EL JOVEN RICO: EL OFRECIMIENTO DE UNA AMISTAD “NUEVA”.
CARLO M. MARTINI
EL EVANGELIO ECLESIAL DE S.MATEO
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986. Pág. 64ss.
Ante todo, reflexionemos juntos sobre el episodio de Jesús con el joven rico, exegéticamente lleno de problemas; sólo me referiré a alguno.
Esta narración, hasta hace unos veinte años, se la consideraba como el pasaje típico de la vocación religiosa. Sobre la base de esta narración se distinguía la doble vocación: la observancia de los mandamientos, la aceptación de los consejos evangélicos, sobre todo de la pobreza. En cambio, si leen a los exégetas de los últimos diez, quince años, se darán cuenta que casi nadie considera esta pasaje como típico de la distinción entre vocación común y vocación a la perfección. En esto, me parece, nos hemos alineado con la opinión, común desde hace siglos entre los protestantes, los cuales siempre han negado la distinción entre los dos estados.
Ahora nosotros, sin negar la realidad de esta llamada a la perfección en la Iglesia, reconocemos que en este trozo se habla del hombre, no se tiende a dividir a la gente en dos categorías: hasta aquí para todos, después sigue la elección. Es un pasaje que habla de la existencia humana, de la situación existencial, como se dice, de la vida de cada día, por tanto, de cada uno de nosotros. Por eso en cierto modo nos vemos en él, aunque se trata de un trozo difícil de explicar en todos sus particulares.
Les propongo una explicación, que me parece corresponde al conjunto y que encuentro muy clara en los comentarios exegéticos. Vemos, pues, que Jesús se dirige hacia Jerusalén, y cerca de la ciudad se tratan dos grandes problemas de la existencia humana que se encuentran en este capítulo: el problema del matrimonio, del divorcio y del celibato, en la primera parte, y después el problema de la riqueza. Entre los dos, como intermedio y punto de referencia, encontramos la frase de Jesús respecto de los pequeños: “El que no se haga como estos pequeños no entrará en el reino”.
Leámoslo así, con sencillez, sin profundizar demasiado el contexto, sino tratando de comprender, palabra por palabra, lo que nos dice. Pidámosle al Señor que nos haga entrar en esta situación, que también esta vez la leamos desde adentro.
-La confianza en el “poseer” y en el “hacer”.
He aquí que uno viene y dice: Maestro, ¿qué tengo que hacer para poseer la vida eterna?. Si reflexionamos bien, esta pregunta es de por sí muy significativa, porque ninguno de nosotros, como nos enseña la sicología moderna, abre la boca sin revelarse a sí mismo, sin revelar su mundo interior.
Este hombre pregunta: “¿Qué tengo que hacer?” Aquí ya nos parece un hombre muy preocupado del “hacer”: qué tengo que hacer yo, qué bienes tengo que emplear. Después sabremos que es rico: es un hombre acostumbrado a comprar, sabe que todo tiene un precio, que el hombre rico puede hacer muchas cosas. Cree que tiene mucha confianza en la eficiencia: Señor, ponme una meta, aunque sea alta, de modo que yo pueda intentar. Un hombre que dice inmediatamente cuánto cuesta, estoy dispuesto a pagar. Es, pues, un hombre práctico.
“Para poseer la vida”. Aquí también el verbo significa: para que yo la tenga en mano, esté seguro de tenerla. Es un hombre acostumbrado a comprar y a poseer mediante el dinero, por tanto hasta la vida eterna la quiere con seguridad.
Jesús, con mucha amabilidad, no lo rechaza, me parece, aunque hago una lectura que no es muy evidente por las palabras. Supongo que este hombre se presenta con un poco de vanidad, porque se necesita una cierta seguridad de sí para hacer semejante pregunta delante de toda la gente que escuchaba. Jesús se presta al juego, ve que este hombre en el fondo tiene buena voluntad (Marcos añade nada menos que Jesús “lo amó”), aunque probablemente es un poco pretencioso y quiere hacer buena figura delante de toda la gente. Jesús le contesta comenzando a corregirlo con amabilidad. La frase es muy misteriosa, y los exégeta se ponen también aquí sus problemas. Dice: “¿Qué me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno sólo es el bueno”. ¿Qué quiere decir? Se entiende Marcos, en donde el joven pregunta: “Maestro bueno” y Jesús contesta: “Uno sólo es bueno: Dios”. Pero aquí, ¿en qué sentido lo entendió Mateo?.
Yo lo leo así, precisamente según la hipótesis sicológica que he hecho: este es un hombre bastante preocupado de las cosas y Jesús le dice: cuidado, el bien no es una cosa, sino una persona. Tú te preocupas por hacer una cierta cantidad, en cambio estamos en el mundo de las relaciones, de las cualidades. No se trata de un bien, sino de una persona buena. Jesús no continúa, se limita a hacer benévola corrección a esta actitud demasiado mercantil de quien lo ha interrogado; vuelve sobre la pregunta, corrigiéndola también, no “si quieres poseer la vida”, sino “si quieres entrar en la vida”. Dios te ofrece la vida, por tanto, no es que tú puedas poseerla; sino, si quieres participar en ella, observa los mandamientos.
Jesús no se desconcertó, no dijo absolutamente nada de nuevo, se quedó en el terreno de la pregunta, corrigiéndola suavemente, de modo que la persona comprenda que no está en la justa posición, de preguntar partiendo de una cierta presunción, tal vez inconsciente, pero de la que Jesús trata de revelarle la existencia. Jesús le da una respuesta que se encuentra en el libro del Levítico, en toda la tradición Vetero-testamentaria. Para tener una respuesta del género, tan evidente, no había necesidad de hacer una pregunta tan solemne, en medio de la muchedumbre.
¿Qué edad tendría? Claro que no era un muchachito; el término “rico” indica un hombre joven, de unos 25 a 30 años, un hombre que ya tiene algo propio, tiene un porvenir por delante. Todavía no se ha casado, por eso está reflexionando sobre sí mismo, tiene ambiciones, aun de carácter filantrópico y moral, un hombre que sabe que la vida no se juega con poco, sino que hay que gastarla en cosas grandes.
Este hombre añade: “¿Cuáles mandamientos?”. Aquí también Jesús sigue en su terreno, le da una respuesta evidente: “No matar, no robar, no fornicar, no decir falsos testimonios, honrar al padre y a la madre, amar al prójimo como a sí mismo”. Como notan muy bien los exégetas, y como lo pueden ver ustedes también, aquí Jesús habla de la segunda Tabla de los mandamientos, es decir, de las relaciones con el prójimo: ten buenas relaciones con el prójimo, dice Jesús, no lo engañes en nada, da a cada uno lo que le pertenece: las cosas, la esposa, el honor al padre y a la madre, la verdad a todos.
Solamente Mateo añade una cosa que disturba un poco a los exégetas, es decir, el mandamiento general: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es bastante indicativo, porque con esta palabra de Jesús Mateo hace referencia exactamente al juicio final.
Prácticamente Jesús le contesta: ten buenas relaciones con todos, más aun, ámalos a todos.
-La exigencia de “algo más”.
El diálogo debería haber terminado aquí, pero llega la sorpresa, pues el discurso continúa, como si Mateo quisiera contestar a una pregunta implícita: ¿cómo se pueden hacer obras de caridad sin cambiar el corazón? O también: ¿cómo es posible querer hacer estas obras de caridad y sin embargo no hacerlas, no ser capaces ni siquiera de verlas cuando se presentan? Hay algo más, pues, que el ejercicio material de las obras de caridad, hay algo más profundo.
En efecto, el joven dice: “Todo esto lo he observado”. Por tanto, este joven no sólo ha sido honesto en la administración de su patrimonio, no ha robado, no ha mentido, ha honrado a sus padres, sino que también ha amado: ha dado limosnas, ha sido generoso con los pobres, se ha preocupado de los enfermos… E insiste: “¿Qué me falta todavía?”.
Aquí me detengo un momento, pues quisiera preguntarle a este joven: ¿pero qué te pasa, por qué sigues preguntando? Por qué no dices: gracias, Señor, todo esto lo he observado y me voy para mi casa contento; ¿por qué te pones en problemas, haciendo todavía una pregunta que te hará quedar mal? El joven podría contestar: sentía que a pesar de todo no estaba satisfecho. Mi pregunta era una pregunta sincera. Había hecho todo bien, tenía amigos, administraba bien mis riquezas, me consideraban una persona honesta, pero yo soy joven, me siento llamado a hacer cosas grandes en la vida, yo quiero saber…
En el fondo de nosotros mismos se encuentra esta exigencia de algo más: nos damos cuenta que no es suficiente hacer “razonablemente” bien las cosas. O mejor, ya lo hemos visto y volveremos a verlo, hacer razonablemente bien las cosas es imposible, a menos que nos abramos a algo más.
Este joven ha comprendido perfectamente que el hombre, que es deseo infinito, de profundidad, de relaciones sin límites, no se detiene en las cosas ordinarias, a menos que acepte una existencia superficial y vana. En nosotros hay algo que exige más, que exige profundidad de relaciones, relaciones personales que van hasta el fondo, y esto se verifica principalmente con Dios. Por eso, este joven pregunta todavía: ¿qué me falta? También aquí encontramos esa presunción: quiero llegar a la plenitud.
-Una petición paradójica.
Ahora la respuesta se hace solemne: “Le dijo Jesús”. Al principio Jesús se había quedado en la superficie, pero al ver que la persona salió con algo mejor, esto es, en el fondo se ha demostrado verdadera, expresando el deseo de aquel “más” que hace ver que la pregunta no era sólo conveniencia humana, sino auténtica sed de saber, entonces también Jesús va a la profundidad, destapa las cartas: “Si quieres ser perfecto, anda, vende cuanto tienes y dalo a los pobres; y tendrás un tesoro en los cielos; después, ven y sígueme”.
Fijémonos en el modo como se formula esta respuesta: “Si quieres ser perfecto”. Aquí Jesús no habla de una acción supererogatoria, sino que dice: si verdaderamente quieres ser lo que como hombre estás llamado a ser, haz este acto paradójico que hasta ahora no te ha venido ni siquiera a la mente, es decir, libérate de todo lo que es la vida habitual, de todo lo que es la rutina de tu existencia, de todo aquello sobre lo que te apoyas, sin saberlo, y que hace tu vida tan inmóvil, tan estática, tan carente de sorpresas, tan burguesamente honesta.
Tienes que aceptar hacer aquel gesto paradójico que nadie hace casi nunca, en tu situación, que la gente considera loco: ¿qué le ha pasado, ahora, que le dio por vender todos sus bienes? ¡Se ha vuelto loco! Probablemente tenía deudas secretas, jugaba, no lo sabíamos, pero ahora finalmente se descubre todo; lo creíamos quién sabe quién… Así la gente comienza a maliciar.
A este joven le disgusta no sólo dejar todo, sino también el qué dirá la gente, el ser tenido por loco o que quién sabe qué se propone, porque en el fondo la gente no cree nunca que uno haga las cosas porque quiere hacerlas, por generosidad. Este hombre se siente llevado por Jesús a una situación que para él es verdaderamente absurda.
Jesús le explica amablemente el porqué de esta paradoja que se le pide: “Tendrás un tesoro en los cielos”. Habitualmente, ¿por qué no logras equilibrar tu vida? Porque tu tesoro está en las cosas que posees. Probablemente ni siquiera te das cuenta, porque hasta ahora te has apoyado en ellas como en una evidencia; pero cuando te falten, verás realmente cómo te maniataban; verás cómo llegarás a ser libre, si pones tu punto de equilibrio fuera de ti, en los cielos, es decir, en Dios: verás cómo llegarás a una relación con Dios.
Hasta ahora era una relación de comodidad, de quien se siente seguro y entonces le ofrece a Dios su vida, su fidelidad, la observancia de los mandamientos, pensando: en todo caso estoy tranquilo, tengo las cosas que me sostienen. En cambio, así te colocas en una relación de enemistad con la sociedad que te rodea, que, como mínimo, por lo menos no te comprenderá; así te pones en una situación de dependencia total delante de Dios, te la jugaste toda por él. Hasta ahora podías jugar en dos ruletas distintas, apuntabas a veces aquí y a veces allá; ahora lo haces sobre una sola, por tanto tienes que perder el equilibrio por la fuerza. ¿Ves la racionalidad de esta paradoja? Tendrás un tesoro en los cielos. Sólo entonces podrás seguirme.
Nos encontramos aquí ante un concepto muy importante para Mateo; para él es necesario seguir a Jesús. En cambio, este hombre no podía seguirlo porque no había perdido el equilibrio. Sólo entonces, continúa Jesús, serás lo que verdaderamente debes ser, tendrás la plenitud de la vida y la autenticidad a la que aspiras secretamente, habrás vencido ese sutil descontento que te corroe, que está presente en todas las cosas que haces bien, en todas las alabanzas que recibes, en todos los honores que te brinda la gente a quien sirves. Entonces serás auténtico. Esta es la propuesta de verdad.
-La imposibilidad de salir de la propia esclavitud.
Conocemos la respuesta que Mateo transmite con toda solemnidad. “Al oír esto, el joven se fue entristecido”. Estas palabras se pueden entender como la Palabra de salvación definitiva, clara, la que necesitabas. Tú insististe por tenerla, la pediste repetidamente, tres veces: ahora se te ha dado, ahora ya conoces la verdad, sabes que en el fondo estás apegado a tus cosas, a tu mundo, a tus costumbres: comprendes que los demás te han marcado como rico y tú no te puedes liberar de esta marca, estás condenado a seguir así marcado, muy a pesar tuyo.
“Y el joven se fue entristecido”. ¿Por qué triste?. Porque se dio cuenta que era esclavo. Extraña condición la de este joven que llegó libre, orgulloso, seguro de sí, y se va reconociendo su esclavitud, reconociéndose estancado en su vida, esclavo del juicio ajeno y de lo que posee y con un porvenir cerrado. “Se fue porque tenía muchas riquezas”, o mejor muchas cosas que lo poseían.
En esta meditación les sugiero que no se queden aquí, sino que vayan a casa con este joven, que lo acompañen y vean lo que hace. Ciertamente comenzará a dar órdenes, se presentará airoso, tratará de olvidar, pero por la noche estará inquieto: ¿por qué me metí en esto? ¿Por qué hice esa pregunta? ¿No había sido mejor estar en casa? ¿Y mañana qué voy a hacer? Ahora voy a hacer cosas grandes, trabajaré…
Pero siempre vivirá con ese descontento: se fue entristecido, porque se dio cuenta que no es auténtico, no es verdadero. Podemos seguirlo durante los días siguientes, aparentemente contento, lleno de alegría, airoso. Tal vez se vuelva más piadoso, más devoto, trate de rezar más, para demostrarse a sí mismo que es una persona honesta, justa, recta. Va al Templo, da grandes ofertas a la sinagoga, limosnas a los pobres, todos lo consideran una persona verdaderamente devota, religiosa, pero no se siente satisfecho.
Podemos seguir adelante con la fantasía, para luego regresar al Evangelio, aunque no nos estemos alejando demasiado. Yo creo que a un cierto punto este joven debió de pensar: quiero otra vez hablar con Jesús, no me basta con la primera vez, no me doy por vencido. Lo busca, se informa y decide, porque no puede ya vivir sin ir a buscarlo.
Supongamos que nos pide consejo a cada uno de nosotros para saber, cuando volverá donde Jesús, qué decir, cómo comportarse.
Tal vez le diremos: toma una póliza y escribe: “todas mis riquezas las doy a los pobres” y la entregas a Jesús. ¿Sería el comportamiento justo? O, ¿qué otro consejo le podremos dar? ¿Cómo podríamos decirle que se presente a Jesús siendo auténtico, no haciéndose lo que no es?.
Si este joven es honesto, como lo presenta el Evangelio, al final elegirá el camino justo. Es decir, probablemente se acerca a Jesús en un momento en el que estaba un poco solo (ya no se atreve a hablar delante de la gente, porque la otra vez había quedado impresionado con una respuesta pública) y le dirá: Señor, tú dijiste la verdad. Tienes razón, soy muy malo, pero ya no puedo más. No tengo nada que traerte, todas mis riquezas están allá, pero no sirven. No entiendo por qué no logro moverme. Te pido, Señor, que me expliques qué es lo que está sucediendo en mí. Haz que yo entienda mejor.
Señor, comprendo que no soy un héroe. Veo mi incapacidad, mi pobreza; no soy nada, pero ahora te lo digo, y al decírtelo me siento más tranquilo. Te pido una sola cosa: hazme comprender por qué no he sido capaz, por qué no he aceptado, por qué todavía me siento pesado, tan dividido internamente…
Y volvamos al Evangelio. Jesús le dirá: mira, tú no podías menos de comportarte así. Tal vez nos parezca extraño, pero empezaría precisamente por excusarlo: no podías obrar de otro modo, porque tu tesoro estaba allá y tú no podías cambiar el lugar de tu tesoro.
Publicar un comentario