1. (Año I) Romanos 8,31-39
a) Estamos leyendo páginas profundas y consoladoras en extremo. Hoy, Pablo entona un himno triunfal, que pone fin a la primera parte de su carta, un himno al amor que nos tiene Dios.
Con un lenguaje lleno de interrogantes retóricos y de respuestas vivas, canta la seguridad que nos da el sabernos amados por Dios: “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”. No puede condenarnos ni el mismo Jesús, que se entregó por nosotros, ni ninguna de las cosas que nos puedan pasar, por malas que parezcan: ni la persecución ni los peligros ni la muerte ni los ángeles ni criatura alguna “podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”.
b) Esta confianza fue para Pablo el punto de apoyo en sus momentos difíciles, el motor de su vida, la motivación de su entrega absoluta a la tarea misionera de la evangelización.
Se sintió amado por Dios y elegido personalmente por Cristo para una misión.
Lo que nos da tanta seguridad no es el amor que nosotros tenemos a Dios: ése es bien débil, y nos lo podrían arrebatar fácilmente esas fuerzas que nombra Pablo. Es el amor que Dios nos tiene: ése sí que es firme, en ése sí que podemos confiar, “el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”. Si tuviéramos esta misma convicción del amor de Dios, nuestra vida tendría sentido mucho más optimista.
De tanto decirlo y cantarlo, tal vez no nos lo acabamos de creer: que Dios nos ama, que Cristo está de nuestra parte e intercede por nosotros. Gracias a eso, “vencemos fácilmente por aquél que nos ha amado”. Ni siquiera nuestro pecado podrá con el amor que Dios nos tiene.
Un himno que muchas comunidades cantan: “¿Quién nos separará del amor de Dios?”, nos demuestra una vez más que los cantos que se inspiran en los libros bíblicos son los que más expresivamente nos ayudan a celebrar nuestra fe. Si no lo cantamos hoy, por ejemplo después de la comunión, haríamos bien en decirlo por nuestra cuenta, despacio, saboreando la serenidad que nos infunde en lo más hondo de nuestro ser esta explosión de euforia de Pablo.
2. Lucas 13,31-35
a) No sabemos si la advertencia que hicieron a Jesús los fariseos era sincera, para que escapara a tiempo del peligro que le acechaba: “márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte”.
Herodes, el que había encarcelado y dado muerte al Bautista (como antes, su padre Herodes el Grande había mandado matar a los inocentes de Belén cuando nació Jesús), quiere deshacerse de Jesús.
Jesús responde con palabras duras, llamando “zorro” al virrey y mostrando que camina libremente hacia Jerusalén a cumplir allí su misión. No morirá a manos de Herodes: no es ése el plan de Dios.
La idea de su muerte le entristece, sobre todo por lo que supone de ingratitud por parte de Jerusalén, la capital a la que él tanto quiere. Es entrañable que se compare a sí mismo con la gallina que quiere reunir a sus pollitos bajo las alas.
b) Jesús aprovecha la amenaza de Herodes para dar sentido a su marcha hacia Jerusalén y a su muerte, que él mismo ha anunciado y que no va a depender de la voluntad de otros, sino que sucederá porque él la acepta, por solidaridad, y además cuando él considere que ha llegado “su hora”. Mientras tanto, sigue su camino con decisión y firmeza.
El lamento de Jesús -”Jerusalén, Jerusalén”- es parecido al dolor que siente luego Pablo (Rm 9-11) al ver la obstinación del pueblo judío que no ha querido aceptar, al menos en su mayoría, la fe en el Mesías Jesús.
El amor de Dios a veces se describe ya en el AT con un lenguaje parecido al de la gallina y sus pollitos: el águila que juega con sus crías y les enseña a volar (Deuteronomio 32,11), o el salmista que pide a Dios: “guárdame a la sombra de tus alas” (Ps 17,8), y otras con un lenguaje materno y femenino: “en brazos seréis llevados y sobre las rodillas seréis acariciados, como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré” (Is 66,12-13).
¿Estamos dispuestos a una entrega tan decidida como la de Jesús? ¿incluso si aquellos por los que nos entregamos se nos vuelven contra nosotros? ¿tenemos un corazón paterno o materno, un corazón bueno, lleno de misericordia y de amor, para seguir trabajando y dándonos día a día, por el bien de los demás? ¿o nos influyen los Herodes de turno para cambiar nuestro camino, por miedo o por cansancio?
“Nadie podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (1ª lectura I)
“¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas!” (evangelio)
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