El beato Newman escribió: “Las opiniones cambian, las conclusiones se debilitan, las investigaciones se agotan, la razón se detiene: solo la fe llega hasta el final, solo la fe permanece” (J.H. Newman, “Discursos sobre la fe”, Madrid 1981, 197).
La fe se asocia a la estabilidad, a la permanencia. Jesús no enseñaba algo distinto: “permaneced en mí y yo en vosotros” (cf Jn 15,1-8). Permanecer es mantenerse en el mismo lugar, en el mismo estado.
Necesitamos, como el agua, la permanencia. Necesitamos, como el agua, que nuestros padres permanezcan en el amor hacia nosotros. Difícilmente un niño podrá madurar sometido a una duda continua: ¿Mis padres me quieren o no?, ¿me siguen queriendo o ya no?, ¿mañana me querrán o no?
La instalación en la perplejidad, en la confusión, en la falta de confianza, goza de alta cotización en la actual bolsa de los valores. ¿Por qué seguimos hablando tanto de “valores” y menos de “bienes”?. Si nos quejamos de los altibajos de la bolsa, de los sustos que nos proporciona la economía – cada vez más financiera, más de diseño y menos real, menos apegada a la tierra - , ¿por qué anhelamos en el ámbito de la vida el mismo nivel de riesgo?
No es lo mismo optar que arriesgar. En la vida optamos, ejercemos nuestra libertad hasta las últimas consecuencias, sí. Pero no optamos para simplemente “arriesgar”. Optamos, o queremos hacerlo, de modo razonable y responsable. Y en ese optar se juega todo. Se juega lo que somos y lo que podemos ser. Hay un margen de riesgo que se corre, es verdad. Pero se opta con base en la confianza.
Ser libre supone, creo, aceptar las consecuencias de nuestras opciones. El principio de no contradicción – una cosa no puede ser ella misma y su contrario – se cumple, perfectamente, en la propia biografía. Yo no puedo ser todo a la vez. Si quiero ser algo tengo, necesariamente, que querer no ser muchas otras cosas.
Si quiero ser soltero, por las razones que sea – entre ellas, las más nobles - , no puedo, a la vez, querer ser casado. Y digo “ser”, porque determinadas decisiones configuran no solamente nuestro “estar” en el mundo, sino nuestro “ser”.
Una decisión seria es la de elegir el matrimonio. Cuando una persona se casa ha de saber algunas cosas. Ha de saber que el matrimonio es un sacramento – un signo eficaz de la permanencia y de la fidelidad de Dios - . Ha de saber que los fines del matrimonio son la ayuda mutua entre los cónyuges y la apertura a la procreación, y que se caracteriza, el matrimonio, por dos propiedades esenciales: la unidad y la estabilidad.
Pero no basta con “saber”, hay que “querer”. Y “querer” es “tener intención de” y “estar dispuesto a”, sin reservas ni condiciones, amenazas ni presiones sobre la propia libertad.
No es fácil ser libre. Pero ser libre tiene su contrapartida: ser responsable. No ayuda ni a una cosa ni a otra presentar, o pretender hacerlo, una fe disociada del ejercicio hasta el fondo de la libertad. No ayuda una fe sin permanencia. Cueste lo que cueste. Nadie ha dicho – la Cruz lo confirma – que la fe sea fácil.
Guillermo Juan Morado.
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