Detrás de las luces de colores, los espectáculos y los puestos de trabajo, habrá un tributo que pagar en forma de personas por tener ese centro de vicio en Madrid.
La experiencia de las ciudades que han tenido un gran centro de juego internacional, ha sido nefasta. El juego atrae como un imán a infinidad de otros negocios negativos para la salud del alma de los hijos de Dios. Madrid será el epicentro de esas influencias negativas y sus habitantes las sentirán y sufrirán.
Los dueños de los bingos, por ejemplo, saben qué triste negocio es un local de ese tipo. Pero si me dijeran, vamos a instalar la fábrica de chocolate más grande del mundo en Madrid, pues diría: bien. Si me dijeran, vamos a instalar el monasterio benedictino más grande de Europa en Madrid, pues también diría: adelante, abre la muralla.
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