Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Martes de la 6 a Semana – Ciclo A

“Dijo Jesús a sus discípulos: “Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿A dónde vas?” Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré”.

(Jn 16,5-11)


Jesús es consciente de que, desde que les dijo que “se iba”, sus corazones estaban tristes.

Tan tristes que, ninguno se atrevía a preguntarle “¿A dónde vas?”

La tristeza suele paralizarnos.

La tristeza suele poner miedo en nuestros corazones.

La tristeza suele privarnos de esa alegría de la vida.

La tristeza suele apagar nuestras ilusiones de vivir.


Una tristeza:

Que nace del amor que le tenían y se quedan sin él.

Que nace de la fuerza que les daba seguridad.

¿Qué va a ser ahora de ellos?


Jesús quiere devolverles la serenidad y la paz.

Por eso les dice que “Os conviene que yo me vaya”.

Hay cosas que parecen hundirnos.

Que pareciera que sin él ya no servimos para nada.

Todavía no tienen conciencia de la conveniencia y necesidad de que vuelva al Padre.

Y sin embargo, para Jesús no solo era conveniente sino necesario.

“Porque si no se va, no vendrá el Defensor”.

“En cambio, si me voy, os lo enviaré”.

Hay cosas que no queremos preguntar por miedo a la respuesta.


Estoy pensando en una realidad muy común entre nosotros.

Cuando alguien se nos muere, lo único que hacemos es llorarlo.

Cuando alguien se nos muere, nos vestimos de luto en señal de pena y tristeza.

Y hasta nos preguntamos ¿por qué Dios lo ha permitido si era tan bueno y necesario?

Como si la muerte fuese para los malos y los innecesarios.

¿Qué pasará ahora en la familia?

¿Qué haremos ahora sin él?


Igualito que los discípulos: no vemos el por qué de la muerte.

Y nos olvidamos de que, para el que murió: “era conveniente morir”.

Porque:

Mientras está con nosotros, no puede disfrutar la bienaventuranza de Dios.

Mientras está con nosotros, no puede ver el rostro del Padre.

Mientras está con nosotros, no puede disfrutar la nueva vida que ya lleva dentro.


“Quien cree en mí tiene ya la vida eterna”.

“Quien come mi carne tiene ya la vida eterna”.

Pero la tiene en germen.

Un germen como el del trigo que es preciso que “muera para que dé fruto”.

La muerte es la muerte del trigo de nuestra vida, para que pueda dar fruto.

La muerte es la muerte del trigo de nuestra vida, para que brote la vida que llevamos dentro.


Así como los discípulos no entendían que “era necesario volver a donde había venido”, tampoco nosotros entendemos:

Que la muerte nos abre las puertas de la vida.

Que la muerte no termina en muerte sino en nueva vida.

Que la muerte no es la despedida última, sino el tránsito a donde un día volveremos a encontrarnos.

Que la muerte no es el final, sino el comienzo de algo nuevo.

Que este vida no es la definitiva, sino preparación a la que sí es definitiva.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Pascua Tagged: defensor, espiritu santo
00:09

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