28 de septiembre.

1. (Año I) 1 Timoteo 6,13-16


a) Concluimos hoy la lectura de esta carta de Pablo a Timoteo con una “doxología”, alabanza final, y un marcado tono escatológico, de mirada hacia la venida última del Señor.


Con solemnidad, apelando a la presencia de Dios Creador y de Jesús, le pide Pablo a Timoteo que “guarde el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida del Señor”.


También el salmo nos invita a esta mirada de profunda adoración y alabanza del Señor: “aclama al Señor, tierra entera… entrad por sus puertas con acción de gracias”.


b) Empezar no es difícil. Ser fieles durante un cierto tiempo, tampoco. Lo costoso es perseverar en el camino hasta el final.


La solemne invitación va hoy para nosotros: convencidos de la cercanía de ese Dios que nos ha dado la vida y de ese Cristo que nos la comunica continuamente -de un modo particular en la Eucaristía- debemos esforzarnos por responder con nuestra fidelidad “hasta la venida del Señor”.


Sea cual sea ese “mandamiento” que Timoteo tiene que guardar (¿la sana doctrina? ¿la “verdad” de la que dio testimonio Jesús ante Pilato: Jn 18,36? ¿la gracia que ha recibido? ¿el mandamiento concreto del amor?), todos somos conscientes de que nuestra fe cristiana es un tesoro que tenemos que conservar y hacer fructificar. Y que, además, lo llevamos en frágiles vasijas de barro. Haremos muy bien en no fiarnos demasiado, para esa perseverancia, de nuestras propias fuerzas en medio de un mundo que, como en tiempo de Pablo, tampoco ahora nos ayuda mucho en nuestra fidelidad a Cristo.


Nos ayudará el tener nuestros ojos fijos en ese Cristo del que Pablo gozosamente afirma que es “bienaventurado y único soberano, rey de los reyes y señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad…”. En ese Cristo creemos. A ese Cristo seguimos. Y esperamos que, con su gracia, logremos serle fieles hasta el final y compartir luego para siempre su alegría y su gloria.


2. Lucas 8,4-15


a) La parábola del sembrador la explica luego el mismo Jesús: la homilía la hace, por tanto, él.


Lo que parecía empezar como una llamada de atención sobre la fuerza intrínseca que tiene la Palabra de Dios -una semilla que al final, y a pesar de las dificultades, “dio fruto al ciento por uno”-, se convierte en un repaso de las diversas reacciones que se pueden dar en las personas respecto a la palabra que oyen. Las situaciones son las de la semilla que cae en el camino o en terreno pedregoso o entre zarzas o en tierra buena, con suerte distinta en cada caso.


Jesús es consciente de que sus parábolas pueden ser entendidas o no, según el ánimo de sus oyentes. Estas parábolas tienen siempre la suficiente claridad para que el que quiera las entienda y se dé por aludido. O para que no se sienta interpelado: “a vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan”. Depende de si están o no dispuestos a dejarse adoctrinar en los caminos de Dios, que son distintos de los nuestros. Siempre será verdad lo de que “el que tenga oídos para oír, que oiga”.


b) La Palabra de Dios es poderosa, tiene fuerza interior. Pero su fruto depende también de nosotros, porque Dios respeta nuestra libertad, no actúa violentando voluntades y quemando etapas.


¿Dónde estoy retratado yo? Cuando, por ejemplo en la Eucaristía, escucho la palabra, o sea, cuando el Sembrador, Cristo, siembra su palabra en mi campo, ¿puedo decir que cae en buen terreno, que me dejo interpelar por ella? ¿o “viene el diablo” o “los afanes y riquezas y placeres de la vida” y la ahogan, y así no llega nunca a madurar, porque no tiene raíces? ¿Qué tanto por ciento de fruto produce en nosotros la Palabra que escucho: el ciento por uno?


Acoger la Palabra “con un corazón noble y generoso” y perseverar luego en su meditación y en su obediencia: ésa es la actitud que Jesús espera de nosotros, y que es la que nos conducirá a una maduración progresiva de nuestra vida cristiana y a la construcción de un edificio espiritual que resistirá a los embates que vengan.


“Guarda el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida de Nuestro Señor Jesús” (1ª lectura I)


“La tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la Palabra, la guardan y dan fruto perseverando” (evangelio)




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