las apariciones Jesús les abrió el entendimiento para que entendieran esto.

Pedro anuncia que a través de la resurrección Jesús se ha convertido en salvador de todos y por tanto todos tenemos que convertirnos a él: «Dios resucitó a su siervo y os lo envía para que os traiga la bendición si os apartáis de vuestros pecados».

Buena evangelización, la de Pedro. Valiente, centrada, y adecuada a sus oyentes y las categorías que entienden.

b) En ambas lecturas aparece el Antiguo Testamento como anuncio de Jesús.

Hay una admirable continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y también con nuestros tiempos: el plan de Dios es unitario, histórico, dinámico.

Todo lo que leemos del AT tiende a su plenitud en Cristo, y se entiende desde la perspectiva de Cristo. Y al revés, el AT nos ayuda a entender los tiempos mesiánicos, la nueva Pascua, la nueva Alianza, el nuevo pueblo de Dios.

Por ejemplo, cuando rezamos los salmos, que son del AT, tenemos una clave fundamental para que encuentren sentido en nuestros labios cristianos: rezarlos desde Cristo. O porque los dirigimos a él, o porque los decimos como puestos en los labios de Jesús, como ya empezaron a hacer los discípulos de la primera generación: como en el caso del Salmo 21, «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

Nosotros estamos ya en los tiempos de la plenitud, en el NT. Pero la historia del pueblo de Israel nos ayuda mucho a comprender y mejorar nuestra relación con Dios, nuestra conciencia de pueblo eclesial, y sobre todo la plenitud que Cristo da a toda la historia. Como dice la introducción al Leccionario de la Misa: «La Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de Cristo cuando, en la celebración litúrgica, proclama el Antiguo y el Nuevo Testamento. En efecto, en el Antiguo Testamento está latente el Nuevo, y en el Nuevo se hace patente el Antiguo. Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura» (OLM 5).

2. a) La escena del evangelio es también continuación de la de ayer. Los discípulos de Emaús cuentan a la comunidad lo que han experimentado en el encuentro con el Resucitado, al que han reconocido al partir el pan. Y en ese mismo momento se aparece Jesús, saludándoles con el deseo de la paz.

La duda y el miedo de los discípulos son evidentes. Jesús les tiene que calmar: «¿por qué os alarmáis? ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?». Y les convence de su realidad comiendo con ellos.

El fruto de esta aparición es que «les abrió el entendimiento», explicándoles las Escrituras. En el AT ya Moisés, los profetas y los salmos habían anunciado lo que ahora estaba pasando. Como a los discípulos de Emaús en el camino, ahora Jesús les hace ver a todo el grupo la unidad del plan salvador de Dios. Las promesas se han cumplido. Y la muerte y resurrección del Mesías son el punto crucial de la historia de la salvación. No nos extraña que Pedro, en sus discursos, utilice la misma argumentación cuando se trata de oyentes que conocen el AT, y que centre su discurso en el acontecimiento pascual del Señor.

b) También nosotros podemos reconocer a Cristo en la fracción del pan eucarístico, en la Palabra bíblica y en la comunidad reunida. En las circunstancias más adversas y oscuras que se puedan dar -también nosotros muchas veces andamos desconcertados como aquellos discípulos- el Señor se nos hace compañero de camino y nos está cerca. Aunque no le reconozcamos fácilmente. En más de una ocasión nos tendrá que decir: «¿por qué te alarmas? ¿por qué surgen dudas en tu interior?».

Tal vez también necesitemos como la primera comunidad una catequesis especial, y que se nos abra el entendimiento, para captar que en el camino mesiánico de Jesús, y también en el nuestro cristiano, entra la muerte y la resurrección, para la redención de todos. Ojalá cada Eucaristía sea una «aparición» del Resucitado a nuestra comunidad y a cada uno de nosotros, y después de haberle reconocido con los ojos de la fe en la Fracción del Pan y en la fuerza de su Palabra, salgamos de la celebración a dar testimonio de Cristo en la vida. A los apóstoles, la última palabra que les dirige es: «vosotros sois testigos de esto». Ya desde el principio se les dijo que eso de ser apóstoles era ser «testigos de la resurrección de Cristo» (Hch 1,22). Entonces lo fueron los apóstoles, o los quinientos discípulos. Ahora, lo seguimos siendo nosotros en el mundo de hoy. Tal vez el anuncio de la resurrección de Cristo no nos llevará a la cárcel. Pero sí puede resultar incómodo en un mundo distraído y frío. Depende un poco de nosotros: si nuestro testimonio es vivencial y creíble, podemos influir a nuestro alrededor.


06:38
Autor: Nicolas Poussin Fecha: 1655 Museo: Metropolitan Museum of Art Características: 125,7 x 165,1 cm Estilo: Barroco Francés. A medida que transcurrían los años cincuenta la interpretación realizada por Poussin sobre la narrativa religiosa, en especial la vida de Cristo y los hechos de los Apóstoles, se hizo más intensa. Si bien su capacidad para el dibujo de fino detalle se veía dificultado por su creciente enfermedad en la mano, sus recursos para representar un complejo escenario de contenido arquitectónico aumentaban y alcanzaban cotas de maestría. Esto sucede en esta obra, pintada para cierto Mercier, Tesorero de Lyon en 1655. El asunto procede de los Hechos de los Apóstoles: San Pedro cura a un paralítico que pedía limosna a las puertas del Templo de Jerusalén, con las palabras "No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar". La fuente de inspiración es de nuevo Rafael, junto con un grabado de Marcantonio Raimondi. Pero Poussin, de manera ambiciosa, traza una compleja composición piramidal cuajada de figuras, cada una de las cuales está dotada de una personalidad propia.

Autor: Nicolas Poussin
Fecha: 1655
Museo: Metropolitan Museum of Art
Características: 125,7 x 165,1 cm
Estilo: Barroco Francés. A medida que transcurrían los años cincuenta la interpretación realizada por Poussin sobre la narrativa religiosa, en especial la vida de Cristo y los hechos de los Apóstoles, se hizo más intensa. Si bien su capacidad para el dibujo de fino detalle se veía dificultado por su creciente enfermedad en la mano, sus recursos para representar un complejo escenario de contenido arquitectónico aumentaban y alcanzaban cotas de maestría. Esto sucede en esta obra, pintada para cierto Mercier, Tesorero de Lyon en 1655. El asunto procede de los Hechos de los Apóstoles: San Pedro cura a un paralítico que pedía limosna a las puertas del Templo de Jerusalén, con las palabras “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar”. La fuente de inspiración es de nuevo Rafael, junto con un grabado de Marcantonio Raimondi. Pero Poussin, de manera ambiciosa, traza una compleja composición piramidal cuajada de figuras, cada una de las cuales está dotada de una personalidad propia.

MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA

Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,1-10.

En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde. Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada “la Hermosa”, para pedir limosna a los que entraban. Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna. Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: “Míranos”. El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina”. Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos. Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios. Toda la gente lo vio camina y alabar a Dios. Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada “la Hermosa”, y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido.

Salmo 105,1-4.6-9.

¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales, pregonen todas sus maravillas!
¡Gloríense en su santo Nombre, alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro;
Descendientes de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios, en toda la tierra rigen sus decretos.
El se acuerda eternamente de su alianza, de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac:

Evangelio según San Lucas 24,13-35.

Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!”. “¿Qué cosa?”, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron”. Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”. Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

______________________________

1. Pedro y Juan curan en nombre de Jesús al paralítico del templo, a la hora del sacrificio de la tarde.

Qué bien cuenta Lucas el episodio: el pobre mendigo a la puerta del templo -como se ve, fenómeno antiguo-, la mirada fija del mendigo que espera algo, la mirada también fija de Pedro, el contacto de la mano, las palabras breves y solemnes: «en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar», y la curación progresiva del buen hombre hasta seguirles dando brincos al Templo, ante la admiración de la gente.

La fuerza salvadora, que en vida de Jesús brotaba de él, curando a los enfermos y resucitando a los muertos, es ahora energía pascual que sigue activa: el Resucitado está presente, aunque invisible, y actúa a través de su comunidad, en concreto a través de los apóstoles, a los que había enviado a «proclamar el Reino de Dios y a curar» (Lc 9,2). No tendrán medios económicos, pero sí participan de la fuerza del Señor.

2. a) Otro magnifico relato de Lucas, ahora en su evangelio, con la descripción psicológicamente magistral del «viaje de ida y vuelta» de los dos discípulos desde la comunidad a su casita propia y desde la casita propia de nuevo a la comunidad, desde Jerusalén a Emaús y desde Emaús a Jerusalén, que es donde tenían que haberse quedado, porque no hay que abandonar a la comunidad sobre todo en momentos difíciles.

El viaje de ida es triste, en silencio, con sentimientos de derrota y desilusión: «nosotros esperábamos…». No reconocen al caminante que se les junta. Siempre es difícil reconocer al Resucitado, como en el caso de la Magdalena, sobre todo cuando los ojos están tristes y cerrados van con su idea, no miran la realidad se miran ellos y su triste pasar. Se ha desmoronado su fe, que estaba mal fundamentada. No creen en la resurrección, a pesar de que algunas mujeres van diciendo que han visto el sepulcro vacío.

El viaje de vuelta es exactamente lo contrario: corren presurosos, llenos de alegría, los ojos abiertos ahora a la inteligencia de las Escrituras, comentando entre ellos la experiencia tenida, impacientes por anunciarla a la comunidad.

En medio ha sucedido algo decisivo: el Señor Jesús les ha salido al encuentro -Buen Pastor que quiere recuperar a sus ovejas perdidas-, dialoga con ellos, les deja hablar exponiendo sus dudas, les explica las Escrituras sobre cómo el Mesías había de pasar por la muerte para cumplir su misión, y finalmente le reconocen en la fracción del pan, aunque luego recuerdan que ya ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras. En el momento en que, como la Magdalena con el hortelano, le quieren retener -«quédate con nosotros»-, Jesús desaparece.

Dicen los expertos que Lucas, sin pretender contarnos que la escena fuera celebración eucarística -impensable todavía, antes de Pentecostés- ha querido dejarnos en este último capítulo de su evangelio como una catequesis historizada de esta importante convicción:

Cristo Jesús sigue también presente a las generaciones siguientes, los que no hemos tenido la suerte de verle en su vida terrena. Y está presente en los tres grandes momentos en que los discípulos de Emaús le encontraron: en la fracción del pan, en la proclamación de su Palabra y en la Comunidad. Que son precisamente los tres momentos primordiales de nuestra celebración: la Comunidad reunida, la Palabra escuchada y la Eucaristía recibida como alimento: los tres «sacramentos» del Señor Resucitado.

b) Pascua no es un recuerdo. Es curación, salvación y vida hoy y aquí para nosotros. El Señor Resucitado nos las comunica a través de su Iglesia, cuando proclama la Palabra salvadora y celebra sus sacramentos, en especial la Eucaristía.

También a nosotros nos puede pasar que experimentemos alguna vez la parálisis del mendigo y la desesperanza de los dos discípulos: enfermedades que nos pueden afectar, y que en Pascua el Señor Resucitado quiere curar, si le dejamos.

Muchos cristianos, jóvenes y mayores, experimentamos en la vida, como los dos de Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por circunstancias personales. Otras, por la visión deficiente que la misma comunidad puede ofrecer. El camino de Emaús puede ser muchas veces nuestro camino. Viaje de ida desde la fe hasta la oscuridad, y ojalá de vuelta desde la oscuridad hacia la fe. Cuántas veces nuestra oración podría ser: «quédate con nosotros, que se está haciendo de noche y se oscurece nuestra vida». La Pascua no es para los perfectos: fue Pascua también para el paralítico del templo y para los discípulos desanimados de Emaús.

En medio, sobre todo si alguien nos ayuda, deberíamos tener la experiencia del encuentro con el Resucitado. En la Eucaristía compartida. En la Palabra escuchada. En la comunidad que nos apoya y da testimonio. Y la presencia del Señor curará nuestros males. ¿Nos ayuda alguien en este encuentro? ¿ayudamos nosotros a los demás cuando notamos que su camino es de alejamiento y frialdad?

El relato de Lucas, narrado con evidente lenguaje eucarístico, quiere ayudar a sus lectores -hoy, a nosotros- a que conectemos la misa con la presencia viva del Señor Jesús. Pero a la vez, de nuestro encuentro con el Resucitado, si le hemos sabido reconocer en la Palabra, en la Eucaristía y en la Comunidad, ¿salimos alegres, presurosos a dar testimonio de él en nuestra vida, dispuestos a anunciar la Buena Noticia de Jesús con nuestras palabras y nuestros hechos? ¿imitamos a los dos de Emaús, que vuelven a la comunidad, y a las mujeres que se apresuran a anunciar la buena nueva?

Si es así, eso cambiará toda nuestra jornada.


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Homilía para la Vigilia Pascual 2016

No se puede detener la historia. Cuando nos detenemos en uno de sus momentos transitorios, la historia continúa sin nosotros, y nosotros quedamos alienados, de un modo que no es del todo real. Si estamos atentos podemos volver a la realidad cuando esta se impone a nosotros, de una manera u otra. Y si aceptamos la realidad volvemos al camino y a la relación

Los Apóstoles y los otros discípulos habían seguido a Jesús hasta la última Cena y hasta el Huerto de los Olivos, pero todos habían huido cuando fue capturado y conducido a su proceso. Todos, salvo Juan, que lo reencontramos en el Calvario. Ellos no son testigos de los eventos que siguieron. Jesús los reencontrará en el curso de diversas apariciones después de la resurrección y ellos tuvieron que abrir la mente y el corazón para comunicarse que con esta manera definitiva y plena de Jesús resucitado. Las mujeres, que formaban parte de los discípulos de Jesús y que lo habían seguido desde Galilea, fueron más fieles. Estaban todavía con Él, en compañía de su Madre y de Juan, en el momento de su muerte en el Calvario, y también cuando José de Arimatea lo pone en el sepulcro, también estaban allá. Para ellas Él estaba muerto. Ellas tomaron nota del lugar y volvieron el día después del sábado muy de mañana para embalsamar su cuerpo. No sabían que la historia había seguido su curso, que aquel que pensaban que estaba muerto, estaba vivo. Más aún era el Viviente.

Mucho se ha meditado sobre la tumba vacía. De hecho vacía no estaba, según los Evangelistas se encontraban diversas cosas, por ejemplo las vendas, el sudario y sobre todo el ángel o los ángeles, mensajeros de Dios, Pero sobre todo el sepulcro está lleno de la presencia invisible y misteriosa del Viviente.

El error de estas mujeres valientes, es que ellas van al sepulcro para encontrar un muerto. Buscan un muerto. Ahora este muerto no existe. Lo que verdaderamente existe, y que ellas buscan sin saberlo, es no sólo una persona viva, sino “el Viviente”.

El Evangelista que nos acompaña en el camino litúrgico de este año C es san Lucas. Hace unos meses, en Navidad, proclamábamos los primeros capítulos de su Evangelio, allá donde anunciaba todos los grandes temas, y donde nos decía que María había puesto en el mundo “su” primogenitito (como erróneamente se traduce habitualmente), pero el Primogénito, es el Primogénito del Padre eterno y el Primogénito de una multitud de hermanos. Aquí al final de su Evangelio, san Lucas nos dice que este Primogénito, que no es necesario buscar entre los muertos, porque es el Primogénito de cuantos han muerto, es el Viviente.

Una vez que aquellas mujeres la mañana de Pascua han recibido el anuncio de los ángeles, se vuelven a comunicar con el Viviente y de pronto recuerdan sus palabras. Enseguida intentan participar a los Apóstoles, todavía bloqueados por el momento de drama y desconectados de la historia de Jesús que continúa, que va hacia delante.

¿No nos sucede, quizá, alguna vez en nuestra vida, sea en las relaciones con nuestro prójimo, sea en las relaciones con Dios, que nos quedamos fijos en un momento de la historia y no entendemos nada más? Esto sería como dejar de leer una historia antes de llegar al fin o ver una película e irse antes de que termine. En nuestras relaciones humanas, podemos bloquearnos sobre un hecho, un punto donde alguien nos ha herido, o nos ha defraudado, o nos ha insultado. Estamos siempre detenidos en ese pasado, ignorando que la persona en cuestión tiene una historia que ha continuado después de ese hecho, y que esa no es del todo la misma persona. En nuestras relaciones con Dios, quizá nos hemos detenido en un momento, en el cual, a causa de un gran sufrimiento o necesidad, hemos rezado a Dios, y hemos tenido la impresión que no nos ha respondido. Y así no somos más concientes de su presencia, que continúa obrando en nuestra vida. Lloramos sobre la tumba vacía, sin darnos cuenta de la presencia invadente del Viviente.

Una de las lecturas del tiempo Pascual es la del Profeta Ezequiel. El profeta Ezequiel percibió en una visión el Templo nuevo del que brota un manantial que se transforma en un gran río que da la vida (cf. 47,1-12): en una Tierra que siempre sufría la sequía y la falta de agua, ésta era una gran visión de esperanza. El cristianismo de los comienzos entendió que esta visión se ha cumplido en Cristo. Él es el Templo auténtico y vivo de Dios. Y es la fuente de agua viva. De Él brota el gran río que fructifica y renueva el mundo en el Bautismo, el gran río de agua viva, su Evangelio que fecunda la tierra. Pero Jesús ha profetizado en un discurso durante la Fiesta de las Tiendas algo más grande aún. Dice: «El que cree en mí … de sus entrañas manarán torrentes de agua viva» (Jn 7,38). En el Bautismo, el Señor no sólo nos convierte en personas de luz, sino también en fuentes de las que brota agua viva. Todos nosotros conocemos personas de este tipo, que nos dejan en cierto modo sosegados y renovados; personas que son como el agua fresca de un manantial. No hemos de pensar sólo en los grandes personajes, como Agustín, Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Madre Teresa de Calcuta, y así sucesivamente; personas por las que han entrado en la historia realmente ríos de agua viva. Gracias a Dios, las encontramos continuamente también en nuestra vida cotidiana: personas que son una fuente. Ciertamente, conocemos también lo opuesto: gente de la que promana un vaho como el de un charco de agua putrefacta, o incluso envenenada. Pidamos al Señor, que nos ha dado la gracia del Bautismo, que seamos siempre fuentes de agua pura, fresca, saltarina del manantial de su verdad y de su amor.

La historia continúa la del Viviente y la nuestra, y esta historia para nosotros comienza con el Bautismo. Hoy Cecilia recibirá el bautismo y los sacramentos de iniciación, nosotros renovaremos las promesas de nuestro bautismo. No detengamos la marcha caminemos siempre con Jesús resucitado.

Esto que he expresado así sencillamente nos puede suceder individualmente, como sacerdotes, religiosas, laicos, como sociedad. La resurrección es la buena noticia por excelencia, el canto de Aleluya. Es la Alegría que nos anima a no detenernos al margen de la historia, sobre todo de la historia de nuestra salvación. Pidamos a la Madre, la reina del cielo, que se alegra con la resurrección de su Hijo, vivir cada instante la plenitud en comunión con el Viviente, del cual celebramos este día la victoria sobre la muerte y que nos invade en todos los tiempos con su presencia.


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