Posiblemente se crean que esta mañana he desayunado alguna infusión rara. Porque a ver, ¿qué tendrá que ver eso de la ecología con la vida de la parroquia? ¿O es que se me ha acabado la inspiración y ando rebuscando cualquier cosa de la que escribir? ¿Inspiración? Solo con echar un vistazo a la información religiosa tiene uno para varios post al día si quisiera.
La idea de escribir sobre ecologismo, ecologistas y vida parroquial me la dio ayer una noticia que vi colgada en la página de un amigo, según la cual el ayuntamiento de Soto del Real pretende eliminar cincuenta nidos de cigüeña del tejado de la iglesia parroquial.
Yo sé que las cigüeñas quedan bien y que resulta hasta bonito llegar a un templo parroquial y verlas tan guapas posadas en su tejado. Un nido de cigüeña en la torre parece complemento indispensable en una iglesia rural. Pero claro, si fuera solo uno…
He sido párroco rural durante nueve años y conozco perfectamente el problema. En uno de mis pueblos, Guadalix de la Sierra, yo creo que llegamos a pasar el número de cien nidos entre la nave y la torre de la iglesia parroquial. Cada nido, tejas rotas y gotera. En Soto del Real, apenas diez kilómetros, más de lo mismo.
Recuerdo lo que pasó en Manzanares el Real. En la torre de la iglesia parroquial existía un nido de cerca de dos metros de altura y con un peso superior a las dos toneladas. Para facilitar la restauración de la torre, el nido fue trasladado a la cubierta del ábside, hasta que una mañana, al entrar en el templo el buen cura párroco, descubrió, atónito, que el nido se había colado y estaba en el suelo del presbiterio. Al informar al organismo correspondiente de la comunidad de Madrid, solo le preguntaron una cosa: ¿se han roto los huevos?
Ser cura, y sobre todo rural, es mucho más que celebrar misas, comuniones, entierros y novenas. Lleva también consigo un ingente esfuerzo por mantener en pie, restaurados y dignos para el culto, los templos parroquiales. No se hacen idea lo que es encontrarte por fin el tejado recién reparado, un esfuerzo en el que suelen colaborar la parroquia, el ayuntamiento y también otros organismos oficiales, y ver cómo comienzan a llegar las cigüeñas.
No se imaginan lo que supone ver la torre del siglo XVI recién restaurada para comprobar a los pocos meses que ya se han atascado los desagües de las gárgolas y que la cubierta de la torre es una inmensa piscina que se va vaciando a través del agua que se filtra por la bóveda de crucería que la sustenta. Justo esa sala, recién pintada, a los pocos meses es una inmensa mancha de humedad… Por supuesto ni se te ocurra subir a la torre a limpiar: si las cigüeñas están criando te juegas cualquier cosa.
En Guadalix, donde ya digo estuve nueve años de párroco, he de reconocer que nos entendíamos de maravilla ayuntamiento y parroquia. También en la cosa de las cigüeñas. La gente, sensata, comprendía que algo había que hacer. Eso sí, siempre bajo la mirada atentísima de los grupos ecologistas que escudriñaban cada movimiento por si cualquier cosa o persona molestaba a los pobres bichos.
Por supuesto que tuve mis conversaciones con esos grupos, y especialmente con algunos vecinos miembros de la sociedad española de ornitología. Mi propuesta fue que dado su amor por las aves, se preocupasen de retejar cada otoño y conseguir dinero suficiente para pagar esos gastos. Jamás obtuve respuesta. Creo que en Guadalix, tras la última reparación integral de la cubierta, y ya van unas cuantas, han colocado dispositivos que impiden la anidación. A ver si lo consiguen.
Si la Comunidad de Madrid piensa que las cigüeñas necesitan protección (que ya no la necesitan) pues nada, adelante, pero digo yo que alguien se hará cargo de esos gastos. La cosa es sencilla: o la administración se hace cargo de esos nidos y de las reparaciones de la cubierta, o que las cigüeñas se vayan a anidar a la sociedad española de ornitología o en el reloj de la Puerta del Sol.
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