Vuelvo a casa a las 8 de la mañana, después de celebrar Misa en un centro cercano, y coincido en la puerta de entrada con dos chavales de bachillerato que vienen al colegio. El más alto lleva una mochila negra con un anuncio; el otro la lleva floreada.
Me dicen que viven “ahí enfrente”, o sea, que son de aquí mismo, de Vallecas y no manifiestan un particular entusiasmo por comenzar las clases.
Se adelantan unos pasos y charlan entre ellos. El de la izquierda lleva sueltos los cordones de los zapatos, y luce un zurcido descarado en la popa del pantalón. Al otro le pesan los pies más de lo normal y los arrastra a duras penas. Eso sí; va repeinado con gomina.
Hablan del partido del Madrid y de los goles de Ronaldo.
―Tiene mucha potra ―pontifica el de la izquierda―.
A la altura de la cripta, se desvían y entran sin dejar de charlar. Yo me quedo parado para observarlos. Hacen una genuflexión pausada y en silencio delante del Sagrario. A continuación se dan la vuelta y van hacia clase.
―¿Potra? ¡Qué dices! ¿Llamas potra a los tres recortes que hizo en el área… …?
Como veis, nada fuera de lo normal; pero yo regreso a casa un poco más contento, y pienso en los años de oración y de trabajo que han hecho posible que esta escena se repita cientos de veces cada mañana en Tajamar.
Publicar un comentario