“Y un mendigo Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas”. (Lc 16,19-31)
Felicidades a quienes pueden vestir bien.
Felicidades a quienes pueden comer bien.
Felicidades a quienes pueden vivir bien.
Porque Dios:
Nos quiere ver bien vestidos.
Nos quiere ver comer bien.
Nos quiere ver vivir bien.
Lo malo son los muros y los portones:
Que solo dejan ver hacia dentro.
Que impiden mirar hacia fuera.
Que impiden ver a los que están al otro lado:
Que impiden ver el hambre de los que no tienen que comer.
Que impiden ver el sufrimiento de los demás.
Que impiden ver la soledad de los que están fuera.
Recuerdan aquel Monje que estaba derribando los muros del Monasterio.
Aparentemente parecía un disparate.
Alguien que pasaba le preguntó ¿qué estaban haciendo los Monjes?
Derribando los muros del Monasterio.
Pero ¿por qué?
Porque queremos ver nacer el sol cada mañana.
Hay muros que impiden ver nacer el sol.
Hay muros y portones que nos impiden ver a la gente.
Hay muros y portones que nos impiden ver el hambre de los demás.
Hay muros y portones que nos impiden ver los vestidos raídos de los demás.
Hay muros y portones que nos impiden ver las llagas de los demás.
Hay muros y portones que nos impiden ver a los que se contentaría con nuestras sobras.
Hay muros y portones que nos impiden saludar el hermano.
Hay muros y portones que impiden a la pareja hablarse como lo hacían antes.
Dios no hizo muro y portón alguno.
Dios todo lo hizo abierto.
Dios no levanta muros que separan y dividen.
Dios no levanta muros que impidan ver al que sufre.
Dios no levanta muros que impidan ver el estómago vacío del hambriento.
Los muros y portones:
Son una defensa para que no entren los ladrones.
Pero también son un impedimento para ver el sufrimiento de los de afuera.
Pero también son un impedimento para que nuestro corazón vea las necesidades de que están fuera.
Pero también son un impedimento para que nuestro corazón sienta compasión por los que sufren.
Los corazones tienen demasiados portones:
El portón del egoísmo.
El portón del orgullo.
El portón del poder.
El portón de la enemistad.
El portón de falta de solidaridad.
El portón de la falta de amor.
El portón de la incapacidad de perdonar.
Tenemos muros y portones para no ver brillar a Dios cada mañana.
Tenemos muros y portones para que nuestro corazón no se sienta tocado por los demás.
Tenemos muros y portones que nos hacen indiferentes.
Tenemos muros y portones que nos dividen.
Tenemos muros y portones que impidan que los otros entren en nuestro corazón.
Jesús vino a derribar todos los muros y portones.
Pero nosotros seguimos construyéndolos.
Jesús vino a derribar todo lo que nos impide la fraternidad.
Pero nosotros seguimos construyéndolos.
¿Cuántos portones hay en nuestro corazón?
¿Cuántos portones que impiden el pasa de los demás a nuestro corazón e impiden que nuestro corazón pase al corazón de los demás.
Clemente Sobrado C. P.
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