–Tengo curiosidad, a ver por dónde sale usted en esta cuestión.
–Iré en esta cuestión por partes, pues las tiene, y el Señor me dará su gracia para que no me enrede.
–Palabras y gestos, o signos. «La revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas. Las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio» (Dei Verbum 2). Eso lo estamos viendo en toda la historia de la salvación.
Los profetas, por orden de Dios, se presentan ante el pueblo con un yugo al cuello, con una vasija de barro, que romperán en público, etc. y cuando sean preguntados sobre la significación de ese gesto, darán la Palabra divina que han de transmitir, pues es ayudada su elocuencia por el signo. Cristo mismo lleva al culmen la Revelación por lo que «hizo y enseñó, viviendo entre los hombres» (DV 19). Y sus obras, no sólo cuando son milagrosas, iluminan y confirman sus palabras.
Palabras y gestos se unen en el desempeño del ministerio pastoral, también en los Papas, por supuesto. El Papa enseña, gobierna y guía a su Iglesia no sólo por su Magisterio apostólico, sino también por sus obras y decisiones. Hay evidentemente en su guía como Pastor universal grados muy diversos en el ejercicio de la autoridad apostólica, trátese de una Encíclica, de un Ángelus, de la aprobación de un Instituto religioso, de una entrevista de prensa.
Y esto puede ser ignorado 1) por quienes toman maliciosamente una palabra o un gesto mínimo del Papa interpretándolo en contra del Magisterio de la Iglesia, que es el suyo, llevando malamente el agua a su molino; y 2) por quienes se escandalizan con ocasión de un gesto o palabra del Papa que, mal interpretado, pudiera ir en contra del Magisterio de la Iglesia: en seguida protestan, acusan públicamente al Papa, o simplemente se callan, confusos y desmoralizados.
En el Papa ha de ser netamente distinguido el magisterio personal privado del Magisterio apostólico público. No todo lo que dice o hace el Papa ha de ser tenido en la Iglesia universal como modelo apostólico cierto de lo que debe pensarse o hacerse. Muchas de sus palabras y acciones –al escribir un libro, por ejemplo, al realizar una entrevista– no ejercitan, al menos en muchas cuestiones, en modo alguno el carisma de Pedro, Vicario de Cristo, sino que expresan solamente su pensamiento personal, su carácter, sus tendencias personales. Y nada más. Son palabras y acciones que exigen un atento respeto, pero no una sujeción del pensamiento y de la actividad de los fieles. Con un ejemplo.
Cuando el doctor Joseph Ratzinger escribió Jesús de Nazaret, él mismo lo advirtió desde el principio en el prólogo: «Sin duda, no necesito decir expresamente [pero lo dice, porque es conveniente y necesario] que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal “del rostro de Cristo” (cf. Sal 27,8). Por eso, cualquiera es libre de contradecirme». Yo mismo, siendo una nada en el campo científico de la exégesis, lamenté en su momento que iniciara la obra en el Bautismo, norma impuesta desde hace medio siglo por la hegemonía de la exégesis protestante liberal. Como si nada cierto sobre Jesús pudiéramos saber antes de su Bautismo. Felizmente, años después, publicó La infancia de Jesús (Planeta 2012), no como un tercer volúmen de su Jesús de Nazaret, sino como un gran prólogo a los dos volúmenes ya publicados. Hay en los Papas muchos gestos, palabras, opciones, que no siempre, obviamente, hemos de considerar como actos del Magisterio apostólico.
La palabra tiene una expresión más clara y precisa que los gestos que la complementan a veces. En efecto, los gestos expresan en lenguaje no-verbal pensamientos e intenciones que pueden tener interpretaciones muy variadas, aunque éstas pueden ser a veces patentes por las circunstancias. Las palabras, en cambio, tienen una expresividad mucho más precisa y unívoca, aunque tratándose siempre de un lenguaje que es humano, nunca se ven libres de un cierto grado de equivocidad. Es evidente, por tanto, que si un gesto concreto adolece de una expresividad ambigua, el gesto o el signo debe ser interpretado ateniéndose a las palabras. Pondré un ejemplo famoso.
Cuando Juan Pablo II besó el Corán en público, su gesto ocasionó grandes perturbaciones en la Iglesia; fue, a mi modestísimo entender, no poco inconveniente. Y seguro que Juan Pablo II respetaría mi apreciación, que coincide con la de muchos varones prudentes, algunos de ellos Cardenales, y no se ofendería al conocerla en modo alguno. Su acción dio ocasión a que los musulmanes, muchos, pensaran que el Corán era superior al Evangelio, pues, a la inversa, jamás un ayatolá islámico besaría los Evangelios. En el gesto del Papa verían un reconocimiento del caracter sagrado divino del Corán. Ahora bien, este libro derivado del judaísmo y del cristianismo, está repleto de herejías; y es un libro que hoy impide muy eficazmente a 1.600 millones de seres humanos, bajo pena de muerte o de gravísimos castigos, tener acceso al Evangelio, a Cristo, a la Iglesia. Libro, pues, nefasto. Por otra parte, algunos católicos desviados pensaron: «por fin se abre de verdad la Iglesia a un ecumenismo realmente universal, a un verdadero pluralismo religioso». Otros, en el otro extremo, afirmarían en público, como los lefebvrianos, que la caída del Papa de Roma en la herejía era totalmente manifiesta. Y otros buenos católicos, con el dichoso beso, se llevaron un enorme disgusto, y se habrían ido a los pies de Cristo en el sagrario para buscar en Él consolación y fuerza de esperanza.
Pues bien, interpretar un gesto ambiguo realizado por el Papa, en contra de lo que su palabra ha expresado claramente, es algo muy grave, totalmente injustificable. En este caso que nos ocupa a modo de ejemplo, el pensamiento de Juan Pablo II sobre el Islam ya se expresó claramente en los documentos del Concilio Vaticano II, en el que participó de forma destacada (declaración Nostra ætate, 1965), y más posteriormente en muchas ocasiones, como en su encíclica Redemptoris missio (1990), y aún más precisamente en la declaración Dominus Iesus (2000), publicada con su aprobación por la Congregación de la Fe.
En el libro «Cruzando el umbral de la esperanza» (1994), aunque no se trata obviamente de un documento magisterial, sino privado, Juan Pablo II aprecia, es cierto, en el Islam valores admirables, como cuando elogia la «religiosidad de los musulmanes» y su admirable «fidelidad a la oración». Pero al mismo tiempo afirma con claras palabras sus errores y deficiencias: «Cualquiera que, conociendo el Antiguo y el Nuevo Testamento, lee el Corán, ve con claridad el proceso de reducción de la Divina Revelación que en él se lleva a cabo. Es imposible no advertir el alejamiento de lo que Dios ha dicho de Sí mismo, primero en el Antiguo Testamento por medio de los profetas y luego de modo definitivo en el Nuevo Testamento por medio de Su Hijo. Toda esa riqueza de la autorrevelación de Dios, que constituye el patrimonio del Antiguo y del Nuevo Testamento, en el islamismo ha sido de hecho abandonada. Al Dios del Corán se le dan unos nombres que están entre los más bellos que conoce el lenguaje humano, pero en definitiva es un Dios que está fuera del mundo, un Dios que es sólo Majestad, nunca el Emmanuel, Dios-con-nosotros». «El islamismo no es una religión de redención. No hay sitio en él para la Cruz y la Resurrección… Por eso, no solamente la teología, sino también la antropología del Islam, están muy lejos de la cristiana».
Éstas son palabras del Papa que besó el Corán, y son ellas las que expresan plenamente su pensamiento, al mismo tiempo que excluyen cualquier interpretación maliciosa –sea de entusiasmo irenista o de condenación herética– de un gesto que, ciertamente, resultó muy ambiguo.
Gestos inoportunos. Ya al comienzo de la Iglesia el Papa primero realizó un «gesto» que podría ser interpretado en contra de su «palabra» apostólica verdadera. San Pedro fue el primero en descubrir la destinación del Evangelio a todas las naciones (Hch 10); pero estando en Antioquía, se apartaba de comer con los gentiles conversos, obligando también a los suyos a judaizar. Este gesto, esta concesión a la presión de los cristianos judaizantes, fue censurado gracias a Dios por San Pablo, y en modo alguno comprometió la fe de Pedro en la salvación cristiana de los gentiles, fe que era ciertamente común a los dos Apóstoles. Inmediatamente lo corrigió (Gál 2,11-13; Hch 1,15; 14,27).
La gran entrevista-conversación del Papa Francisco con el P. Antonio Spadaro, S.J., muy extensa, recientemente publicada en 27 páginas de la revista «Razón y fe» (y originalmente en La Civiltà Cattolica), ha dado ocasión, como era previsible, a un alud de interpretaciones muy diversas y contradictorias. En ella el Papa, evidentemente, no está realizando un acto magisterial, que comprometa la fiabilidad apostólica de todos y cada uno de los pensamientos que en ella comunica. Si en cada una de las 27 páginas expresa unos 2 pensamientos, son 50 las ideas, tendencias, apreciaciones, exhortaciones, ocurrencias, recuerdos, etc. que en la entrevista expresa. El valor doctrinal de cada una de las ideas de esa cincuentana aludida es sin duda sumamente diverso. Hay verdades de fe patentes, hay doctrinas próximas a la fe, hay opiniones comunes entre los teólogos más fiables, hay experiencias personales del Papa, hay recuerdos, preferencias, ocurrencias suyas dichas al paso. Por tanto,
–quienes han extraído algunas frases del Papa Francisco para confirmar sus propias opiniones contrarias al Magisterio y a la disciplina de la Iglesia, han obrado muy mal. No doy ejemplos, aunque desgraciadamente ha habido muchos. De la entrevista sacan que el Papa invita a la reconciliación con el mundo actual, exhorta a la evitación sistemática del martirio, a la apertura de la Iglesia a la homosexualidad, al feminismo radical, al irenismo religioso, etc. Ideas todas ellas absolutamente ajenas al papa Francisco. Lamentable.
–quienes, fieles a la doctrina de la Iglesia, caen desmoralizados en depresión, dando a las palabras del Papa, necesariamente poco precisadas y matizadas (cuatro ideas por página, y tocando a veces temas muy graves y complejos), el valor de Encíclicas que desbaratan el Magisterio anterior, sufren demasiado sin razón suficiente. Un prestigioso escritor católico concluye su comentario a la entrevista renunciando a su vocación martirial (espero que sólo en proyecto puramente literario, no real): «siguendo el ejemplo del ilustre entrevistado, me dedicaré desde hoy a complacer y halagar al mundo, para evitar su condena». No, no es eso.
–quienes exigen a los fieles católicos una adhesión completa a cuanto el Papa dice en la entrevista, cosa que escandalizaría especialmente al propio Papa Francisco, están equivocados. «Es necesario, escribe un sacerdote escritor, evitar provocaciones y malentendidos hasta polarizar la atención en las aristas de una entrevista, vivir en la obediencia de la fe y en la comunión con la autoridad y el Magisterio en absoluta fidelidad al hoy de la Iglesia». Tampoco es esto.
La lectura católica de la reciente entrevista del Papa Francisco, creo, creemos en InfoCatólica, debe estar regida por los criterios fundamentales y las distinciones muy elementales que ya antes he expuesto. El Papa Francisco en en la entrevista habla más como Jorge Mario Bergoglio, que como Papa Francisco. Pensamos que él sería el primero en reconocer que muchas, muchas de las ideas, ocurrencias, exhortaciones, apreciaciones, expresadas en la dicha entrevista no tiene valor de Magisterio apostólico, sino que son más bien una expresión muy sintética y poco matizada de su modo de pensar y de sus tendencias personales. Por tanto, creemos que él mismo nos aconsejaría leerlas todas con atento respeto, pero conservando en la libertad propia de los hijos de Dios el grado de adhesión intelectual que estimemos propio de cada una de las ideas expresadas. Al menos en referencia a no pocos temas, él haría suyas aquella palabras que he citado de Ratzinger: «cualquiera es libre de contradecirme». No tienen, pues, sentido ni las vanas alegrías de los heterodoxos, ni las vanas desesperaciones de los ortodoxos.
En cuanto a la línea editorial conveniente en los medios de comunicación católicos pensamos que es prudente la que, con mayor o menor acierto en cada caso concreto, queremos seguir en InfoCatólica, siendo ésta una página-web que tiene una finalidad netamente apostólica, de servicio a Cristo y a su Iglesia, en el servicio a nuestros lectores.
–En documentos magisteriales, del nivel que sean, publicación total, o al menos, resúmenes amplios y enlace al texto completo.
–En caso de palabras o gestos privados, personales (por ejemplo, la entrevista aludida), como son bastante numerosos y no es posible comunicarlos todos a los lectores, se hace absolutamente necesario seleccionar algunos y dejar otros. Por tanto, damos noticia o transcribimos, según los casos, aquellas palabras o aquellos gestos que estimamos más iluminadores y estimulantes para nuestros lectores, y aludimos brevemente, en cambio, o no decimos nada de otros gestos o palabras que tienen menor importancia o menos fuerza iluminadora y estimulante. Ya digo que «todo» lo que el Papa dice o hace es imposible que lo comuniquemos en nuestro medio. Es imposible. Pero es que además no creemos que esté de Dios que todo el universo cristiano esté diariamente informado de cada declaración, gesto o acción que venga a realizar el Obispo de Roma, aunque éste, como Pastor universal de la Iglesia, tenga plena autoridad apostólica sobre todas las Iglesias locales y sobre todos los católicos.
Todos los medios católicos de información religiosa, en definitiva, siguen más o menos este criterio de necesaria selección. Lo que cambia de unos a otros es el criterio doctrinal, espiritual, apostólico según el cual realizan esa opción. Prevemos, sin embargo, o más bien sabemos por experiencia, que ciertos medios malosos con este motivo cargarán contra InfoCatólica sin razones válidas. Pero podemos asegurarles, y les aseguramos, que lo llevaremos con una gran paz. La paz de Cristo.
Finalmente, por las razones aducidas, no parece conveniente que el Papa multiplique las palabras y los gestos de carácter privado, aquellos que no están confortados directamente por el carisma del ministerio petrino, como Vicario de Cristo en la tierra. Los inconvenientes son considerables, y las ventajas pocas. El P. Fernando García Cortázar, S.J., prestigioso historiador, declaraba en una entrevista de prensa: el Papa «quizá debe tener cuidado con un exceso en la política de gestos» (20-IX-2013). El mismo Papa Francisco confesaba en su entrevista-conversación con el P. Antonio Spadaro, S.J., «su gran renuencia a conceder entrevistas. Me había confesado que prefiere pensarse las cosas más que improvisar respuestas sobre la marcha en una entrevista».
José María Iraburu, sacerdote
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