“Dijo Jesús a sus discípulos: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo les he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no les llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes les llamo amigos, porque les he dado a conocer, todo lo que he oído de mi Padre. No son ustedes quienes me han elegido, soy yo quien los he elegido y los he destinado para que vayan y den fruto, y su fruto dure”. (Jn 15, 12-17)
¿Queremos cambiar realmente el mundo?
Bueno, de ideologías ya estamos bien, y total para nada.
¿Queremos una familia unida? Consejos tenemos de sobra.
¿Queremos una Iglesia unida, comunidad de Jesús? El Derecho Canónico no lo ha conseguido.
¿Queremos realmente un mundo nuevo, donde todos nos sintamos hermanos, amigos, compañeros?
¿Creen que hay algún método de hacerlo realidad?
Yo creo que sí.
Pero me temo que no nos atrevamos a ponerlo en práctica.
¡Sería tan sencillo!
¡Sería tan barato!
¡Sería tan fácil!
Pues ahí está.
La receta nos la da Jesús.
“que se amen unos a otros como yo les he amado”.
El mundo no tiene que ser lo que es.
La familia no tiene que ser lo que es.
La Iglesia no tiene que ser lo que es.
La vida no tiene que ser lo que es.
El mandato de Jesús sería más que suficiente para cambiarlo todo.
“Amarnos.
Pero amarnos como El nos amó”.
Ensayamos mil sistemas conscientes de que todos son inútiles.
Porque el mundo sigue igual.
Con lo fácil que sería “amarnos”.
No habría armas.
No habría ejércitos.
No habría divisiones.
No habría injusticias.
No habría desigualdades.
No habría hambrientos que no tienen que comer.
No habría niños vendiendo caramelos en la calle.
Además, nosotros mismos:
Nos sentiríamos distintos.
Nos sentiríamos más felices.
Nos sentiríamos más a gusto unos con otros.
Porque junto al amor hay algo más:
Seríamos los amigos de Dios.
Seríamos amigos que no buscamos amigos sino que somos “elegidos”.
Dejaríamos de ser esclavos.
Dejaríamos de ser extraños a Dios.
Porque seríamos los confidentes de Dios.
Porque conoceríamos los secretos del corazón de Dios.
Porque no sería gente inútil que no hace nada.
Daríamos frutos y frutos abundantes.
¿Por qué le tendremos miedo al Evangelio?
¿Por qué le tendremos miedo a Jesús?
¿Por qué le tendremos miedo a Dios?
Por favor:
No nos quejemos de que todo anda mal.
No nos lamentemos que todo anda al revés.
No nos lamentemos de “las calles peligrosas”.
No nos lamentemos de los niños que mueren de hambre.
No nos lamentemos de que no nos entendemos.
Lo nuevo es bien simple: “amaos como yo os he amado”.
¿Quieren una receta más barata?
Vayan a la farmacia y luego me lo cuentan.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo A, Pascua Tagged: amor, caridad, mandamiento
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