Francisco, la reforma y el "consejo de la corona"


“Cuatro años de Bergoglio bastan para cambiar la Iglesia". Palabras proféticas pronunciadas por un eminente cardenal el 11 de marzo pasado. Sí, en la víspera del más reciente Cónclave. Ese purpurado estaba dispuesto a votar por el entonces arzobispo de Buenos Aires en la Capilla Sixtina. Y así lo hizo, como muchos de sus compañeros. Dos días después el jesuita argentino fue elegido Papa. A juzgar por sus acciones en estos primeros meses de pontificado, aquel cardenal tenía razón.


CARDENALES Antes del viaje del obispo de Roma a Lampedusa, el 8 de julio, su secretario privado Alfred Xuereb confesó: “Yo me inscribí al maratón Francisco… Corro atrás de él y ya gané muchas medallas". En esa fecha aún no tenía lugar la Jornada Mundial de la Juventud de Brasil, no los viajes a Cerdeña o Asís justo este 4 de octubre, fiesta de San Francisco.


Apenas cuatro meses después del inicio del pontificado ya existía, en el grupo cercano del Papa, la conciencia de estar ante un jefe que no pierde tiempo. Todas sus acciones parecen demostrar su convicción sobre la necesidad de proceder expeditamente a poner en práctica aquellas ideas que ha madurado en un profundo discernimiento. Como si supiera que debe aprovechar al máximo el primer año de su ministerio petrino, mientras mantenga una gran libertad espiritual y humana.


Eso mismo ha ocurrido con el “C-8″ o “Consejo de la Corona", como lo ha bautizado la prensa. Un grupo de cardenales que él mismo eligió como su equipo personal de gobierno. El nombre técnico es “Consejo de cardenales". Un núcleo libre de ocho purpurados con la responsabilidad de proponer cambios y reformas.



Desde su designación, el 13 de abril, los consejeros se han empeñado en una amplísima consulta a diversos niveles (con cardenales, obispos, religiosos y otros personajes) encaminada a identificar las líneas guía de una reforma posible. Una transformación que no se limite sólo a la Curia Romana.


Los “hombres del Papa” se reunieron en El Vaticano del 1 al 3 de octubre. Trabajaron en doble turno, por la mañana y por la tarde. Y abordaron asuntos delicados. El primero de ellos: la pastoral familiar. Esta es una preocupación, in primis, de Bergoglio. Un interés que trae desde Buenos Aires, donde la emergencia por las familias despedazadas es tremenda.


Francisco entiende que muchos de los problemas de la sociedad actual provienen del abandono espiritual de las familias. Matrimonios en crisis, conflictos internos, abandono y desamor. Crisis de fe. Y claro, divorcio. Incluso entre los católicos. Él quiere dar una respuesa concreta. Por eso, con toda seguridad, el tema del próximo Sínodo de los Obispos será justamente el de la pastoral familiar. Personalmente creo que esa reunión puede sentar las bases para un trascendente cambio en la atención de los divorciados y vueltos a casar. ¿La apertura de la comunión para ellos? ¿Aligeración de los trámites para las nulidades matrimoniales? Quién sabe. Pero nadie debería sorprenderse si el Papa realiza algún anuncio clamoroso en este campo, pronto.


Otro asunto que preocupa a Francisco es la estructura del Sínodo. Sobre todo las asambleas ordinarias, que son esas “cumbres” episcopales convocadas sistemáticamente en Roma cada uno, dos o tres años (según sea el caso) y que deberían servir como consulta ordinaria para el vicario de Cristo.


En realidad esos encuentros sirven a poco. Lo digo no sólo porque he cubierto periodísticamente cuatro de estas asambleas, sino porque es la opinión difundida en muchos de sus participantes.


A lo largo de dos o tres semanas de duración, los asistentes y observadores nos fumamos entre 200 y 300 discursos, algunos de ellos simplemente inútiles. Muchos obispos llegan a Roma y toman la palabra para citar la Biblia, impartir catequesis o, peor, dictar soberanas lecciones de teología. Pero son escasos los que realizan aportaciones concretas. Todo se queda en disquisiciones poco realistas que, encima, son compiladas en un documento de propuestas dirigidas al Papa.


Sobre esas propuestas se redactan las exhortaciones apostólicas post-sinodales, documentos que -muchas veces- no leen completos ni siquiera los obispos que asistieron al Sínodo. Esa estructura va a cambiar. Por eso Francisco y el “C-8″ dedicaron las tardes del martes y jueves a discutir al respecto.


La transformación será sensible, como lo será la reforma de la Curia Romana. Los cardenales propusieron al pontífice no quedarse sólo en un cambio cosmético de la constitución apostólica “Pastor Bonus", que rige la actual forma de la organización de la Santa Sede. Los purpurados quieren una nueva ley y en esa dirección parece encaminarse Bergoglio.


Una nueva curia, cambios profundos en la administración vaticana, potenciar el rol de los laicos en la Iglesia, descentralizar el trabajo ahora en manos a Roma, redimensionar el poder de la Secretaría de Estado e incluso introducir la figura del “moderator curie", una especie de “jefe de gabinete” que coordine los trabajos de los organismos romanos.


Todas estas propuestas surgieron en la primera reunión del Consejo de Cardenales. Pero nada es definitivo. El Papa ha preferido escuchar e informarse, sin asumir como propia ninguna de las ideas. Al menos por ahora. De todas maneras los vientos soplan propicios para transformaciones profundas. Del 3 al 5 de diciembre, en apenas dos meses, está prevista una segunda sesión del consejo. Y la siguiente será en febrero de 2014. Todo se irá cocinando en tiempos breves. Muy breves.



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