Como ya he dicho, La Acebeda está en las afueras de Miraflores de la Sierra, un pueblo precioso situado a 49 km de Madrid, en un valle delimitado por los dos grandes bloques del sistema central. Aquí viven unos seis mil paisanos de lunes a viernes. Los sábados y domingos son otra cosa. Esto se llena de madrileños y, a pesar de la crisis, tengo la impresión de que los bares y restaurantes hacen su agosto.
Esta mañana he bajado al pueblo a pesar de la lluvia, más que nada porque los gatos tienen una conversación limitada y se pasan el día dormidos.
Pienso que la Reina Victoria, tiene todo el derecho a estar enfadada con el Ayuntamiento de Miraflores de la Sierra, ya que le han adjudicado la peor calle de todas. Se trata de un camino de tierra lleno de baches, piedras y charcos navegables, que empieza casi en el centro del pueblo y termina en el portón del gato, es decir, en la entrada posterior de la Acebeda, donde vive el sacerdote.
He tratado de charlar con algunos lugareños sin demasiado éxito. El dueño de un restaurante me habla de la crisis y aprovecha para decir pestes del gobierno. Claudiu, un rumano de unos treinta años me cuenta que es católico y del Barça; que va a Misa siempre que puede y que Ronaldo esta vez no marcará en el clásico.
―¿De verdad que eres rumano?
―¡Os vamos a meter cinco! ¿Quieres ver el partido en mi casa? Tengo Gol-televisión. Estarás con amigos.
Paso por la Farmacia y, de camino, me tomo un café de sabor poco definido. Sigue lloviendo.
En la puerta de La Acebeda hace guarda uno de los tres gatos que hoy han dormido en el porche.
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