Cesan los ayunos (testimonios)


La Cuaresma es la preparación intensa, austera y penitente, de todos para la Pascua, ya sean penitentes, catecúmenos o el pueblo fiel. En esa preparación el ayuno caracteriza el tiempo cuaresmal, con la privación de alimento y los viernes, además abstinencia de carne. Un ayuno generoso, es decir, con rigor y austeridad, prepara bien el cuerpo y el espíritu para la santísima Pascua.


Pero cuando resucita el Señor, cesan los ayunos, se rompe el ayuno con la Comunión eucarística de la Vigilia pascual y comienza la fiesta cristiana con gozo espiritual.



Los cincuenta días de Pascua se viven con el gozo de comer y beber en honor del Señor, sin la privación del ayuno. Son días festivos que vivimos felices porque Cristo resucitó.


Ya el mismo Señor decía que "ayunarán cuando el Esposo les sea arrebatado", pero ahora que está vivo y glorioso, "¿cómo pueden ayunar los amigos del novio cuando el novio está con ellos?" El mismo Señor resucitado se hace presente e invita a comer, en varias ocasiones, a sus apóstoles el pan y peces asados. Las imágenes del banquete le sirven a Cristo para explicar la vida eterna y el Reino de Dios como una comunión feliz y festiva entre todos, presididos por Él.


El rigor del ayuno -que hemos de cuidar- da lugar a la alegría de la fiesta y del alimento. Sólo si se vive bien el ayuno se podrá apreciar el cambio de los cincuenta días de Pascua pudiendo comer con alegría.





"Nosotros consideramos que el domingo no está permitido ayunar ni orar de rodillas. Del mismo privilegio gozamos el día de Pascua y durante el período de pentecostés" (Tertuliano, De corona, 3).



También el mismo autor, en el tratado sobre el ayuno, dirá:



"Indudablemente, en el evangelio únicamente son considerados como días de ayuno aquellos en que el Esposo es arrebatado. En efecto, ésos son los únicos días legítimos en que los cristianos deben ayunar, una vez que han sido abolidas las leyes y las profecías antiguas" (De ieiunio, 2).



El motivo es la presencia entre nosotros del Señor resucitado y la participación, por tanto, en su insondable alegría, en su Corazón feliz. Los cincuenta días pascuales son los días de las bodas de Cristo con su Iglesia: no ayunamos porque estamos de fiesta.


Y un último testimonio:



"Nosotros no ayunamos durante pentecostés porque en esos días el Señor mora con nosotros. No ayunamos cuando el Señor está ahí, pues él mismo ha dicho: ¿Pueden caso ayunar los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos?" (S. Máximo de Turín, Hom. 44).



Como detalles festivos, a lo largo de los cincuenta días, se debería notar, por ejemplo, en platos más elaborados, más de fiesta, o también en la preparación de la mesa, con manteles y platos que no sean los de uso cotidiano... o mil detalles más. Se trata de que también al comer vivamos la Pascua del Señor y recordemos, festejando, que el motivo de nuestra alegría es la resurrección del Señor y que estamos de fiesta.



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