Cuando Javier traspasó la puerta de acceso a aquella iglesia para asistir a la celebración de un funeral por el eterno descanso de un amigo, de entrada ya se temió lo peor. Los bancos sin reclinatorio y un altar principal perfectamente móvil no podían barruntar cosa buena. Así que se preparó para intentar vivir la celebración lo más serenamente posible.
Sacerdote con las vestiduras litúrgicas prescritas ¡menos mal! Pero casi fue lo único correcto. Porque en aquella misa se dieron algunas cosas de menos, otras de más y otras de aquella otra forma.
De menos echó el acto penitencial, que no se explica porque había que omitirlo. De menos el lavabo, aunque ya se lo imaginaba. A cambio, moniciones sin parar en todo momento. Abundantísimas morcillas a lo largo de toda la plegaria eucarística, que no respetaron la exactitud ni siquiera de las palabras mismas de la consagración.
Tampoco le sonó bien a Javier, antes del padrenuestro, que les dijeran que tenían que sentirse hijos de Dios, mayormente porque lo de ser hijo de Dios no es cuestión de sentimientos, sino bautismal, pero bueno, si lo que pretendían era eso de la consciencia, pues vale, lo del pulpo como animal de de compañía.
Pregunté por la homilía. Evidentemente, el difunto estaba en el cielo, con lo cual tampoco venia a cuento la misa de funeral, que debería haberse convertido en misa de gloria por la canonización. Pero ya sabe que uno es raro, me decía este amigo.
Le sorprendió especialmente a Javier la fórmula empleada en el ofertorio, no porque fuera “doble”: “Bendito seas Señor Dios del universo por este pan y este vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos…”, que casi contaba con ello. Lo realmente novedoso es que acabara así: “ellos serán para nosotros pan y vino”. Así. Ni pan de vida, ni bebida de salvación: pan y vino. La cosa realmente es jorobada, porque si después de toda la celebración la conclusión es que el pan y el vino serán pan y vino, pues nos hemos cargado la transustanciación, la misa y todo lo cargable.
Me decía Javier: pues mire, porque era un funeral y tenía que estar, porque cuando escuché eso de que el pan y el vino serán pan y vino me planteé marcharme. Total, para marear pan y vino me quedo en casa.
Muchas veces he escrito en este blog que no podemos permitirnos el lujo de faltar el respeto a nuestros feligreses. Llega una persona a misa y se encuentra que no puede arrodillarse. Además se omite el acto penitencial, se envía al difunto directamente al cielo, se hacen mangas y capirotes metiendo morcillas en la plegaria eucarística… y encima en las ofrendas te dicen que el pan y el vino serán pan y vino. Pues apaga y vámonos.
El celebrar según indican las normas litúrgicas no es fundamentalismo, conservadurismo, inmovilismo y demás ismos. Es respeto a los fieles que tiene derecho a que las misas se celebren según pide la Iglesia y no según se le ocurra a D. Fulano o al P. Menganítez, tan democráticos y liberales que hacen lo que les sale de la estola por el artículo 33.
Evidentemente si dices algo la respuesta es obvia: cavernícola, y eso que aún no se han aprendido lo de “infocatólico”, que es algo así como cavernícola, carca, varios ismos y encima con pintas.
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No entendí mucho el sentido de todo lo escrito pero que no podían arrodillarse porque no había reclinatorio?? Yo estoy en una ciudad de 3mm de habitantes de un país latino, aqui nos arrodillamos en el suelo, en concreto, hasta en tierra porque le estamos dando culto al que se inmoló en la cruz por nosotros... qué importa si se tallan un poquito las rodillas. Pero no sé para quiénes y en qué país está escrito este artículo. (lo de las morcillas no sé qué es... aquí son tripas de cerdo rellenas).