18 de septiembre. Miércoles XXIV semana durante el año.

1. (Año I) 1 Timoteo 3,14-16


a) Aunque Pablo parece que tiene la intención de viajar a Éfeso, mientras tanto da consejos a Timoteo, el responsable de aquella comunidad. En el breve pasaje de hoy se apoya en dos puntos de referencia teológicos: la comunidad y el misterio de Cristo.


La comunidad es “templo de Dios”, “asamblea de Dios vivo” y “columna y base de la verdad”. El salmo ya se alegraba de esta comunidad en el AT: “doy gracias al Señor de todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea”.


El otro polo es Cristo, el que da sentido a la evangelización y a la vida de la comunidad: “grande es el misterio que veneramos, se manifestó como hombre, se apareció… se proclamó a las naciones… fue exaltado a la gloria”. Es como un credo breve que abarca el camino salvador de Jesús, desde su encarnación hasta su glorificación.


b) Todos, y de modo especial los que en la comunidad tienen algún ministerio de gobierno, deberíamos cultivar este doble respeto: a la comunidad y a Cristo.


La comunidad es sagrada, es edificio y asamblea de Dios (no nuestra), la depositaria de la verdad y de los mejores dones de Dios. Los ministros no somos dueños de la gracia ni de la Palabra ni de la comunidad. Sino sus servidores.


Y por otra parte, somos signos y representantes de Cristo, que es el verdadero Maestro y Salvador y Guía. El biblista y compositor Deiss tomó de este pasaje de Pablo el texto para su hermoso himno cristológico: “Gloria y honor a ti, Señor Jesús… manifestado en la carne… santificado en el Espíritu… proclamado entre los paganos… exaltado en la gloria”.


Es un buen día, hoy, para cantarlo.


Si esta doble relación -Iglesia y Cristo- estuviera más presente en nuestra sensibilidad, nuestro talante para con los demás sería seguramente más humilde y generoso, como el que quería Pablo de Timoteo.


2. Lucas 7,31-35


a) El episodio de los niños que invitan con su música a otros niños no se puede entender sin hacer referencia a la escena anterior, que no se ha leído en esta selección de lecturas: el pasaje en que Jesús alaba a Juan Bautista y se lamenta de que algunos, los fariseos y escribas, no le aceptan.


Por tanto, no acogen bien ni a Juan ni a Jesús. Uno es austero. El otro, come y bebe con normalidad. Pero hay siempre excusas para no dar crédito a su mensaje. Al uno le tildan de fanático. Al otro, de comilón y “amigo de pecadores”. Aunque haya curado al criado del centurión y resucitado al hijo de la viuda de Naín, no le aceptan.


La comparación de los dos grupos de niños es expresiva: ni con música alegre ni con triste consiguen unos que los otros colaboren. Cuando no se quiere a una persona, se encuentran con facilidad excusas para no hacer caso de lo que nos propone.


b) Eso mismo nos puede pasar a nosotros, en pasiva y en activa.


A la comunidad cristiana -desde sus responsables últimos, el Papa o los Obispos, hasta aquella familia que vive en un piso de la misma escalera dando ejemplo de vida cristiana íntegra- se la rechaza muchas veces, desacreditándola por cualquier motivo. Hay personas siempre críticas, con mecanismos de defensa contra todo. Como decía Jesús de los fariseos, ni entran ni dejan entrar. En el fondo, lo que pasa es que resulta incómodo el testimonio de alguien y por eso se le persigue o se le ridiculiza. Es muy antiguo eso de no creer y de no aceptar lo que Cristo o su Iglesia proponen.


Pero también, por desgracia, podemos hacer lo mismo nosotros con los demás. Cuando no nos interesa aceptar un mensaje, sacamos excusas -a veces ridículas o contradictorias- para justificar de alguna manera nuestra negativa a aceptarlo. Eso puede pasar en nuestra vida de cada día, en esa sutil y complicada relación interpersonal que sucede en toda vida comunitaria: si nos invitan a fiesta, mal, y si nos sugieren duelo, peor. Podemos llegar a ser caprichosos en extremo en nuestras reacciones de cerrazón y sordera voluntaria, a veces por un instinto continuado de contradicción a lo que dicen los demás.


Ya dijo Jesús que sólo “los discípulos de la Sabiduría” entienden estas cosas, los de corazón sencillo y humilde, los que no están llenos de sí mismos.


“Doy gracias al Señor de todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea” (salmo I)


“Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis” (evangelio)




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