Es conocido el relato de aquellos dos mendigos que, juntos, compartían su pan cada tarde sentados en la banca del parque. Cada día se encontraban a la misma hora y cada día compartían el pan que habían recibido de limosna.
Por circunstancias particulares debieron separarse.
Entre tanto, uno de ellos tuvo la suerte de recibir una herencia inesperada.
Se construyó una gran mansión donde no faltaba nada.
Pasados algunos años el otro mendigo pasaba por el pueblo y se le ocurrió preguntar por su viejo amigo. Alguien le mostró la gran casa que había construido fruto de una herencia. Era uno de los más ricos del pueblo.
Extrañado se acercó y tocó a la puerta.
Salió el rico y lo echó con cajas destempladas.
El mendigo, insistió en la vieja amistad y en el pan duro compartido.
No te conozco, vete.
Tanto insistió que, al fin consiguió que, al menos le enseñase por dentro la casa.
Lo llevó delante del espejo y le dijo: “¿Qué ves?”
Me veo a mí mismo.
Ven acá y lo llevó a la ventana. Y ¿ahora qué ves?
Veo la calle y el parque.
Ya ves, desde que te has hecho rico sólo sabes mirarte al espejo y sólo ves tu cara. Ya no conoces a nadie. ¿Y sabes porqué? Porque el vidrio del espejo tiene por detrás una capa de plata. Es tu riqueza la que te impide ver a los demás. Y el mendigo se fue triste, no tanto por su condición de mendigo, sino porque su amigo ahora ya no veía ni sentía.
¿No es esta la parábola hoy?
No se trata de un espejo, se trata de un portón.
Se trata de alguien que abunda en todo.
Pero vive su soledad acompañado únicamente de sus riquezas.
Se trata de alguien:
que no puede ver al mendigo que está al otro lado del portón.
que ha perdido la vista y solo ve el hierro del portón.
que ha perdido la visa y ya no puede ver al mendigo que reclama solo unas migajas.
que ha perdido la sensibilidad ante el hambre del que está al otro lado.
Sus riquezas no son malas, pero tienen el peligro:
de cerrar las ventanas y llenar la vida de espejos.
de pensar solo en sí mismo.
de no ver las necesidades de los demás.
de no enterarse del hambre de los pobres.
de no ser capaz de repartir las migajas que caen de la mesa.
¿Lleva usted en su bolso algún espejo?
¿Es para mirarse a sí mismo o para que le ayude a ver a los demás?
Todos tenemos demasiados espejos en el corazón.
Espejos que, por nuestros egoísmos, nos impiden ver a los demás.
Espejos que, por nuestra indiferencia, no impiden sentir el hambre de los demás.
Espejos que, por nuestra insensibilidad, nos impiden ver las necesidades de los demás.
Espejos que, por nuestro orgullo, nos impiden dar la mano a los de abajo.
Espejos que, por nuestra falta de amor, nos impide perdonar al hermano.
Necesitamos menos espejos y más ventanas en nuestro corazón para amar a todos.
Necesitamos menos espejos y más ventanas en nuestra mente para pensar en os demás.
Necesitamos menos espejos y más ventanas para vernos menos a nosotros mismos y ver más a los otros.
Necesitamos menos portones y más puertas abiertas por donde los otros puedan entrar.
Necesitamos menos portones y más puertas donde nadie tenga que llamar y esperar.
Clemente Sobrado C. P.
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