21 de septiembre.

1. (Año I) 1 Timoteo 6,2-12


a) Entre las preocupaciones de un responsable de comunidad está también la defensa contra los falsos maestros que enseñan doctrinas desviadas o provocan divisiones.


“Si alguno enseña otra cosa distinta, es un orgulloso y un ignorante”. En Éfeso había algunos que “padecían la enfermedad de plantear cuestiones inútiles y discutir”. Lo que provocaba “envidias, polémicas, difamaciones, controversias propias de personas tocadas de la cabeza”.


Hay otro tema que Pablo ataca con dureza: los que consideran que “la religión es una ganancia” y “buscan riquezas y se crean necesidades absurdas y nocivas”. Para él, “la codicia es la raíz de todos los males”.


La actitud de Timoteo debe ser dar ejemplo con su vida personal: “practica la justicia, el amor, la paciencia, combate el buen combate de la fe”.


b) Es un cuadro muy vivo el que Pablo presenta de una comunidad.


Se ve que son viejas esas situaciones en la Iglesia. También nosotros debemos dejarnos interpelar por los avisos del apóstol respecto a la sana doctrina y al peligro de la codicia del dinero.


Las desviaciones en la doctrina se producen cuando no nos atenemos “a las sanas palabras de Nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que armoniza con la piedad”.


¿Mereceríamos la acusación de Pablo, que habla de la “enfermedad” de los que se dedican a plantear cuestiones inútiles, propias de “personas tocadas de la cabeza”, los adictos a las discusiones, que no sirven más que para perder el tiempo y provocar divisiones?


El otro peligro, el de la codicia, viene cuando alguien siente la tentación de “aprovecharse” de la religión o de algún cargo que pueda tener en la comunidad, cuando “los que buscan riquezas se crean necesidades absurdas y nocivas”, que les llevan “a la perdición y a la ruina”. Y, claro está, por esa apetencia insaciable, “se enredan en mil tentaciones”. ¡Cuántas veces habla Pablo del peligro de la avaricia!


Según él, nos deberíamos “contentar con poco: teniendo qué comer y qué vestir nos basta”. El salmo también nos invita a esta misma actitud: “no te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa: cuando muera, no se llevará nada”. La antífona del salmo nos ha hecho repetir la bienaventuranza de Jesús: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”.


Entre los buenos ejemplos que tenemos que dar a los demás, hoy se nos recuerda nuestra firmeza en la sana doctrina, sin dejarnos llevar por ideologías peregrinas, y el autocontrol en cuestión de dinero. Dos difíciles campos en que deberíamos ir madurando.


2. Lucas 8,1-3


a) En el grupo que acompañaba a Jesús durante sus viajes de predicación, además de los doce apóstoles había también varias mujeres.


Jesús evangelizaba. La palabra “evangelio” viene del griego: “eu”, bueno, y “angelion”, mensaje, noticia. La Buena Noticia. En esta misión se hacía ayudar de un grupo de discípulos.


Ayer se nos hablaba de la mujer anónima, con fama de pecadora, que obtuvo el perdón y dio muestras de gratitud y amor hacia Jesús. Hoy se añade un detalle que a nosotros nos puede parecer normal, pero no lo era en su tiempo. Nunca un rabino admitía a mujeres en el grupo de sus discípulos. Jesús, Sí. Eran mujeres a las que había curado de alguna enfermedad o mal espíritu, y “le ayudaban con sus bienes”. Lucas nos transmite el nombre de varias de ellas.


b) ¡Cuántas veces aparecen las mujeres en el evangelio con una actitud positiva y admirable! Baste recordar las que estuvieron cerca de él en el momento más trágico, al pie de la cruz, junto con María, su madre. Y que luego fueron las primeras que tuvieron la alegría de ver al Resucitado y anunciarlo a los demás.


Son un buen símbolo de las incontables mujeres que, a lo largo de los siglos, han dado en la Iglesia testimonio de una fe recia y generosa: religiosas, laicas, misioneras, catequistas, madres de familia, enfermeras, maestras… Que ayudaron a Jesús en vida y que colaboran eficazmente en la misión de la Iglesia, cada una desde su situación, entregando su tiempo, su trabajo y también su ayuda económica. La primera persona europea que creyó en Cristo, por la predicación de Pablo, fue una mujer: Lidia (Hch 16).


Deberíamos ser más abiertos en nuestra idea teológica y social de Iglesia: no es comunidad de puros y santos, sino también de personas pecadoras y débiles, como en el evangelio se ve, tanto en cuanto a las mujeres como a los hombres (baste recordar las actuaciones de algunos de los apóstoles). No es comunidad sólo de mayores, sino también de jóvenes y niños. No sólo de hombres, sino también de mujeres. No de una sola raza o lengua, sino pluralista.


En la Iglesia, aunque no se vea actualmente la posibilidad de admitir a las mujeres al ministerio ordenado (diáconos, presbíteros, obispos), es bueno que recordemos que lo principal lo tenemos en común, la fe y la misión evangelizadora. Jesús dijo: “¿quién es mi madre y mis hermanos? El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica”. Y en eso las mujeres han sido, ya desde el principio (la Virgen Maria: “hágase en mi según tu palabra”) las que más ejemplo nos han dado a toda la comunidad. No serán obispos ni párrocos, como tampoco las que acompañaban a Jesús fueron elegidas y enviadas como apóstoles, pero las mujeres cristianas, religiosas o laicas, siguen realizando una misión hermosísima y meritoria en la vida de la comunidad.


Es interesante recordar que, en la lenta y progresiva valoración de la mujer por parte de la Iglesia, Pablo VI nombró a dos mujeres insignes “doctoras de la Iglesia”, santa Teresa de Jesús y santa Catalina de Siena, y últimamente Juan Pablo II hizo lo mismo con santa Teresa del Niño Jesús.


“La codicia es la raíz de todos los males” (1ª lectura I)


“Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado” (1ª lectura Il)


“Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres, que él había curado de malos espíritus y enfermedades” (evangelio)




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