octubre 2017

18:44

Mural de Todos los santos capilla del Santuario de la Divina Misericordia, Polonia

Homilía para la Solemnidad de Todos los Santos

Jornada nacional de oración por la santificación del pueblo argentino y la glorificación de sus siervos de Dios

Hoy la Iglesia celebra su dignidad de “madre de los santos, imagen de la ciudad celestial” (A. Manzoni), y manifiesta su belleza de esposa inmaculada de Cristo, fuente y modelo de toda santidad. Ciertamente, no le faltan hijos díscolos e incluso rebeldes, pero es en los santos donde reconoce sus rasgos característicos, y precisamente en ellos encuentra su alegría más profunda.

En la primera lectura, el autor del libro del Apocalipsis los describe como “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua” (Ap 7, 9). Este pueblo comprende los santos del Antiguo Testamento, desde el justo Abel y el fiel patriarca Abraham, los del Nuevo Testamento, los numerosos mártires del inicio del cristianismo y los beatos y santos de los siglos sucesivos, hasta los testigos de Cristo de nuestro tiempo. A todos los une la voluntad de encarnar en su vida el Evangelio, bajo el impulso del eterno animador del pueblo de Dios, que es el Espíritu Santo.

Pero, “¿de qué sirve nuestra alabanza a los santos, nuestro tributo de gloria y esta solemnidad nuestra?”. Con esta pregunta comienza una famosa homilía de san Bernardo para el día de Todos los Santos. Es una pregunta que también se puede plantear hoy. También es actual la respuesta que el Santo da: “Nuestros santos ―dice― no necesitan nuestros honores y no ganan nada con nuestro culto. Por mi parte, confieso que, cuando pienso en los santos, siento arder en mí grandes deseos” (Discurso 2: Opera Omnia Cisterc. 5, 364 ss).

Este es el significado de la solemnidad de hoy: al contemplar el luminoso ejemplo de los santos, suscitar en nosotros el gran deseo de ser como los santos, felices por vivir cerca de Dios, en su luz, en la gran familia de los amigos de Dios. Ser santo significa vivir cerca de Dios, vivir en su familia. Esta es la vocación de todos nosotros, reafirmada con vigor por el concilio Vaticano II, y que hoy se vuelve a proponer de modo solemne a nuestra atención.

Pero, ¿cómo podemos llegar a ser santos, amigos de Dios? Decía en una ocasión como esta el papa emérito: a esta pregunta se puede responder ante todo de forma negativa: para ser santos no es preciso realizar acciones y obras extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales. Luego viene la respuesta positiva: es necesario, ante todo, escuchar a Jesús y seguirlo sin desalentarse ante las dificultades. “Si alguno me quiere servir―nos exhorta―, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará” (Jn12, 26).

Quien se fía de él y lo ama con sinceridad, como el grano de trigo sepultado en la tierra, acepta morir a sí mismo, pues sabe que quien quiere guardar su vida para sí mismo la pierde, y quien se entrega, quien se pierde, encuentra así la vida (cf. Jn 12, 24-25). La experiencia de la Iglesia demuestra que toda forma de santidad, aun siguiendo sendas diferentes, pasa siempre por el camino de la cruz, el camino de la renuncia a sí mismo.

Las biografías de los santos presentan hombres y mujeres que, dóciles a los designios divinos, han afrontado a veces pruebas y sufrimientos indescriptibles, persecuciones y martirio. Han perseverado en su entrega, “han pasado por la gran tribulación ―se lee en el Apocalipsis― y han lavado y blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero” (Ap 7, 14). Sus nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 20, 12); su morada eterna es el Paraíso. El ejemplo de los santos es para nosotros un estímulo a seguir el mismo camino, a experimentar la alegría de quien se fía de Dios, porque la única verdadera causa de tristeza e infelicidad para el hombre es vivir lejos de él.

La santidad exige un esfuerzo constante, pero es posible a todos, porque, más que obra del hombre, es ante todo don de Dios, tres veces santo (cf. Is 6, 3). En la segunda lectura el apóstol san Juan observa: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (1 Jn 3, 1). Por consiguiente, es Dios quien nos ha amado primero y en Jesús nos ha hecho sus hijos adoptivos. En nuestra vida todo es don de su amor. ¿Cómo quedar indiferentes ante un misterio tan grande? ¿Cómo no responder al amor del Padre celestial con una vida de hijos agradecidos? En Cristo se nos entregó totalmente a sí mismo, y nos llama a una relación personal y profunda con él.

El Evangelio propio de esta solemnidad son las Bienaventuranzas, que nos muestran la fisonomía espiritual de Jesús y así manifiestan su misterio, el misterio de muerte y resurrección, de pasión y de alegría de la resurrección. Este misterio, que es misterio de la verdadera bienaventuranza, nos invita al seguimiento de Jesús y así al camino que lleva a ella.

En la medida en que acogemos su propuesta y lo seguimos, cada uno con sus circunstancias, también nosotros podemos participar de su bienaventuranza. Con él lo imposible resulta posible e incluso un camello pasa por el ojo de una aguja (cf. Mc 10, 25); con su ayuda, sólo con su ayuda, podemos llegar a ser perfectos como es perfecto el Padre celestial (cf. Mt 5, 48).

El inicio de la vida de fe y la perseverancia final es un don gratuito de la gracia, pero en el medio tenemos que colaborar. La santidad deseada y vivida exige atención, buen uso de la libertad.

Antes de ayer una amiga me envío un videíto por wasap, en italiano. Se trata del experimento, planificado por el diario ‘The Washington Post’ y publicado en su dominical, que consistía en observar la reacción de la gente ante la música tocada por Joshua Bell, uno de los mejores violinistas del mundo, que aceptó la propuesta de actuar de incógnito en el subterráneo estadounidense.

El 12 de enero de 2007, a las 07.51 de la mañana, el artista y ex niño prodigio comenzó su recital de seis melodías de diversos compositores clásicos en la estación de L’Enfant Plaza, epicentro del Washington federal, entre decenas de personas cuyo único pensamiento era llegar a tiempo al trabajo.

En los 43 minutos que tocó, el violinista (nacido en Indiana en 1967) recaudó en su estuche 32 dólares y 17 céntimos -donados a la beneficencia-. La cifra está muy lejos de los 100 dólares que los amantes de su música pagaron tres días antes por asientos decentes (no los mejores) en el Boston Symphony Hall, que registró un lleno completo.

En cambio, en L’Enfant Plaza, alejado de las campañas de promoción de su arte, fuera de los grandes escenarios y con la única compañía de su violín, a Bell sólo lo reconoció una persona y muy pocas más se detuvieron siquiera unos momentos a escucharle.

El diario en cuestión partía de la siguiente pregunta: ¿Sería capaz la belleza de llamar la atención en un contexto banal y en un momento inapropiado?

Seguro que ya saben por dónde voy, ¿seremos capaces de percibir la belleza de la santidad en el contexto de nuestra vida? O ¿pagamos fortunas por cosas que no apreciamos y lo que de verdad nos puede llenar de sentido la vida, pasa sin que lo avistemos, al lado nuestro?

Con María pidamos a Dios reconocer lo bueno y lo bello de la santidad a la que nos llama Jesús.

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10:23



Miércoles 01 de Noviembre de 2017
Todos los Santos
(S). Blanco

Jornada nacional de oración por la santificación del pueblo argentino y la glorificación de sus siervos de Dios.

En la Iglesia de Oriente, en el siglo IV, se comenzó a celebrar la memoria de todos los mártires. Luego, esta celebración se amplió a todos los santos para recordar y honrar a todos los hombres y mujeres, conocidos o no, que vivieron su vida en santidad. El papa Bonifacio IV estableció la solemnidad en forma definitiva en el año 610.

Antífona de entrada         
Alegrémonos todos en el Señor al celebrar esta solemnidad en honor de todos los santos. Los ángeles se regocijan por esta solemnidad y alaban al Hijo de Dios.

Oración colecta     
Dios todopoderoso y eterno, que nos concedes celebrar en una sola fiesta los méritos de todos tus santos; te rogamos que, por las súplicas de tantos intercesores, derrames sobre nosotros la ansiada plenitud de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas        
Recibe con agrado, Señor, las ofrendas que te presentamos en honor de todos tus santos, y concédenos experimentar la fraterna solicitud por nuestra salvación, de quienes han alcanzado ya la felicidad eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión        Mt 5, 8-10
Felices los que tiene el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos.

Oración después de la comunión
Te adoramos, Dios admirable, fuente única de santidad, e imploramos tu misericordia para que, santificados por tu amor, pasemos de esta mesa de los peregrinos al banquete eterno de tu Reino. Por Jesucristo, nuestro Señor.

1ª Lectura    Apoc 7, 2-4. 9-14
Lectura del libro del Apocalipsis.
Yo, Juan, vi a un ángel que subía del Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y comenzó a gritar con voz potente a los cuatro ángeles que habían recibido el poder de dañar a la tierra y al mar: “No dañen a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios”. Oí entonces el número de los que habían sido marcados: eran 144.000 pertenecientes a todas las tribus de Israel. Después de esto, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: “¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero!”. Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, se postraron con el rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: “¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén!”. Y uno de los ancianos me preguntó: “¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de túnicas blancas?”. Yo le respondí: “Tú lo sabes, Señor”. Y él me dijo: “Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”.
Palabra de Dios.

Comentario
Esta descripción nos muestra a los santos, que están ante el trono de Dios. Allí se encuentran los que pertenecen a “las doce tribus de Israel” y los que provienen de todas las naciones de la tierra. Con la vestidura blanca que recibimos en el bautismo, nosotros también esperamos llegar a cantar algún día ante el trono de Dios.

Salmo 23, 1-6
R. ¡Benditos los que buscan al Señor!

Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes, porque él la fundó sobre los mares, él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.

¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente. R.

Él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su Salvador. Así son los que buscan al Señor, los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.

2ª Lectura    1Jn 3, 1-3
Lectura de la primera carta de san Juan.
Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro.
Palabra de Dios.

Comentario
Hay muchos santos en este mundo que viven como hijos e hijas de Dios. Su condición aún no se ha manifestado plenamente, porque en esta tierra siempre habrá males y pecados que impidan que se vea claramente su santidad. A pesar de ello, quienes sabemos que somos amados por Dios, queremos hacer presente su amor en el mundo.

Aleluya        Mt 11, 28
Aleluya. “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”, dice el Señor. Aleluya.

Evangelio     Mt 4, 25—5, 12
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Seguían a Jesús grandes multitudes, que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.
Palabra del Señor.

Comentario
“Manso tiene, con mucha frecuencia, el sentido de pobre. Es una manera de representar a quienes están bien dispuestos para reconocer y aceptar la pobreza del rey mesías, según los proyectos insondables y muchas veces desconcertantes de Dios. La mansedumbre es puesta por Jesús como expresión del camino para acceder al reino definitivo”.

Oración introductoria 
Señor, gracias por indicarme tan claramente el camino para poder alcanzar la dicha, la alegría que me hará saltar de contento por toda la eternidad. Guía mi oración para que este día esté orientando hacia mi meta final. 

Petición 
Dios mío, que las bienaventuranzas sean mi criterio de vida, mi forma de pensar y de comportarme. 

Meditación 

1. Una muchedumbre inmensa que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. Podemos aplicar muy bien esta frase del Apocalipsis a todas aquellas personas que, durante su vida, fueron un ejemplo admirable de santidad, aunque su nombre no figure en ningún calendario, ni santoral religioso. Seguro que todos nosotros conocemos a alguna de estas personas, familiares, amigas o simplemente conocidas, que durante su vida fueron para nosotros ejemplo de bondad y santidad. Hoy, fiesta de todos los santos, queremos dedicarles nuestro recuerdo, nuestra oración y nuestra admiración. Sí, queremos dedicar esta fiesta al recuerdo de tantas personas anónimas que testimoniaron con el ejemplo de su vida su fe religiosa. Madres y padres que trabajaron en el anonimato de la casa, o del campo, o de la empresa, regalando sudor y amor, pendientes siempre de la familia y del trabajo y de la sociedad. Empleados y jornaleros fieles y cumplidores, mujeres explotadas y generosas, pobres luchadores y valientes, cristianos, en definitiva, que supieron hacer de su fe el motor y la palanca para luchar con amor contra el mal y la injusticia. Todos ellos supieron renunciar a muchas diversiones justas y a muchos gastos superfluos, a muchas comodidades y a muchos descansos, para conseguir así, con el ejemplo de su fe, y con una lucha valiente, que su familia y la sociedad en la que vivían pudieran tener una vida más digna y más de acuerdo con los designios de Dios. Su lucha y su esfuerzo no fueron muchas veces debidamente reconocidos, ni mucho menos recompensados. Vivieron y murieron anónimamente; podemos afirmar que su vida fue, en muchos casos, un sacrificio, un lento martirio aceptado por amor, que sólo floreció y fructificó después de la muerte. Si la vida del cristiano es siempre una lucha contra el mal, la vida de estos santos anónimos fue, sin duda, una lucha que mereció la aprobación y recompensa por parte de Dios. La vida de estos santos anónimos, cuyo recuerdo hoy celebramos, debe servirnos de guía y estímulo a todos los que ahora queremos seguir luchando con las armas del evangelio contra la injusticia y contra el mal en el mundo.

2. La victoria es de nuestro Dios. La muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, raza y lengua han vencido ya a la muerte y gozan, con sus vestiduras blancas y con palmas en sus manos, de la presencia de Dios. Son, como venimos diciendo, los santos anónimos a quienes las fuerzas del mal, los enemigos de Dios, les maltrataron, les hicieron sufrir una gran tribulación, pero ellos supieron luchar contra el mal, resistieron, no se acobardaron, y con la fuerza que Dios les dio vencieron al mal. Es el triunfo de Dios, la victoria del bien sobre el mal. Los santos anónimos, como la muchedumbre del Apocalipsis, no tienen nombres conocidos, ni hazañas escritas en la historia, pero están vivos y triunfantes ante Dios. Ellos nos invitan a la lucha y al esfuerzo, al amor y a la generosidad, a la defensa de los auténticos valores del evangelio; ellos son un canto a la esperanza, a la victoria final de nuestro Dios.

3. Ahora somos hijos de Dios. Los cristianos llamamos todos los días a Dios Padre nuestro y nos gusta creer que somos sus hijos. Lo difícil es vivir como auténticos hijos de Dios. Porque la carne, que es débil, se rebela constantemente contra el espíritu, el cuerpo nos arrastra y nos empuja hacia los placeres materiales y, en muchos momentos, actuamos más como hijos de la carne que como hijos de Dios. Así es nuestra pobre realidad. Pero es verdad que somos hijos de Dios y nuestro deber es trabajar cada día para comportarnos como tales. En el plano de nuestra conducta diaria, el vivir como hijos de Dios es más una tarea a realizar, que una realidad ya conquistada. Nuestra vocación es vivir como hijos de Dios, pero cada día comprobamos la enorme distancia que nos queda por recorrer para conseguirlo.

4. De ellos es el reino de los cielos. La razón primera y última por la que pueden considerarse bienaventurados los pobres, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y los perseguidos por causa de la justicia, es porque de ellos es el reino de los cielos. Pero yo creo que no debemos poner, sin más, el reino de los cielos en la otra vida y decirles a los que sufren y a los perseguidos por causa de la justicia que tengan paciencia en esta vida, porque la felicidad les llegará después en la otra. Yo creo que Jesús de Nazaret y su Padre, nuestro Padre Dios, quieren que todas las personas seamos felices también aquí, mientras vivimos. Y no hay duda de que si todos nos comportáramos y viviéramos como auténticos hijos de Dios, viviríamos de verdad felices y bienaventurados también aquí en la tierra. Por eso, lo que tenemos que hacer los cristianos, si de verdad queremos que el reino de Dios empiece a realizarse ya en esta vida, es vivir nosotros como auténticos hijos de Dios y trabajar arduamente para que el mundo en el que vivimos sea un poco más bueno cada día. Es nuestra tarea de cada día, que debemos llevar a cabo con la gracia de Dios.

Propósito 


Hoy en día el mensaje de Jesús en la Montaña sigue plenamente vigente. ¡Sólo se necesitan almas nobles, valientes y generosas que quieran ser auténticamente felices y quieran poner por obra su mensaje! Serán realmente dichosas. Y el mundo cambiará. 

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09:49


Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.

Comunión de los santos

La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.

Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.

Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1ro. de noviembre.

Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.
Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:

¿Como alcanzar la santidad?

- Detectando el defecto dominante y planteando metas para combatirlo a corto y largo plazo.
- Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.
- Acercándonos a los sacramentos.

Un poco de historia

La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires

La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma. 

Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.

Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.

Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.

Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.

El Concilio Vaticano II reestructuró el calendario del santoral:

Se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal (santos de todos los continentes y no sólo de algunos). 

Categorías de culto católico

Los católicos distinguimos tres categorías de culto:

- Latría o Adoración: Latría viene del griego latreia, que quiere decir servicio a un amo, al señor soberano. El culto de adoración es el culto interno y externo que se rinde sólo a Dios.

- Dulía o Veneración: Dulía viene del griego doulos que quiere decir servidor, servidumbre. La veneración se tributa a los siervos de Dios, los ángeles y los bienaventurados, por razón de la gracia eminente que han recibido de Dios. Este es el culto que se tributa a los santos. Nos encomendamos a ellos porque creemos en la comunión y en la intercesión de los santos, pero jamás los adoramos como a Dios. Tratamos sus imágenes con respeto, al igual que lo haríamos con la fotografía de un ser querido. No veneramos a la imagen, sino a lo que representa.

- Hiperdulía o Veneración especial: Este culto lo reservamos para la Virgen María por ser superior respecto a los santos. Con esto, reconocemos su dignidad como Madre de Dios e intercesora nuestra. Manifestamos esta veneración con la oración e imitando sus virtudes, pero no con la adoración.

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OFICIO DE LECTURA - TODOS LOS SANTOS. (SOLEMNIDAD) - TIEMPO ORDINARIO

De la Solemnidad.



SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Bernardo, abad
(Sermón 2: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 364-368 )

APRESURÉMONOS HACIA LOS HERMANOS QUE NOS ESPERAN

¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.

El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.

Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos las cosas de arriba, pongamos nuestro corazón en las cosas del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.

El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión. Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para recordarnos que también nosotros estamos muertos y nuestra vida está oculta con el. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él, brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.

Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también en gran manera la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.

RESPONSORIO    Ap 19, 5. 6; Sal 32, 1

R. Alabad al Señor, sus siervos todos, los que le teméis, pequeños y grandes; * porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
V. Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos.

R. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.

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OFICIO DE LECTURA - SÁBADO DE LA SEMANA XXX - TIEMPO ORDINARIO

De la Solemnidad. 1 de Noviembre

TODOS LOS SANTOS. (SOLEMNIDAD) 


Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.


PRIMERA LECTURA



Del libro del Apocalipsis 5, 1-14

COMPRASTE PARA DIOS HOMBRES DE TODA RAZA, LENGUA, PUEBLO Y NACIÓN 

Yo, Juan, vi, a la derecha del que estaba sentado en el trono, un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que gritaba a grandes voces:
«¿Quién es digno de abrir el libro y romper sus sellos?»

Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni ver su contenido. Yo lloraba mucho, porque no se encontró a nadie digno de abrir el libro y de ver su contenido. Pero uno de los ancianos me dijo:

«No llores más. Mira que ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David, y él puede abrir el libro y sus siete sellos.»

Y vi en medio, donde estaban el trono y los cuatro seres y en medio de los ancianos, un Cordero en pie y como degollado. Tenía siete cuernos y siete ojos, es decir: los siete espíritus de Dios, enviados por toda la tierra. Vino y tomó el libro de la diestra del que estaba sentado en el trono. Y, cuando lo hubo tomado, los cuatro seres y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero, teniendo cada uno su cítara y sus copas de oro llenas de incienso, que significaban las oraciones de los santos. Y cantaban un cántico nuevo, diciendo:

«Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y por tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes y reinan sobre la tierra.»

Y tuve otra visión. Y oí un coro de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres y de los ancianos. Y era su número miríadas de miríadas y millares de millares. Y aquel coro inmenso de voces decía:

«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza.»

Y todas las creaturas que existen en el cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y todo cuanto en ellos se contiene, oí que decían:

«Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.»

Y los cuatro seres respondían:

«Amén.» 

Y los ancianos cayeron de hinojos y rindieron adoración al que vive por todos los siglos.

RESPONSORIO    Ap 11, 17. 18; Sal 144, 10

R. Gracias te damos, Señor Dios omnipotente, el que eres y el que eras, * porque comenzaste a reinar y llegó el tiempo de dar el galardón a tus siervos y a los santos.
V. Que todas tus creaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles.
R. Porque comenzaste a reinar y llegó el tiempo de dar el galardón a tus siervos y a los santos.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Bernardo, abad
(Sermón 2: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 364-368 )

APRESURÉMONOS HACIA LOS HERMANOS QUE NOS ESPERAN

¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.

El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.

Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos las cosas de arriba, pongamos nuestro corazón en las cosas del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.

El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión. Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para recordarnos que también nosotros estamos muertos y nuestra vida está oculta con el. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él, brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.

Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también en gran manera la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.

RESPONSORIO    Ap 19, 5. 6; Sal 32, 1

R. Alabad al Señor, sus siervos todos, los que le teméis, pequeños y grandes; * porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
V. Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos.
R. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado. 

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, que nos concedes celebrar los méritos de todos los santos en una misma solemnidad, te rogamos que, por las súplicas de tan numerosos intercesores, nos concedas en abundancia los dones que te pedimos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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Muchas webs tradicionalistas han acusado al Papa de luteranizar la Iglesia. Permítaseme un apunte personal para entender cómo veo los encuentros y declaraciones que ha habido en este año entre luteranos y católicos.

Cuando estudié mi licenciatura en teología en la especialidad de Historia de la Iglesia, tuve un profesor jesuita que nos intentó hacer ver lo positivo de Lutero. Tampoco ocultó lo negativo, pero nos trató de hacer entender lo positivo de su persona y escritos. Yo fui muy contrario a la forma de enfocar las clases de ese profesor. Incluso fui soberbio en el modo en el que me dirigí a él, ahora lo reconozco. En ese momento, me parecía estar defendiendo la verdad: Lutero era malísimo y punto final.


Yo tenía 26 años. A esa edad cualquier inmadurez y radicalismo se puede todavía excusar.

Las clases de su semestre pasaron, pero con los años se produjo, en mi reflexión personal, una profundización en la teología de la Carta a los Romanos. Y, entonces, fui entendiendo que, aunque Lutero hubiera roto con la Iglesia, su insistencia en la fe que salva era verdadera. Por supuesto que hay que entender esa doctrina de la fe de acuerdo a la ortodoxia de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, sí que es cierto que sin la obra de Lutero no hubiéramos entendido esa doctrina en toda la radicalidad de san Pablo. Habíamos tenido quince siglos, y ésa era una verdad en la que no se insistía demasiado: cuando era central en san Pablo. Es verdad que la doctrina estaba en la Carta a los Romanos, pero siempre había sido leída con tantos “peros”, con tantos condicionantes, que quedaba muy eclipsada y atenuada.

Esa verdad del Nuevo Testamento de la fe que salva se sentía por parte de los celosos pastores que debía ser tan glosada, que expresada en estado puro parecía una herejía. Era una verdad en la que convenía que no se insistiese demasiado en ella.

En quince siglos, la encontramos en muchos autores católicos previos a Lutero. Pero hallamos esa verdad divina bajo capas y capas de comentarios humanos. Era como una verdad que debía ser encerrada con varios cerrojos, porque sería sino malentendida. Después de Lutero, todavía más cerrojos para no parecer hereje.

Lutero hizo lucir en toda su verdad la doctrina de la justificación. Y eso ha tenido una impresionante influencia en los autores católicos, sobre todo del siglo XX. Es decir, de los teólogos que han podido leer a Lutero ya sin prejuicios.

No estoy diciendo, resulta claro, que no haya errores en las obras de Lutero. Por supuesto que los hay. Pero también hay toda una doctrina, una lectura de san Pablo, una visión de la justificación, que haríamos mal en no valorarla en toda su bondad. Además Lutero reflexionó de un modo teológicamente muy profundo sobre el tema. No era un mero predicador.

La visión de unas comunidades cristianas que han vivido de la Palabra, que se han sentido justificadas por la fe en Cristo, ha sido muy interesante para la teología católica. Sin ellos, podríamos haber teorizado acerca de cómo podía haber sido el cristianismo quitando algunos de nuestros pilares. Su existencia ha sido una existencia en la vida centrados en la gracia, en la justificación gratuita, en la Voz de Dios que habla en la Biblia. Los luteranos, los grupos protestantes, han producido muchos frutos del Espíritu. Negar eso sería cerrar los ojos.

Que nadie por defender la ortodoxia, niegue lo evidente: los tesoros de los luteranos, los frutos que hay en sus comunidades; así como el provecho que nuestros teólogos pueden obtener y han obtenido del diálogo con su teología.

Los que claman que el papa Francisco está luteranizando la Iglesia no han entendido nada de este mensaje de diálogo, de amor, de querer que todos los cristianos nos sintamos miembros de una única familia.

¿Que me podría fijar en todo lo negativo de la vida y obra de Lutero?, por supuesto. Me leí con lentitud y detención los dos magistrales tomos de la biografía de Garcia-Villoslada. Eso fue en mi juventud. Después seguí leyendo y reflexionando. Al final, llegué a las conclusiones del Papa Francisco.

Ahora llega el momento de reconciliarnos con los luteranos, aun a sabiendas que sostenemos doctrinas distintas. Pero desde la diferencia y en el reconocimiento de la diferencia, amémonos ya, oremos juntos ya: reconciliémonos. No les pedimos que reconozcan lo que nosotros consideramos sus errores. Ellos no nos piden que reconozcamos lo que consideran nuestros errores. No es una reconciliación en el error. Sino una reconciliación en la verdad común y en el amor que nace de la verdad común. ¿Quién critica eso? Los de siempre. Siempre están allí, asomándose por la esquina, los de siempre.

Algunos querrían hacer de la Iglesia una especie de burbuja de Amish católicos petrificados en el siglo XIX, porque en los comienzos del XX ya hay doctrinas que les parecen que empiezan a resquebrajar su visión sentimental de la ortodoxia.

Algunos querrían que la Iglesia Católica fuera regida al modo del consejo del Watchtower de Nueva York para todos los testigos de Jehova:  unas consignas tajantes, uniformes y que vigilen que no se forme ningún puente con nada ni nadie que no sea 100% puro o lo que se considera puro.


Una cosa es que los dogmas sean expresión de la verdad y que, por tanto, sean pilares que no pueden cambiar. Y otra cosa es ese amor por la petrificación de la teología y las puntillas en los roquetes.

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09:06

El grano de mostaza

El grano de mostaza es un ejemplo/parábola de Jesús para hacernos descubrir la acción divina. No es un Dios marketinero al estilo de los comerciantes o políticos. Le basta lo pequeño para obrar allí lo grande

Meditación del Evangelio de Hoy: Lucas 13,18-21

Jesús dijo entonces: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo?

Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas”.

Dijo también: “¿Con qué podré comparar el Reino de Dios?

Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa”.

Una reflexión en video sobre el grano de mostaza

 

El artículo El grano de mostaza lo publicó Fabián Castro primero en Catolicus.

07:40
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Además de mi oración y mi recuerdo, todo mi afecto para el P. Maco en esta gran fiesta de sus 25 años sacerdotales. Imborrable el recuerdo de aquella magna Ordenación, tuya y del P. Fredy, por el recordado Monseñor Eduardo. Que la alegría de ese día y de estos 25 años perdure mucho tiempo en esta vida y por la eternidad. Un abrazo muy fuerte.

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Fuimos tres amigos a aquella casa. Tendríamos entre 15 y 16 años: esa edad en la que el corazón acoge deseos de hacer cosas grandes por los demás. Nos habíamos decidido a visitar a alguna persona necesitada para llevarle un pequeño obsequio –compramos unos pasteles-, acompañarla con nuestra conversación y ayudarla en lo que fuera posible.
            Conseguimos la dirección en el “Patronato de Enfermos” (institución dirigida por las Damas Apostólicas en la calle Santa Engracia, de Madrid, y que se dedica a la atención de personas muy necesitadas). Aquella mujer vivía en un edificio situado entre Alonso Martínez y Bilbao. Subimos andando a uno de los últimos pisos –no había ascensor- y llamamos a la puerta. La mujer –amable- que abrió tendría cerca de sesenta años. Nos invitó a pasar.
          Su casa “consistía” en una habitación pequeña –poco más de veinte metros cuadrados- en la que convivía con su madre –muy mayor- a la que debía atender en todo, pues era incapaz de moverse de su silla. Una cortina de hule intentaba crear dos ambientes distintos en la única habitación que tenía la casa.
            Íbamos para darle conversación y un poco de alegría, pero ella tenía la sonrisa en su boca –una sonrisa natural- y la alegría en su alma desde el principio. Nos habló sin “victimismo” de su pobreza: apenas les llegaba el dinero para comer, carecían de agua corriente (y ella tenía que bajar andando todos los días a recoger un bidón para remediar las necesidades más elementales) y tampoco tenían acceso a la medicación necesaria para su madre. Sin embargo, todas las carencias materiales eran eclipsadas por la riqueza espiritual: una fe recia y encarnada en toda su vida.
            Nos habló con naturalidad de la devoción que tenía a un sacerdote que había fallecido años atrás con fama de santidad. Y se refirió al favor que le había hecho a una amiga suya, también pobre: una mañana, su amiga  se encontró con que sólo disponía de cinco duros (que entonces era como si hoy se encontrase con cincuenta céntimos en el bolsillo) y no tenía nada para que su familia comiese ese día. Después de rezarle al sacerdote, salió a la calle y se metió en un local que tenía máquinas tragaperras. Ella nunca había jugado a esas máquinas, pero se “encaró” con Dios a través de su santo: -“Ya ves que con cinco duros no comemos, ni un poco de arroz; que yo nunca he jugado a esto, pero que ahora lo hago por necesidad: no me falles”. Y jugó. Y ganó… ¡el premio gordo! (de hecho, salieron adelante durante toda una semana con el dinero obtenido: bien es cierto que en esa familia se conseguía “extender” el dinero de forma casi milagrosa para alimentarse).
            Mientras hablaba nos animó a comer algo… ¡de los pasteles que le habíamos comprado! –“Pero si son para usted”… –“¿Qué ocurre, no os gustan? Además, vosotros sois muy jóvenes”, respondió para que no le hiciésemos el “feo” de rechazarlos.
            Total: que nos fuimos de allí habiendo comido pasteles y habiendo pasado un rato agradabilísimo con aquella buena mujer (que nos pidió que volviésemos siempre que quisiéramos)… Habíamos ido a visitar a una mujer pobre y, en su casa, habíamos recibido de ella “limosna” (tanto material como espiritual, por el bien que nos hizo).
******************** 
            Dice el refrán que “tiene más quien menos necesita”. Por eso recibimos limosna cuando fuimos a visitar a aquella mujer pobre: nos comimos los pasteles que le llevamos –“vosotros sois jóvenes y necesitáis comer”, razonaba de forma inapelable- y salimos beneficiados –enriquecidos- de su enorme riqueza espiritual.

            Tiempo después, cuando volví al “Patronato de Enfermos” y pregunté por esa mujer, me dijeron que su madre había fallecido y que entonces ella había decidido dedicarse por entero a ayudar a las Damas Apostólicas en su tarea de atención a la gente necesitada. Primero se había entregado al servicio de su madre, y cuando ésta había fallecido pensó –en su pobreza “sin alardes”- que debía dedicarse a atender a los pobres: si esta mujer ha fallecido ya, estoy convencido de que tendrá un cielo muy grande. Aunque ya tenía parte de ese “cielo” en vida, porque era feliz en su “indigencia” al vivir cerca de Dios.

            Todos salimos aquel día muy removidos por dentro. Uno de mis amigos dijo poco después: -“No quiero que me invites nunca más a una visita de éstas”. -“Si quieres vamos a otra que sea menos fuerte”, le respondí. Pero él dijo que no, que a ninguna. Por desgracia, pude comprobar más adelante que, siendo un muchacho con virtudes, cuando veía que Dios podía pedirle una exigencia mayor, se distraía en otras cosas para no complicarse la vida (ciertamente, me recordaba al pasaje evangélico del -tristemente famoso- joven rico).

            Cuando Dios “hiere” nuestro corazón –sirviéndose a menudo de otras personas- hay que corresponder a sus exigencias sin hacer oídos sordos, pues podríamos endurecernos por dentro. Además, por mucho que parezca que le damos, siempre es más lo que recibimos: empezando por la relativa felicidad que es posible alcanzar ya en esta vida.

anecdonet.com

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Escribe Pablo Cabellos: Actualmente camina una teoría que viene fraguándose desde hace unos cuantos años, llamada ‘transhumanismo’, negadora de todo cuanto es humano.
La frase que da título a estas líneas procede de un proverbio latino consignado por Publio Terencio Africano. Literalmente dice: Homo sum, humani nihil a me alienum puto (‘hombre soy, nada humano me es ajeno’). Lo escribe en su comedia Heautontimorumenos (‘El enemigo de sí mismo’) en el año 165 A.C. 

El diccionario de la Real Academia de la Lengua ofrece varios significados relativos al vocablo humanidad, todos ellos muy aprovechables −por eso los copio− para mostrar el sentido de lo humano: naturaleza humana; género humano; conjunto de personas; fragilidad o flaqueza propia del ser humano, sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas; benignidad, mansedumbre, afabilidad; cuerpo de una persona; conjunto de disciplinas que giran en torno al ser humano, como la literatura, la filosofía o la historia; antiguamente, lengua y literatura clásicas.
Se entiende bien que Publio Terencio Africano afirmara que nada de cuanto es humano le fuera ajeno. También si consideramos la naturaleza humana como el conjunto de todos los hombres o de las cualidades y caracteres propios del hombre. ¿Quién no se siente atraído para admirar y atender, por ejemplo, a la fragilidad o flaquezas de los demás? ¿No demuestra nuestra sociedad la compasión acerca de las desgracias humanas? ¿Acaso no deseamos vivir y ayudar a vivir la benignidad, mansedumbre o afabilidad con los que nos rodean y aun con los lejanos? ¿No seremos capaces de respetar la dignidad del cuerpo en la salud y en la enfermedad y, también, no considerándolo como un objeto de usar y tirar? ¿Tenemos en mucho las disciplinas citadas, que facilitan una mejor comprensión del ser humano?
Ha escrito Monseñor Ocáriz en una carta fechada el 14 de febrero pasado un conjunto de muy interesantes ideas, entre las que ahora destacaría dos breves series, breves pero con un copioso contenido. Además de la corporeidad, inseparable de la condición humana, por una parte afirma la necesidad de coherencia entre lo que se piensa, se reza y se vive. Si no es así, puede generarse una especie de esquizofrenia, de falta de unidad entre los distintos aspectos de la vida que pueden originar hipocresía, falsedad u otros despropósitos, incluso pensando que somos buena gente. Se puede cavilar mucho y no tener una cabeza bien amueblada, con un modo de pensar trabado, sino parecido a una coctelera cuando no se tiene una mente ordenada y capaz de establecer relaciones. Se puede rezar de un modo desligado de la conducta. Y se puede vivir de modo no coincidente con lo anterior.
La otra serie afirma que en la formación de las personas, para que sea íntegra, se ha de prestar solicitud a la cabeza, voluntad, corazón y relaciones con los demás. Todo ello suministra una humanidad que no puede sernos ajena porque aúna los aspectos capitales del hombre. No se está diciendo que los humanos no tengamos defectos, es más, por experiencia conocemos los propios y ajenos y una parte importante de nuestra existencia consiste en comprender, perdonar y disculpar los defectos ajenos, a la vez que aprendemos a solicitar el perdón de Dios y de los hombres. Quizá nunca somos más grandes que cuando imploramos ese perdón. La misericordia tiene un papel capital en nuestra existencia: es perdonar de forma que hagamos incluso propia la miseria ajena. Tal vez por esto escribió San Josemaría que la misericordia es la manifestación más hermosa del amor de Dios. Y el Papa Francisco ha repetido ideas parecidas en multitud de ocasiones.
Pero actualmente camina una teoría que viene fraguándose desde hace unos cuantos años, llamada transhumanismo, negadora de todo cuanto es humano. Un joven filósofo −Rafael Monterde− ha escrito: La cultura ilustrada moderna puede denominarse, en consecuencia, como transnatural. Ahora le toca el turno al ser humano. Todo apego a la naturaleza, todo vínculo biológico puede ser visto como una amenaza para el concepto de vida que se comprende dentro del marco conceptual del transhumanismo. La biología condiciona, determina el tiempo vital del ser humano. Precisamente porque lo humano es, en parte, biológico. Pero ello nos arrebata la pretensión de vida ilimitada temporalmente, porque estamos ligados al ciclo de la vida que comprende la circularidad de los movimientos naturales. Así, se busca un tiempo lineal, indeterminado, infinito, homogéneo, en el que la vida sea transformada y no dependa del ciclo natural.
Por razones de espacio, tomo del mismo filósofo: Según lo que se acaba de decir, el cuerpo es visto como algo indigno para vivir, pues en sí mismo lleva escrita la palabra muerte. Se ve, entonces, que la vida, el ser, la entidad, no depende del cuerpo y debe ser desligada del mismo para poder seguir existiendo al margen de él. Hay un dualismo manifiesto que entiende la corporeidad como condena de la naturaleza. Una alienación, una fuente de malesPor tanto la redención de la libertad −valor esencial− se basa en la eliminación de lo humano, pues no permite una libertad auténtica. El transhumanismo requiere que se elimine todo lo humano. Así, no es que nada de cuanto es humano me es ajeno, sino que precisamente lo humano es aquello que no me es ajeno.
Pablo Cabellos Llorente, en lasprovincias.es.
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