Faltan ventanas y sobran espejos

Domingo 18 Tiempo Ordinario – C


Recuerdo una historieta, cuyos detalles he olvidado, pero que esencialmente venía a ser lo siguiente. Había dos pobres. Ambos vivían de limosna, que amigable y fraternalmente solían compartir sentados en una banca del parque.

Uno de ellos debió ausentarse por varios años.

Mientras tanto al otro le tocó la lotería. Se construyó una elegante casa en la que vivía estupendamente.

Pasado el tiempo apareció su amigo y preguntaba a todos por su antiguo compañero.

Alguien le indicó que vivía en la mansión de enfrente.

Se quedó sorprendido, pero se atrevió a tocar el timbre de la puerta.

Su amigo se negó a reconocerle.

La verdad que no tengo idea de quién eres.

Pero el pobre tanto insistió que le invitó a pasar sencillamente para que viese la gran mansión.

Le rogó si podría dormir esa noche allí, pues acababa de llegar, el parque estaba mojado.

El amigo se negó una y otra vez.

El pobre mendigo en un momento de inspiración le dice:

¿Me quieres hacer un favor? Acércate a la ventana. Qué ves?

Veo el parque y a la gente que pasa.

Ven ahora aquí: “Mírate en el espejo”. ¿Qué ves?

Me veo a mí mismo. Veo mi rostro.

¿Entiendes ahora? El cristal del espejo es como el de tu ventana. Pero por detrás tiene una cubierta de plata, y por eso te impide ver al otro lado. En tanto que tu ventana te deja ver a la gente.


Cuando ambos éramos pobres nos conocíamos, nos amábamos y compartíamos lo nuestro. Pero ahora que eres rico, solo miras al espejo y la plata que hay por detrás te impide ver a los demás, por eso ya no me reconoces y eres incapaz de compartir una cama para dormir una noche.


¿No es esta la historia del Evangelio de hoy?

La codicia de uno, le impide compartir la herencia con su hermano.

La codicia del tener, le impide dar su parte al hermano.

La codicia del tener, le impedía reconocer al hermano.

¡Cuántos hermanos han dejado de hablarse por líos de herencias!

¡Cuántos hermanos viven ajenos el uno al otro por problemas de herencia!

El tener no es malo.

Pero si dejamos que el tener se adueñe de nuestro corazón:

Lo queremos todo para nosotros.

No reconocemos al hermano.

No pensamos más en que tenemos un hermano.



El hombre que tuvo una gran cosecha se encerró sobre sí mismo.

No pensó que, ya que Dios le había regalado una cosecha tan estupenda, podría compartir algo con aquellos cuya cosecha se había estropeado en un día de granizo.

Cerró la ventana y se quedó mirando en el espejo:

Empezó a hacer cálculos”.

“¿Qué haré?

“Derribaré los graneros y construiré otros más grandes”.

“Almacenaré allí todo el grano y me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida”.


Hay demasiados espejos que no dejan ver al otro lado.

Hay demasiados espejos que solo nos hacen ver a nosotros mismos.

Y faltan más ventanas.

Ventanas que dejen ver al otro lado.

Ventanas que dejen ver el parque.

Ventanas que dejen ver la calle.

Ventanas que dejen de a los demás.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Tiempo ordinario Tagged: amor, caridad, compartir, hermanos, pobres, ricos, solidaridad

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