17 de septiembre. Martes de la XXIV semana durante el año.

1. (Año I) 1 Timoteo 3,1-13


a) ¿Qué cualidades debe tener un responsable en la comunidad cristiana?


Pablo habla de los “epíscopos” y de los “diáconos”. “Epíscopos” en griego significa “inspector” y es la palabra de la que deriva “obispo”, aunque no necesariamente correspondan las funciones de entonces con las de ahora. Mientras que el “diácono” (“servidor”) sí parece que se corresponde con el actual.


Las cualidades que pide de ellos son las que se pedirían de cualquier persona a la que se le encomienda un cargo de responsabilidad: sensatez, equilibrio, fidelidad, buena educación, dominio de sí, comprensión, buen gobierno de su propia casa, que sean hombres de palabra, no envueltos en negocios sucios, ni “dados al vino”, sino irreprochables.


Cuando habla de “las mujeres”, de las que pide que sean respetables, sensatas y no chismosas, no se sabe si se refiere a las mujeres de los diáconos (es lo más probable, según el contexto) o a otras que tienen algún ministerio en la comunidad.


El salmo se hace eco de un aspecto que Pablo subrayaba, que los ministros de la comunidad sepan antes gobernar bien su propia casa: “andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa… el que sigue un camino perfecto, ése me servirá”.


b) Las virtudes humanas son la base también para la vida cristiana, y fundamentales para el ministerio de gobierno.


Esto no se aplica sólo a los obispos o a los ministros ordenados o a los superiores y superioras de comunidades religiosas. Todos, de alguna manera, tenemos misiones que cumplir que suponen una cierta responsabilidad en algún aspecto de la vida comunitaria. Todos, por tanto, podemos examinarnos de esa lista, de esas “asignaturas” que deberíamos aprobar en nuestro quehacer comunitario.


La madurez personal y el equilibrio, el buen corazón, la fidelidad a los nuestros, el control de nosotros mismos, la honradez y la ejemplaridad… Haremos bien en repasar el programa y respondernos nosotros mismos con sinceridad. En esta autoevaluación conviene que seamos exigentes, pensando que la comunidad o la familia también nos están evaluando continuamente, y sobre todo Dios, que espera de nosotros más de lo que estamos dando.


2. Lucas 7,11-17


a) Esta vez el gesto milagroso de Jesús es para la viuda de Naín. Un episodio que sólo Lucas nos cuenta y que presenta un paralelo sorprendente con el episodio en que Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta (1 R 17).


Cuántas veces se ve en el evangelio que Jesús se compadece de los que sufren y les alivia con sus palabras, sus gestos y sus milagros! Hoy atiende a esta pobre mujer, que, además de haber quedado viuda y desamparada, ha perdido a su único hijo.


La reacción de la gente ante el prodigio es la justa: “un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo”.


b) El Resucitado sigue todavía hoy aliviando a los que sufren y resucitando a los muertos. Lo hace a través de su comunidad, la Iglesia, de un modo especial por medio de su Palabra poderosa y de sus sacramentos de gracia. Dios nos tiene destinados a la vida. Cristo Jesús, nos quiere comunicar continuamente esta vida suya.


El sacramento de la Reconciliación, ¿no es la aplicación actual de las palabras de Jesús, “joven, a ti te lo digo, levántate”? La Unción de los enfermos, ¿no es Cristo Jesús que se acerca al que sufre, por medio de su comunidad, y le da el alivio y la fuerza de su Espíritu?


La Eucaristía, en la que recibimos su Cuerpo y Sangre, ¿no es garantía de resurrección, como él nos prometió: “el que me coma vivirá por mí, como yo vivo por el Padre”?


La escena de hoy nos interpela también en el sentido de que debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren -porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y no han tenido suerte en la vida- ¿cuál es nuestra reacción? ¿la de los que pasaron de largo ante el que había sido víctima de los bandidos, o la del samaritano que le atendió? Aquella fue una parábola que contó Jesús. Lo de hoy no es una parábola: es su actitud ante un hecho concreto.


Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo a los jóvenes (“joven, levántate”), también podrá oírse la misma reacción que entonces: “en verdad, Dios ha visitado a su pueblo”. La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden.


“Tiene que ser irreprochable, sensato, equilibrado, bien educado, comprensivo, no agresivo ni interesado” (1ª lectura 1)


“Andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa” (salmo I)


“Dios ha visitado a su pueblo” (evangelio)




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