“¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?” Los demonios le rogaron; “Si nos echas, mándanos a la piara de cerdos”. Jesús les dijo: “Id”. La piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua, Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara del su país”. (Mt 8,28-34)
Un texto un tanto extraño y complejo. Muchos cerdos y muchos endemoniados.
Y un pueblo que expresamente le pide se vaya.
No basta reconocer a Jesús como Hijo de Dios.
Esto hasta los endemoniados lo saben. Pero, no por eso dejan de ser endemoniados.
Los demonios reconocen sus poderes. Y en vez de abandonar a los endemoniados prefieren meterse en la piara de cerdos y ahogarse en el lago.
La fe no es cuestión de saber y conocer.
La fe es cuestión de fiarse de El.
La fe es cuestión de dejarse transformar y cambiar por El.
La fe es cuestión de abrirse a una vida nueva y no preferir morir ahogado.
Se puede creer que Jesús es Dios y preferir vivir como cerdos.
Se puede creer que Jesús es Dios y preferir ahogarse a cambiar y estrenar la nueva vida de la gracia.
Una fe que no nos cambia, es una fe inútil.
Una fe que no nos transforma, es una fe estéril.
Una fe que no nos abre a la esperanza, es una fe muerta.
Tenemos que conocer nuestra fe en Jesús, pero convertirla luego en vida.
Tenemos que conocer la verdad de Jesús, pero una verdad que se haga vida.
Por eso, el mejor conocimiento será siempre la experiencia.
Por eso, el mejor conocimiento es vivir.
“Le rogaron que se marchara de su país”
Jesús siempre resulta peligroso.
Por eso son tantos los que prefieren pedirle, también hoy, que se “vaya de sus vidas”.
Preferían la piara de cerdos, al don salvífico de Jesús.
No estaban dispuestos a abrirse a su palabra, si el precio iba a ser la pérdida de sus cerdos. Prefieren a sus cerdos.
A veces el Evangelio resulta curioso.
Y “sin querer queriendo”, con frecuencia, nos pone al descubierto.
Estos gerasenos prefieren los cerdos a Jesús.
Habría que preguntarse:
¿Qué cosas preferimos también nosotros a Dios?
¿Con qué frecuencia los cerdos que hay en muchos corazones valen más que la salvación de Jesús?
¿Con qué frecuencia también nosotros preferimos muchas cosas que impiden la presencia de Dios en nuestros corazones.
Incluso, me atrevo a preguntarme:
¿Cuántas veces le he dicho a Jesús que se vaya lejos?
¿Cuántas veces le he dicho a Jesús que me deje en paz con mis malos espíritus?
¿Cuántas veces, tal vez sin decirlo, hemos hecho lo imposible para que Jesús desaparezca y se vaya de nuestro país y de nuestras vidas?
No están lejos esos problemas de los Crucifijos en las Escuelas.
No están lejos esos problemas de los signos religiosos en público.
Fácilmente lo justificamos diciendo “para no ofender a otras confesiones”.
Pero, en el fondo, lo que interesa es que “él se vaya de nuestro país”.
Esto me recuerda a aquella fea que se encontró con un borracho.
El borrachito se atrevió a llamarle “fea”.
Ella le respondió: “¡borracho!”
Pero el borrachito ni corto ni perezoso le respondió: “Sí, pero a mí se me pasa”.
Podemos sacar a Jesús de nuestras vidas o de nuestra vida pública.
Pero, será inútil.
Lo sacaremos de nuestras paredes, pero seguirá vivo en el corazón de cada uno.
Clemente Sobrado C. P.
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