Esta semana me ha pasado varias veces. Gente que llama por teléfono preguntando no el horario de misas, sino más bien si la misa de tal hora del domingo es “normal”. ¿Cuál es la razón de la tan aparentemente absurda pregunta?
Ya saben ustedes eso que se dice de que el gato escaldado del agua fría huye, y parece ser que nos encontramos con gente que ha salido escaldada de alguna misa. Por ejemplo, Antonia, que fue tan tranquila a su parroquia a misa de once y mira por donde se encontró con tropecientas comuniones con sus tropecientos familiares, una misa de lo más chiripitiflaútica y encima de casi hora y cuarto. A José le pasó el sábado por la tarde. Él contaba con su misa de cada sábado, tranquilita, cuarenta minutos, y hete aquí que alguien había decidido en esa misa que se presentasen todos grupos parroquiales, bendecir a cada agente de pastoral y hacer de paso una oración especial de envío. Pues nada, hora y media.
Como es natural, Antonia y José salieron escaldados del todo, por eso cada vez que van a una parroquia diferente, o incluso a la suya propia, llaman por teléfono y preguntan: ¿misa normal o con añadido evangélico – pastoral? Dependiendo de lo que sea, van a una misa o huyen a la parroquia más cercana.
¿Qué hacer en estos casos? Ante todo decir que lo de las primeras comuniones en misa dominical es algo perfecto y que ojalá se hiciera más. Más aún, ojalá se hicieran de tal forma que con comunión o sin ella apenas se notara la diferencia. El problema es que en demasiados lugares las primeras comuniones se convierten en una celebración empalagosa e infantiloide, tan larga como escasa de contenido. Pues vale, con su pan se lo coman los papás, los niños y la tía Gertrudis, felices de ver lo mono que ha quedado todo. Pero lo que no puede es hacerse obligatorio, y a traición, para el resto de la parroquia.
¿Y lo de presentar los grupos, confirmaciones, celebraciones especiales, toma de posesión del nuevo párroco, visita pastoral…? Pues como mínimo, avisar con tiempo y abundantemente, de forma que cada cual sepa a qué atenerse.
Siendo un servidor párroco rural, y habida cuenta la costumbre de celebrar de siempre las primeras comuniones los domingos en la misa mayor, semanas antes ya empezaba a dar el aviso: atentos, que los días tal y tal son las primeras comuniones; en consecuencia, los amigos de estas celebraciones, que no se las pierdan, los enemigos, que no digan que no estaban avisados y que huyan. Así de facilito.
Mi criterio, a ver el de uno, es que las misas dominicales sean lo más normalitas posibles, vamos, con pocas sorpresas, y si es posible con ninguna. Por supuesto que hay ocasiones en que tienen que ser especiales por el artículo 47: visita del obispo, confirmaciones, primeras comuniones, aniversario de la capilla de la adoración perpetua. Todo el mundo lo entiende y no pasa nada. Pero ojo, avisando, eh? Así los feligreses que deseen participar en estas celebraciones no se las pierden, y los que prefieren su misa de siempre tienen la posibilidad de acudir en otro horario o huir discretamente hacia la vecindad. Mejor así.
Siempre habrá un despistado o despistada que a pesar de los avisos, y siendo amante de misas rezadas, se dé de bruces con una celebración extraordinaria y de duración cuasi infinita. Qué se le va a hacer. Que lo ofrezca al Señor en penitencia por sus pecados y salvación de las almas. Pero una cosa es que haya un despistado y otra agarrar a la gente a traición. Recuerdo una iglesia de religiosos donde la misa de la tarde la celebraba tradicionalmente el P. Juan, veinte minutos y sin homilía. La iglesia a rebosar. Y el hermano sacristán, que tenía su mala uva, cada tres o cuatro meses, cuando esa misa se llenaba a reventar, de repente se la daba al P. Pedro, anciano, y toda la vida en América, que no echaba menos de hora y cuarto. Eso no se hace…
Pues eso. Avisando. Que una cosa es que un día haya algo especial, y otra pillar a la gente a traición.
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