Último día de convivencia. Mañana por la mañana regreso a Madrid. Hoy tengo que hablar de la Santísima Virgen. Es la meditación más difícil. Nunca sé cómo empezar ni cómo acabar. Escribo un guión y comprendo enseguida que María no cabe en un esquema, que es casi una ofensa tratarla como si fuese un objeto más de reflexión o de estudio.
Yo sé que a San Josemaría le dolió oír esa palabra, “tema”, aplicada a la Santísima Virgen. Durante el Concilio Vaticano II algunos padres conciliares se plantearon dónde incluir, en qué documento, “el tema” de la Madre del Señor.
―¡María Santísima no es un “tema”! ―protestó el Fundador de la Obra―. Es nuestra Madre y nuestra interlocutora.
Empiezo a predicar recordando esta anécdota. Me olvido del guión, se me va el santo al Cielo y, de pronto, ha pasado la media hora. Apenas he dicho nada.
Es mediodía en La Acebeda. Después de una noche de truenos, granizo y lluvia, el sol del otoño asoma la patita entre nubes blancas.
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