“Y les dijo una parábola: “un hombre tenía una higuera plantada en su vida, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala, ¿Para que va a ocupar terreno en balde?” Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía un año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no la cortas”. (Lc 13,1-9)
Una parábola de acuerdo con nuestra mentalidad utilitarista de hoy.
La pregunta de hoy no se centra tanto en “qué es”.
La pregunta que todos hacemos hoy es:
Para qué vale.
Para qué sirve.
Cuánto rinde o produce.
Es el criterio de la utilidad.
Por eso los viejos son marginados porque ya están jubilados.
En el fondo es un criterio que puede ser egoísta y utilitarista.
Pero también es un criterio que tiene su validez.
Para qué queremos las cosas inútiles.
Para qué queremos los campos infértiles.
Para qué queremos los frutales que no dan fruto.
Para qué queremos las vidas inútiles.
Lo inútil no sirve para nada.
Solo para tirarlo fuera en el tacho de la basura.
Lo malo es:
Cuando lo inútil son nuestras vidas.
Para qué querer vidas inútiles.
Cuando yo soy un inútil en la sociedad porque no hago nada.
Cuando yo soy un inútil en la Iglesia, porque no hago nada.
Simplemente vegeto.
Simplemente estoy inútilmente en la Iglesia.
Soy como árbol seco en la Iglesia, aunque aparezca como verde.
Yo tenía en mi jardín un ciruelo.
Pasaban los años y de ciruelas nada.
Muchas veces pensé en arrancarlo.
Los compañeros me decía que lo dejase, que algún día daría frutos.
Al fin, después de tanto esperar, lo arranqué.
Por el contrario, nos había regalado un olivo, diciéndonos que al año daría olivas.
Pasaron varios años, pero las olivas brillaban por su ausencia.
Ya estaba dispuesto a arrancarlo. Pero creo que adivinó mis pensamientos y este año dio un buen montoncito de enormes olivas. Se salvó, porque hubiera estado ya fuera de su sitio.
La higuera inútil es como nuestras vidas.
Como árbol de jardín vale poco.
Solo la valoramos si da higos.
Las vidas no son importantes por los bonitos colores que tienen.
Las vidas no son importantes por el lindo maquillaje.
Las vidas valen por los frutos de vida que nos regalan.
Las vidas valen por los frutos de amor que nos obsequian.
Las vidas valen por los frutos de justicia que nos brindan.
Las vidas valen por los frutos de bondad, de comprensión en que floren.
Las vidas valen por los frutos de gracia en que crecen cada día.
Las vidas valen por los frutos de santidad en que medran cada día.
Las vidas valen por los frutos de servicio a los demás en que crecen cada día.
Cuando Dios viene a visitarnos:
No viene a ver lo guapos que somos.
No viene a ver la fama que tenemos.
No viene a ver los diplomas que tenemos.
Sino que viene a buscar frutos de Evangelio.
Sino que vine a buscar los frutos de la gracia.
Sino que viene a buscar los frutos de santidad.
¿Cuántos estamos inútilmente en el mundo porque no hacemos nada?
¿Cuántos estamos inútilmente en la vida consagrada, si somos unos vulgares?
¿Cuántos estamos inútilmente en la vida sacerdotal vivida como una simple profesión?
¿Cuántos estamos inútilmente en la Iglesia, si no hacemos nada sino vegetar?
Y Dios:
Sigue aguantándonos.
Sigue contando con nosotros.
Sigue soportándonos.
Sigue esperando mucho de nosotros.
¿Cuánto más tendrá que seguir esperando de nosotros, frutos de gracia, de amor y santidad?
¿Un año más?
¿Y por qué hacerle esperar tanto cuando nos cuida con tanto cariño?
¿No podías dar verdaderos frutos hoy?
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario Tagged: coherencia, fruto, higuera, obras, parabola, santidad
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