Llenar los conventos… de frailes y monjas

Ayer saltó a los medios la noticia de que el papa Francisco se dirige a los religiosos manifestando que “los conventos vacíos no le sirven a la Iglesia para transformarlos en albergues y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo, que son los refugiados”.


Una noticia que ya ha empezado a ser utilizada para la demagogia más barata, como era de esperar. Voces se escuchan y leen que quieren llevarlo al extremo de ofrecer los edificios vacíos que posee la Iglesia para este fin de acoger a pobres, refugiados y personas carentes de vivienda, entre otros los mismos apartamentos pontificios, hoy sin habitar, e incluso los jardines vaticanos y la misma plaza de san Pedro.

Lo cierto es que el número de pobres, refugiados y personas en situación de desamparo es disparatado. Un problema que supera con creces las posibilidades reales de atención de la propia Iglesia. Por tanto, creo que necesitamos una llamada urgente de atención a los gobernantes de las naciones para que pongan fin a esta situación y lograr que los organismos internacionales vayan dando pasos hacia la consecución de un mundo más justo y fraterno.


Es verdad que hoy nos encontramos, desgraciadamente, con multitud de conventos y casas religiosas completamente vacíos. Y no es menos cierta la fácil tentación de venderlos para garantizar el futuro económico de una orden o congregación. ¿Qué hacer con ellos?


Pues hacer que cumplan con su destino original: ser conventos vivos donde hombres y mujeres consagrados vivan en pobreza, castidad y obediencia siendo signo del reino entre los hombres. Este mundo nuestro, roto, destrozado, sangrante necesita mucho más que un antiguo convento para acoger a unos cuantos sin techo, que quizá haya que hacerlo. Necesita sobre todo el encuentro con Cristo, la conversión a Jesucristo, la caridad cristiana, el testimonio de vida de esos religiosos y religiosas que ofrecen la entrega de sus vidas a Cristo sin más recompensa que Dios mismo. No son las leyes ni los decretos, desgraciadamente imprescindibles, los que cambiarán el mundo. Solo Cristo puede transformar el corazón de las personas.


Echo en falta una llamada del papa más directamente evangelizadora para las órdenes y congregaciones religiosas. Algo así como decirles que tienen que ser capaces de volver a su ilusión primera, a vivir el gozo de ser hermanos en Cristo, capaces de ser un signo ilusionante de vida plena que atraiga a jóvenes sedientos de Dios a vivir como hermanos y a ser testigos en el mundo del amor de Dios.


Los pobres más que edificios vacíos para meterse necesitan conventos llenos de hermanas de Teresa de Calcuta que les hagan llegar el don de la caridad mientras son un interrogante antes esas naciones ávidas de poseer y dominar a costa de lo que sea.


Y una llamada final a esas órdenes y congregaciones que se mueren para que entreguen esos edificios a la Iglesia, para que otros puedan ocuparlos y dar vida. Qué fácil hacer negocio. Pero para eso no estamos.





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