“Les he dicho esto, antes de que suceda, para que cuando suceda crean. Ya no hablaré mucho con ustedes, pues se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me mando lo hago”. (Jn 14,27-31)
Ya es tiempo de muchas palabras.
Ya no es tiempo de anunciar la suerte final en la Cruz.
Ya las palabras están de sobra.
Ahora ya es la hora de los hechos.
Ahora ya es la hora de las realizaciones.
Ahora ya las fuerzas del mal comienzan a actuar.
Y realmente qué poco habló Jesús en sus Pasión.
Apenas dijo nada. Más bien “callaba”.
Ahora su gran palabra será su Pasión y su Muerte y Resurrección.
Las tres palabras que harán realidad todas las palabras habladas hasta ahora.
Es la hora del silencio de Dios.
Es la hora en la que la palabra la tienen los hombres.
Y Jesús no tuvo reparo en anunciar este duro momento de despedida.
Tampoco lo tiene ahora.
Cuando les anunció el final ellos no creyeron.
Ahora que llega el momento, Jesús que sepan que esto tiene que suceder, para que cuando suceda “crean”.
Pero antes:
Quiere dejarles su paz.
La misma que será el primer saludo pascua.
No esa paz barata que suele dar el mundo.
Sino la paz:
Que el mismo tiene.
La paz que viene del Padre.
Quiere hacerles ver que su Pasión y Muerte será obra del mal en el mundo.
Pero que aún el mal puede ser camino para realizar la voluntad del Padre.
Que será el mal del mundo quien lleve a cabo su Muerte.
Pero no por eso se sentirá derrotado.
Al contrario el la convertirá en la expresión del amor del Padre.
Será el mal el que actúe.
Pero no será el mal el que triunfe.
El será capaz de aceptar libremente el poder del mal.
Libremente se dejará crucificar por la fuerza del mal.
Pero su amor y libertad serán capaces de triunfar sobre el mal.
El pecado del mal buscará eliminarlo.
Pero en eso mismo El revelará “su amor al Padre”.
Dios no ama el mal.
Pero Dios es capaz de triunfar en el mal.
Dios no quiere la enfermedad.
Pero Dios quiere que el enfermo triunfe sobre la enfermedad.
Dios no quiere la injusticia.
Pero Dios quiere que seamos más que la injusticia.
Dios no quiere la pobreza.
Pero Dios quiere que nos sintamos más que la pobreza.
Dios no quiere la muerte.
Pero Dios quiere que triunfemos sobre la muerte.
Por eso Dios no ama la enfermedad.
Pero sí ama y quiere al enfermo.
Dios no quiere la pobreza.
Pero Dios sí ama a los pobres y los hace objeto de su especial amor.
Lo importante es que cuando todo esto “suceda” sigamos creyendo.
Tal vez la oscuridad del mal nuble nuestra fe.
Tal esos triunfos aparentes del mal oscurezcan el cielo de nuestro espíritu.
Pero que, a pesar de todo sigamos creyendo.
Al contrario es el momento de afianzar nuestra fe.
Porque también entonces tenemos que revelar el amor del Padre.
Clemente Sobrado C. P.
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