1. (Año I) Romanos 7,18-25
a) La teoría es muy hermosa, y Pablo la había expuesto con entusiasmo: por el Bautismo hemos sido introducidos en la esfera de Cristo, lo cual supone ser libres del pecado. Pero la práctica es distinta. La lucha continúa, y Pablo la describe dramáticamente en sí mismo: “el bien que quiero hacer no lo hago, y el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago”. Es como un análisis psiquiátrico de su propia existencia.
Al final, a modo de grito muy sincero, exclama: “¿quién me librará de este ser mío presa de la muerte?”. La respuesta viene tajante: “Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias”. La tesis que ha repetido en toda la carta -y en la de los Gálatas- aparece ahora aplicada a sí mismo: no podrá liberarse del pecado por sus solas fuerzas, sino por la gracia de Dios.
b) Es también nuestra historia. Todos sabemos lo que nos cuesta hacer, a lo largo del día, el bien que la cabeza y el corazón nos dicen que tenemos que hacer: situar a Dios en el centro de la vida, amar a los hermanos, incluso a los enemigos, vivir en esperanza, dominar nuestros bajos instintos…
Solemos saber muy bien qué tenemos que hacer. Pero, cuando nos encontramos en la encrucijada, tendemos a elegir el camino más fácil, no necesariamente el más conforme a la voluntad de Dios. Sentimos en nosotros esa doble fuerza de que habla Pablo: la ley del pecado, que contrarresta la atracción de la ley de la gracia.
Hagamos nuestro el grito de confianza: nosotros somos débiles y el “mal habita en nosotros”, pero Dios nos concede su gracia por medio de Cristo Jesús. La Eucaristía, entre otros medios de su gracia, nos ofrece en comunión al que “quita el pecado del mundo”.
2. Lucas 12,54-59
a) Con un ejemplo tomado de la naturaleza y de la sabiduría popular, Cristo se queja de la poca vista de sus contemporáneos: no ven o no quieren ver que han llegado ya los tiempos mesiánicos.
Los hombres del campo y del mar, mirando el color y la forma de las nubes y la dirección del viento, tienen un arte especial, a veces mejor que los meteorólogos de profesión, para conocer el tiempo que va a hacer.
Pero los judíos no tenían vista para “interpretar el tiempo presente” y reconocer en Jesús al Enviado de Dios, a pesar de los signos milagrosos que les hacía. Jesús les llama “hipócritas”: porque sí que han visto, pero no quieren creer.
Otra recomendación se refiere a los dos adversarios que se ponen de acuerdo entre ellos, antes de ir a los tribunales, que se ve que sería peor para los dos. También eso es tener buena vista y ser previsores.
b) La ofuscación no era exclusiva de los contemporáneos de Jesús. Hay algunos -¿nosotros mismos?- muy hábiles en algunas cosas y necios y ciegos para las importantes. Espabilados para lo humano y obtusos para lo espiritual. Cuando Jesús se queja de esta ceguera voluntaria, emplea la palabra “kairós” para designar “el tiempo presente”. “Kairós” significa tiempo oportuno, ocasión de gracia, momento privilegiado que, si se deja escapar, ya no vuelve.
Nosotros ya reconocemos en Jesús al Mesías. Pero seguimos, tal vez, sin reconocer su presencia en tantos “signos de los tiempos” y en tantas personas y acontecimientos que nos rodean, y que, si tuviéramos bien la vista de la fe, serían para nosotros otras tantas voces de Dios.
El Concilio invitó a la iglesia a que supiera interpretar los signos de los tiempos (GS 4). Nos daría más ánimos y nos interpelaría saludablemente si supiéramos ver como “voces de Dios” y signos de su presencia en este mundo, por ejemplo, las ansias de libertad que tienen los pueblos, la solidaridad con los más injustamente tratados, la defensa de los valores ecológicos de la naturaleza, el respeto a los derechos humanos, la revalorización de la mujer en la sociedad y de los laicos en la Iglesia…
Podríamos preguntarnos hoy si tenemos una “visión cristiana” de la historia, de los tiempos, de los grandes hechos de la humanidad y de la Iglesia, viendo en todo un “kairós”, una ocasión de crecimiento en nuestra fe. Por ejemplo en el acontecimiento, sencillo, pero profundo y transformador, del Jubileo del año 2000.
“¿Quién me librará de este ser mio presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesús” (1ª lectura I)
“¿Cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?” (evangelio)
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