El gato que llegó del frío



Ayer hizo frío de madrugada. A las ocho comenzó a llover. Era una lluvia fina pero intensa, como un sirimiri agresivo que empapaba en pocos segundos. A las diez y media cayó la niebla y siguió la lluvia.




Entonces apareció el primer gato. No sé de dónde vino. Mi jardín amurallado (25 metros por 9) parece inaccesible a los animales implumes, pero el gato sabía muy bien a dónde iba: a un pequeño porche que hay junto a mi ventana, el único rincón exterior al que no llega la lluvia. Hay allí una silla de jardín con dos cojines donde suelo sentarme para tomar el fresco.




El gato se agitó violentamente para desprenderse del agua, bostezó y, de un salto, se acomodó en la silla. Salí inmediatamente para afearle su conducta, pero el felino me echó una mirada asesina acompañada de un gruñido nada amigable. Reculé.




El gato se fue a media tarde en busca de su familia. Esta noche un enorme gato gris, ha dormido plácidamente en el mismo lugar. Lo más probable es que sean primos.




Hoy he predicado sobre el trabajo y he utilizado la holgazanería del gato como metáfora.







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