"Busca al Señor y lo encontrarás y no lo sueltes cuando ya lo tengas, para que tu espíritu se aúne con su amor.
Que los pensamientos no turben tu corazón, ni tu espíritu se deje arrebatar por diversos lugares y cosas. Sí, acuérdate, hijo mío, de que estás en presencia del Señor, que mira en lo más recóndito del corazón y conoce los secretos del espíritu.
Mantén, pues, tu atención en presencia del Señor en el momento del rezo y de los salmos.
Que el sueño no rinda tu alma, y que no discrepe tu sentimiento de tu lengua, sino que estén en consonancia; y de uno y otra sean las palabras que se pronuncien. Lo mismo que es imposible servir a dos señores, tampoco una oración con doblez podrá ascender hasta Dios.
No se te pase, hijo mío, ningún momento ocioso ni desocupado. Conviene que tanto de día como de noche estés en vela, para que puedas evitar con mayor facilidad la tentación inminente. Y si pensamientos sucios turban tu corazón y te obligan a cometer lo que no está permitido, expúlsalos de tu alma por medio de oraciones y vigilias.
La oración es una sólida defensa para el alma. Gracias a las purísimas oraciones todo lo que es útil se nos concede por obra del Señor y todo lo perjudicial, sin ningún género de duda, se ahuyenta. en el momento de cantar los salmos, cántalos con sabiduría, hijo mío, y entona cánticos espirituales poniendo toda tu atención ante el Señor, para que más fácilmente puedas darte cuenta del poder de los salmos.
Y es que toda la dureza del corazón se ablandará con su dulzura; dulce tendrás entonces tu garganta y gozoso cantarás: "¡Qué dulces para mi garganta tus palabras, Señor, más que miel de un panal para mi boca!"
Pero no podrás saborear esta dulzura si no los cantas con suma atención y sabiduría. Pues la garganta, se dice, gustará la comida, pero el buen sentido es el que discierne las palabras. Y lo mismo que la carne se alimenta de comidas carnales, así también el ser humano por dentro se apacienta y nutre con las palabras de Dios.
No obstante, para todo esto necesitas estar santamente en vela, hijo mío. Y es que son inútiles esas velas, con las que el alma queda herida y perece, al ponerse uno a velar dándole vueltas a pensamientos muy indecentes, o para llevar a cabo algo malo o para cometer un crimen. Tú, por el contrario, insiste en velar de tal manera que puedas hacerte santo. En todos tus actos y costumbres conviene que estés en vela, no sea que en alguna ocasión, rendido por el sueño, te entren deseos de complacer a los hombres"
(S. Basilio Magno, Exh. a un hijo espiritual, n. 12).
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