“Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Ningún siervo puede servir a dos amor, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso al segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.
(Lc 16.1-13)
El Evangelio de hoy se presta a toda una serie de cuestionamientos.
¿Se imaginan que fuésemos tan astutos:
Con los asuntos de Dios como lo somos con los nuestros?
Con los asuntos del Evangelio como con nuestros intereses?
Con los asuntos del Reino como con nuestras cosas?
Con los asuntos de nuestro Bautismo como con nuestros negocios?
Con los asuntos de nuestro Matrimonio como con nuestras aventuras?
Con los asuntos de la Iglesia como con los del mundo?
Jesús no justifica la injusticia del mal administrador.
Lo que justifica es “lo astuto que era para buscarse una salida al ser despedido”.
Y aplica la parábola:
A los hijos de la luz.
A los creyentes en El.
A los creyentes en el Evangelio.
A los creyentes en la Iglesia.
La pregunta que queda pendiente es: “¡Cuánto discurrimos para mal y que romos y perezosos y faltos de creatividad para la bueno!”
Vemos que la Iglesia está pasando un mal momento.
¿Y cuán agudos somos para buscar soluciones?
¿No seremos de los que echamos más leña al fuego?
Vemos que los matrimonios andan a la deriva.
¿Y qué hacemos para ayudarles a encontrarse con su verdad?
Vemos el mundo está “despidiendo” a Dios de la vida política y social.
¿Y qué hacemos nosotros los creyentes para recuperar su presencia?
Ser astuto no es malo.
Todo depende para qué cosas somos más astutos.
Ser astuto es ser creativo.
El astuto busca soluciones, justas o injustas, pero busca salidas.
¿Cómo discurren los “amigos de lo ajeno” para planificar sus fechorías?
Recuerdo que cuando llegué por primera vez a Lima, andaba por uno de esos lugares que llaman peligrosos y un viejecito me dice: “Tenga cuidado, Padrecito, porque aquí le sacan a usted los calzoncillos sin tocarle el pantalón”.
En realidad, con esta parábola, Jesús nos hace una serie de advertencias:
El creyente no puede ser un “crédulo” que le meten gato por liebre.
El creyente no puede ser un “inocentón” que lo engañan a la primera.
El creyente necesita ser astuto para las cosas de Dios.
El creyente necesita ser espabilado para anunciar el Reino de Dios.
El creyente necesita ser creativo para anunciar el Evangelio hoy.
El creyente necesita ser más agudo para cambiar las cosas.
El creyente no puede ser un tonto que no se entera de nada.
El creyente no puede ser un tonto que no sabe buscar caminos.
El creyente no puede ser un pasivo que vive pasivamente y no hace nada.
Jesús quiere gente espabilada.
Jesús quiere gente creativa.
Jesús quiere gente pensante.
Jesús quiere gente capaz de arriesgarse.
No nos levantemos de lo malo que hacen los otros.
Lamentémonos del bien que dejamos de hacer nosotros.
No nos quejemos de lo mal que está el mundo.
Lamentémonos de lo que nosotros no hacemos para que esté mejor.
No nos quejemos de que hoy la gente está perdiendo la fe.
Preguntémonos qué hacemos nosotros para que siga creyendo.
No nos quejemos de los malos sino de lo inútiles que solemos ser los buenos.
La Iglesia no anda mal por los pecadores que hay en ella.
La Iglesia anda mal por lo poco creativos y lo poco que hacemos por ella los buenos.
Clemente Sobrado C. P.
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